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Sobre la prehistoria del capitalismo

El modo de producción capitalista no es resultado de una generación espontánea, y su origen está ligado a la coincidencia en un momento y lugar determinados de dinero, mercancías, medios de producción y una fuerza de trabajo. En otras palabras, el capitalismo no ha existido durante toda la historia de la humanidad, apenas lleva un par de siglos con nosotros y para emerger ha necesitado que una elite acumule, en una etapa inicial y previa, un determinado capital, a lo que Adam Smith llama «acumulación originaria» o «previous accumulation». Es una acumulación que no es el resultado de dicho modo de producción, sino su punto de partida. La llamada acumulación originaria, según Marx (1972), es el proceso histórico de ruptura entre productor y medios de producción que configura la prehistoria del capital y el modo de producción correspondiente al mismo. Marx identifica una serie de características de la prehistoria del capitalismo, muchas de las cuales serán adoptadas posteriormente, y casi que al pie de la letra, en América Latina, pues este fenómeno fue mundial. La expropiación de tierras comunales al campesinado europeo, expoliación colosal de bienes eclesiásticos y leyes sangrientas contra la vagancia son, por ejemplo, signos que se manifestaron posteriormente y con gran similitud en El Salvador del siglo XIX. Entre los siglos XVIII y XIX en las colonias españolas de América Latina, el capitalismo se fue desarrollando con características generales muy similares, pero también con particularidades históricas. Desde ese momento, también tendieron a romperse los límites de los viejos modos de producción en América Latina.

De acuerdo con Agustín Cueva1, tras la ruptura de ese antiguo modo de producción que obedecía a trescientos años de colonización, con escasas excepciones en Latinoamérica y, sobre todo, en Centroamérica tras los procesos de independencia, estas formaciones económico-sociales fueron configurándose como precapitalistas, basadas en modelos primario-agroexportadores y en enclaves económicos, dedicados más bien a continuar con el saqueo de los bienes naturales en los nacientes estados. Esto determinaría consecuencias sociales y económicas altamente desfavorables para la población indígena del país. Posteriormente, en el momento en que el capitalismo se encuentra ya en una fase imperialista, con la decadencia de España y el ascenso de las economías inglesa y estadounidense, El Salvador sería el escenario para que dichas potencias instalaran sus respectivos enclaves económicos. Cueva señala, también, que el mismo concepto de enclave no puede ser definido al margen de una articulación muy específica de modos de producción: en su más estricto rigor, tal concepto se refiere a la existencia de «islotes» de capitalismo monopólico incrustados en formaciones precapitalistas, con las que no guardan otra relación que la de succión de excedente económico.

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En El Salvador, la llamada acumulación originaria se distinguió por cerrar un ciclo económico basado en el añil y, bajo la lógica de sustitución de importaciones, en la instalación del monocultivo del café, aunque también en el de caña de azúcar y el algodón. De tal manera que campesinos e indígenas, particularmente los de los territorios del ahora departamento de Sonsonate, fueron impactados severamente por el cambio de uso de suelo para el monocultivo de café en las tierras altas y el monocultivo de la caña de azúcar en las zonas bajas. Rafael Menjívar (1980) hace un resumen excepcional de lo que observa en el caso salvadoreño en cuanto a la acumulación originaria: «Al observar los mecanismos o procedimientos mediante los cuales se transforma la formación no capitalista salvadoreña,…Están presentes casi todos los elementos idílicos de la acumulación primitiva, la depredación de los bienes de la iglesia, la enajenación fraudulenta de los bienes del Estado, el saqueo de terrenos comunales y hasta la «guerra de las chozas» si se piensa en el contenido de las «leyes agrarias», como la de 1907, que recoge los decretos anteriores. 2» Menjívar sitúa el inicio de esa prehistoria del capitalismo a partir de 1864, pero no descarta que haya iniciado antes. Menjívar destaca el saqueo de las tierras comunales como central en la historia de El Salvador, y Gordon, S. (1989) menciona que «la expropiación de las tierras comunales y ejidales, así como las leyes de jornaleros, constituyeron los ejes en que descansaría la economía agroexportadora»3, factores determinantes para el levantamiento indígena de 1932. Recordemos que con el territorio no solamente va la tierra, como fuente de sustento y factor fundamental en la construcción de identidad, sino que también va el agua, por lo que el caldo de cultivo para la rebelión indígena y campesina estaba servido.

La fiebre del cacao y la desacumulación originaria

El periodo de acumulación originaria en Europa corresponde en América Latina a un periodo de expropiación de riquezas y desacumulación originaria. Según Semo y Cuevas (1977), del enorme excedente generado en la Nueva España (México actual), solo una porción se quedaba en el país. El gobierno virreinal y los españoles se encargaban de transferir la mayor parte hacia la metrópoli. Las tasas de explotación eran probablemente de las más altas de la época y el excedente disponible en la colonia es una parte relativamente modesta del total. De ahí el contraste inexplicable entre la pobreza de las masas y la falta de poderío de las clases dominantes novohispanas. En la Nueva España, o en el Perú, se generaba suficiente excedente para transformar a estos países en potencias (de carácter feudal o incipientemente capitalista), pero en realidad esta posibilidad nunca existió, menciona Semo en su obra El desarrollo del capitalismo en América Latina. Esto tiene una enorme significancia en el devenir histórico de la formación económico-social en El Salvador.

En nuestro país, una vez instalada la colonia, y ante «la falta de materias primas» (oro, piedras preciosas, plata, perlas, etc.) que permitiesen a los conquistadores hispanos un rápido enriquecimiento, hizo que centraran su atención en la producción y en el comercio hacia mercados externos de productos agrícolas altamente rentables. Así, a lo largo del XVI en El Salvador se desarrollaron tres ciclos económicos basados en el bálsamo, el cacao y el añil. Mientras que la explotación del primero nunca constituyó un negocio lucrativo, el cacao se convirtió en el gran producto de exportación, en especial el cultivado en la zona de los Izalcos.

En el texto Cacao y encomienda en la Alcaldía Mayor de Sonsonate, siglo XVI, M. Tous (2011) menciona que el ciclo del cacao se inició en la década de 1530 y tuvo su punto máximo de producción entre 1550 y 1560, para casi desaparecer a inicios del siglo XVII, momento a partir del cual se inicia el ciclo económico del añil. Es importante destacar que, para entonces, cada carga de cacao tenía un valor de pesos de oro. Tous identifica que la exportación anual de toda la zona de Los Izalcos a finales de la década de 1560 rondaba las 50 000 cargas anuales. Menciona, también, que ya en esta época se identifican indicios de pugnas entre pueblos por cambios de uso de suelo. Es indiscutible que la producción de cacao durante la primera etapa colonial, especialmente de los territorios de Sonsonate, fue una fuente de riqueza extraordinaria para la corona española y, de acuerdo con las evidencias, esa zona era mucho más importante incluso que la zona de San Salvador que, para entonces, era un «villorrio pobre», mientras que Sonsonate era una villa de mercaderes y tratantes de cacao. En la zona de Los Izalcos, los principales pueblos de indios productores de cacao eran: Izalco (Tecpan Izalco), Caluco (Caluco Izalco), Naholingo y Tacuscalco. La producción de cacao, que había sido fuente de condiciones económicas y sociales favorables para la población indígena desde tiempos prehispánicos, también fue convirtiéndose en fuente de pugnas entre los sectores que usurpaban los territorios; así como a las autoridades de la iglesia. La fiebre del cacao había comenzado, pues todos perseguían un mismo objetivo: el enriquecimiento a partir del cacao.

En un principio, según Tous, los españoles no modificaron las relaciones de propiedad puesto que, legalmente, la tierra y los cacahuatales siguieron perteneciendo a aquellos. Es más, según la legislación indiana, la tierra de los pueblos de indios era de carácter comunal y estaba distribuida por las autoridades del cabildo entre los indígenas del pueblo como usufructuarios. En este sentido, la imposibilidad legal de acceder a la propiedad de la tierra obligó a los colonizadores a dejar su explotación y control en manos de los antiguos caciques. Sin embargo, esto no fue respetado y la usurpación de tierras indígenas inició, esto supuso graves alteraciones en la distribución de la tierra. En Izalco, Caluco, Tacuscalco y Nahulingo, las huertas de cacao originalmente se dividían en pequeños lotes entre los habitantes, sin embargo, en los dos últimos, además de los indígenas, tuvieron acceso a las tierras mulatos y mestizos.

Esta modificación de la tenencia de la tierra, el uso y la usurpación, refleja cómo el sistema colonial alteró no solo la propiedad de la tierra, sino también el sistema económico y social bajo el cual funcionaban los pueblos aquí detallados. Hasta ese momento la gestión del territorio, de la tierra en sí y por ende del agua, estaba planteada en función de los intereses estratégicos de los Pueblos Indígenas, ahora pasaba a plantearse en función de la generación de un capital.

Como lo registra la historia, la colonia trajo consigo graves impactos a la realidad natural y cultural de los territorios y de sus Pueblos Indígenas. Impactos que se reflejaron en las condiciones de vida de la población en términos económicos y sociales, pero también ambientales. Este último aspecto se relaciona, justamente, con los impactos en la gestión del agua que trajo consigo la colonia y la explotación del territorio para la producción masiva del cacao y su posterior exportación a la metrópoli imperial.

Otro registro histórico que contribuye a dimensionar la relación territorio y agua es la descripción que hace el oidor Pineda de la zona en 1549, quien muestra su asombro por la cantidad de fruto que se cultivaba en este lugar y, por supuesto, la importancia del agua para el mismo: «...algunos de los huertos de cacao están en tierra llana, otras en terreno con pendiente y otros en ladera de colinas, según la aptitud de la tierra para la irrigación, sí, es cierto que usan regadío, aunque en la estación lluviosa no es necesario... y hay plantaciones que tienen 15 000, 10 000, 8 000 y 5 000 árboles»4. En resumen, mientras en Europa se materializaba el fenómeno de la acumulación originaria, en América Latina, en general, y en El Salvador, en particular, ocurría todo lo contrario, lo que Cuevas llamó «desacumulación originaria» al referirse al desarrollo del capitalismo.

Ideas finales

La matriz precapitalista salvadoreña se vio profundamente debilitada en la etapa de acumulación originaria. La elite que se propulsó como bloque hegemónico y se configuró posteriormente como oligarquía adoptó una ruta inglesa clásica en la búsqueda del desarrollo del capitalismo, pero no fueron capaces de superar la fase precapitalista y mantuvieron una formación con características “semi-coloniales”, en parte por el papel que tuvieron que jugar y por el momento en el cual se tuvieron que insertar a la economía global, pero también porque carecieron, como siguen careciendo, de una visión estratégica. Esto condenó a la formación económico-social a un subdesarrollo de las fuerzas productivas y repercutió de manera negativa en las masas populares, extendiendo el conflicto salvadoreño hasta el actual siglo XXI.

Los pueblos indígenas del occidente de El Salvador, particularmente los de los territorios de Sonsonate, son los arquitectos del sistema económico, político y social que sentó las bases sobre las que se instaló el proyecto de nación salvadoreña. Sin embargo, la mutación ocasionada por la visión eurocentrista de la realidad, inducida desde tiempos coloniales, alteró los estratos fundamentales de esas bases al establecer una forma de relacionarse con la naturaleza alejada de concebir a la tierra, al agua y al bosque como seres vivos a los que hay que respetar, pues son fuente de vida. Se impuso, por el contrario, una lógica de saqueo que actualmente sigue causando destrucción, y amenaza con profundizar la actual crisis ambiental no solo en los territorios ancestrales de Sonsonate sino que en todo el país.

Es urgente que el movimiento social salvadoreño se articule y coloque entre otros temas centrales de la discusión, la necesidad de luchar por una reforma agraria popular que considere los contenidos reclamados por los Pueblos Indígenas en el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, así como las prioridades en materia de agua y soberanía alimentaria. También, es urgente que trabajemos en la protección de lugares emblemáticos como el sitio Tacushcalco en Sonsonate, un territorio que jugó un importante papel en torno a la construcción del referido sistema cultural y que, por lo tanto, es meritorio de dignificarle como patrimonio biocultural. Un territorio que fue eliminado de la división política administrativa del país durante el arranque de la etapa de acumulación originaria en 1823, y que considero como uno de los primeros casos de despojo de territorio indígena que debería ser aclarado. Lo eliminaron con la idea de dar un golpe definitivo en una lógica de dominación y debido a su importancia simbólica para el pueblo indígena nahua pipil que luchaba por mantener su unidad identitaria y cultural. Por eso se expulsó a la población de su territorio y se destinó finalmente para el monocultivo de caña de azúcar y algodón. Hoy Tacushcalco debe convertirse en una ventana que permita ver hacia una realidad remota pero que bien servirá de inspiración para crear un nuevo país. Por eso, les invitamos a sumarse a los esfuerzos por convertirlo en un parque ecológico cultural que sirva de escuela y aporte en la lucha por nuestra supervivencia como país, ante la crisis identitaria y ambiental en que vivimos.

1 Cueva, A. (1977). El desarrollo del capitalismo en América Latina. (9a. ed.) México: Siglo XXI editores.

2 Menjívar, R. (1980). Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador. (1ª. ed.) Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana EDUCA.

3 Gordon, S. (1989). Crisis política y guerra en El Salvador. (1ª ed.). México: Siglo XXI editores.

4 Browning, D. (1975). ElSalvador,latierrayhombre. (1ª ed.) San Salvador: Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación.

Tania

¿Está cambiando el clima? La respuesta corta es: sí. Y está cambiando en escalas sin precedentes en la historia de la humanidad.

El clima del planeta depende de la composición química de la atmósfera, y los cambios que se producen en ella son efecto directo de los gases que influencian el sistema climático, conocidos como gases de efecto invernadero (GEIs), entre ellos el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4). Desde su formación hace más de 4 mil millones de años hasta ahora, el planeta ha experimentado distintos cambios climáticos que van desde eras de hielo hasta períodos en los que la temperatura ha sido mayor de la que experimentamos actualmente.

Esos cambios, no obstante, se han dado en períodos geológicos muy largos, con millones de millones de años de por medio, a diferencia de lo que experimentamos hoy, cuando los efectos del cambio climático se están manifestando cada vez más rápido. Hay que tener en mente que cuando hablamos de cambio climático (aumento o reducción de temperaturas) deben considerarse períodos de al menos 30 años. Así mismo, hay variabilidad climática, que no es más que el clima que experimentamos durante cierto período de horas (lluvias), durante las estaciones del año (época lluviosa y seca), e incluso por años (el fenómeno de El niño).

La humanidad, tal como la conocemos hoy en día, se ha desarrollado en un estrecho rango de temperatura promedio del planeta de alrededor 13 ºC. Como bien sabemos, hay regiones del planeta con climas fríos, templados o tropicales.

El incremento en la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera desde el año 2000 es diez veces mayor que los incrementos registrados en los últimos 800 000 años. En 2018, la comunidad científica marcó un aumento de la temperatura media global de 1 ºC desde la era preindustrial (1850-1900. A esto nos referimos cuando hablamos de calentamiento global. Si bien 1º C de aumento puede sonar a muy poco, debemos recordar que este aumento es en el promedio global. Es decir que el calentamiento no será el mismo en todo el planeta. Centroamérica, por ejemplo, ha sido identificada como la región tropical más sensible al cambio climático, en donde los efectos de este proceso podrían ser más pronunciados que en otras regiones tropicales del mundo. Esto puede, por ejemplo, significar que en Centroamérica aumente el promedio de temperatura en varios grados. La diferencia entre 1.5 ºC y 2 ºC de aumento de temperatura promedio global podría significar aumentos de entre 2 ºC y 4 ºC en la región, mientras que en el Ártico podrían ser de entre 4 ºC a 8 ºC.

Sé que cuando escuchamos hablar en las noticias sobre cambio climático, puede que todo suene muy lejano y muy complicado, como algo que no podemos percibir directamente. Es por eso que si aun así le parece que no hay razones para alarmarse, me permito explicar a continuación cómo el cambio climático —que es un fenómeno global— nos afecta directamente.

Tanto por su posición geográfica como por sus condiciones socioeconómicas, Centroamérica es una región altamente vulnerable a los efectos negativos del calentamiento global. El 10 % de la economía regional depende de sectores sensibles al cambio climático, como la agricultura, la ganadería y la pesca; mientras que el

80 % de la producción de los granos básicos depende de las lluvias y la mayor parte de la producción está a cargo de pequeños productores.

Los productores del Corredor Seco Centroamericano —donde se ha observado la incidencia más frecuente de períodos de sequía en las últimas décadas—, por ejemplo, usualmente no tienen acceso a sistemas de riego que les permitan producir sin depender de la lluvia o de seguros que les garanticen ingresos económicos en caso de pérdida de sus cosechas. Se trata de una reacción en cadena, ya que la pérdida de cosechas a su vez genera el incremento en los precios de los alimentos. Recordemos que en períodos de sequía el precio de productos básicos, como los frijoles, ha subido hasta alcanzar precios exorbitantes. En una región donde el 40 % de la población vive bajo la línea de pobreza, esto puede representar un riesgo de inseguridad alimentaria y nutricional bastante alto.

La mayor incidencia de eventos climáticos extremos cada vez más fuertes también puede estar relacionada con el calentamiento global. En noviembre pasado, por ejemplo, los huracanes Eta e Iota (categoría 4 y 5, respectivamente), afectaron la región con menos de dos semanas de distancia entre cada uno. La pérdida de cientos de vidas no puede calcularse en términos económicos, pero las valoraciones preliminares en cuanto a pérdidas económicas por el paso de los huracanes en la región se estiman en alrededor de 5500 millones de dólares. La temporada de huracanes de 2020 ha sido la más activa del Atlántico desde que se llevan registros.

Una vez establecidos los devastadores efectos del cambio climático en la región, es importante también hacernos responsables, porque, aunque la nuestra es una contribución muy pequeña, también somos parte del problema. En Centroamérica se deforestan miles de hectáreas de bosques por año (incluso en áreas protegidas). Nuestro modelo de desarrollo, todavía basado en el extractivismo y en la idea obsoleta del crecimiento indefinido en un planeta con recursos finitos, debe transformarse. Además, a pesar del gran potencial de la región para generar energía a través de energías renovables, gran parte de la matriz energética de la región sigue dependiendo de combustibles fósiles (petróleo, gas natural). No podemos seguir contribuyendo a un problema que pone en peligro nuestra supervivencia.

Para hacerle frente al calentamiento global, hace 28 años los gobiernos suscribieron la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), en el marco de la Cumbre de la Tierra, en Brasil. Es por ello que los gobiernos se reúnen cada año, en lo que se denominan las Conferencias de las Partes (COP). Desde la adopción de la CMNUCC, la certeza sobre la contribución de las acciones humanas en los cambios observados en el clima ha aumentado; así como cada vez son más evidentes los efectos negativos de esos cambios en la biodiversidad, en el acceso al agua, la agricultura, en la salud, entre otros aspectos.

Hace cinco años, los gobiernos aprobaron el Acuerdo de París, el cual tiene como objetivo limitar el calentamiento global entre 1.5 ºC y 2 ºC, comparado con los niveles preindustriales, para evitar mayores efectos negativos. Como parte del acuerdo, cada país presentó sus planes de acción conocidos como «contribu- ciones nacionales», los cuales tienen que ser revisados para alinearse a los objetivos del Acuerdo. Los ciudadanos y las ciudadanas centroamericanas deben demandar a los gobiernos que los nuevos planes sean coherentes con la acción climática necesaria para frenar el cambio climático. Es decir, que prioricen la adaptación y construcción de resiliencia en la región, una lección que ha quedado más que clara después del paso de Eta e Iota por Centroamérica.

Los presupuestos nacionales no pueden seguir subsidiando energía y tecnología obsoleta, en específico porque hoy en día es más barato invertir en energías renovables, como energía eólica o solar. Otro sector con mucho potencial en la región es el transporte público, el cual puede ir adoptando tecnologías nuevas y limpias. La inversión en la mejora y eficiencia del transporte público, por ejemplo, a través de vehículos eléctricos, además de disminuir las emisiones generadas por los motores de diésel y gasolina (que tiene beneficios inmediatos en la reducción de contaminación atmosférica), disminuyen la necesidad del transporte privado e incrementa la calidad de vida en las ciudades.

Centroamérica se está enfrentando ahora mismo a la crisis sanitaria por la covid-19 y a la crisis económica producto de la misma. La crisis climática, sin embargo, es de mayor envergadura y de más largo plazo. Los efectos del cambio climático se perciben en todos los sectores de la economía y sociedad e impactan tanto a las generaciones presentes como a las futuras. La vacuna contra la covid-19 ya ha sido desarrollada y se espera haber empezado a superar la crisis sanitaria este año que recién inicia.

Si seguimos postergando las medidas, la crisis climática puede llegar a ser irreversible. Todavía estamos a tiempo de retomar el timón. Tal como la crisis de la covid-19 ha demostrado, de nuestro actuar colectivo, que a su vez depende de nuestra acción a nivel individual, depende el bienestar de todos y todas. Así mismo, los gobiernos deben garantizar que la reactivación económica sea una reactivación justa, sustentable y resiliente.

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