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La vida es un vasto teatro. Al margen del Grito de la gaviota
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
La vida es un vasto teatro Al margen del Grito de la gaviota54
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Acabo de leer El grito de la Gaviota55 . Gracias Emmanuelle Laborit por haber escrito este libro. Es un regalo para todos, es un himno a la vida.
Muchos ya lo han leído, y esto es sólo el principio. No sólo lo han leído, sino que hablan de él. Del mismo modo que un magnífico test proyectivo, el libro es recibido de manera muy diferente por cada uno. Esto nos permite ver lo que la gente tiene en la cabeza. Sueño con un inmenso debate en el que se confrontarían esos puntos de vista. Un debate que haría circular las ideas.
Los que esperan cosas pintorescas o exóticas acerca de la vida de los Sordos se desilusionarán. Mejor así. Emmanuelle Laborit reserva algunas sorpresas a aquellos muchos que la confunden con Sarah56. Algunos dirán o dicen ya que ella es muy militante. Quieren decir “demasiado”. Otros dirán que no lo es suficientemente, que habla demasiado de ella y no de los Sordos…
A estos últimos, estoy tentado de responderles, defendiéndola, que tal como se le pidió, el tema del libro es precisamente ella. Ella, que por cierto es sorda. Pero que también es actriz. Mujer. Y muchas otras cosas más. Pero que antes que nada, es ella, Emmanuelle. Ahora bien, pienso que es precisamente porque se trata de ella, de su vida, y porque el libro está escrito en primera persona, que tiene un impacto que no puede tener ninguna otra clase de escrito.
De las tantísimas ideas que me inspira este libro, retendré sólo una.
Leyendo el capítulo en el que habla de su experiencia teatral, me di cuenta de que en toda mi vida no había reflexionado más que algunos minutos acerca de la profesión de actor. En dos páginas a penas, ella pone al lector al corriente. Definitivamente se trata de algo mucho más serio de lo que imaginaba.
54 In Handicaps et Inadaptations, Les Cahiers du CTNERHI, nº 64, 1994, pp. 90-93. 55 Emmanuelle Laborit, Le cri de la mouette, París, Robert Laffont, 1994. 56 Rol interpretado por Emmanuelle Laborit en la obra Les enfants du silence, que le valió la atribución del premio Molière.
En primer lugar, estoy sorprendido de que ella no haya comprendido por sí misma por qué Sarah es “tan violenta, tan oprimida”, y por qué ella quiere –como lo señala Emmanuelle– “encerrarse en su silencio”. Me sorprende que haya tenido que hacer muchas preguntas sobre esto para comprender. Por otro lado, nunca me había dado cuenta de que podían existir bloqueos que hacen que resulte hasta tal punto, tan difícil actuar ciertas escenas, decir ciertos pasajes. Encuentro particularmente impresionante el ejemplo que ella da. El de la escena en que Sarah dice que su padre la abandonó cuando tenía cinco años. Emmanuelle atribuye su inmensa dificultad al hecho de que ella misma no fue abandonada por su padre. Pero finalmente, esto es casi lo único que debe inventar. Ella lo dice muy bien: “Sarah no soy yo, ella es mi trabajo de actriz. Ella no soy yo, porque ella rechaza el otro mundo. Ella no soy yo, porque ella es desdichada. No soy yo, porque se rehúsa a hablar. No soy yo, porque lleva en ella el sufrimiento de la exclusión, de la humillación y del abandono”.
Así, ese rol que Emmanuelle Laborit parece haber investido tan naturalmente, como si se tratara de ella, implica un enorme trabajo. Trabajo contra natura, como lo es siempre en alguna medida todo trabajo.
Creo comprender su sorpresa y todo lo que debió pasar por su cabeza cuando, al día siguiente de ganar el Molière, en lugar de leer en la prensa “Emmanuelle Laborit recibe el Molière”, leyó “La sordo-muda recibe el Molière”. Ella dice que el término sordo-muda siempre la sorprendió. Está claro que es un término que no le corresponde. Ella habla, todos sus familiares lo saben. A mí me pareció divertido que sea justamente para referirse a ella, que esta expresión pasada de moda y en vías de desaparición, haya vuelto salir a la luz.
Pero pensándolo bien, aquellos que hablan de sordos mudos no deben ser catalogados únicamente de imbéciles, ignorantes o quedados en el tiempo, como ocurre a menudo. Aún menos deben ser considerados como culpables que deberían ser juzgados frente a un tribunal, tal como preconiza la ortofonista implacable que le escribe. Finalmente, no hacen más que decir lo que constatan. En lugar de indicarles lo que deben decir, convendría estimar a las pocas personas valientes y preciosas que inocentemente dicen lo que ven. Ellas nos obligan a reflexionar. Nos enseñan a ver.
Me explico.
El personaje de Sarah de “Los hijos del silencio”, ¿era una sordo muda? ¿Podemos llamarla sordo muda? Quisiera conocer la respuesta de la ortofonista que prodiga sus consejos a Emmanuelle. Pongo la mano en el fuego a que diría
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
que no. De hecho, lo que nos dicen es que Sarah no quiere hablar. Éste es el tema de la obra. Quiere decir que puede hacerlo si quiere. Por lo tanto, no debería considerársela como sordo muda. Ella sería simplemente sorda, una sorda que por el momento no habla. Para una ortofonista, no existen los sordo mudos. Existen sordos que no han sido reeducados, o que no quieren servirse de los beneficios de la reeducación.
Pero podemos decir exactamente lo contrario. Mientras esperamos que Sarah haga ese esfuerzo, que tome esa decisión, en resumen, que hable, ella se comporta como una sordo muda. Es deliberadamente muda. Continuamente. ¿Por qué nos molestaríamos con aquellos que la califican de lo que ella misma pone tanto empeño en ser, es decir, muda?
Cuando Emmanuelle Laborit interpreta el rol de Sarah, ¿los espectadores piensan que es muda? Tal vez algunos se lo pregunten, pero sin detenerse demasiado en ello, puesto que saben que los actores hacen “como si”, interpretan un rol. Aparentan. No es de verdad. Por otro lado, hasta hace poco ¿los roles de mudos no eran acaso interpretados por hablantes, por oyentes?
Es diferente cuando ella pasa a la televisión. En estos casos con un intérprete, Emmanuelle no explica cada vez que sabe hablar muy bien y las razones por las que no lo hace. Tal insistencia, al límite del buen gusto, acabaría por volverse sospechosa. Sería acordarle al tema una importancia desmesurada. En el tiempo siempre demasiado corto que se le concede, tiene otras cosas más interesantes que decir. Por eso pienso que un gran número de telespectadores están convencidos de que ella es realmente muda. Es decir, que no tiene voz o que no sabe utilizarla, que viene a ser lo mismo. Puesto que eso es lo que quiere decir en primer término, ser mudo. Conviene, sin embargo, agregar un detalle capital. Ella tiene tal presencia, responde por medio de la voz del intérprete con tal vivacidad a las preguntas que se le plantean, que su silencio no despierta en ningún momento en los telespectadores, ese malestar, ese sentimiento de incomodidad y de inquietante extrañeza que provoca tan corrientemente en los oyentes, la voz o la ausencia de voz de los sordos.
Sobre el escenario, en el teatro, está claro que el actor interpreta un rol, que se trata de una apariencia. Es ficción. En cualquier otra parte, en la vida cotidiana, siempre somos un poco lo que aparentamos ser. En todo caso, para aquellos frente a quienes aparentamos. No es sorprendente pues, que en la tienda donde la joven Emmanuelle y su compañera intentaron robar unos jeans, las guardias hayan creído, al final de la historia, que se trataba de dos jóvenes sordo
mudas. Es seguramente lo que debieron contar a sus familias esa noche en sus casas. Emmanuelle y su amiga habían hecho todo lo posible por hacérselos creer. También es el caso del lamentable individuo del ascensor del metro. Pero él, al contrario, se hubiera cuidado muy bien de contarle a quien sea su miserable aventura. Emmanuelle Laborit –como todo sordo– encontrará fácilmente en su vida cotidiana, mil ejemplos en los que fingió ser muda. Y por motivos muy distintos que una ruptura.
Sin embargo, la distancia entre fingir ser mudo, hacer la mímica, y serlo verdaderamente, disminuye cada vez más a medida que nos acercamos a las personas que saben que su voz es difícilmente audible, o que no conocen suficientemente el francés y se abstienen entonces de hablarlo. Estas personas no tienen otra opción que aparentar lo que son, es decir, sordo mudas.
Ahora bien, esos sordos, que yo sepa, no siempre se han avergonzado de llamarse sordo mudos. Por otro lado, ¿no es así que continúan designándose en su lengua, que es también la lengua de Emmanuelle Laborit? Los hablantes naturales de todas las lenguas de señas del mundo dicen, en efecto, para designarse ellos mismos por seña, “sordo mudo” –el índice va de la oreja a la boca– y no “sordo”. Y para designar a los otros, es decir a los oyentes, no hacen la seña de “oyente” sino de “hablante”. Es todavía más nítido en la lengua de señas americana que en la LSF (Lengua de Señas Francesa), en la que la seña de “oyente” no cesa, desde hace quince años, de acercarse a la oreja. La lengua de señas continúa hoy haciendo lo que se hacía al principio del siglo diecinueve en francés: cuando se hablaba de los sordos de nacimiento, se decía “sordomudos”, por oposición a los hablantes, y no sordos, por oposición a los oyentes.
El abandono de la palabra sordomudo es el resultado de una ofensiva lanzada por los profesores oralistas el día siguiente del Congreso de Milán57. Ese término, ¿no designa justamente a aquel que intentan hacer desaparecer58? Es verdad que el rechazo de ese término no hubiera sido posible sin la complicidad de las
57 La historia de la educación de los Sordos en el siglo XIX ha estado dominada por lo que se llamó la querella de los métodos. Siguiendo la ruta trazada por el Abad de l’Épée, ¿hay que recurrir a su lengua, a las señas, para instruirlos? O, al contrario, ¿hay que prohibir las señas y recurrir únicamente a la palabra, y hacer al mismo tiempo del aprendizaje de ésta el primer objetivo de su educación? El tristemente célebre Congreso de Milán (1880), decidió en forma tajante a favor del oralismo. 58 Cf. B. Mottez, “Les sourds existent-ils ?, in La parole des Sourds, Psychanalystes, 46-47, primavera-verano 1993, pp. 49-58.
Capítulo 1. ¿Qué es ser sordo?
asociaciones de Sordos. No pienso en las asociaciones, de invención reciente, que agrupan a los sordos postlocutivos y a los hipoacúsicos, que no conocen las señas. Pienso en aquellas que reúnen a los sordos de nacimiento o a quienes se quedaron sordos a temprana edad, que son quienes –en general– han crecido en los internados especializados y hablan en lengua de señas. Entre ellos está la proporción, siempre creciente, de Sordos capaces de hablar –aunque hagan un uso de la palabra diferente que los oyentes. Son ellos quienes preconizaron el abandono de la palabra mudo. Sordos hablantes, cierto, pero estrechamente solidarios con aquellos que no hablan, y a menudo los más fervientes defensores de la lengua de señas.
La indignación de la ortofonista, a la que la palabra “sordomudo” produce urticaria, nos da la exacta medida de su inmenso desprecio por los sordos que no hablan. Es más, ella quiere que Emmanuelle Laborit esté de su lado. Quiere que se desolidarice con esos sordos. Quiere que se presente en público hablando, para demostrar que no tiene que ver con ellos, que no forma parte de los suyos. Cuando le da ese consejo, piensa que lo hace en favor de una gran causa. Seguramente se cree muy buena y generosa con ella y con todos los sordos. Quiere su bien y se consagra a eso. ¿Fue siguiendo el consejo de una ortofonista, fue porque no lo pensó bien, o simplemente porque tuvo ganas –después de todo está en su derecho– que Marlee Matlin59 habló un día en televisión con su voz, sin intérprete? Fue a partir de ese momento, y de un día para otro, que todo el prestigio del que gozaba entre los Sordos norteamericanos, se derrumbó. No sé si es verdad, pero es lo que me han contado. En todo caso parece posible. Supongamos que lo sea. Oigo ya desde aquí los comentarios indignados de muchos oyentes, felices de encontrar una nueva ocasión de denunciar la intolerancia de los Sordos. Este comportamiento de los Sordos, que hubieran querido que ella siguiera siendo lo que ellos creían que era, puede explicarse de muchas maneras. Suponiendo que pueda verse ahí una muestra de intolerancia, ésta no sería peor que la de nuestra ortofonista integrista, que además nunca es percibida como tal.
59 La actriz sorda americana que hace el papel de Sarah en el film Les enfants du silence, basado en la obra del mismo nombre.