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Conceptualización de la categoría de cultura
Anteriormente, y con el desarrollo de los debates antropológicos, el estudio de la cultura se analizó desde enfoques en los que se tomaba como punto de comparación los valores, tradiciones y costumbres de una cultura dominante, que en muchos casos provenía del Reino Unido, Francia o Estados Unidos. Dentro de estos cánones se comenzó a construir una imagen universal de la cultura, claramente soportada a partir de los valores del mundo occidental y el desarrollo de sus instituciones. Cualquier manifestación social que no correspondiera a estos patrones o esquemas dejaba de tener importancia, por lo que las propiedades particulares de la conducta de cada población se subsumían en un campo analítico más general, dejando de lado características muy propias que identificaban el comportamiento de cualquier grupo social.
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Ante esto, Geertz subraya que, para dejar estos criterios universalistas y relativistas del estudio de la cultura, es necesario interpretar aquellas manifestaciones simbólicas que se expresan de manera cotidiana. En este caso, para develar el sentido de cada cultura, es necesario identificar el plan, la fórmula, la programación que ha forjado la conducta tanto individual como colectiva del grupo analizado:
La cultura se comprende mejor no como complejos de esquemas concretos de conducta —costumbres, usanzas, tradiciones, conjuntos de hábitos—, como ha ocurrido en general hasta ahora, sino como una serie de mecanismos de control —planes, recetas, fórmulas, reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman “programas”)— que gobiernan la conducta. La segunda idea es la de que el hombre es precisamente el animal
que más depende de esos mecanismos de control extragenéticos, que están fuera de su piel, de esos programas culturales para ordenar su conducta. (Geertz, 1973, p. 51)
La cultura moldea paulatinamente al ser humano a partir de la apropiación de formas de ser y actuar que lo irán distinguiendo de otros grupos sociales; conociéndose así la forma italiana, la forma francesa, la forma colombiana, la forma de las clases altas, la forma de las clases bajas, etc. Por lo tanto, las conductas humanas se conducen en un sistema de significaciones simbólicas que determinan un esquema de conocimientos y saberes, estructuras morales y juicios estéticos (Geertz, 1973, p. 55). Por este motivo, hay que apartarse de la idea de concebir estos esquemas culturales como generales y apreciarlos mejor desde su dimensión específica. Por ejemplo, no se trata de analizar la institución del “matrimonio”, sino cuál es la noción que se tiene del hombre y de la mujer y el rol de las y los esposos en cada lugar; o más allá de estudiar la religión, se debe observar la creencia y el ritual.
Para esto, se debe hacer una interpretación detallada de cada una de las manifestaciones sociales e individuales con el fin de reconocer el núcleo de determinada cultura y en el caso que nos corresponde identificar el modus operandi de una cultura en concreto como la colombiana. Que, de acuerdo con la composición diversa de su población, se constituye de varías culturas, modos de actuar plurales que presuponen un grado de asimilación parcial de la trasmisión de valores y creencias concebidos en el marco de la construcción de la nación.