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Cultura y diferencia

Cultura y diferencia28

En Francia, los oyentes en general y a veces los intérpretes, traducen espontáneamente la palabra cultura –sorda– con esta seña que, dicho sea de paso, quiere decir también experiencia: los mayores tocan las sienes y luego se alejan. La seña belga que se utiliza para designar la cultura –sorda–, que me acaban de mostrar, me parece más o menos equivalente, a pesar de que se articula con una sola mano y con una configuración diferente.

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Ahora bien, a los sordos franceses no les gusta esa seña. No la sienten propia. Se preguntan de dónde viene. Sospechan que fue importada artificialmente por los oyentes. Esta seña conserva tal vez cierta legitimidad para traducir el término cultura, cuando se trata de artes, teatro, letras y filosofía. Pero éste es sólo un aspecto de lo que llamaré aquí cultura, y de lo que consideramos cuando hablamos de cultura sorda.

Existe una seña más elocuente –si puede decirse– y más interna a la lengua de señas y a la “cultura sorda” para referirse a esta última. Se la emite tal vez con más énfasis. Es la seña que traducimos habitualmente por “típico’, “típicamente” o “así”, “es así como somos”, “es así como es”. Después de la seña “sordo”, –el índice va de la oreja a la boca–, la mano dominante, con la palma abierta hacia el interlocutor, se dirige vivamente hacia adelante. Ésta es la seña que fue propuesta para traducir “Deaf Way”, al principio del gigantesco festival sobre la cultura sorda que llevaba ese nombre (Washington, 1989). Esta seña, a la que no puedo evitar acordar un carácter preformativo, reúne en un solo gesto, al mismo tiempo la idea de identidad y de cultura. Identidad dicha, voluntaria, afirmada, reivindicada, mostrada y materializada a través de una forma de ser. Cultura que el gesto, en perfecta deíctica, designa y muestra con insistencia sin por ello especificar ni describir.

28 In La Parentière, boletín de la APEDAF, nº 2, 1993. Intervención en el VII fin de semana de información y de intercambios, organizado por la APEDAF en Wépion, el 25 y 26 de abril de 1992, sobre el tema ¿Cultura sorda- Mito o realidad?

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

Esta seña traduce, mucho más que la precedente, lo que yo quisiera precisamente que comprendieran aquí de la cultura sorda.

El término cultura que nos viene de los antropólogos, ha entrado ahora en el lenguaje ordinario. Hablamos corrientemente de cultura mediterránea, de cultura obrera, de cultura campesina y más aún, de cultura de pescadores, de cultura empresarial, e incluso de cultura carcelaria. Que yo sepa nadie pone ninguna objeción a esto. En líneas generales, todo el mundo se pone de acuerdo en lo que significa sin que sea necesario entablar debates preliminares.

Sin embargo, cuando se trata de los Sordos, las cosas son completamente diferentes. Desde hace algunos años, en efecto, se habla mucho de cultura sorda. Ahora bien, en cuanto intentamos dejar constancia de esto, se desatan infaltablemente discusiones pasionales. Nos pelamos para establecer qué es lo que debemos comprender por cultura sorda. Algunos incluso afirman que tal cultura no existe, que es imposible que exista. Otros, en cambio, están simplemente en contra, y sin mayores argumentos.

Desde mi posición de sociólogo, el concepto de cultura sorda me resulta un concepto útil, un instrumento de análisis cómodo. Este concepto me permite percibir desde una perspectiva particular, el mundo de los sordos y su diversidad: sus maneras de ser, su manera de ver el mundo, la manera en que organizan su vida y sus relaciones con los oyentes.

Pero primero quiero decir por qué la cultura sorda me interesa tanto a título personal. Por qué me apasiona. Por qué yo, que no soy sordo, que no tengo ningún familiar sordo ni estoy comprometido a nivel profesional con los Sordos, me siento concernido por ella.

Soy sociólogo y oyente. ¿Qué puedo saber acerca de la cultura sorda, yo que soy oyente? ¿Los Sordos no son más competentes que yo para hablar de ella? ¿Y no debían ser, después de todo, los únicos habilitados para hacerlo? Algunos Sordos así lo creen, y lo dicen muy alto.

Diré algunas palabras para terminar. Reivindicaré, claro está, mi derecho de oyente de hablar de la cultura sorda. Pero aportaré una precisión ¿Quién está habilitado a decir algo de alguien? ¿Qué puede decir? ¿A quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? Estas cuestiones, en apariencia banales, nos conducirán tal vez al corazón de la cultura sorda. A aquello que se transforma en escándalo ni bien se lo menciona. Sobre todo cuando son los Sordos mismos los que lo hacen.

Destino y cultura

En la lotería de la vida a algunos les toca el número perdedor. Esto nos indigna, como si se tratara de una injusticia intolerable. El recién nacido sordo, o el bebé que se queda sordo muy temprano, están inexorablemente destinados a tomar caminos diferentes de los ordinarios, de los de todos, de los fáciles. El bebé sordo, por supuesto, no sabe nada acerca de todo esto. No sabe que es sordo, ni lo que ello implica. Tendrá que esperar años para saberlo, para preguntarse “¿por qué a mí?”29, y para expresar eventualmente su enojo contra el destino, la naturaleza y los dioses. Sus padres, en cambio, lo saben. Piensan y hacen todas esas cosas en su lugar. Todos los padres han pasado por esto. Todos lo han vivido.

La idea de una vida sorda, parece a priori tan insoportable –y a priori tan limitada– que siempre se han hecho esfuerzos considerables para tratar de terminar con la sordera. Desafortunadamente, la sordera no es una enfermedad que puede ser curada. Es un estado. Volvámonos hacia las personas a quienes esta cuestión concierne directamente, los Sordos. Me refiero a los sordos de nacimiento o a quienes se han quedado sordos a temprana edad. Imaginémoslos en una de las situaciones que tanto les gustan y que ellos buscan generar: las reuniones de sordos. El panorama es bien diferente. Nada evoca la tragedia o el drama. Nada despierta piedad. Al contrario, estas reuniones son en general alegres. Aunque a nosotros –oyentes– se nos escape mucho de lo que en ellas ocurre, los problemas de comunicación están resueltos gracias a la lengua de señas. Todo funciona normalmente. Y se generan formas de solidaridad que les permiten a los sordos adaptarse mejor al mundo que los rodea, que es también su mundo, recordémoslo.

La cultura sorda es todo eso. Y es eso lo que me interesa.

A veces escucho decir que no puede haber una cultura sorda, puesto que la sordera es una deficiencia, y que una cultura no puede estar fundada en un defecto. ¡Esta observación es verdaderamente sorprendente! ¿La cultura no es, para cada sociedad, la manera en que ella afronta sus limitaciones, responde a los desafíos que le son propios e inventa respuestas a los problemas difíciles, insoportables y/o irresolubles, como el sentido de la existencia, el destino, la enfermedad, la desdicha y la muerte? Precisamente porque la sordera es un defecto, una falta, un

29 A propósito de este tema, leer el texto de Fabienne Cauwe sobre su primera clase con niños sordos, el texto más bello que ha sido escrito acerca de este tema y que quedará para siempre sin respuesta. Quid Novi, N° 21 septiembre-noviembre 1982 .

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

límite; y porque vivir siendo sordo en una sociedad organizada en función del oído y la palabra es un desafío inmenso, es que se trata de una cultura, una cultura que da una lección a la humanidad entera30 .

Pero lo que es curioso, es por qué eso que es una solución a lo imposible y a lo intolerable, una especie de milagro, es precisamente tan a menudo rechazado con tanto vigor, con tanta hostilidad. Rechazado a tal punto que llegamos a declarar que no existe.

Ceguera, etnocentrismo

Lo que pasa a menudo, en efecto, es que los oyentes son incapaces de ver en la manera de comportarse de los Sordos, verdaderas elaboraciones culturales. En lugar de reconocer estas manifestaciones como verdaderos hallazgos del genio humano, sólo ven en ellas la consecuencia directa, bruta, inmediata, de la deficiencia auditiva, del hecho de ser sordo, de no oír. Las consideran, al contrario, como una falta de cultura y de civismo.

Esta ceguera no es exclusiva de los oyentes frente a la cultura sorda. Es la ceguera, casi espontánea, que padecen quienes se enfrentan, desconcertados, a una cultura que no logran comprender. Es lo que llamamos etnocentrismo.

Alguien que se aventura en un país que no es el suyo y que no encuentra su comida habitual, puede sentirse incómodo. La cocina, a la que hasta ese momento no había prestado mucha atención, puede cobrar de repente una gran importancia por el solo hecho de hallarse privado de ella. Por supuesto, acusará de carente al país que lo recibe. Lo que es válido para las costumbres alimentarias vale también para las demás prácticas culturales, para las formas de proceder, las reglas que rigen los intercambios cara a cara en la vida cotidiana, que pueden ser fuente de tantos malentendidos desagradables. De aquí viene el desprecio por el país extranjero, que nos hace decir que sólo en el nuestro se sabe vivir y hacer las cosas de la mejor manera. Estas carencias, por objetivas que puedan parecernos, sobre todo si las consideramos una a una, en realidad sólo existen desde un punto de vista subjetivo. Toda cultura no se trata más que de una manera diferente de concebir la organización de la vida material y la cooperación entre los hombres.

Claude Lévi-Strauss ha hablado de etnocentrismo mejor de lo que yo puedo

30 Sólo el nazismo ha hecho del ideal de perfección de los cuerpos, de la raza –de la naturaleza, podríamos decir- la esencia misma de la cultura. Sabemos qué fue lo que se derivó de tan grave confusión.

hacerlo31: “Esta actitud –el etnocentrismo–, dice, tiende a reaparecer en cada uno de nosotros cuando nos encontramos en una situación inesperada. El etnocentrismo consiste en repudiar, pura y simplemente, las formas culturales: morales, religiosas, sociales, estéticas, que se encuentran más alejadas de aquellas con las cuales nos identificamos. “Costumbres de salvajes”, “esto no es de nuestras tierras”, “no se deberían de permitir tales cosas”, etc. son algunas de las tantas expresiones groseras que traducen el mismo escalofrío, la misma repulsión frente a maneras de vivir, de creer o de pensar, que nos resultan extranjeras. Del mismo modo que en la antigüedad se llamaba bárbaro a todo lo que no formaba parte de la cultura griega –y luego greco-romana–, la civilización occidental ha utilizado en el mismo sentido el término salvaje. Ahora bien, detrás de esos epítetos, se disimula el mismo juicio de valor. Es probable que la palabra bárbaro, etimológicamente se refiera a la confusión y falta de articulación del canto de los pájaros, por oposición al valor significante del lenguaje humano; y salvaje, que quiere decir “de la selva”, evoque también un tipo de vida animal, opuesta a la cultura humana. En los dos casos nos negamos a admitir la existencia de la diversidad cultural; preferimos echar fuera de la cultura, a la naturaleza, todo aquello que no corresponde con la norma bajo la cual vivimos”.

Un solo ejemplo. Recuerden cómo se concebía la lengua de señas hace apenas un poco más de diez años. Seguramente no como una lengua, sino más bien como una manera bastante primitiva de desenvolverse. Como una especie de subproducto degenerado y empobrecido de la lengua hablada. Le faltaban –decían sin bromear– los artículos, el pluscuamperfecto del subjuntivo y no sé qué más. Le faltaba pues, para ser una verdadera lengua, ser el francés.

La cultura debe ser aprendida

Tradicionalmente definimos la cultura por oposición a la naturaleza. Todo lo que es del orden de la naturaleza no necesita ser aprendido, transmitido. Es así que no basta con ser deficiente auditivo, no basta con no oír u oír mal, para formar parte de la cultura sorda. Es necesario haber sido socializado en ella. Es necesario haber frecuentado los lugares en los que, al mismo tiempo que se practica la lengua de señas, se aprende a ser Sordo, en sentido sociológico: los establecimientos especializados, los hogares, las fiestas, los banquetes, los encuentros deportivos u otros lugares de reunión. Un sordo aislado no puede reinventar la cultura sorda.

31 En Claude Lévi-Strauss, Raza y cultura, Altaya, Madrid, 1999.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

Permítanme que les presente un ejemplo más sutil que me gusta citar.

B. M. Schowe, sordo norteamericano, es el autor de un libro sobre la identidad a propósito de la sordera32. Schowe comienza su libro comentando los escritos de dos sordos que se quedaron sordos en la infancia, para ser exactos. Son ejemplos perfectos de éxito oralista. Hablan bien. Ambos están casados con oyentes e ignoran todo acerca de la lengua de señas. Han vivido siempre lejos de los sordos y se enorgullecen de no frecuentarlos. Presentándose a sí mismos como ejemplo quieren mostrar que incluso siendo sordo, se puede vivir de manera absolutamente normal, como los demás.

Se trata de E. Calkins, director de lo que hoy sería una agencia de publicidad, que en su Arte de vivir sordo33 confiesa sin embargo, un recuerdo doloroso. Explica de qué manera enfurecedora y humillante perdió el negocio del siglo, para gran provecho de su competidor, obviamente oyente. Tendría que haber sabido sin embargo que la lectura labial es un ejercicio demasiado exigente para permitir, al mismo tiempo, gozar de la libertad de espíritu necesaria a las negociaciones serias. En cambio prefirió hacerse el vivo, hacerse pasar por oyente. Tendría que haber recurrido a los buenos servicios de un intérprete, o confiar la negociación a su socio oyente. B. M. Schowe hace unas cuantas otras sugerencias a ese prodigador de lecciones.

Grace Murphy, una mujer enérgica, es la autora de un libro con un título sorprendente Su sordera no es usted34. Sin embargo, ni su temperamento, ni menos aún su filosofía, la ponen al resguardo de experiencias dolorosas. Cuenta, por ejemplo, que una vez después de dar una conferencia frente a un vasto público, pasó la velada en casa de una amiga. Había muchos invitados. Se encontró rodeada de muchas personas, mimada y recibió muchas preguntas. Era el centro de interés. Aquellos que no lograban hacerse entender hablando, formulaban sus preguntas por escrito. Se habían acabado los problemas de comunicación. Lo que ella nunca había osado imaginar, había por fin sucedido. Se sentía en la gloria. Esto hasta que la dueña de casa, su amiga, le preguntó a qué hora quería que le llevaran el desayuno a la cama al día siguiente. Habitualmente ella tomaba el desayuno en la cama. Pero esta vez quería prologar el placer de hallarse en

32 B. M. Schowe, Identity Crisis in Deafness, A Humanistic Perspective, The Scholars Press, Temps, Arizona, 1979. 33 “On the Technique of Being Deaf”, Atlantic Monthly, January, 1923. 34 Your deafness is not you, New York, Harper and Brothers, 1954.

tan buena compañía, de pertenecer igual que los demás al mundo de todos. La dueña de casa, insistiendo, volvió a hacerle la misma pregunta. Grace Murphy comprendió entonces que la fiesta había terminado y cayó a tierra nuevamente. Su amiga había conseguido que sus invitados fueran atentos durante una noche, no podía pedirles más que eso. Al día siguiente, luego de haber visto por la rendija de la puerta del comedor el feliz parloteo de sus amigos de la víspera, Grace Murphy se subió a su auto y arrancó a toda velocidad. Se fue sin decir nada, con el corazón estrujado por la tristeza, la vergüenza y el enojo.

Esta historia me parece conmovedora. Quién puede permanecer insensible a la herida de tal recordatorio: “usted se equivoca, se hace ilusiones, usted no forma parte de nosotros.” Pero ¿qué dice de esto B. M. Schowe?

Por supuesto es consciente de la crueldad de lo que acaba de vivir G. Murphy, pero de todos modos le da un sermón. La invita a tener más dignidad. “Aquellos a quienes llamamos Sordos” –dice–, se defienden mejor contra este tipo de humillaciones. Está muy mal visto “entre los Sordos”, quejarse de tales afrentas que vienen de parte de los oyentes. Significa esperar mucho de ellos, colocarlos demasiado alto. Significa dar demasiada importancia a sus actos y a sus juicios. Es una falta de lealtad, un insulto hacia la comunidad de los Sordos. Pero, ¿de dónde podría G. Murphy sacar tal fuerza, si ella no se siente solidaria con los sordos y está orgullosa de no tener contacto con ellos?

Por otro lado, si en lugar de considerar su sordera como algo que no formaba parte de sí misma, G. Murphy se hubiera considerado sorda, hubiera podido sentir esta afrenta no como algo personal, sino como un problema sociológico, como un problema entre sordos y oyentes. Una forma bien diferente de vivirlo.

Este tipo de ejemplos dicen más sobre la cultura sorda que los extensos comentarios que podríamos hacer. Nos hacen comprender de alguna manera, su finalidad. Son un llamado al realismo que permite navegar mejor en el mundo oyente. Con eficacia y con dignidad, ambas van de la mano. Sobre todo, nos permiten comprender –en todo caso el ejemplo de G. Murphy sobre el que les propongo que mediten un momento–, por qué los oyentes, incluso con la mejor buena voluntad del mundo, son estructuralmente, a causa del lugar que ocupan, incapaces de transmitir estos valores a los sordos. Eso es algo que sólo puede hacerse entre sordos.

Esta transmisión puede hacerse de manera espontánea, cotidianamente, con la simple referencia a la existencia de un colectivo, de un “nosotros”. Un amigo sordo había pasado su infancia pupilo en una gran escuela cerca de París. Un verano

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

sus padres lo mandaron a una colonia de vacaciones de oyentes. Los oyentes se burlaban de él permanentemente sin que él entendiera por qué. Cuando volvió les preguntó a sus compañeros. La respuesta que obtuvo fue: “no te preocupes, son oyentes. Los oyentes son así –entiéndase: hay que tomarlos como son, no podemos cambiarlos. Son tontos–”. Esta explicación pareció satisfacerlo. En todo caso, pensemos lo que pensemos de ella, era para él una explicación. Una explicación que le permitía mantener su dignidad. Fue en ese momento que descubrió que era Sordo. Es decir, que pertenecía a un grupo diferente de los otros. Esta referencia a un “nosotros”, que le faltaba por completo a G. Murphy y la dejaba desamparada frente a ciertas experiencias de la vida con los oyentes.

Pero la transmisión de prácticas, de recetas de vida, de valores y de una visión del mundo típicamente sordas, puede hacerse –tal como ocurre en las grandes culturas–, de manera más elaborada –si puede decirse– aunque menos directa. Ésta es la finalidad y la moral de tantas historias cómicas o edificantes que los Sordos se transmiten de generación en generación y que constituyen su patrimonio. Carol Padden y Tom Humphries, han reunido varios ejemplos en su libro35 .

“He aquí lo que somos”

Algunos sordos son reacios a la idea de que un oyente pueda hablar de la cultura sorda. ¿Qué puede saber acerca de ella? En principio, estoy tentado de decir que es precisamente porque no somos sordos, que podemos hablar de ella. No conocemos nuestra propia cultura. No la vemos. Y es a partir de ella que vemos las otras culturas. No concebimos nuestra cultura como una cultura particular, sino como la manera normal de sentir, de pensar y de actuar. La vivimos, es verdad, y es por eso que la conocemos –digamos– desde adentro. Pero ésta es otra cuestión. La cultura es para nosotros una especie de inconsciente. Es lo que cae por su propio peso.

No podemos empezar a hablar de nuestra cultura más que en relación con otra, a partir de otra, diría incluso que es allí que ella comienza a existir. Para hablar de nuestra cultura debemos haber estado en contacto con otra, haber tenido acceso a ella y, obviamente, haberla reconocido como tal. No basta con haberse sorprendido con las maneras de vivir, eventualmente insólitas, de los miembros de otras sociedades o grupos sociales. Es necesario haber reconocido en ellas elaboraciones humanas del mismo orden que las nuestras.

35 Deaf in America, Voices from a Culture, Harvard University Press, 1988.

A los Sordos, exiliados en el seno de la sociedad oyente –ese es su destino–, no les falta contacto con la cultura oyente. Eso los transforma en observadores sagaces de lo que nosotros no conocemos de nosotros mismos. Tampoco les han faltado nunca –es lo menos que podemos decir– miradas exteriores sobre ellos. Pero la característica de muchas de esas miradas es justamente, que no los han considerado como miembros de una cultura, casi podría decir como personas, sino como fallas de la naturaleza que por esta razón no han podido acceder plenamente a nuestra cultura, o a la cultura simplemente. Se los considera como curiosidades.

Por otra parte, esas miradas que se posan sobre ellos no les están destinadas.

El ejemplo caricatural de este tipo de miradas es la tristemente célebre “psicología del sordo”. La elaboración hecha por los especialistas oyentes armados de instrumentos de medida, de baterías de test estandarizados, y que en general desconocen por completo las señas y son incapaces de comunicarse con los sordos, que pretenden decir objetivamente qué son los Sordos. Objetivamente es la palabra exacta. Enuncian esta “verdad” sobre los sordos, sin ni siquiera preguntarles cuál es su opinión. Lo hacen a sus espaldas, casi sin que los sordos lo sepan.

Puesto que esta mirada no está dirigida a los Sordos, tampoco espera nada de ellos. Se dirige en cambio, a otros oyentes, profesionales, pedagogos, para uso personal en sus relaciones con los sordos. “He aquí lo que los sordos son, esto puede resultarles útil para saber cómo tratar con ellos, cómo mejorarlos, para que se vuelvan lo más parecidos posible a nosotros”. En este asunto faltan los protagonistas. En lugar de presentarse como un mediador, el psicólogo “científico” aparece aquí como una pantalla. Es a esos mediadores pantalla que los Sordos atacan hoy en día.

La cultura sorda, tal como los Sordos la preconizan actualmente, se encuentra en las antípodas de esta vieja concepción. La proposición en tercera persona –estoy tentado de decir incluso, “neutra” y sin sujeto–: “he aquí lo que son los sordos”, es substituida por otra, en primera persona: “he aquí lo que somos, les guste o no”. Se trata de un cambio de posición que cambia todo, y que permite que los intercambios puedan comenzar.

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