Ciudad nueva - Noviembre 2020

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Internacional

Estados Unidos Charles Camosy (desde Estados Unidos)*

¿Opuestos de verdad? En el mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el escritor y profesor universitario Charles Camosy reflexiona sobre ciertos cambios en la forma en que la ciudadanía observa la realidad política, y ve luces de esperanza en un país aparentemente dividido y polarizado Es muy valioso pensar en la unidad de los opuestos. Lo he intentado en mi trabajo y en el activismo, de diversas formas, y la metodología tesis-antítesis-síntesis resulta de gran ayuda. Aliento a mis alumnos a utilizarla siempre que puedan. Sin embargo, existe también un peligro: adoptar esta actitud a veces nos puede llevar a aceptar cosas como opuestas con demasiada rapidez, cuando, en los hechos, no son para nada opuestas. Por lo general no soy un gran fanático de la filosofía descontructivista posmoderna (ni de las ramificaciones que produjo, que dominan tantos aspectos de la academia hoy en día). Pero un gran regalo que ésta nos dio es el escepticismo ante el pensamiento binario. Con demasiada frecuencia esta manera de pensar acepta una visión de la realidad que nos limita artificialmente y nos hace pasar por alto y perdernos realidades importantes y, a menudo, muy bellas. Si todo lo que se puede ver es el día y la noche, entonces se perderán el atardecer y el amanecer -tiempos en los que todavía no es de día ni es de noche, y en los que el crepúsculo nos revela una belleza que no puede ser vista ni en la oscuridad ni a la luz brillante del sol-. Comúnmente, el problema del pensamiento binario es que no sólo provoca que pasemos por alto realidades bellas, sino que también no nos permite comprender bien las dimensiones de las estructuras que se describen. Dos áreas de muestra Por ejemplo, ¿cómo se utiliza la categoría binaria religioso/secular para provocar controversias? La utilizamos todo el tiempo, pero es una yuxtaposición que no ayuda a comprender la forma en que los valores últimos o trascendentales funcionan en nuestra cultura.

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Las afirmaciones religiosas y seculares sobre el bien no se oponen entre sí en absoluto, pero la categoría binaria religioso/secular se utiliza a menudo como oposición en nuestro discurso público para marginalizar a otros con quienes estoy en desacuerdo. ¿No les gusta algo que hacen los católicos o los musulmanes? Califíquenlo de “religioso” como opuesto a “secular”... y de ahí comiencen el discurso. ¿No les gusta algo que hacen nuestros compañeros de religión? Desestímelo como algo “secular” y así podrán eliminarlo de la conversación. Existen otros dos opuestos que contribuyen a extender los niveles intensos de polarización de los que se habla en Estados Unidos. Es difícil imaginar un mejor ejemplo de esta clase de polarización en ese país que el debate sobre el aborto. Con casi medio siglo de desarrollo, se lo describe correctamente como nuestra “segunda guerra civil” -una guerra fría civil-. Pero si encuadramos el discurso sobre el aborto como una contienda de “nosotros contra ellos” “pro-vida versus pro-libre-elección” no comprendemos para nada la profunda complejidad del tema en sí mismo -y de lo que la gente cree al respecto-. Cuando en las encuestas se brinda la opción de elegir, la gran mayoría dice estar tanto en favor de la vida como en favor de la libre elección. La encuestadora Gallup formula trimestralmente la pregunta: “¿Usted piensa que el aborto tendría que ser legal en toda circunstancia, legal sólo bajo ciertas circunstancias, o ilegal en toda circunstancia?”, y también “¿Usted se considera pro-vida o pro-libre-elección?” Dadas las visiones complejas y multifacéticas que las personas tienen sobre el tema, la pregunta misma

ni siquiera tiene sentido. Y establece una falsa oposición binaria que nos coloca en el medio de esa segunda guerra (fría) civil que mencionábamos. Sobre los partidos políticos Finalmente, hablemos de la polarización derecha/izquierda en la política de Estados Unidos: republicanos y demócratas. Otra vez, esta oposición binaria es poco feliz en distintos niveles (en nuestra vida personal, en el contexto de la pertenencia a una comunidad religiosa, en nuestras políticas locales y nacionales, etc.) y, a la larga, nos lleva a definirnos a nosotros mismos no por la comunión entre nosotros, sino por la oposición entre nosotros. Cada vez más, la gente considera que no hay un candidato aceptable y vota por detener al candidato o al partido que detesta en vez de apoyar al que prefiere. Aunque es terrible tal como parece, esto nos da dos informaciones muy significativas que llegan directo al corazón de la preocupación por sobreponernos a los obstáculos de la polarización intensa. La primera es que los estadounidenses, cuando se les da las oportunidades estructurales de hacerlo, no consideran que están en una guerra cultural entre demócratas y republicanos. Hace tan solo 10 años, el 34 % de los estadounidenses se identificaba como independiente, pero hoy ese guarismo es 44 % (el porcentaje más alto en los 75 años de la encuesta). Como contraste, la encuesta sólo encontró que el 27 % se identifica como demócrata y el 26 % como republicano. Más aún, en 2018, un importante estudio de afiliación política en Estados Unidos, llamado Tribus escondidas halló algo similar. Como lo expresó el New York Ti-


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