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Editorial
Participación urgente y necesaria
El concepto de cogobernanza es relativamente nuevo en nuestros países. Sin embargo, en otros, hace un tiempo es objeto de estudio por parte de investigadores, especialmente en el área de las ciencias políticas. Será el tema central de un congreso mundial promovido por el Movimiento de los Focolares que se realizará en octubre.
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Aunque el término en sí puede resultar extraño para algunos, cogobernanza se refiere a valores conocidos. Hablar de cogobernanza es hablar de un gobierno participativo (de un país, departamento, ciudad o incluso desde una organización), en el que todos los actores involucrados tienen algo que decir y hacer. Y se convierten en protagonistas, porque los mueve la convicción de que la fraternidad universal los une y los iguala en dignidad. Por actores, nos referimos no sólo a los líderes, sino a todas las personas involucradas.
Como ciudadanos, conocemos nuestro compromiso de hacer nuestra parte para que la gestión de los asuntos públicos se realice de manera adecuada y justa. Muchos de nosotros incluso podemos sentirnos con la conciencia tranquila al respecto, porque creemos que estamos al día con nuestros compromisos con la sociedad. Puede ser. Pero si miramos a nuestro alrededor, nos veremos obligados a admitir que nuestra parte no ha sido suficiente. La crisis social, política, económica y de salud provocada por la pandemia del Covid-19 expuso aún más nuestras debilidades históricas como sociedad que, “en realidad”, hemos insistido en “barrer bajo la alfombra”.
Por eso, la participación en los asuntos de interés público ha requerido actos generosos, comprometidos, incluso heroicos, como los que han hecho muchos profesionales de la salud y de la educación, solo por mencionar algunos de los héroes que la lucha contra la pandemia ha puesto de manifiesto. La crisis sociopolítica generalizada exige más de cada uno de nosotros, aunque el esfuerzo que pide varía mucho de una persona a otra. (Sin duda, pide más a los menos vulnerables).
Ante este complicado escenario, se necesita una participación más activa en el seguimiento y en el control a las autoridades públicas a todos los niveles. Sólo con participación es posible que la administración de las demandas, de las posiciones y de los distintos intereses en la sociedad, sea equilibrada y sea prioritario el servicio a los más vulnerables.
La crisis en la participación pública —de características diferentes en cada país— que en términos generales ya era grave, en América Latina se ha agudizado. Ya casi ni llama la atención, por ejemplo, la desafección de los peruanos hacia la política. En las elecciones presidenciales de abril, uno de tres electores no fue a votar, y ningún candidato alcanzó siquiera el 20 % de los consensos. Es un caso emblemático: en el país andino, los últimos cinco presidentes de la República han sido condenados o indagados por la Justicia. En Paraguay, la pésima gestión gubernamental de la provisión de medicamentos y vacunas para hacer frente al Covid-19 ha desnudado completamente los vicios endémicos de la administración pública nacional y ha agotado la paciencia de los parientes de las personas infectadas. Eso ha llevado al ejercicio de la función de contralor de la ciudadanía por medio de protestas que han provocado la renuncia de cuatro ministros, y han logrado que las nuevas autoridades por lo menos se movilizaran con más decisión y celeridad.
Las posturas erráticas motivadas exclusivamente por intereses de poder indignan, y más cuando juegan literalmente con las vidas de millones de personas y provocan miles de muertes que se podían haber evitado. También indigna la irresponsabilidad de ciudadanos que con sus descuidos o su indiferencia provocan también muertes evitables. Esto evidencia aún más las carencias educativas de los hogares y de las escuelas, lo que a su vez demuestra que tampoco alcanzaría con tener una buena clase política. Por estas razones, la aplicación del concepto de cogobernanza nunca ha sido más pertinente y urgente. Se acabó el tiempo de relegar la tarea de gobernar sólo a los políticos. El caso chileno es un ejemplo de ello: la desigualdad de oportunidades provocó la necesidad de participación, y en junio 155 representantes elegidos del pueblo comenzarán a redactar una nueva Constitución.
A medida que llevamos a cabo iniciativas de gestión más participativas, tenemos más oportunidades de hacer la diferencia y obtener resultados significativamente mejores. Para eso, todos debemos sacrificar un poco de nuestra comodidad, de nuestro egoísmo y de nuestra indiferencia, y ayudar a los otros a hacer lo mismo.
Luis Henrique Marques y Silvano Malini
Acerca de
Diálogo entre personas de diferentes convicciones
Enamorarse de la persona equivocada (I)
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Finalizando el 2019, nos reunimos a escuchar temas de amor de Mina, la gran cantante italiana. Sin saberlo, nos estábamos preparando para el drama de amores desencontrados que se presentarían en el film La gaviota, basado en el texto clásico de Anton Chejov.
Originalmente esta pieza se había estrenado en 1896 y aunque su primera puesta en escena en el estatal Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo fue un fracaso rotundo, cuando Konstantín Stanislavski la dirigió en una posterior producción para el Teatro de Arte de Moscú, la obra triunfó. Y con el tiempo se convertiría en una de las joyas del arte ruso.
La gaviota narra la historia de varios artistas que se reúnen en una casa de campo para descansar: Irina, actriz soberbia, tacaña y orgullosa; Boris Trigorin, escritor famoso y pareja de Irina; Konstantin Treplyov, hijo de Irina, aspirante a escritor, quien siempre ha luchado por la aprobación de su madre, y Nina Zarechnaya, hija de un terrateniente de la zona, enamorada de Konstantin y aspirante a actriz, que está dispuesta a dejarlo todo por cumplir su sueño.
Esta es una obra donde poco acontece, por lo menos en el exterior, pero donde los sentimientos y reflexiones de los personajes van creando lentamente el desenlace. Chejov habla de amor, de arte, de melancolía, de aspiraciones, de cuestionamientos personales y de sueños irrealizables, de gente normal en sus rutinas. El texto es exquisito y muy bien representado por todos los actores. El film le imprime a la adaptación y a la acción una gran dinámica y poética. La película propone un espacio poco convencional, algo pequeño para semejante despliegue. La vestimenta es formidable y atractiva. El maquillaje y peinado también son muy adecuados a la época. Con una escenografía creativa e íntima, el espectador se sentirá partícipe de la obra. El montaje es rico: hay muchos primeros planos, virtuosas movidas de cámara y un toque muy propio de director de escena, que quiere dejar su impronta.
Está muy presente el cello, que nos recibe y acompaña la obra, interpretado de manera impecable, lo que es fundamental para lograr una atmósfera que transportará al público al corazón del relato. En definitiva, es una historia de amores no correspondidos.
Como el resto de los dramas de Chéjov, La gaviota depende de un bien formado elenco de diferentes y bien desarrollados personajes. En oposición a muchos melodramas teatrales del siglo XIX, acciones escabrosas como el intento de suicidio de Tréplev suceden tras bastidores. Los personajes tienden a hablar en circunloquios alrededor de un tema en lugar de discutirlo expresamente —una técnica conocida como “subtexto”—. Finalmente, los personajes de La gaviota están insatisfechos con sus vidas. Algunos desean amor. Algunos desean el éxito. Algunos desean genio artístico. Sin embargo, nadie parece alcanzar la felicidad.
(Cinedebate del 07/12/19)
Próxima columna: “Enamorarse de la persona equivocada (II)”.