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EMOCIONES - PENSAMIENTO - BIENESTAR

Emociones, Pensamiento y Bienestar

Aunque ya se ha tocado el tema de las emociones en artículos anteriores, en esta ocasión se le relaciona con el pensamiento y el bienestar del ser humano.

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Las emociones, esas grandes condicionantes de nuestra conducta, pueden influenciar nuestra vida en multitud de sentidos. Su manifestación puede convertirnos en personas integradas socialmente o excluidas, todo depende de la manera en que las manejemos; al igual que sucede con cualquier aprendizaje, las emociones determinarán nuestra manera de afrontar la vida. Emoción, pensamiento y acción son tres aspectos muy relacionados, presentes en todo aquello que hacemos a diario, ya que afectan positiva o negativamente al bienestar psicosocial de las personas. El conocimiento, la comprensión y el manejo de las emociones puede resultar imprescindible para saber convivir armoniosamente con otros. Es curioso como todas las personas ansiamos el bienestar, sin embargo, en nuestra sociedad las personas, influidas por la publicidad, los medios de comunicación o la opinión de otras personas, han puesto la felicidad en la posesión material y el poder. Se ha podido analizar cómo el mundo de “la civilización y el progreso” en el que vivimos ha hecho a un lado las emociones. Esto es comprensible ya que, si a una persona le interesara y le doliera lo que le pasa a los demás, no podría funcionar correctamente dentro de un sistema basado en la competencia y el egoísmo. Se estimulan los más aberrantes extremos de individualismo, que en realidad no son más que máscaras patéticas de una sociedad moderna a la que le estorban las emociones. El ser humano siempre tiene, en mayor o menor medida, la necesidad de ser aceptado, apreciado, amado; pero en la vida actual, queda poco tiempo para escucharnos unos a otros, para querernos, para consolarnos. El hombre moderno, a pesar de contar con una tecnología avanzada y con adelantos científicos prácticamente en todas las áreas, se siente cada día más

confundido, más inseguro y más

solo. Ya no sabe si está bien o mal, aunque, por lo general, creerá que está bien si su economía es próspera. Para sobrevivir, lo único que puede intentar es tratar de no involucrarse emotivamente; pero el precio a pagar será altamente doloroso. A las emociones no se les puede abolir. Podemos, como mucho, cubrirlas con una manta de indiferencia y no prestarles atención, sin embargo, se quiera o no, seguirán afectando por dentro. Otra forma de apagarlas es modificando nuestra escala de valores, nuestros patrones de pensamiento, de tal manera que, por ejemplo, lleguemos a la convicción de que la competencia es una actitud “sana”. Por mucho tiempo se ha considerado, equivocadamente, que el pensamiento y la emoción podían separarse. Ha sido hasta finales del siglo XX que se ha comenzado a hablar de eso que se llama “la inteligencia emocional” y se ha tomado conciencia de que el estado emocional de una persona determina la forma en que percibe el mundo, ya que un estado emocional altera y determina la forma en que el cerebro procesa la información que obtiene del mundo exterior. Existen varias teorías que muestran la influencia de las emociones en el cuerpo, y todo depende de lo que la persona piensa en el momento de recibir un estímulo para que el resultado emotivo sea distinto. Cada vez que un ser humano se niega a aceptar una emoción, se altera todo

el funcionamiento de su cuerpo. Si bien es verdad que el bienestar es una forma de pensamiento, desde el punto de vista fisiológico, el bienestar también es el resultado de un balance de determinados neurotransmisores en nuestro cerebro. Y los neurotransmisores desempeñan un papel importante en las emociones. Se pueden mencionar algunos efectos de determinados neurotransmisores sobre la conducta: la serotonina produce sensación de bienestar; la oxitocina se relaciona con el afecto y el apego; las endorfinas disminuyen el dolor; la dopamina produce placer; la feniletilamina se conoce como la droga del amor; la risa libera catecolaminas asociadas al placer; y la tristeza y depresión disminuyen la serotonina. Como vemos, nues-

tra conducta, nuestra sensación de bienestar también viene condicionada por la mediación de determinadas sustancias en nuestro cerebro. Estas sustancias pueden ser suministradas por vía externa, como el caso de las drogas y barbitúricos tan habituales en nuestra sociedad, o a través de una vía interna como es el cambio cogni-

tivo producido a través de un desarrollo de nuestra inteligencia emocional.

Se ha aclarado ya que las emociones no son buenas ni malas; cuando se habla de emociones positivas o negativas, se refiere solamente al grado de placer o displacer que provocan, pero todas ellas cumplen una función que siempre puede ser en beneficio de la persona si la sabe gestionar. Conociendo los términos y su significado, se puede decir que las emo-

ciones negativas suelen ser más frecuentes, más intensas y duraderas que

las positivas. Por naturaleza estamos más sensibilizados ante lo negativo que ante lo positivo, y esto se explica en el hecho de que las emociones negativas tienen como función esencial la de aumentar las probabilidades de supervivencia, mientras que las emociones positivas no son indispensables para sobrevivir, van orientadas a la felicidad. Pero conviene tener presente que, aunque suene desagradable, estamos

programados para sobrevivir, no para ser

felices. Es necesario aceptar la realidad; los impactos emocionales negativos que recibimos son superiores en número y en intensidad a los positivos. En cambio, las emociones positivas las tendremos que buscar y construir, y no siempre lo vamos a lograr… aunque el esfuerzo vale la pena. El hecho de que recibamos más impactos negativos que positivos, puede llevar a la errónea conclusión de que pasamos más tiempo experimentando emociones negativas que positivas. Esto no es cierto. Pasamos la

mayor parte del tiempo en estados emocionales neu-

tros, que no somos conscientes de que sean negativos, pero tampoco positivos. El reto está en pasar de estados emocionales neutros a positivos: hacer consciente el bienestar con la participación de la voluntad. Y esto es una forma de regulación emocional / inteligencia emocional / manejo emocional. La gestión de las emociones es fruto del pensamiento; es un proceso activo, personal, concreto de cada momento de la vida. Una emoción es un estímulo que nos impulsa a la acción. Si la emoción no es adecuadamente manejada, la acción será solamente un impulso – de ahí cuando algunas personas nos dicen que son impulsivas – y no una reacción elaborada a través del pensamiento. Vemos, entonces, cómo tanto el manejo emocional como el bienestar son producidos mediante el pensamiento. El bienestar subjetivo supone una evaluación global, hecha por uno mismo y sobre uno mismo, dentro de un periodo amplio de tiempo, acerca de la satisfacción con la vida. Por tanto, cuando nos referimos a bienestar hablamos de calidad de vida. La World Health Organization Quality of Life la define como “aquella percepción de la posición en la vida en el contexto de la cultura y del sistema de valores en el que nos desenvolvemos y en relación con nuestras metas, expectativas y valores, y que incorpora la salud física, el estado psicológico, el nivel de independencia, las relaciones sociales, las creencias personales y su relación”. En otras palabras, podríamos decir que el bienestar es el resultado de una descarga afectiva satisfactoria, de desarrollar actividades lúdico-sociales, de alcanzar una buena adaptación cultural, etc. pero, sobre todo, de haber desarrollado un adecuado nivel de autonomía y de autoestima. Y esa sensación es una decisión de pensamiento positivo y de voluntad. Por lo tanto, para un buen nivel de bienestar, será

necesario un buen manejo emocional y un buen manejo

de pensamiento. Se tendrá que llegar a la integración, ya que el objetivo es integrar la realidad emocional en el desarrollo madurativo global personal, para poder crecer y realizar actos desde la libertad y responsabilidad. La integración busca que la realidad emocional acontezca en la persona de tal forma que pueda desarrollar su vida de forma auténtica y realista, actuando sobre todas las dimensiones: física, emocional, intelectual, social, espiritual. Parecería fácil de lograr ese estado de bienestar, sin embargo, como se ha mencionado, estamos inmersos en un sistema cuyas metas son muy distintas y, desgraciadamente, la mayoría sigue esa inercia. El ser humano ha perdido el sentido de la vida y se encuentra más solo y perdido que nunca. Tal vez sería necesario promover una educación emocional desde la infancia. Se sabe que en algunos países desarrollados se está trabajando más el mundo emocional desde los primeros años de escuela; quizá, siendo optimistas, llegará a ser una asignatura más como matemáticas, ciencias, etc. La educación emocional puede hacer que los niños mejoren sus habilidades para relacionarse, resolver conflictos y enfrentarse a emociones intensas, consiguiendo también que disminuyan los niveles de violencia e incluso que aumente el rendimiento académico. Trabajar el aspecto emocional, desde temprana edad, puede llegar a ser un factor de protección ante la depresión, suicidio, consumo de drogas o embarazos no deseados, entre muchas otras cosas.

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