2 minute read

De un tallercito muy pintoresco

Seguramente se ha preguntado que nos pasó en tanto tiempo, pero así van las cosas y siempre sobreponiéndose a las circunstancias ¡y vaya que circunstancias! Con alegría volvemos a solazarnos para continuar la vía pedaleando juntos.

Buscando la providente gestión en la palabra del señor Florencio, mecánico de bicicletas, dejé mi Oxford de “las camellos” que llamamos allá en el campo, a que pasara a remozarse con una pintada, también estuve a la siga de un par de pedales ad hoc en varios talleres a fin de incorporarlos manteniendo en ello esa estética característica de finales de los ’70 o los ´80; según el camanduleado lenguaje, en las varias consultillas -a modo de remolino de la intriga- para dar con la específica fecha de la producción de tan atávico e inconfundible doble cuadro histórico: ejemplar de racores, varillas para los frenos, tapabarros y cubre cadena (ese también lo estoy buscando) por cierto todos cromados, que con firmeza sigue al servicio de las movilidades – no del todo seguro- empero del año 87 en adelante.

Advertisement

Antes de dejar la camello en la brocal del pozo impelí a mi compañero y amigo Juanito a que llevase su bicicleta al tallercito, en realidad el ya conocía la picada, pero lo alenté a que pintara también su bici una Oxford pero de ruta, llamémosla aquí siguiendo la clasificación animalia de antílope rutera, esos bríos nos acarrearon triscando raudos sin duda al taller de Florencio.

Como dijimos, esperábamos una diligente y rápida atención; sin embargo otros trabajos más sencillos y quizás otros más complejos fueron cubriendo los días venideros, así tuvimos que ir aguardando con algo de julepe -dudando incluso- a que no se cumpliera en el hontanar de la palabra, el honor del simple acuerdo; pero el valor trabajo está a conciencia e incluso muy económico en la comparativa de los precios, por ello no íbamos a rescindir o arredrarnos haciendo zalagardas ni marabuntas de niños mimados, que no lo consienten al tiro, que días más que días menos era cuestión relativa y que si estaba la posibilidad para Florencio de recibir más pegas, parabienes a la labor, pues no está aquilatándose parchando cámaras, cambiando cadenas, enderezando aros, etc. Así y todo, está difícil hacerse los morlacos.

En el umbral del mismísimo taller, la compañera de Florencio dispone de un carrito de preparación de comidas salchipapas, silpanchos y fricasés se ve anotado en uno de los costados, refrescos y papas fritas en el otro. Cada tarde los aromas y frituras van invitando a su disfrute de las recetas bolivianas.

Así que en este pintoresco tallercito nos hicimos de la graciosa prosémica de la talla a flor de Florencio en las veces que lo visitamos preguntando por las novedades. Ya dispongo de la bici, queda por sacar la herrumbre de los tapabarros, buscar un dínamo y farolitos, pero de que quedó buenísima la pintada del cuadro, un hecho. Gracias Florencio y ya comeremos un día de estos un fricasé con marraqueta.

por ROGER MEJÍA

This article is from: