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Esquema con agujeros de un comentario a “Cultura y Diferencia” por su autor

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

Esquema con agujeros de un comentario a “Cultura y Diferencia” por su autor36

¿Cuándo somos sociólogos?

El texto anterior es la transcripción casi palabra por palabra de una intervención para la apertura de las jornadas de estudio organizadas por la Asociación de padres de niños deficientes auditivos de Bélgica francófona, sobre el tema Cultura sorda - ¿Mito o realidad?

Siguiendo mi costumbre, esta intervención está compuesta en sus tres cuartas partes de fragmentos de otras intervenciones que he hecho e incluso de textos ya escritos. De allí las repeticiones, por las que pido disculpas, particularmente la historia que me sigue pareciendo preciosa de la pobre señora Grace Murphy.

En un principio, el tema que me habían pedido que tratara era Cultura y alteridad. Pero unos meses más tarde, a pedido del comité organizador, se transformó en Cultura y diferencia. Por miles de razones yo prefería alteridad en lugar de diferencia. Esta demanda, sin embargo, no ha modificado en nada la esencia de lo que me proponía decirles, me queda en el fondo la pregunta sobre las misteriosas razones de esta demanda.

Empezando por ligeros codazos en las costillas del vecino, risas sarcásticas, sonrisas, agresividad y hasta bocanadas de odio o violencias –en fin, el trayecto conocido que va del escepticismo a la negación, al rechazo, al alejamiento–; resulta difícil para alguien exterior al medio, imaginar la avalancha de pasiones que puede suscitar el término “cultura sorda”.

Tanto es así que la Asociación de Sordos suecos, primera en el mundo por sus realizaciones y por su insistencia en presentarse como portavoz de una “minoría lingüística y cultural”, habría renunciado recientemente a hablar de la cultura sorda. Muchos padres son alérgicos a este término. Ahora bien, los sordos suecos necesitaron y siguen necesitando de los padres para hacer avanzar las cosas. Por supuesto, esto no significa que los sordos suecos renuncien a la idea de una cultura

36 Título en homenaje a Marcel Duchamp (inédito).

sorda. Simplemente no hablan más de ella. Por otro lado, la consideran como algo evidente, como algo cuya existencia debe ser simplemente constatada más que promovida.

Personalmente vuelvo a decir con gusto que, si el término que designa la cosa, incomoda, estoy dispuesto a adoptar el que me propongan. Quisiera agregar además, que dispongo de numerosos sustitutos a los que recurro sin dudar en caso de necesidad, como por ejemplo el viejo y querido usos y costumbres de antaño, formas de ver, que no es más que la manera corriente y simple de decir Weltanschauung, formas de hacer, que me gustaría llevar del lado de maneras propias o caminos particulares. Pero como estoy convencido de que son las cosas en sí mismas las que dan miedo, más que las palabras que las designan37, soy por principio hostil a toda policía en materia de lengua. Sigo hablando de cultura sorda.

Debemos señalar entonces la valentía y la apertura de la APEDAF, por no decir su audacia, al haber propuesto la cultura sorda como tema de estas jornadas. Se ha inscripto un número inhabitual de participantes, entre ellos un número inhabitual de Sordos. Consciente de lo que se ponía en juego, y tomándolo muy en serio, investí mucha energía en la preparación de mi intervención. Hice un gran esfuerzo. Los que escucharon mi intervención –y las siguientes– no son los miembros de una sociedad erudita que vinieron a asistir por curiosidad a una demostración académica. Algunos son sordos, otros padres. A todos ellos el tema los concierne de manera existencial. Era su asunto. Una palabra podía causar daño, o lo contrario. Ahora bien, nada de esto es válido para las personas de este seminario. De todo lo que se dijo, de cómo se dijo o por qué, sólo queda el texto que adjunto aquí y que someto a sus comentarios. Lo veo ahora simplemente como la imagen, el doble, la copia –algo falso en cierto modo– de lo que ya no está presente pero que era esencial.

De allí la pregunta: ¿cuándo somos sociólogos? ¿Cuándo estamos en el terreno e interactuamos con otros y cuándo existen riesgos de que algo ocurra? ¿O somos

37 “Si las señas lo enojan, ¡oh cuánto lo enojarán las cosas que significan!”, decía de manera simple y pertinente Pantagruel a Panurge. Esto después de que Panurge hubiera consultado al sordomudo Nazdecabre. Si Panurge fue “con señas y sin hablar, a pedir consejo a un mudo”, es porque según los antiguos, los oráculos más seguros y más ciertos no son los que se dan por escrito o se profieren con palabras (cap. 19 y 20 del Tercer Libro, F. Rabelais). Si las señas –del lenguaje gestual de los sordos- flirtean con las cosas, de manera mucho más próxima que las palabras, vemos que ellas también guardan siempre distancia.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

solamente sociólogos a través de los textos que dejamos, tanto más apreciados cuanto más se acercan al ideal de texto científico: un decir sin sujeto que no se dirige a nadie?

Prohibición de decir. Imposibilidad de ver

La negación de las realidades más evidentes, más escandalosas, me resulta familiar desde que trabajo con los Sordos. A tal punto que a veces me pregunto si no es eso, en última instancia, lo único que me motiva. Alrededor de los Sordos pulula un mundo de Faurisson38 puntillosos, que no cesan de pedir pruebas y más pruebas. ¿Los sordos tienen alma? ¿Los sordos piensan verdaderamente? ¿Los sordos tienen acceso a la abstracción? ¿Los sordos se comprenden entre ellos? De entrada no se les da crédito en nada. ¿Por qué tanta desconfianza a priori y tanta mala fe?

Hemos luchado durante años para decir que la lengua de señas existe. Sin embargo ¡es algo que se ve! En nuestro seminario la lingüista sorda Carol Padden declaró que, puesto que es sorda, sabe que la lengua de señas es una verdadera lengua. Es su lengua materna, la lengua de su familia, que es una familia de sordos, y esta lengua les permite hacer todo lo que se hace con cualquier otra lengua. Desde su lugar de lingüista, deducía que, si para que un sistema de comunicación fuera considerado una verdadera lengua, tenía que permitir la distinción entre el verbo y el sustantivo, tenía que permitir hacer incisos y no sé qué otras cosas, entonces ella debería encontrar todo esto en la lengua de señas. Si no lo encontraba en el orden de las palabras, pues debería encontrarlo en otro lado. Si no estaba en las manos, tendría que estar en otra parte. Hizo entonces una demostración que, quienes la vieron, no olvidarán fácilmente. Existía un sistema de flexión. Nos pidió que miráramos únicamente sus manos e hizo dos frases que parecían idénticas. Lugo volvió a hacerlas, pero esta vez nos pidió que miráramos también su cara. Increíble, el sentido era completamente diferente, descubrimos así el rol gramatical del rostro. La casualidad quiso que al mismo tiempo apareciera la investigación de Pierre Oléron sobre la sintaxis del lenguaje gestual de los sordos –él se negaba a hablar de lengua, hasta que no hubiera pruebas de que se trataba efectivamente de una. Pierre Oléron afirmaba que si había una sintaxis, ésta debía encontrarse necesariamente en el orden de las palabras. Ignoraba que pudiera existir un sistema de flexión. Se concentraba entonces únicamente en las manos.

38 N. de T.: en referencia a Robert Faurisson, militante negacionista francés.

Después de hacer unos cuantos cálculos para morirse de risa, concluyó que no había encontrado ni el más mínimo rastro de sintaxis, y que había que ser muy prudente con este lenguaje. No vio nada. Era incapaz de ver. Todo esto a gracias a un prejuicio desfavorable, a priori, que le impedía pensar que tal vez era en su cabeza que algo faltaba y no en la lengua de señas. Terminando por donde Carol había empezado, llegó incluso a demostrar a través de un sistema de test complicados, que los gestos no permiten realmente a los sordos comunicar de manera eficaz entre ellos.

La primera negación con la que tropecé, la más curiosa, la más sutil y tal vez por eso, la más molesta, fue la negación de la existencia misma de los Sordos. En efecto, al final de los años 70 podíamos preguntarnos si los Sordos existían realmente.

Para acomodarse a las personas cuyos defectos perturbadores no pueden ser corregidos, existen otros medios distintos de la destrucción. Podemos por ejemplo no mirarlos. Hacer como si no estuvieran, o como si no hubiéramos notado nada. Es la manera habitual de comportarse con los discapacitados. Un procedimiento muy cercano, puesto que implica una vez más no acordarles un lugar, consiste en no darles un nombre.

En el siglo pasado se hablaba de sordo-mudos. En lugar de decir oyentes, se decía hablantes, tal como se hace hoy en día en lengua de señas. Se prefería llamar a las personas –puesto que eran las personas lo que se nombraba–, a partir de sus actos y de lo que se ve. Hablar o no hablar son actos, y eso se ve. Oír o no oír, son más bien estados, y eso no se ve. Pero la razón principal del cambio de vocabulario se debe a que, a partir de ese momento, se declara a los sordos, hablantes. Se los hace hablar.

Es cierto, se los hace hablar. Sin embargo, igual que en el siglo pasado, un gran número de sordos, incluso entre los que conocen bien el francés y articulan bien, prefieren por múltiples razones, arreglárselas de otra manera en muchas situaciones de la vida cotidiana. Podemos decir que se comportan exactamente como sordo-mudos. Diría incluso que en esas circunstancias, son sordo-mudos, y que hoy en día existen muchos.

A partir de los años cincuenta, con los progresos espectaculares en materia de prótesis, la moda está del lado de la medicina. Le toca entonces el turno al término sordo, de ser objeto de una verdadera censura en muchos lugares. A partir de entonces debemos decir deficientes auditivos. La supuesta superioridad de esta designación, viene de que ella cierne más de cerca la realidad, ya que no

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

implica ningún juicio acerca del grado de sordera. Además es ecuménica. Hay sorderas profundas, sorderas severas, sorderas leves. Decir de alguien que es sordo, da a entender que no oye nada. Muchas veces me corrigieron al principio en mis intervenciones cuando aclaraba que los sordos no oían. Casi todos los sordos tienen restos auditivos. Salvo los que no tienen para nada, pero son la minoría.

La última moda en materia de control de la lengua consiste en no designar jamás nominalmente por su discapacidad, a las personas que tienen una deficiencia. No decimos un sordo o un ciego –muchos dicen incluso hipoacúsico o disminuido visual–, decimos en cambio, una persona sorda o una persona ciega. Para recordar su estatuto de persona, por si lo hubiéramos olvidado. Invitación a que la persona no sea identificada a su discapacidad, y a considerar que ésta no es más que un atributo entre otros, incluso un atributo un tanto exterior a la persona misma. Como Grace Murphy. Y se obtiene el efecto deseado.

Era difícil hablar a finales de los años 70. El término sordo-mudo se había vuelto tabú. Para designar a quienes a veces hoy llamamos sordos gestuales, empleábamos el término sordo-sordo o verdadero sordo. El término verdadero sordo, tenía el don de irritar a los padres de los sordos-hablantes, que se escandalizaban de que pudiéramos considerar que sus hijos no eran verdaderos sordos, justamente ellos que eran la prueba viviente de que un sordo puede hablar y no hacer señas. Esto parecía ser la prueba de nuestra mala fe. Esta censura de las palabras, complicaba particularmente los debates, que eran ya de antemano difíciles. No estábamos de acuerdo ni siquiera sobre el sentido de las palabras. Eran cacofonías.

Esta vez, para hablar de la cultura sorda, no elegí describirla como he hecho otras veces, sino que preferí centrarme en los obstáculos que hacen que nos neguemos a ver. Pienso que es una forma de proceder que dará sus frutos.

¿Pero qué es la cultura?

Inicialmente me habían pedido si podía hacer otra intervención, de tipo universitaria y bastante breve, en la que hubiera expuesto qué entendemos por cultura. Hubiera sido una buena ocasión para poner en claro algunas cosas, puesto que desde hace tiempo hablo de ella sin haberme preocupado jamás por saber cómo se la define39. Decliné la propuesta por varias razones que luego resultaron

39 Me ha ocurrido a menudo, y lo he hecho sin escrúpulos, tener que forjar una definición rápidamente para paliar las necesidades del momento. “Es una manera específica de sentir, de ver el mundo, de organizar su vida, sus relaciones con los demás y con el entorno, que comparten los miembros de un grupo en razón de una condición social común” (1985).

ser pertinentes. De todos modos, una vez que mi exposición estuvo lista, y para evitar las eventuales preguntas viciosas, recorrí la monstruosa recopilación de Kroeber y Kluckhohn (Culture: A critical Review of concepts and definitions, 1952) que reagrupa por categorías una centena, o tal vez un millar, de definiciones de la cultura.

Al principio sentí un gran alivio: había procedido de la misma manera. Gracias a una especie de feliz armonía preestablecida, había previsto desarrollar mis propósitos presentando, por etapas, distintas facetas de la cultura. Cada faceta correspondía a una de las grandes rúbricas bajo las cuales nuestros colegas habían clasificado las definiciones que habían inventariado. Podríamos haber pensado que esta presentación de la cultura sorda, había sido hecha a partir de la lectura de ese libro.

Pero cuanto más avanzaba en la lectura, más me sentía invadido por una duda devastadora. ¿Qué es la cultura? O al contrario, ¿qué no es cultura, puesto que todo es cultura?40 ¿El éxito del término no se deberá únicamente a que puede ser usado para todo? Pero si el concepto abarca todo, si quiere decir todo, entonces ya no significa nada. Fue así que la víspera de mi intervención, me pregunté si no sería necesario hacer con el concepto de cultura lo mismo que se hizo con el de diglosia41, que parecía sin embargo tan prometedor en un principio. Abandonar viejos conceptos demasiado cómodos, gastados por el uso y por haber circulado demasiado, es una operación poco corriente, saludable, liberadora y prometedora, que recibimos en general con alegría, del mismo modo que recibimos la aurora que anuncia un nuevo día. Pero en este caso, al contrario, me parecía ver el suelo abrirse bajo mis pies. ¡Qué ironía! ¿La apuesta no era justamente tratar de demostrar y mostrar la existencia de una cultura sorda a los eventuales escépticos a quienes yo acusaba de ceguera?

Me sobrepuse al miedo y al vértigo pensando que si estas personas ponen tanta energía en rechazar la idea de la cultura sorda, en argumentar que no existe y que no puede existir, es porque al menos significa algo para ellos. De algún modo están apegados a eso, y eso es lo que importa. Habrá pues que encontrarle un nombre.

40 Pero el problema ya había sido planteado en la definición canónica de Taylor (1871) a la que siempre se hace referencia: “conjunto complejo que incluye los saberes, creencias, costumbres, derechos, tradiciones, y toda otra disposición o uso adquirido por el hombre que vive en sociedad”. 41 Al que he recurrido enormemente y del que no he podido verdaderamente hacer el duelo.

Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido

De aquí se desprende el cambio de postura radical para abordar el problema, esbozado en los párrafos cuatro y cinco de “He aquí lo que somos”. Creo que puede hacer desaparecer ciertos falsos problemas ligados a una concepción substancialista de la cultura.

La cultura, por el solo hecho de ser dicha, ¿cambia entonces de naturaleza? O la cultura ¿no es en última instancia aquello que puede decirse de ella?

El ejemplo de la lengua de señas es particularmente espectacular. En todos los países del mundo, la relación de los sordos con su lengua e incluso –y esto es aún más sorprendente– la lengua misma en varios aspectos, han cambiado desde que se les dio un nombre (ASL: American Sing Language, BSL: British Sing Language, LSF: Langue des Signes Française. Antes decíamos únicamente “mímica”, “hacer gestos” o “gesticular”) y desde que los lingüistas comenzaron a analizarlas. Pero estos nombres han sido dados por oyentes. Los lingüistas al principio eran todos oyentes. Los autores –sordos– de un libro sobre la cultura sorda en los Estados Unidos, señalan que los sordos han tenido siempre que tomar prestado del mundo oyente que los rodea una parte de los elementos que les permiten describirse y situarse. Los toman, pero los reinterpretan. Los autores hacen un análisis fino sobre la forma en que los sordos han adoptado, durante mucho tiempo, los juicios peyorativos de los oyentes acerca de su lengua, y cómo al mismo tiempo esto les ha permitido decir cosas muy pertinentes al respecto. Durante mucho tiempo los sordos opusieron resistencia a los análisis de los lingüistas oyentes, que otorgaban un estatuto de lengua a su manera de comunicar. Luego, aunque vinieran de los oyentes, estos análisis se transformaron en la Vulgata y la bandera del movimiento sordo. Sigo con extrema atención los debates actuales de la comunidad sorda norteamericana sobre “¿qué es la ASL?”. Algunos sordos, y no los menos importantes, atacan a los lingüistas oyentes, que por ser puristas los habrían oprimido. Estos sordos, viva el mestizaje, reivindican como parte integrante de la ASL todo lo que hacen cuando se expresan: es decir –claro está– el inglés, el inglés tal como ellos lo hablan, el inglés sordo, que en algunos casos puede alejarse tanto del inglés estándar como el inglés negro.

Así es que, entre sordos y oyentes, existe una especie de negociación permanente de la definición recíproca, de sus límites –cambiantes. El resultado de esta negociación, que no puede por definición referirse más que a sus diferencias, es lo que llamaremos cultura. En todo caso, es lo que de ella veremos. De todos modos no creo que tengamos derecho a afirmar que detrás de lo que llamamos cultura, existe otra cosa que eso…

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