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Tantepusilam y la siguanaba

¿Quién es Tantepusilam?, ¿qué hace? Responder a esas dos cuestiones no es fácil. Tepusilam, Lamatzin Tantepus o Tantepuslamat, Machin Tantecut, nombre que proviene de tepusti/hierro y lamat/ vieja, ancian25, y denomina a una antigua diosa terrestre que en los mundos mesoamericanos suele aparecer en los fines de los mundos26. En las narraciones cosmológicas el rasgo sobresaliente es la transformación y lo continuo. Es fácil que un ser se transforme en otro ser o en diferentes seres al mismo tiempo, así que no sorprende que al comparar diversas narraciones teóricas de los nahuas, Tantepusilam es su hija y viceversa, pero también puede ser más. De hecho, en algunos relatos la hija de Tantepusilam es llamada Siguanaba.

En El Salvador, sabemos de su existencia por medio de diferentes narraciones cosmológicas, provenientes sobre todo del occidente del país donde viven poblaciones con ascendencia nahua. Al considerar todas las variaciones de los relatos, podemos observar diversos aspectos importantes: primero que Tepusilam a veces también es nombrada como Bruja Vieja o la Abuela Caníbal27, y se le conocía por vivir con su hija en la gran oscuridad, antes de que naciera el sol. Que sabía el arte de deshacer y rehacer su cuerpo, y hacía temblar la tierra o mejor dicho era el temblor. Su amante fue, entre otros, el Gigante, o el Sesimite, que proviene de la palabra náhuat tzitzimit, misma con la que se designa a una gama de espíritus nocturnos28. Otro aspecto importante es que Tepusilam era caníbal. En Cuisnáhuat se decía lo siguiente sobre Tantepusilam: «yahki kitantia ne itan, nepa ten kebrada kitantia ne itan pal kikwa ne piltsitsin/ Ella fue a afilarse sus dientes ahí por el borde de la quebrada para comer al joven» (ibíd.:905).

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En El Salvador no hay casi nadie que no se haya enfrentado a estas mujeres espectrales, muchas veces relacionadas a ríos y barrancos, pues, cabe señalar que ellas no solamente aparecen cerca de estos lugares, sino que son los lugares mismos. Dicho de paso, los barrancos fueron los lugares predilectos por los antiguos nahuas para construir sus asentamientos, porque de ahí emergían/emergen los seres ancestrales29; además es un lugar de origen desde donde surge el mundo.

Debido a que la Siguanaba aparece en diferentes lugares simultáneamente, podemos hablar de diversas siguanabas, seres no humanos, femeninas y vinculadas al agua y a aspectos telúricos, cuyas características compartida son: su apetito por ingerir almas humanas y su capacidad de transformación, de ahí que su nombre se derive de la palabra nawal/transformadora30. La memoria colectiva, tanto indígena como mestiza en El Salvador, se la imagina como una mujer con cabello y uñas bastante largas. Estos aspectos se asemejan a la apariencia no naturalista y temible de las imágenes que conocemos de representaciones/presentaciones de las deidades nahuas precolombinas.

Nacimiento del árbol de morro

En diversas teorías del mundo de los nahuas salvadoreños, el árbol de morro (Crescentiacujete) surge en un tiempo, como dijo el antropólogo francés Lévi-Strauss al definir la palabra «mito», cuando los animales aún no se diferenciaban de los humanos, es decir, que aún hablaban y el mundo discontinuo aún no existía. Principalmente, se hace referencia a un relato específico, en el cual una «mujer bruja» por las noches desprendía sus piernas, brazos y cabeza de su torso, para salir a encontrarse con sus semejantes. Su pareja se percató de este comportamiento y comenzó a perseguirla, tras diversos intentos de deshacerse de ella, finalmente la mujer muere en un barranco. Y es ahí, donde muere esta mujer junto a su amante el venado, donde comenzó a brotar el árbol del morro/newajkaltzin31, hecho metafísico que señala una intrínseca relación entre morir, nacer y vivir. Obviamente la mujer que se convirtió en el árbol de morro no era un ser común, sino que pertenecía a una «familia» poderosa, pues, era la hija de Tantepusilam.

Del árbol del morro, luego nacen los nietos de Tepusilam: los tepehuas, o muchachos de la lluvia o juracaneros, quienes inventarán la tecnología solar de la milpa, pero también quienes en un tipo de ritual matan a su abuela, la queman y comen su hígado, órgano que condensa la memoria.

Como deidad terrestre, esta actitud no es muy sorprendente pues, como todos sabemos, la tierra al morir va a comer nuestra carne, de hecho, antes en Nahuizalco por ejemplo, se prefería enterrar a los cadáveres en petates preparando al cuerpo humano como si fuera un tamal, facilitando a la tierra el poder digerir el cuerpo humano. Hoy en día, en algunas comunidades, cuando un cuerpo fallece, lo primero que se hace es poner el cuerpo en el suelo, práctica conocida como pago a la tierra. Un pago de una deuda que se ha acumulado a lo largo y ancho de la vida, pues hemos comido de la tierra, hemos comido maíz, carne, trigo, frutas, agua, que son la tierra misma y sus hijes; de ahí el famoso ensayo del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss Todos somos caníbales (2013). Aquí no pretendo profundizar sobre lo complejo de la «metafísica caníbal» de los nahuas en El Salvador, solo quiero agregar que, como muchos profesionales de la antropología y la historia han señalado32, en este complejo de sacrificio y canibalismo las identificaciones no son consolidadas pues, del mundo sobre el que hablan y reflexionan, también en las narraciones cosmológicas el rasgo sobresaliente es la transformación y lo continuo. Es fácil que un ser se transforme en otro ser o en diferentes seres al mismo tiempo.

Vivir en un mundo en el que existen múltiples agencias, requiere una mirada atenta y una diplomacia, en otras palabras, hay que saber relacionarse bien con los diferentes seres que habitan el mundo, que también son el mundo y que no siempre son benevolentes.

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