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La salida del gueto

Capítulo 4. Nación sorda y políticas de la comunidad

La salida del gueto8

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El gran rechazo

Toda sociedad, por las razones más variadas, tiende a rechazar a algunos de sus miembros. Estas exclusiones pueden ser parciales: restricciones de acceso a ciertos lugares, a ciertas funciones, amputación de ciertos derechos. También pueden tomar formas extremas, como el gueto, la deportación, el campo de internación, la prisión o el hospital psiquiátrico. A veces pueden ser explicitadas de manera formal, legal: “nadie puede formar parte de la función pública si no es sano de cuerpo y espíritu”. Y en muchos casos se presentan de manera más insidiosa y banal, como algo que “va de suyo”.

En general es inexacto decir que una sociedad olvida a sus excluidos o no se interesa por ellos. Eso es lo que desearía, pero en general sucede lo contrario. La sociedad hace por ellos lo que no hace por ninguna otra categoría de ciudadanos. Les dedica ministerios especiales. Les otorga asistencia, la mayoría de las veces sin que haya necesidad de una verdadera contrapartida. Cuando el problema se plantea dividido entre “reparación, conversión, cura, readaptación” o “reclusión necesaria”, está claro que nos hallamos en un espacio sagrado en el que son necesarias inversiones generales. Estas inversiones no se justifican ni se evalúan en términos de rentabilidad económica.

En general nos inclinamos a medir la inserción social de una persona en función de lo que ha recibido de la sociedad. Es así que encontramos, por un lado, los privilegiados, favorecidos por la sociedad, y por otro los excluidos, aquellos que han recibido menos, o que no han podido sacar provecho de lo que les ha tocado. Me parece en cambio más juicioso medir la integración de cada uno en función de lo que cada uno aporta a la sociedad. Esto es válido tanto para los individuos como para los grupos sociales. Ambos existen en el mundo, participan

8 In La langue des signes dans la formation et l’intégration de la personne sourde. Promotion du langage gestuel pour les sourds, ASBL, 1985, pp. 84-92. Reproducido en Jean-Pierre Bouillon (éd.), La surdité chez l’enfant en France, Paris, CTNERHI, 1990, pp. 44-48.

en él, aportan y reciben, en la medida en que se presentan y se afirman en él con su especificidad.

Los excluidos, los periféricos, los marginales, serían entonces aquellos que no aportarían nada en razón de quienes son. Más exactamente, aquellos de quienes no se espera nada y/o de quienes sobre todo no se quiere recibir nada, ya que estimamos –con razón o no– que son incapaces de hacer un verdadero aporte o que este no puede ser bueno.

Inútiles, malos o peligrosos, de algún modo se los condena por adelantado –y eso es lo que los define– a no poder ofrecer jamás lo que poseen y que es su especificidad. En el mejor de los casos se los condena a recibir solamente.

De la clandestinidad…

Pero volvamos a los sordos y a la lengua de señas.

La lengua de señas fue durante décadas objeto de un gran desprecio por parte de todas las personas comprometidas, de un modo u otro, con la educación de los niños sordos. La consideraban un medio de comunicación primitivo. Les parecía fea y hasta animalesca, pobre, inadecuada para expresar la abstracción, los matices, los sentimientos elevados, los sentimientos profundos y no sé cuántas cosas más. Sin embargo estos educadores que seguramente querían lo mejor para sus alumnos, no hubieran desplegado tanta energía en combatirla si no la hubieran considerado responsable de encerrar a los sordos en un gueto, y si no hubieran notado con acierto que la lengua de señas es contagiosa. Un niño sordo en contacto con otros sordos la toma rápidamente, la aprende, se la apropia.

Siempre nos sorprendemos de la cantidad de sordos que los educadores y los padres han logrado mantener lejos de sus pares y de la seducción del lenguaje gestual, hasta una edad avanzada. Educación con los oyentes, educación protegida y difícil, austera y reservada en general a los sordos de un medio favorecido, cuyos padres pueden reforzar el trabajo de los maestros.

En los internados especiales, en cambio, es difícil terminar con lo que durante mucho tiempo se consideró “hierba mala”. Sin embargo, en general se ha logrado establecer una separación tajante entre las situaciones “serias”, escolares, en las que las señas están prohibidas, y los momentos como el recreo, el comedor o el dormitorio, en los que las señas tienen libre curso.

Esta separación tajante entre la lengua de la vida, la lengua de todos los días, y la lengua culta, que al mismo tiempo es un poco la lengua de los otros, no favorece el aprendizaje en general, ni el aprendizaje del francés en particular. Por

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otro lado, penaliza a los sordos de nacimiento y a los sordos que no pueden usar audífonos, con respecto a los hipoacúsicos y a los sordos postlocutivos. Sin embargo esta separación puede ser vivida como algo que “va de suyo”, y el hecho de que los gestos sean tolerados en los contextos ordinarios, puede hacer que no se la perciba como una medida opresiva.

Esta política se ve reflejada en la cultura sorda. Incluso en la edad adulta quedan vestigios de ella. Por ejemplo, el evitar señar en público. A veces por vergüenza de la lengua de señas en sí misma, pero más a menudo por razones bien diferentes. Con el lenguaje gestual sucede lo mismo que con muchos actos íntimos o privados, que no son en sí mismos vergonzantes, pero que se vuelven vergonzantes si se los exhibe, si se los realiza en público. Entonces se lo esconde. En ultima instancia, por respeto hacia él y hacia la comunidad de quienes lo emplean.

Hay lenguas orgullosas y conquistadoras que parecen llevar el sello del universalismo. Al menos así es como las conciben las comunidades que las hablan. Dan con gusto su lengua. La exportan. Mejor aún, piensan que puede ser un beneficio para los demás imponérselas. El francés fue durante mucho tiempo el prototipo de una lengua de este tipo. Ahora pensaríamos en el inglés.

En el lado opuesto están las lenguas de las minorías, que históricamente han conocido el desprecio y la opresión. Por ejemplo el yiddish o las lenguas cíngaras. Son lenguas que se reservan cuidadosamente para sí. No se enseñan. Hay muy pocas personas que no pertenecen a esas comunidades y las conocen. Y, en general, se desconfía de quienes las usan si no comparten desde el nacimiento el destino de la comunidad en cuestión.

En la situación que describo, la lengua de señas pertenece a esta categoría de lengua. Tiene todas las características de una lengua de gueto. A decir verdad, los sordos la consideran como algo un tanto diferente de una lengua propiamente dicha. Es un modo de comunicar particularmente original y que, aunque tenga vocación universalista, es inherente a los sordos: los oyentes, por naturaleza, serían incapaces de adquirir un completo dominio.

Los muros de este gueto se erigen incluso dentro del mundo de los sordos, y separan a quienes emplean las señas de quienes se enorgullecen de no saber nada de ellas.

Estos muros están hechos de ignorancia recíproca, de menosprecio, de reproches y –creo– también de miedos.

… al derecho de cité

Lo que sucede en casi todo el mundo desde hace unos quince años, nos obliga a reconsiderar las antiguas formas de ver y de hacer. Las señas han sido condenadas y combatidas en nombre de la integración y la lucha contra el gueto. Hoy está claro que hay que proceder de manera inversa. El reconocimiento de la lengua de señas es la condición sine qua non de la integración y de la salida del gueto.

Algunos años atrás, hubiéramos tratado de demostrar esto tomando como ejemplo lo que sucede en Estados Unidos o en los países escandinavos. Hoy en día podemos apoyarnos en lo que ocurre en Francia, aunque los cambios se produzcan de manera un tanto conflictiva y con ciertos roces.

Lo que podemos observar hoy hubiera sido inconcebible hace algunos años. Pienso por ejemplo en los “sordos hablantes”, que no conocen las señas. Son los primeros beneficiarios de los intérpretes. Antes les era imposible acceder a toda conferencia o debate público, cosa que parecía obvia. Como no sabían comunicar en señas, no imaginaban que pudiera existir para ellos una situación de conversación entre varios en la que no se hallaran en inferioridad de condiciones.

Estos descubrimientos, que se presentan a veces como una revelación, hicieron que varios de estos sordos se transformaran en activos militantes en favor de su lengua recuperada.

Caen las barreras entre sordos, y gracias a la multiplicación de los intérpretes en todos los contextos –administrativos, médicos, culturales, religiosos, profesionales, políticos…–, todos tendrán por fin acceso a lo que ocurre en el mundo de los oyentes, que es también su mundo.

No basta con mencionar todo lo que en la actualidad se ha vuelto por fin accesible para los sordos aunque sean sordos. Deberíamos más bien hablar de todo lo que es al fin accesible justamente porque son sordos. El ejemplo más claro son las numerosas intervenciones de carácter pedagógico dirigidas a los niños sordos, de las que paradójicamente habían sido excluidos antes a causa de su sordera.

Pero quisiera detenerme un momento sobre otra cosa. Quiero hablar de los cursos de lengua de señas.

Existieron en otra época. Se trataba de iniciaciones breves, en general informales y reservadas a quienes se dedicaban a la enseñanza especial o a alguna forma de apostolado con sordos.

La novedad radical de esta enseñanza, es en primer lugar su carácter sistemático, aunque a menudo los cursos se desarrollen de modo salvaje. En segundo lugar, su amplitud. Y sobre todo, la naturaleza del público al que se dirigen, que sobrepasa ampliamente el ámbito de la educación de los niños sordos. El marco se extiende a los padres de niños sordos, la familia extendida, los amigos, los profesionales de

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cualquier área que pueden en un momento u otro estar en contacto con sordos, personas que quieren aventurarse en la interpretación, y todos aquellos, cada vez más numerosos, que han visto la lengua de señas y se interesan por ella. En Francia, al menos en una universidad, la lengua de señas es una materia optativa.

A los sordos norteamericanos les gusta decir que la lengua de señas americana es la tercera o la cuarta lengua de los Estados Unidos. Esto no significa que en Estados Unidos haya tantos sordos y que la lengua de señas sea la lengua habitual de un número tan importante de ciudadanos. Lo que quiere decir, es que esta lengua es empleada por la mayoría de los sordos, pero también por un número aún mayor de oyentes. Las señas se han transformado en una especie de bien común.

Salvo error de mi parte, Bélgica ha hecho la misma elección que nosotros, y otro tanto han hecho nuestros amigos de Suiza francófona. Los sordos poseen casi el monopolio de la enseñanza de la lengua de señas. Esto está lejos de ser así en los demás países del mundo. Esta elección se justifica plenamente en el momento presente. Me parece importante.

Que la enseñanza esté a cargo de los sordos no significa que enseñen siempre su lengua. A veces los cursos consisten en largas listas de vocabulario. Para enseñar algo que se hace “naturalmente” es necesario un análisis mayor que para enseñar algo que se ha aprendido de manera formal. Por el momento los lingüistas están lejos de haber descubierto todo lo que las lenguas nos esconden aún.

A veces, deliberadamente, se enseñan las señas como un soporte de la palabra o como un doble o sustituto, seña por palabra, de la lengua hablada. Esta forma de enseñanza puede resultar de la inmisión en los cursos de lengua de señas de ciertas preocupaciones propias de los pedagogos de sordos, como ¿qué modo de comunicación se debe adoptar en clase con los niños sordos? Sobre todo, me parece que es la herencia de una mala época. Permite tratar con consideración, pero al mismo tiempo perpetuar, antiguas actitudes: la de los oyentes, para quienes la lengua de señas “tal como se habla” sigue siendo objeto de desprecio, y la de los sordos, que guardarán para sí lo que es más específico de ellos. El número creciente de oyentes que asisten a esos cursos, que no tienen responsabilidades pedagógicas con los niños sordos y que por ello son menos proclives a adoptar una actitud normativa con respecto a la lengua de señas y se interesan por ella tal como “se habla” y se vive, –y no como algunos quisieran que fuera–, todo esto obra a favor de la enseñanza de la verdadera lengua de señas francesa.

A esto se suma también el interés de los oyentes por el florecimiento actual de producciones artísticas, teatrales y poéticas en lengua de señas.

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