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El Dios que baja de la máquina
De Soslayo a hurtadillas, sus ojos tocaron los suyos y se vio frente a una nueva inteligencia artificial que podía satisfacer todas sus necesidades y fantasías. La alforja del antiguo imperio cayó reventada al suelo; descascarándose empezó el desnudo del caparazón de un gran huevo blanco; la gallina gemía; del cielo se oía el sonido de una armónica de cristal; pero comenzó a sonar la rabia nuevamente en las calles. Antes de reaccionar, la mano sin piel comenzó a acariciar su cuello blanco de loco. Gesto candoroso que tiernamente lo llevó a subirse en el carrusel del ademán; no humano; no animal: no vegetal; completamente robótico en el tiempo del Antropoceno. Sus ojos verdes zafiro transmitían un reflejo de una vida sin vida, un nonato sapiente de su estado fallecido; mas el ego desatado y desbordan- te hacía ese miedo por lo desconocido era algo que siempre preconcebía como la cima del éxtasis. En su foro interno se bendijo de santidad. La creación era más que él, había trascendido el arrobamiento de verse hecho una nada por la cúspide del conocimiento de una especie tan superflua como la humana. Sudado de angustia, envuelto en una timidez de oso de circo, con un pie en el pavor, atónito ante la belleza del arte científico, comenzó lentamente a acollarse en la palma fría de la máquina, anhelando sentir con mayor fuerza el idílico cariño; Sin saber, no obstante que esa mano espuria; pie de bailarina, comenzaría a mutar en una garra de halcón que lentamente comenzó a acertarse, dedo por dedo, en los fisonómicos músculos de la presa progenitora. Su fogosidad lo llevó a acercar su cuerpo a la pena que le daba placer, sintiendo el pecho disfrazado de la maquina contra su camisa. Hubo un punto en que trató de zafarse, pero la trampa era tan efectiva que era mejor entregarse a la lógica de la ingeniería perspicaz, que luchar valientemente por un escape hacia la liberación. Una vez disminuido el oxígeno, antes de desfallecer, vio abrirse la comisura de los labios del autómata, haciendo contactos con los suyos, sintiendo la goma gélida que, a través de un beso gélido y tosco, trataba de traspasar un aliento de vida sin aire. La tenaza comenzó a disminuir su prensar, dando aliento al estrangulado. Con ojos lagrimosos de frente a la mirada focalizada de su opresora, la vio pronunciarse por primera vez; rompiéndole el corazón lleno de orgulloso ego; llamándolo hermano te he salvado.
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