Tiempo de encuentro
Tiempo de esperanza Dudé mucho, en su día, si dar a conocer esta historia a los fieles de la parroquia a la que sirvo. Al final lo hice. A veces, el respeto a la intimidad de las personas nos obliga al silencio; pero otras veces, el reconocimiento de la dignidad de las personas nos hace hablar. Carlos González Santillana Aquí radica la duda y, Delegado episcopal en Cáritas asumiendo la posibilidad Diocesana de Sevilla de equivocarme, decidí darla a conocer como ejemplo de “rama tierna de la que brota una yema” que anuncia que el verano (el tiempo de los frutos) está cerca, que es tiempo de esperanza. Se trata de una de las muchas parejas jóvenes que viven en el barrio. Pero, a diferencia del resto de las parejas, aunque no es la única en estas condiciones, vive en la calle; bueno, vivía. Corrían los meses de primavera. En nuestra ciudad, esos días invitan a vivir en la calle, pero no de este modo. Ellos vivían en un portal de dos metros de ancho por uno de fondo. Suficiente para un colchón y algunas bolsas. Estaban al amparo de los hermanos del Proyecto Lázaro, del Equipo de Calle de los servicios sociales municipales y de la caridad de los vecinos. Con la llegada del verano y el endurecimiento de las temperaturas, la presencia de estos jóvenes empezó a preocupar al vecindario. Para ellos era insoportable el calor del mediodía y de la tarde. Para nosotros era preocupante verlos en esas condiciones. Movidos por la buena voluntad, los comentarios se repetían y las preguntas sobre posibles soluciones se sucedían: ¿Cáritas? ¿Alguna institución benéfica? ¿Los servicios sociales?... ¿Quién podrá resolver esta situación?
Sevilla
4
Con alguna ayuda extraordinaria emprendieron rumbo a otra localidad en la que parecía haber posibilidades de trabajo en el campo. Partieron con ilusión, nosotros respiramos tranquilos y unos herreros colocaron una reja en el portal para evitar que la experiencia se repita (ciertamente no es lugar donde pernoctar de manera digna y segura). Problema resuelto. Un par de semanas después se volvió a ver un colchón y unas cuantas bolsas delante de la reja de hierro. No se había resuelto el problema. Por varias razones, él y ella tuvieron que volver. Pero no por mucho tiempo. Volvieron a desaparecer y hasta hoy. Hace poco los encontré por la calle, juntos de la mano, como siempre. Les pregunté cómo estaban y dónde. “Vivimos en un piso -fue la respuesta-. Un chaval al que conocí en la cárcel nos vio en la calle y nos ha dejado una habitación en su casa”. Me quedé desarmado: muchas personas de buena voluntad buscábamos soluciones en Cáritas, instituciones benéficas, Asuntos Sociales... y la solución nació en la “cárcel”, allí donde dos hombres se conocieron y se abrieron el corazón. Se me vinieron dos cosas a la cabeza: que “los pobres nos evangelizan” y que lo verdaderamente necesario es la “conversión del corazón”. Cuando muchos nos empeñamos en llamar a las puertas de las instituciones, otros dan el paso de abrir su corazón y su casa. Ahora siguen caminando juntos, cogidos de la mano, sin un futuro cierto, pero con mucha más dignidad. Saben de dónde vienen y a dónde tienen que volver. Por el camino habrá alegrías y tristezas, ilusiones y decepciones, pero saben dónde volver para encontrar su dignidad. La Iglesia, en la que caminamos juntos, sabe de dónde viene: hemos nacido del costado de Cristo. Y sabe a dónde vamos: al encuentro definitivo