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y “la lengua de señas
Contenido de los conceptos “la cultura de los sordos” y “la lengua de señas”1
Al principio me sorprendió un poco que me pidieran que hiciera la primera intervención en una comisión que se propone esencialmente estudiar las modalidades – ¿o tal vez lo bien fundado? – de la reintroducción de las señas en la enseñanza de los niños sordos. Yo no soy pedagogo, y es sabido que mis investigaciones se orientan en general hacia los problemas de los sordos adultos.
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Pero la vida adulta me parece un punto de partida sano, feliz, y finalmente perfectamente normal. En última instancia, es siempre en función de la preparación para la vida adulta que las sociedades basan las grandes elecciones pedagógicas. Lo mismo ocurre con los sordos. El mejor ejemplo de esto es la elección del oralismo.
En el caso de los sordos, las grandes elecciones pedagógicas se hacen en función de la vida adulta, pero éstas no se basan en una comprensión real de la misma. Como podemos comprobar, existe abundante literatura sobre el niño sordo y nada sobre el adulto, aunque no es este el lugar para analizar las razones.
Tomar la vida adulta como punto de partida me parece afortunado también por otra razón. Puesto que sitúa el problema sobre un terreno que, creo, dará en fin credibilidad a lo que dicen los sordos. Un adulto sordo es en general juzgado creíble, cuando dice qué es lo que le conviene en su vida adulta. Partiendo de esta evidencia podríamos reconocer que tiene derecho a juzgar si las elecciones que se han hecho por él, con respecto a la preparación de su vida adulta, han sido pertinentes. Podríamos también pensar que no se encuentra en el peor lugar para sugerir mejoras al sistema de educación.
Según creo haber comprendido, otra cosa que se espera de mí es que dé definiciones de los términos que usamos permanentemente y que son centrales para nosotros, tales como cultura de los sordos, comunidad de los sordos. Estos términos
1 In Le langage mimo-gestuel dans l’éducation des déficients auditifs, Jacky Simonin (éd.), Paris, CTNERHI, 1979, pp. 27-33.
gozan de cierto éxito. Son a menudo recibidos y a veces emitidos. Resumiendo, podemos decir que circulan y que se los emplea más bien como afirmaciones de principio, como elecciones filosóficas u opciones ideológicas, que como simples términos que designan realidades de hecho, que deben ser nombradas de alguna manera. Estos términos tienen resonancias pasionales. Detrás del uso que se hace de ellos se perfila a veces la imagen del gueto, del gueto magnificado.
Teniendo en cuenta que al final de estos encuentros debería crearse un programa de investigación, he decidido presentar esta intervención en forma de problemática. Se trata de hipótesis y no de afirmaciones. Intento formular preguntas que puedan ser respondidas por sí o por no; y esto no lo hago en función de una preferencia personal, de un juicio subjetivo, ni de una elección política, sino en función de los hechos.
Debo precisar que esta problemática inspira una investigación que se lleva a cabo en el Centro de Estudios de los Movimientos Sociales (EHESS)2. Esta investigación, financiada por el CORDES, permite a Harry Markowicz trabajar en Francia.
La cultura sorda y la comunidad de los sordos
Por cultura no comprendemos el hecho, para un individuo particular, de ser más o menos culto, como ocurre cuando se dice de alguien, que tiene una gran cultura. Tampoco empleamos este término para designar, para un grupo social particular, la producción de obras eminentes de carácter literario, artístico o científico, como sucede cuando hablamos por ejemplo de “cultura alemana” para designar las características y la eminencia de la literatura, de la filosofía, y de la música alemanas.
Salvo en contextos específicos, empleamos la palabra cultura con el sentido habitual que se le da en sociología o en antropología. A grandes rasgos, para una sociedad dada, es “el conjunto de valores que hay que compartir y el conocimiento de ciertas normas y reglas a las que hay que adecuarse para ser reconocido como miembro”.
Si comprendemos el término cultura en este sentido, es claro que un cierto número de preguntas, tales como “¿existe o no existe una cultura sorda?”, “¿se trata de una cultura poco desarrollada?”, “¿debe y puede ser desarrollada?”, carecen de
2 N. de T.: en francés: Centre d’Etudes des Mouvements Sociaux (EHESS : Ecole d’Hautes Etudes en Sciences Sociales).
Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido
sentido. Es evidente que existe una cultura sorda. Ella es lo que es, como toda cultura, y no hay lugar posible para juicios de valor. No existe un criterio en nombre del cual una cultura, entendida en este sentido, pueda ser juzgada mejor o más desarrollada que otra, y en consecuencia mejorable.
La comunidad de los sordos está constituida por aquellos que participan de esta cultura. El concepto de comunidad se refiere a una realidad sociológica y no fisiológica. No basta con ser sordo para pertenecer a ella. Como sucede con todas las demás culturas, se es parte de ella sólo en la medida en que no se ha sido apartado de la comunidad, en la medida en que se ha socializado en el seno de la misma.
Normalmente, los que forman parte de la comunidad son los sordos hijos de padres sordos y los sordos que fueron educados en los internados especializados. El criterio mayor de pertenencia es el recurso a la lengua de señas (LS), o aún más, el recurso a la LS como lengua materna –o primera lengua si se prefiere–, es decir, aquella en la que uno se siente más cómodo, incluso si fue adquirida después que el francés. Pero existen otros criterios de pertenencia que sólo pueden ser apreciados del interior, es decir, por aquellos que conocen las normas y reglas. La comunidad misma es la que reconoce a los suyos.
Es del interior de una cultura que debemos partir para describirla. Es significativo que no exista prácticamente ningún término genérico para decir sordo en lengua francesa de señas (LFS). Existe una seña para designar a los sordos de la comunidad, y cuando esos mismos sordos se expresan en francés, dicen “verdaderos” sordos. Existen varias señas, en general compuestas, para designar a los sordos que no forman parte de la comunidad.
El hecho de que los sordos en conjunto tengan problemas comunes, no impide constatar la diferencia entre los sordos que pertenecen a la comunidad y los sordos que no pertenecen a ella. Esta diferencia se traduce en la manera en que unos y otros llevan adelante su vida, se comportan con los oyentes y se consideran ellos mismos de manera recíproca.
La vida adulta
1- Para evaluar las necesidades de los sordos adultos, quienes se encargan de tomar las decisiones en materia de pedagogía, han optado siempre por partir de un cierto número de imperativos de la vida, según una organización social concebida forzosamente en función de la mayoría oyente. Esta manera de proceder, incluso si se la lleva a cabo de manera más sistemática que lo habitual, es irrealista y
falsa. Se debe proceder de manera inversa: hay que partir de la experiencia de los interesados.
Habría que comparar sistemáticamente el modo de vida y la manera de manejarse de los sordos adultos que pertenecen a la comunidad de los sordos y los que no. Para cada elemento de esta comparación habría que poder responder a la pregunta: “¿quiénes llevan una vida más satisfactoria?”, pregunta que puede fraccionarse en otras que pueden ser respondidas de forma más objetiva, tales como: “¿quiénes tienen una vida más normal?”, “¿quiénes tienen una vida más productiva?”, “¿quiénes están menos aislados?”, etc…
En un primer tiempo podemos considerar las grandes divisiones comunes de la vida, tales como: trabajo, tiempo libre, familia, etc… Con respecto a esto, me limitaré a algunos comentarios.
2- Habitualmente acordamos al trabajo un lugar central. Esto no se debe únicamente a que pasamos una parte importante de nuestro tiempo en el trabajo, ni al hecho de que el trabajo represente nuestro sustento económico. Sin embargo, es a este nivel de aspiración mínima que se encuentra reducida la forma en que se concibe el trabajo para los discapacitados. El trabajo ocupa un lugar central, como dijimos, porque la profesión es siempre el estatus más significativo cuando se trata de situar a una persona en la sociedad.
A veces se habla de la explotación de los discapacitados en el trabajo. Tratándose de los sordos, me parece que habría que hablar más bien de sub-explotación. De esta sub-explotación resulta una pérdida de ganancias para la sociedad, y una frustración para los sordos, que en general podrían hacer un trabajo más interesante que el que hacen.
Esto me parece válido para todos los sordos, para los que pertenecen a la comunidad de los sordos y para los que no.
Si queremos comparar a los sordos que señan con los que no, tal vez sea necesario aclarar que los primeros, en la situación actual, se dedican en mayor medida que los segundos a trabajos manuales. Independientemente de que esto sea cierto o no, se pueden hacer comparaciones: a) comparación de situaciones de trabajo manual versus laboratorio, informática, diseño industrial, etc… y/o b) comparación dentro del mismo tipo de profesión, entre los dos tipos de personas sordas.
Teniendo en cuenta que se trata de comunicación, en esas comparaciones habría que retomar la distinción tradicional de la sociología del trabajo entre relaciones y comunicación formales –en relación directa con la tarea– y relaciones
Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido
y comunicación informales. Una buena parte de la historia de la sociología ha consistido en analizar la relación entre unas y otras.
Nos parece que no existe mayor diferencia con respecto a la comunicación formal entre los sordos de las dos categorías. Al principio pensamos que la situación del sordo señante podía ser más favorable que la del sordo oralista en cuanto a las relaciones informales –debido menos al hecho de señar o no señar que al tipo de trabajo–, finalmente nos parece que también en ese caso, la diferencia entre unos y otros no es importante. Todos los sordos se encuentran en su trabajo en una situación de gran soledad, y tanto unos como otros dependen en general de una persona en particular para comunicarse.
Me parece que el rol de la palabra en el trabajo está sobreestimado.
3- Si bien no hay una diferencia capital entre sordos señantes y sordos no señantes en el ámbito laboral, sí existen diferencias en el resto sus vidas. Si tenemos en cuenta el lugar que ocupa el trabajo para los sordos en comparación con los oyentes, podemos ver hasta qué punto este resto es importante: tiempo libre, acceso a la información, amistades, familia –la familia de origen y la que se funda–, interacciones con los oyentes en la vida cotidiana, situaciones de urgencia, etc… Es ahí que los estilos de vida cambian y que la comunidad de los sordos adquiere todo su sentido. Resumiendo rápidamente, el sordo señante parece menos aislado. También está menos obligado a hacer incesantemente “como si” fuera oyente.
Se trata de un cambio social
1- En una reunión de la comisión “Comunicación” de la Unión Nacional para la Inserción Social de los Deficientes Auditivos (UNISDA), en la que se precisaba la organización de la comisión y en la que se hablaba de los temas de investigación que podrían proponerse al Centro Técnico Nacional de Estudios e Investigación sobre las Discapacidades e Inadaptaciones (CTNERHI)3, la Sra Chalude propuso que se realizara un tipo de investigación que fotografiara la realidad. Lo que se acaba de proponer es una investigación descriptiva que responde a este tipo de proposición. Al simple nivel de la fotografía se puede obtener una cierta cantidad de información útil.
3 N. de T.: en francés: Centre Technique National d’Etudes et de Recherches sur les Handicaps et les Inadaptations (CTNERHI).
El profesor Oléron le respondió, con algo de razón, que una investigación no es jamás una fotografía de la realidad y que no es a partir de una fotografía de la realidad que se pueden tomar decisiones políticas.
Ahora bien, ¿cuál es en este caso nuestro problema? Deseamos tener elementos para responder a la pregunta: “¿se debe reintroducir la lengua de señas en la educación de los niños sordos? ¿Con qué modalidades?”. La reintroducción de las señas en la enseñanza no es más que un aspecto de un cambio más general que podríamos llamar: el reconocimiento de la lengua de señas. La reintroducción de la lengua de señas en la enseñanza implica necesariamente que se la enseñe a los oyentes, implica también el desarrollo de un cuerpo profesional de intérpretes y otras muchas transformaciones. Se trata de un cambio social. Una sociedad hasta entonces intolerante con las señas les otorga un lugar, y de esta manera se transforma ella misma. Tolerar no significa “dejar hacer”, implica al contrario cambios institucionales concretos ligados a un cambio de actitudes.
Para saber si es sensato o no reintroducir la lengua de señas en la enseñanza, resulta entonces insuficiente y en muchos sentidos paradójico, comparar el modo de vida de los sordos pertenecientes a la comunidad de los sordos con el de los sordos oralistas en una sociedad hostil a la lengua de señas. Lo que se debe hacer es comparar el modo de vida de esas dos categorías de sordos en esas sociedades, con el que tienen en una sociedad que reconoce concretamente, y con todas las consecuencias que ello implica, la existencia de la lengua de señas.
2- Una parte de mi reflexión sobre este tema se sitúa en la tradición de ciertos estudios sociológicos americanos sobre la desviación, principalmente el de E. Lemert (Social Pathology, 1951) y H. Becker (Outsiders, 1963 y On the Other Side). Entendemos por desviantes a todos aquellos que, por razones físicas u otras, no se conforman a ciertas normas: discapacitados, tartamudos, alcohólicos, toxicómanos, miembros de ciertas sectas religiosas, homosexuales, jugadores, ladrones, etc…
En la práctica común –movimientos de reforma y trabajo social cotidiano–, se considera que los desviantes son un problema y que si se quiere saber algo acerca de la desviación con el objetivo de reducirla, es necesario sondear en profundidad a los mismos desviantes. La reflexión sociológica sobre la desviación constituye una ruptura con respecto a este punto de vista. “Los movimientos de reforma a menudo crean más problemas que los que resuelven, y en tales casos el “problema” se vuelve el movimiento de reforma mismo” (Lemert). Los valores
Capítulo 2. La cultura sorda: lo que es, tiene que ser escogido
de una sociedad juegan un rol importante en la producción de comportamientos que los movimientos de reforma desaprueban y buscan eliminar. Esos valores forman parte del “problema”.
Lemert distingue la desviación primaria de la desviación secundaria. Esta última tiene lugar cuando alguien utiliza su comportamiento desviante o un rol ligado a éste, como medio de defensa, de ataque o de adaptación a los problemas que le generan las relaciones sociales derivadas de su comportamiento.
Becker ha insistido sobre el hecho de que hay un aprendizaje de la desviación. Rompiendo con la tradición de los estudios sobre la anomia (Durkheim, Merton), Becker estima que la desviación no es la ausencia de normas. Estas se aprenden en la comunidad de desviantes. Ahora bien, las normas de esas comunidades son tanto más exigentes, y la lealtad de los miembros es tanto más exigida, cuanto más estigmatizado es el grupo.
La comunidad de los sordos es una comunidad de desviantes. Que en su seno se aprenda cómo comportarse “como sordo”, es algo que cae por su propio peso: un miembro de la comunidad se comporta de manera diferente que un sordo que no pertenece a ella.
En el seno de la comunidad no se aprende solamente la manera más adecuada de vivir y de comunicar, como respuesta al hecho de ser sordo. En ella se aprende cómo comportarse dentro de la sociedad mayoritaria y principalmente con los oyentes. Ahora bien, la actitud de la sociedad mayoritaria es parte integrante del “problema”. El problema de los sordos no es solamente tener una lengua desviante, sino también el oralismo, es decir, el rechazo de esta lengua por parte de la sociedad. Conviene precisar que los agentes sociales activos de esta hostilidad hacia la lengua de señas, son las personas teóricamente más cercanas a los sordos, como por ejemplo sus educadores, y no “el resto de la sociedad” que se muestra más bien indiferente.
De este modo, muchas de las características de la comunidad de los sordos –y algunas en razón de las cuales se la estigmatiza– no resultan del empleo de la lengua de señas, sino de la intolerancia de la que es objeto. No hablemos de la sub-educación. Las barreras que erigen los sordos de la comunidad frente a los sordos que no se conforman a sus normas –que pueden ser a veces crueles en las escuelas– son el resultado de la intolerancia que padecen. Pienso incluso, que los más afectados por esta intolerancia no son los sordos típicos de la comunidad, sino justamente aquellos que se encuentran en los márgenes, aquellos de quienes se dice a veces algo que me resulta chocante, se dice que se ha logrado “salvarlos”.
Ellos son los que obtendrían más beneficios de un reconocimiento de la lengua de señas.
3- Para razonar acerca de este problema tenemos la ventaja de disponer del ejemplo de sociedades más tolerantes que la nuestra. Podríamos imaginar una investigación comparativa, aunque sería fútil ya que las consecuencias de una política tal para la vida de los sordos son llamativas. Esto comprende tanto la infancia como la edad adulta: comunicación real con la familia desde la primera infancia, condiciones óptimas para un desarrollo intelectual y afectivo normal, educación de calidad para los niños y adolescentes, participación a la vida social más amplia en la edad adulta, en una palabra, la integración social que tanto buscamos aquí a través de los medios inversos.
En lugar de una investigación comparativa, sería más realista –y en todo caso más urgente– solamente abrir los ojos y ver lo que ocurre en esas sociedades, informarse, ir a ver. Ésta es en todo caso, una de las tareas que nos hemos propuesto realizar, y es una de las funciones de Coup d’œil y de otras iniciativas ligadas a ella.