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Experiencia y uso del cuerpo de los sordos y de aquellos que los frecuentan

Experiencia y uso del cuerpo de los sordos y de aquellos que los frecuentan12

Cuando Patrick Sansoy me pidió que viniera a hablar de sordera, acepté de buena gana por una razón bien precisa. En todo lo concerniente al cuerpo, ustedes tienen una experiencia y una ciencia de las que yo carezco y de las que me gustaría poder disfrutar. Elegí entonces voluntariamente situarme en el terreno del cuerpo. En este ámbito es más grande mi curiosidad que mis esclarecimientos, y espero contar con los vuestros.

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A cambio de lo que ustedes me aportarán al término de esta presentación, puramente introductoria y muy personal, espero poder comunicarles algo de la pasión que me anima infaltablemente cuando se trata de sordera. A quienes todavía no se han aventurado “en el mundo de los sordos”, espero darles ganas de ir a ver. Disimulados durante mucho tiempo frente a la mirada despreciativa y mortífera de los especialistas oyentes13, existen aún tesoros acumulados de saber y

12 In Jean-Marc Alby, Patrick Sansoy (bajo la dirección de), Handicap vécu, évalué, Grenoble, La pensée sauvage, 1987, pp. 107-116. 13 Un congreso de institutores de sordomudos, reunido en Milán en 1880, puso término por largo tiempo a un siglo de contiendas con respecto a la educación de los sordos -¿se debe o no se debe recurrir a la lengua de señas para educar a los niños sordos?- Este congreso proclamó la superioridad del método oral puro. De este modo, los profesores sordos fueron echados despiadadamente de las escuelas especializadas, por temor a que su lengua -considerada como primitiva y destinada a una pronta extinción-, fuera una perturbación para los alumnos sordos. “El congreso de Milán” y “1880”, reaparecen desde hace 100 años como un leitmotiv en los congresos de sordos del mundo entero. Congresos que se llevan a cabo, obviamente, en lengua de señas. De todas maneras, los especialistas oyentes consideran sistemáticamente que los sordos no son competentes para juzgar de qué forma deben ser educados. Desde hace unos quince años en Estados Unidos, y un poco menos en Europa, un poderoso movimiento de reivindicación de los sordos en favor de su lengua tiende a modificar las cosas. Ver B. Mottez: A propos d’une langue stigmatisée, la langue des signes, ronéo, C.E.M.S., 1976, 90 p., (agotado). B. Mottez y H. Markowicz: Intégration ou droit à la différence, les conséquences d’un choix politique sur la structuration et le mode d’existence d’un groupe minoritaire, les Sourds, C.E.M.S., 1979, 165

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

de savoir-faire, que no hemos descubierto por completo.

Una experiencia compartida

Partiré de una evidencia: no se es sordo cuando se está solo. Es necesario ser al menos dos para poder hablar de sordera. La sordera es una relación. Es una experiencia necesariamente compartida.

Esta proposición es válida, sin dudas, para un gran número de discapacidades, tal vez para todas. Y ella explica por qué las relaciones con los discapacitados son a menudo tan desagradables, tan difíciles, a veces incluso al límite de lo soportable. En las interacciones que tenemos con ellos debemos asumir nuestra parte. Pero esto es válido de manera muy desigual según el tipo de discapacidad.

Que nosotros podamos tener una experiencia de la sordera, no significa por supuesto, que ella sea simétrica de la que tienen los sordos. David Wright, que se quedó sordo cuando era un niño, comienza sus memorias14 diciendo que de la sordera sólo conoce la mitad del diálogo. Para conocer la otra –dice– pregúntenle a mi esposa o a otros oyentes que, por elección o por necesidad, estén en contacto con sordos. El sugiere y desarrolla la idea de que al sordo le toca la mejor parte de esta relación. En este terreno estoy dispuesto a seguirlo muy lejos.

Una experiencia compartida de forma desigual

La experiencia que nosotros los oyentes podemos tener de la sordera, varía en primer lugar en función del lugar que ocupamos en relación al (a los) sordo(s) en una interacción.

A lo largo del día, no hacemos otra cosa que aparecer en una sucesión de escenas, en las que desempeñamos roles diferentes, minuciosamente determinados. En cada una de estas escenas, todos los actores pueden representar más o menos el mismo rol. Pero en general se representan roles diversos; esto es evidente cuando se trata de interacciones que implican roles complementarios, como por ejemplo entre vendedor y cliente. A menudo, independientemente de esta complementariedad funcional, o ligada a ella, existe una jerarquía que hace que algunos ocupen con respecto a otros, al menos durante el tiempo que dura la interacción, posiciones dominantes: inspector-pasajero, amo-domésticos, patrón-

p. ; Christian Cuxac : Le langage des Sourds, Payot, 1983, 202 p. ; Harlan Lane : When the mind hears, a history of the deaf, Randon House, N.Y., 1984, 538 p. 14 David Wright, Deafness, Stein and Day, N.Y., 1969, 213 p.

empleado, maestro-alumno, médico-enfermo. También pueden existir jerarquías en las interacciones aparentemente más igualitarias y menos estructuradas, como las que se dan en la sala de espera del dentista, en una mesa de bar, en la cola del cine, o en un jardín público. Según las edades respectivas de las personas presentes, su sexo, y otros indicadores visibles de su estatus, deben comportarse de formas diferentes. No está permitido comportarse de la misma manera con unos y con otros, y lo que nosotros le hacemos al otro, no es necesariamente algo que el otro pueda retribuirnos.

En efecto, la jerarquía se manifiesta concretamente en la manera desigual en que se comparten algunos derechos muy precisos, como por ejemplo tomar la iniciativa en una interacción, luego finalizarla, tomar la palabra, interrumpir, hacer preguntas, pedir que se repita, dar órdenes, solicitar servicios, exigir que se nos comprenda o exigir comprender, poder asegurarse de que así sea, etc.

Me parece que en toda interacción, la posición dominante es la que mejor permite ahorrarse la experiencia de la sordera. Esta constatación, de importantes consecuencias, es tal vez válida para las otras discapacidades, y permite explicar un cierto número de paradojas. Cómo es posible, por ejemplo, que los profesionales que trabajan a diario con sordos –algunos profesores de sordos, fonoaudiólogos, audioprotesistas e incluso psicólogos de sordos– puedan pasar una vida entera sin haber tenido la mínima experiencia de lo que es la sordera. Esto no quiere decir que estos profesionales no conozcan nada acerca de los sordos y la sordera. En general saben muchas cosas. Pero se trata justamente de conocimientos objetivos, de realidades que no tienen nada que ver con lo que llamo aquí, la experiencia de la sordera, que es del orden de lo vivido, de lo relacional.

Algo que me sorprende cada vez, es que las familias proveen los ejemplos más sorprendentes de una participación desigual en la experiencia de la sordera –tanto en lo que ella tiene de negativo, como de positivo–, según el lugar que ocupan unos y otros. Los niños que tienen padres sordos, en todo caso los mayores, no pueden evitar pasar por la experiencia de la sordera. Al contrario, el padre o la madre de un niño sordo –uno de ellos en todo caso–, puede ahorrarse la experiencia de la sordera. Y esto es algo que sucede frecuentemente. Entre hermanos y hermanas, la experiencia compartida de la sordera varía de manera bastante directa en función del lugar recíproco que ocupan unos y otros dentro de la fratría.

Personalmente, en mi familia próxima o lejana no hay ningún sordo. No es por necesidad que los frecuento. Si hubiera habido alguno, desconozco cuál hubiera sido mi relación con la sordera.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

Tampoco soy un especialista encargado de brindarles un servicio. No coloco audífonos, no hago reeducación auditiva, no les enseño a hablar, no tengo un rol pedagógico, ni tampoco un saber profesional o una habilitación que me permitiría brindarles ayuda en caso de dificultades psicológicas.

En resumidas cuentas, además de mi curiosidad, no les aporto nada. Me encuentro en general con respecto a ellos, a priori, en situación de igualdad, o aún a veces, de demanda. Esta posición ha sido hasta ahora una posición privilegiada, puesto que me ha permitido recibir mucho de ellos, en todo caso me ha permitido recibir lo mejor.

Rechinamientos

La experiencia que nosotros, oyentes, podemos tener de la sordera, varía por otra parte en función de los sordos con quienes nos encontramos.

Simplificando apenas, distinguiré dos tipos de sordos15. Por un lado, los que se designan a sí mismos como sordos-hablantes. A este grupo podemos añadir el de los sordos postlocutivos, es decir aquellos que han adquirido la sordera, a más tardar, en la adolescencia.

El término sordos-hablantes no significa necesariamente que se trata de sordos que hablan bien y de manera inteligible para quienes no están familiarizados con ellos. En cuanto a la recepción, no quiere decir que sean menos sordos que los demás –aunque esto es cierto en términos estadísticos–, ni que puedan servirse –o servirse mejor que los otros– de las prótesis auditivas, tampoco implica que tengan una mejor lectura labial. La denominación implica solamente que no conocen los gestos –la lengua de señas–, que se enorgullecen de ignorarla y de no frecuentar a los sordos que la emplean.

Por otro lado, están aquellos a los que antes llamábamos sordomudos. Este término tiende a caer en desuso. Sin embargo es de este modo que los interesados se denominan a sí mismos en su lengua, la lengua de señas16. Casi todos ellos hablan o son capaces de hacerlo. Más o menos bien, es cierto. Pero entre ellos, y con los oyentes que la conocen, se comunican en lengua de señas. Manejan esta lengua mejor que el francés. Para cualquier sordo, tener un dominio excelente

15 Dejamos de lado aquí las sorderas leves y las sorderas de la tercera edad. 16 El índice va de la oreja a la boca. Si existe alguna duda en cuanto a la traducción literal en francés, aclaramos que la seña más utilizada para designar a los oyentes, quiere decir manifiestamente, “hablante”.

del francés, no implica dominar las situaciones de conversación en las que se encuentre incluido. Cuando se trata de la lengua de señas, en cambio, tal como ocurre para los oyentes con la lengua oral, hay una adecuación de principio entre el conocimiento de la lengua y el dominio de la situación conversacional. Por otro lado, la lengua de señas es la única que permite a los sordos una conversación natural y distendida entre más de tres personas.

En lugar de sordomudo, a veces decimos sordo-gestual, verdadero sordo o simplemente Sordo.

Por múltiples razones, en un primer tiempo, frecuenté a los sordos-hablantes. De esta época no conservo únicamente recuerdos estimulantes. Si tengo amigos sordos-hablantes, es en razón de lo que son, independientemente del hecho de que sean sordos, o más exactamente a pesar de que lo sean17. En este caso, compartir la sordera es una experiencia desagradable, casi exclusivamente negativa. La palabra que me viene regularmente al espíritu es: rechinante.

Habiendo escogido situarme únicamente sobre el terreno corporal, me limitaré a evocar como ilustración la siguiente situación delicada: un sordo-hablante se nos acerca en medio de una reunión ruidosa, en un cocktail por ejemplo. Sabemos de antemano que no lo comprenderemos, ya que en medio del bullicio su voz será inaudible. Otra situación del mismo estilo puede darse cuando nos hallamos en compañía de varios sordos-hablantes alrededor de una mesa. Como los sordos-hablantes no pueden sostener una conversación que incluya a más de tres personas, nunca habrá una conversación única, ni varias conversaciones que interfieran entre sí de manera más o menos armoniosa. Habrá en cambio, un entrecruzamiento de conversaciones duales, generalmente bastante ruidosas, que transformarán los intercambios con nuestro interlocutor en un ejercicio agotador.

17 Ellos ven las cosas de este modo: su sordera no es ellos. Para ocultar este “defecto”, a menudo considerado como una verdadera falta, algunos sordos despliegan tal ingeniosidad, que terminan ellos mismos olvidando que son sordos. Pero tales triunfos, tal negación, tienen sus reveses. La sordera es una realidad testaruda. Y estos sordos deben encontrar alguna explicación a los inevitables malentendidos, incomprensiones, fracasos y fallos de su vida cotidiana. Puesto que su sordera está fuera de consideración, la explicación recae sobre su persona. De allí el desprecio de sí, tan común en los sordos habituados por obligación, o por fanfarronería, a hacer caso omiso de su sordera. El estilo artista, distraído, original, no permite esconder todo. Para reemplazar una sordera que no se quiere poner en evidencia, se impone inevitablemente, frente a los demás y frente a sí mismo, la imagen de alguien intrínsecamente limitado. Pero no se trata solamente de una imagen. Esta postura implica, a veces, que el sordo adopte comportamientos propios de la debilidad para guardar las apariencias, aunque parezca paradójico.

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Los sonidos que provienen del medioambiente resultan agresivos en los intercambios con un sordo. Cuando conversamos entre oyentes podemos preservarnos de esta agresividad18. Entre oyentes los ruidos exteriores son neutralizados, dejados de lado. Las voces se elevan espontáneamente en función de la intensidad del ruido ambiente, y la conversación se interrumpe cuando pasa un camión o un avión, cuando suena una campana, el teléfono, o cuando se oye un martillo neumático. El sordo en cambio, puesto que no oye, habla de forma regular. En una conversación oral, en la que él se pone en el mismo terreno que el oyente, el sordo está más cómodo. Ningún ruido le molesta. El oyente al contrario, tiene dificultades para oírlo. En estos casos podemos informar al sordo de nuestra dificultad, pero sin abusar de este recurso. La posibilidad de hacerlo depende del lugar, del tema que se trate, del grado de intimidad entre los interlocutores y de la naturaleza de los ruidos parásitos, que pueden ser limitados en el tiempo, esporádicos o continuos: ruidos carentes de sentido, señales útiles o ruidos de conversaciones susceptibles de distraer nuestra atención, e incluso palabras que nos están dirigidas, aunque estemos ocupados tratando de oír a nuestro interlocutor sordo. La fatiga debida a la necesidad constante de adaptar nuestros esfuerzos para oír, engendra una profunda aversión al ruido y un deseo de taparse las orejas para –si podemos decirlo así–, poder oír mejor los propósitos del interlocutor sordo.

Que el oyente pase por la experiencia de la sordera a través del hecho de oír, y de oír demasiado, y que desee ponerle fin “dejando de oír”, es algo que puede parecer paradójico, y que en todo caso es completamente opuesto a la experiencia que tiene el sordo de no oír. Sin embargo, los testimonios de muchos sordos que se quejan del ruido ambiente, y la manera en que la mayoría utiliza su prótesis auditiva, indican que esta experiencia que los oyentes podemos tener con respecto a los sonidos, no está muy alejada de la que tienen muchos sordos. Ella explicaría por qué muchos sordos eligen dejar de escuchar.

Pero al menos en teoría19, no podemos dejar de percibir voluntariamente con el oído de la misma manera que lo hacemos con la vista. Tampoco tenemos prótesis auditivas que podamos desconectar cuando queremos, como algunos sordos.

18 Este párrafo y los dos siguientes, retoman con algunas pequeñas diferencias, un pasaje (pp. 4748) de nuestro trabajo: La surdité dans la vie de tous les jours, C.T.N.E.R.H.I., 1981, 104 p. 19 Teóricamente, puesto que las costumbres sociales no toleran que nos dediquemos a cerrar los ojos cuando se nos da la gana.

Durante mucho tiempo me pregunté cómo neutralizar los ruidos, pero sólo comencé a aprender a hacerlo una vez que descubrí que no se trata de un esfuerzo del oído, sino más bien, de una nueva forma de ver. Y esta nueva forma de ver, sólo podemos aprenderla de los sordos gestuales.

Otra manera de aprehender el mundo, otra cultura

Es difícil encontrar las palabras para describir el placer especial que representa esta nueva forma de ver que aprendemos de los Sordos. El sólo hecho de explicar en qué consiste esta movilización y uso particulares de la mirada, es en sí mismo difícil.

Pero no basta tampoco con oponer la tensión crispada del oído en un intercambio con sordos-hablantes, al confort de la vista y al uso pleno que hacemos de ella con los sordos gestuales. Este uso pleno nos lleva a descubrir que hasta entonces sólo la utilizábamos a medias, como en sordina. Esta oposición no es suficiente, puesto que con los sordos gestuales estamos confrontados más bien a un uso diferente del cuerpo en su totalidad. Descubrimos además que todo lo que decimos con palabras podemos decirlo también sin ellas, pero de una manera completamente diferente. El ritmo, la armonía y el silencio, que nos parecían hasta entonces ligados al mundo sonoro, pueden en realidad expresarse de otras formas. Se trata de una manera diferente de existir en el mundo y de aprehenderlo. Lo esencial de este placer, proviene del descubrimiento. Está claro que los Sordos no viven las cosas de la misma manera. Para ellos, su modo de existir y su manera de aprehender el mundo, son hasta tal punto evidentes y constitutivas de lo que son, que no tienen consciencia de la especificidad que nosotros descubrimos en ellos y que nos maravilla20. Lo que nosotros experimentamos es lo mismo que sentimos cuando aprendemos y descubrimos una lengua y una cultura extranjeras, pero de manera aún más singular. Efectivamente, se trata de eso.

Las maneras de ser, de sentir, de comportarse, que son comunes a los Sordos, parecen tan sorprendentemente adecuadas a su estado que, en un primer tiempo, estaríamos tentados de pensar que son naturales, es decir que se derivan directamente del hecho de que no oyen. Pero si la oposición entre naturaleza y cultura tiene algún sentido, en este caso nos hallamos sin dudas del lado de la

20 Esto tiende a ser menos cierto desde que los Sordos enseñan su lengua a los oyentes. Las confrontaciones entre sordos y oyentes acerca de la manera de ser sordo y la manera de ser oyente, se han vuelto corrientes.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

cultura. Y puesto que esta cultura debe afrontar el desafío que implica ser sordo entre los oyentes, podemos decir que se trata de una cultura con un alto grado de sofisticación.

No es suficiente con ser sordo en términos físicos para compartir las maneras de ser, de sentir y de comportarse comunes a los Sordos. Cuando está en contacto con los suyos, el niño deficiente auditivo reconoce desde muy temprano lo que es bueno para él, adopta el comportamiento de los Sordos y se apropia de la lengua de señas. Al contrario, cuando se encuentra alejado de sus pares, no tiene manera de acceder a nada de esto. Los pedagogos oralistas lo saben perfectamente, y es por eso que se empeñan tanto en que los niños sordos se mantengan alejados de los otros sordos y no frecuenten más que a los oyentes. Como si la sordera fuera contagiosa. En términos médicos, esto es absolutamente absurdo, pero en términos sociológicos es verdad.

Inversamente, los oyentes, aunque sean oyentes, pueden participar de la cultura sorda. El caso más claro y más corriente es el de los niños oyentes de padres sordos. Durante su infancia al menos, viven en un contexto bilingüe y bicultural. Estos niños son oyentes entre los oyentes y, al mismo tiempo, capaces de comportarse perfectamente como los Sordos entre los Sordos.

Pero la cultura sorda no es solamente diferente de la cultura oyente, es además una cultura minoritaria incluida en la cultura mayoritaria, oyente. Esta inscripción en la cultura mayoritaria, se traduce de manera muy concreta en la experiencia y el uso del cuerpo que nos interesan aquí. Me limitaré a dar dos ejemplos, en cierto modo opuestos, y me detendré ahí.

Tomemos en cuenta las manos. En este punto, los Sordos y los ciegos se parecen. Para los Sordos, así como para los ciegos, las manos tienen una importancia fundamental en los intercambios con el medio, cosa que no ocurre con los oyentes. Para los Sordos, las manos son el órgano de la palabra, son su palabra.

Pero esto no es todo. Carol Padden, una lingüista norteamericana sorda, habla del “carácter sagrado de las manos” para los Sordos. Con esto hace referencia, entre otras cosas, a la gran hostilidad de los Sordos –que es en general incomprensible para los oyentes–, hacia toda movilización de las manos, a título pedagógico u otros, con otros fines que la libre expresión de su lengua.

Las manos, en efecto, no son solamente su palabra, sino el punto de conflicto cultural más importante con el mundo oyente. Durante un siglo, y en nombre de la palabra, los educadores oralistas ataron y golpearon las manos de los sordos,

y no en sentido figurado. Se esforzaron por acallar y ensuciar su palabra. Con la voz sucedió lo mismo pero en sentido inverso. En principio, el uso de la voz no es para los sordos menos placentero que para los oyentes. Pero los sordos aprenden rápidamente de quienes los rodean, algo de lo que nosotros somos a penas conscientes: hasta qué punto la expresión, en apariencia espontánea de nuestros afectos –la risa, los gritos de felicidad o de placer, las quejas o los gemidos–, están sometidos a normas culturales severas21. Desde siempre se ha sancionado y corregido la expresión espontánea de los sentimientos de los sordos. Por un lado se los incita a utilizar la voz, y por otro a hacerlo con cuidado: los sordos han pasado los mejores años de sus vidas a ejercitarse cotidianamente, durante horas, para articular bien y emitir el sonido justo.

En principio podemos formular la hipótesis de que la voz es, para los sordos, algo bastante neutro, no es algo valorizado ni desvalorizado. Está claro que entre ellos la voz no tiene ninguna utilidad. Pero entre los oyentes sí tiene un valor, sobre todo cuando se trata de la voz de los sordos. Para los Pigmalión oyentes, ortofonistas u otros, la voz de los sordos tiene un valor: ella es su obra y el objeto de su dedicación. La voz tiene también un valor para los sordos-hablantes. Pero ellos, a diferencia de los oyentes, han hecho tantos esfuerzos por adquirirla o conservarla que pueden sentirse orgullosos de ella.

Todas estas cuestiones, así como el énfasis que pone la educación de los sordos en hacer que tengan éxito justamente en aquello que no pueden controlar, y la costumbre que tienen los oyentes de juzgar sus emisiones vocales –juicio aún más humillante cuando se trata de felicitarlos por su bella voz–, pueden conducir a

21 “Las carcajadas espontáneas en el aula eran a menudo silenciadas por las reprimendas despreciativas de nuestro profesor, no tanto porque eran muestra de mala educación, o porque no tenían lugar en el momento apropiado, sino porque eran, -según él- verdaderamente desagradables o irritantes, incluso bestiales. Jóvenes y poco comprensivos como éramos en aquel momento, recibíamos grandes discursos sobre la necesidad de ser conscientes de la manera en que nuestra risa podría ser percibida por aquellos que oyen. Nos forzaban a hacer ejercicios, por ejemplo a respirar solamente por la nariz, o respirar solamente por la boca, haciendo ruido o sin hacer ruido, y luego volver a hacerlo con la mano sobre el vientre o sobre la cabeza. A menudo felicitaban a aquellos que lograban reír de manera forzada pero perfectamente controlada, y miraban severamente los que no llegaban a reír “como se debe”, o que no lo hacían de la misma manera que una persona “normal”. Desde entonces, algunos de nosotros han olvidado reír tal como nos lo habían enseñado. Y hay dos o tres en nuestro grupo que han escogido reír en silencio el resto de sus vidas”. Bernard Bragg, extracto de Mon troisième oeil, una obra de teatro del repertorio del Teatro Nacional de Sordos de los Estados Unidos.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

que, para los sordos, sea culturalmente valorizado permanecer deliberadamente mudos. Puede incitarlos a utilizar la voz sólo en raras ocasiones y a reprocharles vivamente a los otros sordos de emplearla cuando se encuentran entre sordos.

El momento más emocionante de la obra de Mark Medoff “Children of a lesser God” –en francés “Les enfants du silence” –, es aquel en el que la protagonista sorda, Sarah, usa su voz. La intensidad emocional de ese breve momento se debe a que condensa de manera brillante todos los aspectos del problema de la voz del Sordo en su relación con los oyentes.

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