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Sordos y oyentes, judíos y no-judíos. Una mirada sociológica Cuarto Congreso de la Organización Mundial de Sordos Judíos
Sordos y oyentes, judíos y no-judíos. Una mirada sociológica45
Frecuentemente, en una mesa de café o en otra parte he discutido frente a frente con Annette Leven de sordera y de judaísmo. La condición de sordo y la condición de judío tienen más de un punto en común. La condición de unos, para ser mejor comprendida, o tal vez mejor vivida, o vivida de manera más intensa, no puede más que ganar, me parece, si la confrontamos a la condición y a la experiencia de los otros.
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Sin embargo, Annette Leven no cesaba de repetirme, quejándose, que la manera de vivir de los Sordos no era siempre comprendida ni apreciada por los Judíos. Les reprochaban de formar un bando aparte. Por otro lado, sabemos que ser sordo no impide a un no-judío de ser antisemita. Yo conozco más de un sordo a quien le repugna en el más alto grado la idea de que, por el solo hecho de ser sordo, pueda tener algo en común con un judío. ¡Y sin embargo!
La historiadora Aude de Saint-Loup atrajo recientemente nuestra atención sobre el siguiente hecho, remarcable y cargado de sentido: en la iconografía de la Edad Media, para representar a un sordo se representaba a un judío, e inversamente. Esta comparación no aventajaba a unos ni a otros. Se confundía en una misma imagen a aquellos que, voluntariamente o no, no oían la palabra de Dios, del Dios cristiano naturalmente. Son por excelencia, los que están fuera de la sociedad, los excluidos de la –verdadera– vida que pasa necesariamente por la palabra de Dios.
Medio en broma, medio en serio, le decía a Annette Leven que allí había, en todo caso, un gran tema para un sociólogo y que yo tendría muchas cosas que decir al respecto.
45 Traducción francesa de “Gehörlose und Hörende, Juden und Nichtjuden, eine soziologische Betratchung”, Hamburg, Das Zeichen, 23, 1993, pp. 47-50. Intervención en el 4° Congreso Mundial de Sordos Judíos, Paris, 12-17 de julio de 1992.
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
Annette Leven tomó mi palabra al pie de la letra. Algunos meses atrás me pidió que interviniera en este congreso. Al principio emprendí la fuga, quise negarme. No soy sordo. No soy judío. Entre ustedes ¿no habrá muchos que verán, a priori, como algo sospechoso la presencia en esta tribuna de alguien que no es parte de los suyos? ¿A título de qué y con qué provecho me otorgaría el derecho de hablar de algo que no he experimentado, a aquellos que lo viven del interior?
Ella me respondió que no era necesario que fuera sordo ni que fuera judío. Me pedía que hablara en calidad de sociólogo. Lejos de convencerme o de tranquilizarme, eso no hizo en aquel momento más que aumentar mi confusión. Pensé automáticamente en esa generación de psicólogos que nos precedieron. A los inventores de la tristemente célebre “psicología del sordo”. Estos, armados de instrumentos de medida, de baterías de test comparativos, sin preguntarles a los Sordos lo que pensaban, incapaces de comunicarse con ellos y trabajando a sus espaldas, pretendían decir en nombre de la ciencia, qué eran los sordos, quiénes eran. También, claro está, lo que debían ser, y cómo sacar el mejor partido de la “cuestión sorda”.
Pero Annette Leven insistió. Insistió con tal determinación y gentileza que, muy honrado y conmovido, no pude más que aceptar. Acepté de todos modos con una condición. A condición de intervenir junto a otro oyente, judío e implicado en el mundo de los Sordos. Deseaba que ese judío fuera el sociolingüista Harry Markowicz, que actualmente enseña inglés en la Universidad de Gallaudet. El aceptó. Yo imaginaba nuestra intervención como un diálogo entre nosotros frente a testigos. La continuación de un diálogo que no hemos dejado de tener casi nunca desde hace más de quince años. Desgraciadamente, no pudo venir. A partir de recuerdos y de notas que me envió, he podido reintroducir su voz en esta presentación.
Cuando conocí a Harry Markowicz, no sabía gran cosa sobre la lengua de señas. Como la mayoría de la gente en esa época, e incluso algunos Sordos, creía que se trataba de una especie de código gestual de la lengua hablada, de una transcripción más o menos acertada del francés. El retorno de la lengua de señas a las aulas me parecía entonces un problema bastante simple. Esencialmente técnico. Una vez que la lengua de señas hubiera sido desempolvada y un poco renovada –ya que hacía tanto tiempo que no había servido para este uso–, bastaría con que los profesores retomaran la mano, más allá de que fueran sordos u oyentes.
Harry Markowicz me explicó que se trataba de una verdadera lengua. Que no era de ninguna manera un doble de las lenguas habladas. Que estaba bien como estaba y que no había que tocarla. Que sobre todo, nosotros oyentes, no teníamos que meter las manos en eso. Y añadió, lapidario: “La lengua de señas es como el yiddish. El yiddish no está hecho para los no judíos”. Quienes hablan yiddish, desconfiarían inmediatamente de cualquiera que hable yiddish sin ser judío, sin pertenecer a su comunidad. Por otro lado, si los oyentes son incapaces de señar como los Sordos, no es, como piensan y dicen frecuentemente los Sordos, porque son naturalmente incapaces de hacerlo. Sino simplemente, porque los Sordos se cuidan de hacer señas con los oyentes de la misma manera que las hacen entre ellos. Se trata de lenguas reservadas. Para emplear entre sí. De uso interno.
Las modalidades del retorno de la LSF a las aulas, me parecieron entonces un enigma, un verdadero rompecabezas. Decidí asistir al 7º Congreso mundial de Sordos que se realizaría en Washington (1975) y aprovechar para visitar el Laboratorio de lingüística de Gallaudet. Para ver. Para tratar de comprender. Fue un descubrimiento a cada instante. Un deslumbramiento. Harry me servía de guía y se refería de vez en cuando a la realidad judía. Así, cuando yo me sorprendía de la severidad que mostraba hacia ciertos sordos oralistas, me explicaba que eran como los judíos que quieren olvidar que lo son. Es algo con lo que se toparán en algún momento. Los otros se encargarán de recordárselo. Es por eso, que es algo que no se debe olvidar.
Podría multiplicar los ejemplos. A veces, tales observaciones me daban en el instante, elementos para comprender mejor. Sin embargo, a menudo iban contra mi sensibilidad, contra mi manera habitual de pensar. Estaba claro que Harry percibía la realidad sorda a la luz de su experiencia como judío. Con el tiempo, me di cuenta que su manera de pensar se estaba volviendo también la mía. A veces me pregunto cuál sería ahora mi visión del mundo de los Sordos si no hubiera tenido la suerte de tener esta mediación judía.
A fines de los años 70, Harry Markowicz y yo presentamos en el Centro cultural americano de París un video que mostraba a los actores del Teatro nacional de Sordos americanos (NTD) celebrando la Pascua judía (Pesaj). En este video estaba Bernard Bragg, que ya era conocido por muchos Sordos franceses. Nunca ningún ritual, ni ceremonia, ni liturgia, me pareció estar tan conectado con lo que entonces estaba viviendo la comunidad sorda. Ella comenzaba a liberarse de sus cadenas. Hacía su salida de Egipto.
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
Tal como Annette Leven me ha pedido, hablo aquí naturalmente como sociólogo. Por otro lado, es algo que se ha vuelto en mí como una segunda naturaleza. No puedo evitar serlo. Pero hablo también hoy como invitado. Es decir, como extranjero. Y quisiera precisar, justamente como sociólogo, qué quiere decir aquí “como extranjero”. En otros términos, quisiera explicar por qué, viniendo de ustedes, otorgo tal valor al estatus de excepción que me conceden durante el congreso.
Una de las grandes diferencias entre ustedes Sordos y nosotros oyentes, y entre ustedes judíos y nosotros que no lo somos, es que ustedes no se libran a ninguna forma de proselitismo con respecto a nosotros. Ustedes no tratan de convertirnos. No intentan hacer que nos volvamos Judíos. No intentan hacer que nos volvamos Sordos.
Entre ustedes en cambio, esto puede ser totalmente diferente. Eso dependerá de los momentos de su historia. Los judíos practicantes se dirigen a quienes no lo son para que vuelvan a las prácticas tradicionales. Los judíos ortodoxos Lubavitch reclutan activamente entre los judíos asimilados. A los sordos oralistas se los invita actualmente a aprender la lengua de señas y a formar parte de la comunidad de los suyos. A conformarse con su “verdadera naturaleza”. Pero ustedes no buscan convertirnos a nosotros. Creo saber aún –me dirijo a los rabinos presentes–, que cuando un cristiano, un no-judío, desea convertirse, ustedes no lo acogen calurosamente. No aplauden su decisión. Les parece más bien, en un principio, algo sospechoso. No le facilitan el trabajo. Le hacen pagar caro el precio para volverse uno de ustedes. Es algo poco frecuente pero posible. Y una vez que se ha hecho, no se vuelve a hablar de ello. El nuevo judío se ha convertido verdaderamente en uno. Es enteramente judío.
Ustedes los Sordos, buscan seguramente hoy en día, convencer a los oyentes de su entorno de que aprendan su lengua. Pero considerarían loco al oyente que, por el solo hecho de hablar su lengua, se creyera uno de ustedes, un Sordo en el sentido sociológico y cultural del término. Sin embargo, la tentación es grande para algunos. Pero en estos casos, ustedes pondrán rápidamente las cosas en orden. Ustedes saben que es algo imposible.
Hace algunos años, en una asamblea pública, un oyente se presentaba de cierta manera como modelo, y se vanagloriaba de sentirse tan a gusto entre los Sordos como entre los oyentes. Decía sentirse en su mundo, en compañía de unos o de otros. Por extrañas razones, había vivido desde la edad de dos años en un internado para sordos. Señaba como un Sordo. Su esposa era sorda. Y ocupaba
importantes funciones en las asociaciones típicamente sordas. Ni bien terminó de hablar, un Sordo se levantó para interpelarlo de manera bastante agresiva: “¿y tu mujer por qué no está aquí? –se trataba de una asamblea esencialmente oyente. La gran diferencia entre tú y nosotros, es que tú puedes estar a gusto tanto entre los Sordos como entre los oyentes. Nosotros no estaremos jamás a gusto con los oyentes”.
No podemos tener todo. No podemos ser todo. Quienes forman parte de la mayoría, aunque puedan soñar, no podrían seguir siendo parte de la mayoría y tener también la experiencia de la minoría. Les faltará siempre lo que ésta tiene de más específico. Esto no quiere decir que tales personas, preciosas, no tengan ningún rol que jugar. Tienen un lugar en los márgenes o en el seno mismo de la comunidad de Sordos, a condición de ser modestos, de no comportarse como conquistadores o como líderes. A condición de guardar su lugar. Como amigos. Estoy tentado de decir, como extranjeros.
Para nosotros que formamos parte de la mayoría, es exactamente lo contrario. Tenemos una seria propensión a pensar que el mejor regalo que podemos hacerles es transformarlos en seres semejantes a nosotros. Esto nos parece tan bueno, que estamos listos incluso a imponérselos si se muestran reticentes, o si no ponen suficiente voluntad para lograrlo. Nos acercamos así al punto en que los extremos se tocan: asimilación completa y/o liquidación. No quiere decir que los amemos, es que ustedes estorban. Están de más. Es necesario que de una forma u otra, desaparezcan de nuestra vista. Es necesario que ustedes desaparezcan de la escena, y con ustedes su esencia más singular.
El oralismo no consiste únicamente en hacer de ustedes, los Sordos, sordos que hablen con la voz. Si fuera sólo esto ¿sería necesario hacer tanta historia? El oralismo consiste también en hacer que ustedes se sientan orgullosos de no utilizar las señas y de no frecuentar más que oyentes. Se trata de lograr que ustedes renuncien a hacer grupo aparte, como se dice. Como Brassens dice en su canción: “Las buenas personas no quieren que se tome un camino distinto al suyo”. Pero la manera más radical de resolver “la cuestión sorda”, sigue siendo, y hay quienes se aplican en ello, hacer que no haya más sordos: prohibición de casamientos entre sordos, esterilización masiva de sordos durante el nazismo, implantes cocleares. ¿Es necesario que recordemos para ustedes judíos, las conversiones forzadas, la inquisición, los pogromos y la Shoah?
Pueblo sordo, ustedes están en todas partes del mundo. No conocen nuestras fronteras. Por eso las reuniones internacionales de Sordos parecen siempre
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
calurosos reencuentros. Pueblo judío, ustedes tampoco conocen nuestras fronteras. También están en todas partes del mundo. Pero eso quiere decir, tanto para unos como para otros, que ustedes viven en todos lados como extranjeros. Como exiliados, como dice Annette Leven. Ese es vuestro destino.
Ustedes, Sordos judíos, acumulan, añaden algo más a ese destino. Si viven en Israel, son extranjeros porque son sordos. Si son judíos de la diáspora, entonces son dos veces extranjeros, por ser judíos, y por ser sordos. Y muchos –como dijo Annette– son, igual que ella, triplemente exiliados. Muchos de entre ustedes, tal como lo he comprobado, no viven en la tierra que los vio nacer.
De aquí viene el lugar que ustedes saben otorgar a los extranjeros. Un lugar diferente del que nosotros solemos darles. En la Biblia se habla mucho de extranjeros. Me parece que entre ustedes, judíos, existe un lugar para los extranjeros en tanto que tales.
Algunos de ustedes conocen mi interés por los Banquetes de Sordos. Una de las razones de este interés, reside en que desde el primer Banquete, hace ya un siglo y medio (1834), ustedes habían reservado algunos lugares para los extranjeros: los oyentes. Amigos de los Sordos o personas que terminarían siéndolo. Les reservaban los puestos de honor. ¡Felices aquellos que fueron escogidos para ocuparlos!
Ustedes Sordos, y ustedes Judíos, - La parte de ustedes mismos que reservan para ustedes o para los suyos, o para unos pocos elegidos entre quienes no forman parte de su pueblo, - Las barreras, a veces altas, que ustedes erigen entre ustedes y los otros, para proteger su intimidad, su identidad, o para protegerse en general contra los peligros de toda clase que los amenazan, - Lo “relativo a ustedes mismos”, retomando el bello título del trigésimo coloquio de intelectuales judíos de lengua francesa (1989).
Todo esto constituye para nosotros que no somos sordos y que no somos judíos, una gran lección. Es también una garantía preciosa. Es la certidumbre de que, mientras se atengan a ello, siempre habrá en alguna parte para los otros, un exterior, un resto, una otredad, algo desconocido. Es la seguridad de saber que nadie puede, intelectualmente o de cualquier otra forma, apoderarse del mundo, controlarlo completamente, dominarlo.
Para terminar diré algunas palabras acerca del yiddish y de la Lengua de señas. Es el complemento indispensable de lo que dije para comenzar. Lo que diré es una sugerencia de Harry Markowicz y se deriva de algunas ideas que me ha transmitido.
Resulta curioso retomar los juicios, emitidos durante siglos, sobre el yiddish: no es una verdadera lengua, sino una jerga híbrida, un galimatías… Estos mismos juicios despectivos no provenían solamente de personas extranjeras a la comunidad judía o a la comunidad sorda. Venían también de personas sordas o de judíos, de hablantes del yiddish y de la lengua de señas.
Estos juicios peyorativos se dan en un contexto en el que, una y otra de esas lenguas, constituyen casi exclusivamente la lengua de todos los días, la lengua utilizada para hablar entre sí de cosas ordinarias. El hebreo y la lengua escrita o hablada del país en cuestión –alemán, polaco, ruso…–, son empleados para usos elevados o eruditos. De la misma manera en que actualmente aquellos que componen lo que llamamos la elite de los Sordos, recurren al francés –eventualmente al francés señado– o a la lengua del país, para tratar temas serios.
Pero desde hace unos quince años, asistimos en todas partes del mundo a un desarrollo espectacular de la lengua de señas. No creo que exista, ni que haya existido jamás una lengua que haya conocido, en un tiempo tan corto, una progresión tan grande. De lengua reservada, de lengua que se esconde, de lengua vergonzante si podemos decir, la lengua de señas se ha vuelto una lengua que se muestra, una lengua que se ostenta, que se da. En algunos lugares incluso, tiende a volverse una lengua que se impone. Pienso en el campus de la Universidad de Gallaudet desde hace algunos años.
Esta expansión no implica solamente el aumento del número de hablantes. Significa –como ocurrió con el yiddish–, que se la utiliza para tratar temas elevados, eruditos, nobles. Actualmente en los Estados Unidos, sobre todo después del movimiento “Deaf President Now”, así como en Francia y en otros países del mundo, esto plantea un problema urgente y muy concreto. Hace salir a la luz un conflicto latente entre las antiguas y las nuevas elites.
Los sordos –y los oyentes–, que no conocen absolutamente nada acerca de la historia judía, se sorprenderán al descubrir hasta qué punto, lo que pasó con el yiddish en la conferencia de Tchernovitz (1908)46 esclarece singularmente lo que está ocurriendo hoy en el mundo, con la lengua de señas.
Gracias por haberme recibido aquí. Gracias por su atención.
46 N. del T. : el autor hace referencia a la conferencia que tenía como objetivo designar la lengua nacional del pueblo judío. Se convirtió en cambio, en la escena de una apasionada confrontación entre los defensores del yiddish y los defensores del hebreo. La declaración final considerará el yiddish como una de las lenguas nacionales, aunque no la única, del pueblo judío.