Reincidente 111

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Año VI, Número 111, 1ra. quincena de noviembre de 2015

DÍA DE MUERTOS EN SAN MIGUEL CANOA Ernesto Licona Valencia LAS OFRENDAS PARA LOS MUERTOS EN SAN MARCOS TLACOYALCO Angélica Correa de la Garza UN PUEBLO QUE SE TUTEA CON LA MUERTE Jesús Guevara Martínez REFLEXIÓN SOBRE EL DÍA DE MUERTOS Gabriela Caballero Aranda CONSEJOS PARA TENER UN PROFESORADO MEDIOCRE (3) DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña NO ES GORDURA

Ernesto Licona Valencia*

El Día de Muertos en San Miguel Canoa es un sistema cultural organizado con ritos prescritos que tienen como fundamento una creencia invariante. Creer que los muertos regresan o visitan a sus familiares es el sustento estructural que posibilita la edificación del sistema ritual, constituido por cuatro momentos interconectados de semejante importancia: 1) Construcción de ofrendas. 2) Alumbrada en el panteón. 2) Recorrido procesional del santo Ánimas, y 4) Redistribución de bienes en canastas adornadas. Todos ellos a manera de un complejo sistema ritual territorializado que refuerza y reproduce la comunidad canoense.

A

unado a lo anterior, al acercarse el Día de Muertos en San Miguel Canoa se activan narrativas que explicitan la obligatoriedad de edificar ofrendas dedicadas a los familiares muertos. Si no se elaboran, los sujetos que incumplen experimentan sucesos sobrenaturales que los “asusta” e inmediatamente cambian su comportamiento, ya que los relatos son eficaces. Cuenta un informante que la hija de una familia le preguntó a su papá, muy borracho por el pulque, qué irían a poner a su mamá muerta. Respondió que nada. Le argumentó que “no vienen los muertos” y que mejor ese dinero lo utilizaran en otra cosa. Agarró una piedra y se la puso como ofrenda a su difunta esposa. Pues ese señor borracho, dice nuestra informante, un día se encontraba en la montaña y escuchó algarabía, voces, chiflidos y miró que iban bajando niños alegres con juguetes y personas mayores degustando mole y alumbrándose con veladoras, todas cantando y bailando, y hasta atrás observó a su esposa girando una piedra. Se impresionó de tal manera que al señor se le quitó la borrachera, dejó de tomar pulque y jamás olvidó “poner ofrenda”. Estas narrativas perduran en numerosas variantes que hacen suponer la existencia de un mecanismo simbólico que exige y ordena, que funciona como dispositivo cultural coercitivo para garantizar la reproducción del evento ritual que conlleva al mismo tiempo reorientación de prácticas “desviadas”. ¿Qué es la ofrenda? Es un umbral construido socialmente que relaciona el mundo de los vivos con el de los muertos que continúan estando vivos por la acción de sus almas. Trabajan y caminan, por eso un elemento sustancial del conjunto de la ofrenda es el camino construido con ocoxal y flor de muerto que remata con luces emitidas por velas colocadas en la ofrenda, regularmente edificada en la base del altar familiar; así, las almas no se extravían y llegan a la casa correcta. La ofrenda también es un manjar para los difuntos porque disfrutan del aroma de los alimentos que sus familiares les proporcionan. Estos regularmente son frutas, pan, gallina, guisos y bebidas dispuestos en un petate a nivel del suelo o en una mesa que, junto con tazas, platos y otros objetos, conforman el sistema objetual ofrendado, los cuales cuando son colocados deben enunciar el nombre del difunto y no deben ser tocados hasta que se levanta la ofrenda. Los objetos deber ser nuevos “porque se los llevan”, al igual que la comida elaborada con la “cosecha nueva”, la del año y el ocoxal recién cortado porque en esos días “toma un aroma especial”. La habitación donde se monta la ofrenda está llena de humo de copal, se sahúma “para llamarlos y acogerlos”. El Día de Muertos inicia el 28 de octubre porque se cree que “llegan los accidentados” y es costumbre poner flores en el lugar que falleció, así como en la casa donde vivió el difunto. El 30 del mismo mes se le pone ofrenda a los “limbitos”, niños que nacieron muertos y que no vieron la luz. Dice una informante que cuando una mujer * Reincidente no incluye sección de Sociales

está embarazada hay que cuidarla, principalmente cuando se está quemando la luna hay que agarrar agua y aventársela para que se refresque y no afecte al niño y que se tiene que poner una taza con agua atrás de la puerta. El 31 se espera que arriben los niños que murieron sin ser bautizados y por eso ponen juguetes; y el 1 de noviembre se espera a los muertos adultos por lo que antes de las doce del día hay que edificar la ofrenda con todo lo que le gustaba al difunto. Entre la madrugada del 1 y 2 de noviembre se va al panteón a “alumbrarle a los “muertitos”, se está con ellos, se duerme ahí o se escucha música, se le arregla la tumba, que se limpia y adorna con flores y velas. A las ocho de la mañana el sacerdote dicta misa y a las 14 horas del día 2 se escuchan dos cohetes que anuncian la ida de los difuntos; entonces, hay que levantar la ofrenda e iniciar la decoración de canastas que serán repartidas entre los familiares y ahijados. La “alumbrada” en el panteón o campo santo es tan importante como las ofrendas en las casas, de hecho es continuación de ésta porque ahí también se pone ofrenda, a pesar de que a los panteones se les considera lugares “pesados” porque ahí viven los “aires de muerto” y las personas pueden enfermarse y a los niños se les protege con hierbas colocadas debajo de sus gorros para que no se enfermen de “mal aire” o “mal de muerto”. Como respuesta a las creencias mesoamericanas, la iglesia católica introdujo en Canoa al santo Ánimas, que inicia su recorrido procesional por todos los barrios de Canoa los días 1 y 2 de noviembre. A este santo los canoas le dan el apelativo de “el Demandito” porque cumple las suplicas de los habitantes. Después de una misa, “el Demandito” sale en procesión organizada por el sistema de cargos con su correspondiente mayordomo y demás cargos como los “ayates” o los “faroleros”. Al recorrer los barrios, el santo Ánimas va recogiendo frutas, pan, botellas de alcohol, flores, etc., que son proporcionados por las personas que solicitaron la visita del santo a sus hogares; en retribución otorgan esos bienes que son recogidos por los “ayates” y que luego, en la noche del 2 de noviembre, en la casa del mayordomo, son repartidos colectivamente en situación festiva que se conoce como “encuentro”. Las ceras recogidas se funden para elaborar cirios, el dinero acumulado se utiliza para la compra de flores que no le faltarán durante todo un año al santo Ánimas y las flores recogidas durante dos días se deshojan para ser vertidas en el recorrido y en el “encuentro”. Con ello concluye la procesión. Cuando se levanta la ofrenda, a partir de las dos de la tarde del día 2 de noviembre, empieza otro ritual de redistribución de bienes que se conoce como “canastas”. Son canastas adornadas y llenas de bienes y guisos, algunos de ellos proceden de las ofrendas, otros fueron elaborados posteriormente y ocasionalmente comprados. Se llevan las canastas a los familiares y compadres. Por ejemplo, una familia puede elaborar entre treinta y cuarenta canastas para ser repartidas entre hermanos, hermanas, tías, primos, suegras, padrinos, ahijados, etc.

A los niños se les otorgan juguetes. Ese día es mucho más importante para ellos que el día 6 de enero, el de los Santos Reyes. Y en retribución a las personas (mujeres) que llevan la canasta, se les obsequia una taza o plato. Se trata de un amplio sistema redistributivo de bienes que estrecha los lazos de parentesco y hace territorio. La tarde de ese día en todos los barrios de San Miguel Canoa, se observa a numerosas familias cargando las canastas dirigiéndose a las casas de sus familiares, padrinos y compadres. En fin, el Día de Muertos en San Miguel Canoa, que es un pueblo urbano, perteneciente al municipio de Puebla, de origen nahua y localizado en las faldas del volcán La Malinche, es un sistema ritual amplio que sincretiza una creencia prehispánica con otra católica y que socialmente estrecha los lazos de parentesco a través de la redistribución de bienes compartidos por los difuntos familiares en un territorio vívido.

Ofrenda a los muertos. San Miguel Canoa, Puebla

Referencia:

Gámez, Espinosa Alejandra y Correa de la Garza Mayra Angélica, “Etnoterritorialidad y cosmovisión”, en Ernesto Licona Valencia, Alejandra Gámez Espinosa, Rosalba Ramírez Rodríguez (coordinadores), San Miguel Canoa. Pueblo Urbano, ed. BUAP, México, 2013.

* El autor es profesor-investigador y coordinador de la maestría en Antropología Social de la BUAP.


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