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Introducción. Carlos Andújar Persinal

Introducción

En esa versatilidad de intereses que caracterizó la vida intelectual y profesional de Fradique Lizardo, este Cuaderno V presenta un conjunto de comunicaciones y correspondencias que dan fe y testimonio de cómo se movía y hacia cuales péndulos de la vida social y cultural se inclinaba el folklorista a quien dedicamos este Cuaderno con el fin de divulgar su obra y sus aportes al estudio de la cultura dominicana desde los diferentes ángulos en que el investigador Lizardo, dirigía sus intereses y preocupaciones.

Desde temas históricos, de museos, del folklore y la música dominicana, como también debates y conflictos del ballet con instituciones gubernamentales, pasando por los bailes y terminando con los trabajos del Ballet Folclórico Dominicano, abarca esta entrega que ponemos a su disposición.

Esta constelación temática está presente en este Cuaderno V y es parte del esfuerzo y los trabajos de investigación que sobre el Fondo Fradique Lizardo realiza un equipo de profesionales en el Centro León, con el interés de continuar la divulgación de esta rica información que permita conocer la vida y la obra de este gran folklorista nacional.

El Centro Cultural Eduardo León Jimenes continuará su labor de poner en valor esta importante documentación, y continuar profundizando toda la información contenida en el Fondo, y bajo la metodología ya explicada, divulgar la información en la medida que vayamos trabajando los documentos.

Es natural pensar que este estudio genere inquietudes e ideas de nuevas formas de presentar los aportes de Fradique Lizardo al folklore dominicano en la medida en que algunos de estos documentos catalogados pueden despertar una cadena de seguimiento y generar a veces un expediente en cadena siendo de gran valor esta búsqueda y que obliga a los estudiosos del Fondo a ponderar opciones y otras maneras de dar a conocer estos aportes.

Si bien cada cuaderno trae documentos distintos, a veces se produce una unicidad temática que permite que la entrega sea más compacta en sus contenidos, sin embargo, como muestra este Cuaderno V, también la diversidad de los contenidos posee la virtud de mostrar todos los campos de interés que abarcaba el folklorista, sobre todo, la particular preocupación de dedicarle atención a todo, pues escribir sobre cada uno de estos temas que vemos en este Cuaderno nos permite conocer sus distintas y distantes preocupaciones.

La lectura de estos cuadernos, permiten conocer la amplitud temática y complejidad que envolvía su mente y a las cuales le dedicaba un espacio de su agitado tiempo, para importantizarlo en su agenda cotidiana. De ahí el valor que este Cuaderno V tiene, y esa mirada múltiple que nos arroja sobre el valor del Fondo declarado Lista del Patrimonio de la Memoria Latinoamericano y del Caribe en el 2014 por la UNESCO, y a quien le dio dimensión patrimonial al mismo: Fradique Lizardo.

Carlos Andújar Persinal Asesor Especialista en Cultura Centro León

1477 al llegar Colón a Lisboa el tráfico de esclavos era una empresa floreciente

Desde el golfo de Paría Colón envió cientos de indios para ser vendidos en el mercado de esclavos de Sevilla. Fue pues Colón quien inició el tráfico de esclavos en el Atlántico que se movió primero de oeste a este.

Cuando los europeos apresaban infieles daban un golpe a la infidelidad en general. Y con esa posición fue que los europeos llegaron al África a comerciar con esclavos.

Desde los 1500, los holandeses comenzaron a socavar el comercio de esclavo portugués en Guinea y en 1637 dominaron el tráfico de esclavos cuando ocuparon la fortaleza de Elmina y tomarían cabezas de playa en Brasil, Curazao y San Eustaquio, desde donde metían esclavos de contrabando en las colonias españolas.

El asiento para 1730 era una pérdida para Inglaterra, pero la fuerza de los competidores forzó a España a dejar el monopolio y adoptar una política de libre comercio de esclavos.

Al tiempo de la guerra de sucesión española, los holandeses se habían aliado con los enemigos de los poderosos Ashantis y perdieron hegemonía en el tráfico de esclavos.

Como las tribus que capturaran más esclavos recibían más artículos europeos, y por lo tanto podían sobrevivir mejor, resultó que grupos como los Ashantis y Dahomeyanos subieron al poder como especialistas del arte de esclavizar. Estas tribus al principio tenían un acceso más directo a los europeos, pero sus reyes se extendieron hacia la costa extendiendo su zona de terror, a medida que su poder crecía. El triunfo de los dahomeyanos destruyó el patrón del tráfico de esclavos.

Los deudores y los infractores de las menores ofensas eran vendidos como esclavos y los reyes enviaron tropas de noche a atacar villas distantes, donde los moradores eran maniatados y los niños tirados en sacos. Gomes de Azurara nos cuenta sus impresiones de uno de esos raids y la subsecuente venta de los cautivos. Y fue profundamente impresionado por el espectáculo de seres suicidándose para evitar la captura, la brutal separación de las familias y el azote incesante a mujeres que se aferraban a un esposo o hijos.

Hasta capitanes de barcos no eran inmunes a tales sentimientos. Barbot por el contrario cuenta la felicidad de los negros que fumaban, cantaban y bailaban en cubierta por las noches. Y explicaba que los suicidios se debían a que los negros creían que los blancos se los iban a comer. Y que, como él era un hombre compasivo, le rompía los dientes a los que se negaban a comer y los alimentaba a la fuerza.

Thomas Phillips se descorazonaba por el rehusar a comer y el salto al mar de algunos esclavos, pero confiesa que él era muy humano para cortar piernas y brazos para aterrorizar como algunos hacían, porque él creía que Dios quería a los negros igual que a los cristianos, pero como hombre práctico, él sabía que cuando los esclavos eran alimentados a bordo, había que vigilarlos con las armas en la mano y los gatillos listos.

Para Tomás Mercado, la esclavitud era legal, pues los negros vivían guerreando, el crimen y la autoventa. El consideraba los bárbaros africanos que cometían grandes crímenes y aceptaba sus leyes que los condenaban a la esclavitud perpetua. Pero Mercado dudaba cuando tenía que decidir sobre el derecho de los padres africanos a vender sus hijos.

Como los africanos eran salvajes, sus acciones eran gobernadas por pasión, pero no razón. Y como portugueses y españoles ofrecían tan altos precios, los negros se cazaban uno a otros, secuestrando y atacando villas aun cuando faltara excusa para una guerra. Pero concluían que era imposible embarcarse en el tráfico de esclavos sin incurrir en pecado mortal.

Bartolomé de Albornoz decía que ni en Aristóteles se podía encontrar que los prisioneros de guerra podían esclavizarse ni en la ley de Cristo. ¿Cómo podía uno saber si se había capturado un hombre en forma justa? ¿Y qué de los niños y mujeres a quienes no se podía acusar de agresión?

Y aunque se decía que estaban mejor en manos cristianas que como bestias en África, Albornoz veía esto con mucho escepticismo. No eran los europeos quienes tenían que determinar tal asunto. No se debía perder la libertad para llegar a ser cristiano. ¿Dónde estaba escrito que la libertad del alma debía pagarse con la esclavitud del cuerpo? Y aunque Albornoz no demandaba una emancipación general, hablaba como un abolicionista genuino.

Tomás Sánchez, S. J. sabía que el tráfico era ilegal, pero abrió una puerta de escape al decir que era el comprador original como mercader al fin que tenía que determinar la legitimidad del título. Los compradores subsecuentes podían dormir con su conciencia clara.

Para muchos, el hecho de que el clero de España y Portugal (de las colonias) fuera dueño de miles de esclavos, era una prueba de acuerdo con el Consejo de Indias de la legitimidad del tráfico de esclavos.

Uno de los buques capturados por los británicos en 1842 era un pequeño barco de 18 toneladas, con dotación de seis portugueses, y entre cubiertas en un espacio de 18 pulgadas de alto, habían intentado atorar 250 niños africanos de unos 7 años.

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