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Aproximación a los estudios culturales en Colombia: de la cultura nacional a las culturas en plural� � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � �
Aproximación a los estudios culturales en Colombia: de la cultura nacional a las culturas en plural
Ante esta proliferación y reconocimiento de una idea generalizada de la cultura, la disciplina que ha dado curso al estudio de este concepto ha sido la antropología, cuyos nacientes enfoques respaldaron los ideales coloniales relacionados con la trasmisión y evolución de una cultura dominante en un territorio particular. Posteriormente, surgieron nuevas propuestas que se encargaron de problematizar el concepto de la cultura identificando las raíces de lo que se concebía como dominante que en este caso tendería a tener una relación intrínseca con el poder político y la trasmisión hegemónica de una ideología. En Colombia uno de los pioneros de este ejercicio crítico fue el antropólogo Luis Guillermo Vasco, quien amplió el debate acerca de la existencia de múltiples culturas en el interior de una cultura nacional instituida. Su trabajo, en coautoría con el pueblo Guambiano en el suroccidente colombiano, le permitió apoyar de forma solidaria la lucha por la recuperación de la tierra y el acompañamiento del rescate de la memoria histórica guambiana (Vasco, Dagua y Aranda, 1998). La estancia en este territorio llevó al autor a describir el proceso por el cual la historia de las y los guambianas/os había sido negada e invisibilizada en el paulatino proceso que se había llevado a cabo en el país en torno a la progresiva asimilación de los indígenas a la vida nacional. En este mismo sentido, la antropóloga Joanne Rappaport (1984) registró cómo en el mismo suroccidente colombiano el pueblo Páez reconstruía su historia mediante la evocación de mitos fundacionales que posibilitaban la comprensión de la legitimidad y el derecho que tenían como pueblo de permanecer en el territorio en el que
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habitaban y justificaba la recuperación de la tierra. En este aspecto, se fue evidenciando la existencia de otras historias, otras memorias y otras maneras de comprender el mundo; que, como ya se ha mencionado, fueron invisibilizadas en el ímpetu de cernir un sentimiento nacional general colombiano. También se fueron conociendo y reconociendo otras memorias como las de las comunidades negras y sus procesos de resistencia (Escobar, 2008).
De acuerdo con el antropólogo Axel Rojas (2012), el surgimiento de los estudios culturales en Colombia siguió posicionando en principio un cuestionamiento a las visiones elitistas de la cultura y de la disciplina antropológica cuyos orígenes develaban una herencia colonial y racista. Desde esta perspectiva, los estudios culturales en Colombia ubicaron a la cultura como un anticoncepto, un elemento para entender cómo las prácticas culturales han venido dándole vida a lo social a partir de configuraciones del poder. Para comprender de mejor manera esta afirmación, Londoño (2020) recuenta cómo la historia en Colombia se convirtió en un vehículo de trasmisión del saber dominante en el que las narrativas aparecen y desaparecen de acuerdo con tensiones o intereses políticos y económicos, cristalizándose de este mismo modo relaciones de poder raciales y de género históricas y silenciadas. La autora afirma que la historia actual se concibió a finales del siglo XIX para enarbolar las gestas independistas y forjar el espíritu nacional, negando e invisibilizando las otras historias conocidas como “subalternas”:
Así, la historia naciente del siglo XIX no necesitó hacer mención de los que hoy conocemos como subalternos, pues se suponía que en la narración de los grandes hombres ya estaba incluido un
“todo” que se hizo historia a través de ese relato y de un ejercicio de diferenciación con la corona española, aun cuando este “todo” excluyera radicalmente a pueblos enteros (negros afrodescendientes, indígenas, campesinos y mujeres) que no sólo habitaban el territorio que agrupaba dicha nación, sino que además fueron fundamentales en su independencia y para el sostenimiento de la misma (y no sólo). (Londoño, 2020, p. 55)
El proceso de formación cultural en Colombia se fue construyendo desde la reproducción de una historia clasificada y sistematizada a partir de una narrativa centrada en las gestas de ciertas clases y grupos familiares, edificando en este aspecto campos de significación estructurales que fueron consolidando una forma de pensar individual y colectiva. Londoño (2020) insiste en que la historia está inmersa en las relaciones de poder, por lo que se ha erigido como el mecanismo de trasmisión de una ideología que responde a un tipo de régimen hegemónico de Gobierno. Cabe destacar que en la década de 1990 esta lógica cambió de rumbo para dar mayor prioridad a la proyección de un modelo de inserción al sistema económico internacional, para lo cual en el año de 1994 se suprimió la enseñanza de la historia en las escuelas y se la incluyó en el programa de Ciencias Sociales, siendo remplazada por las asignaturas de Inglés y Tecnología.
En este mismo sentido, Aparicio (2021), siguiendo al antropólogo Mario Blaser, recalcó la importancia de develar esas historias negadas, fundamentar esas ontologías y otras epistemologías para evidenciar la tensión que el campo cultural dominante instauró y así cuestionar los modelos hegemónicos de las prácticas y valores trasmitidos para fundamentar
las relaciones de poder. Por lo tanto, se ha venido denotando una prevalencia por reinterpretar la cultura desde el análisis de las ideas, actitudes, lenguajes, prácticas e instituciones del poder. En consecuencia, se han hecho más estudios sobre la producción de los significados de las llamadas subculturas: movimientos sociales, mujer, naturaleza y democracia.