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Internacional
¿Opuestos de verdad?
En el mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el escritor y profesor universitario Charles Camosy reflexiona sobre ciertos cambios en la forma en que la ciudadanía observa la realidad política, y ve luces de esperanza en un país aparentemente dividido y polarizado
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Es muy valioso pensar en la unidad de los opuestos. Lo he intentado en mi trabajo y en el activismo, de diversas formas, y la metodología tesis-antítesis-síntesis resulta de gran ayuda. Aliento a mis alumnos a utilizarla siempre que puedan. Sin embargo, existe también un peligro: adoptar esta actitud a veces nos puede llevar a aceptar cosas como opuestas con demasiada rapidez, cuando, en los hechos, no son para nada opuestas.
Por lo general no soy un gran fanático de la filosofía descontructivista posmoderna (ni de las ramificaciones que produjo, que dominan tantos aspectos de la academia hoy en día). Pero un gran regalo que ésta nos dio es el escepticismo ante el pensamiento binario. Con demasiada frecuencia esta manera de pensar acepta una visión de la realidad que nos limita artificialmente y nos hace pasar por alto y perdernos realidades importantes y, a menudo, muy bellas. Si todo lo que se puede ver es el día y la noche, entonces se perderán el atardecer y el amanecer -tiempos en los que todavía no es de día ni es de noche, y en los que el crepúsculo nos revela una belleza que no puede ser vista ni en la oscuridad ni a la luz brillante del sol-.
Comúnmente, el problema del pensamiento binario es que no sólo provoca que pasemos por alto realidades bellas, sino que también no nos permite comprender bien las dimensiones de las estructuras que se describen.
Dos áreas de muestra
Por ejemplo, ¿cómo se utiliza la categoría binaria religioso/secular para provocar controversias? La utilizamos todo el tiempo, pero es una yuxtaposición que no ayuda a comprender la forma en que los valores últimos o trascendentales funcionan en nuestra cultura.
Las afirmaciones religiosas y seculares sobre el bien no se oponen entre sí en absoluto, pero la categoría binaria religioso/secular se utiliza a menudo como oposición en nuestro discurso público para marginalizar a otros con quienes estoy en desacuerdo. ¿No les gusta algo que hacen los católicos o los musulmanes? Califíquenlo de “religioso” como opuesto a “secular”... y de ahí comiencen el discurso. ¿No les gusta algo que hacen nuestros compañeros de religión? Desestímelo como algo “secular” y así podrán eliminarlo de la conversación.
Existen otros dos opuestos que contribuyen a extender los niveles intensos de polarización de los que se habla en Estados Unidos. Es difícil imaginar un mejor ejemplo de esta clase de polarización en ese país que el debate sobre el aborto.
Con casi medio siglo de desarrollo, se lo describe correctamente como nuestra “segunda guerra civil” -una guerra fría civil-. Pero si encuadramos el discurso sobre el aborto como una contienda de “nosotros contra ellos” “pro-vida versus pro-libre-elección” no comprendemos para nada la profunda complejidad del tema en sí mismo -y de lo que la gente cree al respecto-.
Cuando en las encuestas se brinda la opción de elegir, la gran mayoría dice estar tanto en favor de la vida como en favor de la libre elección. La encuestadora Gallup formula trimestralmente la pregunta: “¿Usted piensa que el aborto tendría que ser legal en toda circunstancia, legal sólo bajo ciertas circunstancias, o ilegal en toda circunstancia?”, y también “¿Usted se considera pro-vida o pro-libre-elección?” Dadas las visiones complejas y multifacéticas que las personas tienen sobre el tema, la pregunta misma ni siquiera tiene sentido. Y establece una falsa oposición binaria que nos coloca en el medio de esa segunda guerra (fría) civil que mencionábamos.
Sobre los partidos políticos
Finalmente, hablemos de la polarización derecha/izquierda en la política de Estados Unidos: republicanos y demócratas. Otra vez, esta oposición binaria es poco feliz en distintos niveles (en nuestra vida personal, en el contexto de la pertenencia a una comunidad religiosa, en nuestras políticas locales y nacionales, etc.) y, a la larga, nos lleva a definirnos a nosotros mismos no por la comunión entre nosotros, sino por la oposición entre nosotros.
Cada vez más, la gente considera que no hay un candidato aceptable y vota por detener al candidato o al partido que detesta en vez de apoyar al que prefiere. Aunque es terrible tal como parece, esto nos da dos informaciones muy significativas que llegan directo al corazón de la preocupación por sobreponernos a los obstáculos de la polarización intensa.
La primera es que los estadounidenses, cuando se les da las oportunidades estructurales de hacerlo, no consideran que están en una guerra cultural entre demócratas y republicanos.
Hace tan solo 10 años, el 34 % de los estadounidenses se identificaba como independiente, pero hoy ese guarismo es 44 % (el porcentaje más alto en los 75 años de la encuesta). Como contraste, la encuesta sólo encontró que el 27 % se identifica como demócrata y el 26 % como republicano.
Más aún, en 2018, un importante estudio de afiliación política en Estados Unidos, llamado Tribus escondidas halló algo similar. Como lo expresó el New York Ti-
mes, el estudio encontró que la mayoría de las personas “no mira su vida a través de un lente político, y cuando tiene opiniones políticas, éstas son mucho menos rígidas que las de las ‘tribus’ ortodoxas más comprometidas ideológicamente” (fundamentalmente, de los militantes de los partidos).
De hecho, dos tercios de los estadounidenses pertenecen a lo que el estudio describe como “mayoría exhausta”. Sus miembros “comparten la sensación de fatiga ante la conversación nacional polarizada, la buena disposición a ser flexibles en sus puntos de vista políticos, y la falta de voz en la conversación nacional”.
Los medios de comunicación, los políticos, los grupos de presión y los recaudadores de fondos se benefician de que la cultura política estadounidense sea vista como un desastre polarizado entre demócratas y republicanos: lo pueden utilizar para beneficiarse en sus intereses personales y recaudar mucho dinero de donantes enojados.
Esta es una de las razones importantes por las que el Congreso –no todo el pueblo estadounidense– está más polarizado hoy que en cualquier otro momento desde después de la Guerra Civil. Sin embargo, esto no refleja para nada dónde está el país realmente en estos momentos. Los estadounidenses “de a pie” no están para nada polarizados. De hecho, la segunda información buena es que nos estamos dando cuenta de esta realidad.
Sin importar lo que uno piense sobre Donald Trump, su victoria de 2016 marcó que ya se viene dando una realineación importante. Los partidos cambian sus opiniones en temas fundamentales con tanta frecuencia que ya no resulta claro siquiera qué es un demócrata o un republicano.
El columnista del Washington Post, Eugene Robinson, hace poco lo expresó así: “Mi opinión es que el eje tradicional izquierda/derecha, progresista/conservador, demócrata/republicano que nos resulta tan familiar ya no es un esquema válido para la opinión política estadounidense. Y creo que ninguno de los dos partidos tiene la más pálida idea de cómo se ve el nuevo diagrama”.
Dónde estamos hoy
En mi libro Resisting Throwaway Culture (“Resistiendo la cultura desechable”) tomé esto como un lugar esperanzador en donde estar. Es un tiempo para estar tranquilo, para rezar, para desconectarse de las instituciones y de los marcos que nos hacen volver a encuadres antiguos y pasados de moda. La gente está buscando algo nuevo, alternativas a marcos obsoletos y antagonistas.
Durante mucho tiempo, “la derecha” se enfocó en un tipo de enfoque libertario de “no meterse” en la economía, pero cada vez hay más conservadores que comprenden que el gobierno tiene que jugar un rol esencial si es que hay que poner la economía al servicio de los seres humanos, y, especialmente, de las familias.
Aquí tienen un ejemplo típico: durante el reciente debate sobre la reforma tributaria, los que se inclinaban hacia lo libertario dijeron que querían que el gobierno dejara de “seleccionar los ganadores y los perdedores” de las políticas tributarias en forma arbitraria… pero un gran número de electores conservadores se opuso y, por el contrario, dio mayor impulso a créditos impositivos para niños y para adopciones, una política fiscal que no penalice los matrimonios, etc.
Además, existe un nuevo apoyo desde “la derecha” a iniciativas como la licencia paga por familia, el subsidio para el cuidado de los niños y de los adultos enfermos
The National Guard
en el hogar… y otros programas dirigidos a la dignidad de la persona humana, especialmente de la familia.
Por otra parte, “la izquierda” ahora se preocupa de mantener los trabajos manufactureros, considera también el impacto negativo de la globalización y por lo tanto propone iniciativas que apoyen la producción nacional.
La exposición individual y la experiencia de la pandemia también aportan un resultado más diferenciado: una mayoría bipartidaria de votantes registrados apoya enérgicamente las administraciones estatales que multan o encarcelan a personas que no lleven barbijos en público (como lo muestra una encuesta realizada en el mes de julio).
Las complejas experiencias de vida de las personas no encajan con facilidad en un sistema de valores binario. De hecho, podría decirse de muchos millones de personas más que políticamente caben en un “espacio para quienes no hay un espacio”, y que este grupo podría ser aún más grande si facilitáramos una complejidad política mayor.
En resumidas cuentas: la situación en Estados Unidas es muy esperanzadora para la recepción de nuevas ideas que parecían impensables tan solo cinco o diez años atrás.
*El autor es profesor adjunto de bioética en la Universidad Fordham de Nueva York. Traducción gentileza de Amanda Zamuner.