Reincidente 115

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Año VII, Número 115, 1ra. quincena de febrero de 2015

EDMUNDO VALADÉS Mario Rechy Montiel LA MUERTE SOLITARIA DE GEORGE BELL (II) N. R. Kleinfield TRABAJO, CASTIGO Y VOCACIÓN DOCENTE César Alejandro Cruz Cuevas COMUNISTA EN LA REVOLUCIÓN José Luis Gómez de Lara DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada FRANTASÍAS José Fragoso Cervón REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín ARITMOMANÍA Gabriela Breña PAÍSES QUE NO EXISTEN

El hombre, el lector, el pensador, el consejero literario, el periodista, el crítico, el cuentista. Mario Rechy Montiel*

Decía Valadés que el articulista de oficio pone en las primeras líneas tanto el meollo de su tema como la conclusión de lo que va a desarrollar; que a diferencia del cuentista no va generando misterio, sino solo después da los detalles de su afirmación o tesis inicial.

C

omo persona, como hombre, era un ejemplo de sencillez, que nunca se permitió hablar o comportarse desde un pináculo o torre de marfil, sino que adoptó la palabra y el pensamiento como vehículos para compartir, para departir, y para convivir tratando a todos como iguales. Valadés era un hombre enamorado de la vida. Un bohemio con el gusto por la comida y el buen wiski. Un conquistador de mujeres guapas. Y un estricto y disciplinado soldado de sus responsabilidades. Se levantaba muy temprano. Trabajaba todo el día alternando la literatura, la reflexión política, el trabajo periodístico, y la convivencia y la charla con sus amigos, que tenía muchos, y se dormía tarde. Como lector no académico ni encerrado en el formalismo, fue un atentísimo revisor de la historia y la vida nacionales, que compartía su vasta visión con quienes quisieran aprovechar la experiencia para guiar sus pasos. Como crítico literario era el más cordial de los consejeros. Leía cientos de textos y cuentos que le enviaban los suscriptores de su revista El Cuento, y contestaba las cartas con la mayor de las cordialidades, sugiriendo la forma de pulir cada creación, y orientando a los nóveles aprendices en el camino del relato y los recursos de la literatura. Como periodista era el cuidadoso observador que sobre la escueta crónica de los hechos tejía un escenario de sentido común, sin condenas ni exabruptos. Y como crítico de los acontecimientos políticos del día era como el Atrida de la escena nacional, y como el Aluxe o duende del quehacer de la administración pública y el gobierno. Explicaremos primero su papel de Atrida. En la comedia griega aparecen en escena unos sujetos que no forman parte de la trama, que no son personajes sino fantasmas o voces que hablan a los que van desarrollando o representando la obra, y que les dicen o alertan sobre los peligros y riesgos. Tántalo, hijo de Zeus, al ser invitado a la mesa de los dioses y probar el néctar y la ambrosía –alimentos que conferían la inmortalidad a los dioses–, concibió la idea de robarlos para dárselos a los hombres, y unido a esto, invitó a los dioses a su mesa para probarlos y ver si eran omniscientes. Semejantemente, Valadés probó el néctar y la ambrosía de la historiografía nacional, para decirla a los oídos del poder, y ver si estos señores tenían capacidad para la comprensión. De esa misma manera, Valadés se introduce en el mundo del poder en México para tomar inspiración de los héroes mitológicos y circunstancias del pasado y, como ellos, para alertar de los peligros, provocar la piedad o el temor, poniendo de ejemplo los aconteceres pretéritos. Este ejercicio de Atrida lo realizó todas las mañanas, durante décadas. De su acuciosa lectura de la historia nacional había aprendido miles de anécdotas sobre cómo había procedido el Ejecutivo o el responsable de un área o tarea, y cómo al repetirse las circunstancias el nuevo protagonista debía superar las disyuntivas, sin dejarse confundir por sus pasiones, y sin desdeñar las implicaciones o trampas que le ponía el destino. * Reincidente no incluye sección de Sociales

Sentado desde el amanecer ante la pila de periódicos y revistas del día, recorría las páginas a gran velocidad, para dictar enseguida una reflexión sobre el acontecer nacional en seis o siete cuartillas, destinadas al Presidente de la República, y años más tarde a un selecto grupo de suscriptores de su tarea. Esa labor, que iba más allá de un comentario político o una conseja, le llevaba a dar seguimiento a la marcha de la administración pública. Creando así lo que probablemente fue el primer análisis de noticias dirigido al titular del Poder Ejecutivo. Un trabajo que inició durante la administración del presidente Ruiz Cortines y que mantuvo durante años, hasta sumar 92 tomos de una obra de reflexión política que pretendía ilustrar el buen proceder que debía tener el gobierno, considerando la experiencia histórica. Valadés ejercía esa función de Atrida consejero, sacando de su infinita memoria todas las lecciones de sentido común y de buen proceder que había recogido la experiencia nacional. Eran tiempos en que el gobernante todavía sabía escuchar, y en que las consejas, bien dichas, podían prevenir la repetición de errores por precipitación o falta de reflexión, o cuando menos dejar testimonio de su reiterada recurrencia trágica. Pero Edmundo Valadés es también, ya dijimos, un Aluxe o duende de la cultura nacional. Con todas las virtudes y misterios que un duende tiene, porque tiene el don de mostrarnos maravillas que de otra manera podrían pasarnos desapercibidas. Esa es una virtud o don de aquellos comunicados con el interior o profundidad de las cosas. A la manera de un mago nos ponía enfrente algo que no habíamos visto. Un poco como el mago que hace aparecer un conejo. (Dice la tradición mexicana que los aluxes son invisibles generalmente, pero pueden asumir forma física con el propósito de comunicarse o espantar a los humanos así como para congregarse entre ellos. Están asociados generalmente con lugares de la naturaleza tales como los bosques, cuevas, piedras, y los campos, pero también pueden moverse hacia algún lugar por ofrendas. Su descripción y papel mitológico, como por ejemplo las artimañas que ellos juegan, son muy semejantes a las que tienen otras entidades míticas en varias otras tradiciones culturales, tal como el leprechaun celta o el chaneque de la cultura totonaca. Se dice que habitan en los cenotes y grutas. Existen también relatos indicando que los aluxo’ob se detienen ocasionalmente en los caminos para pedir a los viajeros una ofrenda. Si ellos se la niegan, el alux a menudo causará estragos y extenderá enfermedades. Sin embargo, si sus condiciones son aceptadas, el alux protegerá a la persona de los ladrones y aún le traerá buena suerte. Si son tratados con respeto, pueden ser muy útiles. Se dice en los relatos que no es bueno llamarlos en voz alta, ya que se podría sin querer convocar a un alux malhumorado). También es un duende, decimos, porque vivía en un mundo al que él alimentaba de ensueños románticos e historias imaginarias. Su proceder y su trabajo eran de un realismo y objetividad incuestionables. Pero su mente buscaba al mismo tiempo el lado feliz ante la situación

desafortunada, o la imaginación que podría componer el desenlace en un final mejor. A veces sin decirlo y solo dándolo a entender. Como todo hombre ilustrado de sus días, y como toda conciencia cabal, veía la historia de México con dudas y cierta desconfianza. Trataba de encontrar en qué momento se había perdido el rumbo para algunos objetivos del Proyecto Nacional. Y con cierta frecuencia decía: “Hay que estudiar los años veinte, es la época en que se definieron muchas cosas del futuro que vivimos hoy. En esos años está la clave para entender a México.” Valadés era un lector cuidadoso y múltiple. Es decir, que no leía solamente cuentos o literatura. Conocía prácticamente a todos los historiadores importantes de nuestra vida nacional. Había leído también mucha poesía, cuestiones básicas de Filosofía y autores clásicos. La verdad, no tenía para él un carácter único o una filiación de partido, pues solo se la podía construir o reconstruir conociendo todos los puntos de vista sobre un fenómeno o problema. En la historia de los pueblos, una parte está cimentada en las instituciones políticas y en las estructuras sociales –ese conjunto que nos ofrecen o garantizan derechos o servicios conquistados. O que deberían ofrecernos o garantizárnoslos, aunque hoy suene irreal en medio de este panorama de destrucción del Estado nacional. Pero hay otra parte de las instituciones, que es donde se recogen los valores, los aires o sentimientos sobre la vida, sobre la familia, sobre el ser humano. Esas instituciones las construyen los artistas con sus obras, con sus novelas, sus cuentos, su labor paciente de instrucción o enseñanza. Y Edmundo Valadés es parte fundamental de estas Instituciones de la identidad nacional. En él está el testimonio de lo que es el coraje social, la acumulación de agravios y las razones del estallido popular por la justicia. Y aunque parezca paradójico, está también una infinita modestia, una sencillez que rinde homenaje ante lo humilde, lo simple, lo llano y auténtico que tiene el ser humano, el ser que es cualquier ciudadano, cualquier persona, que desde la asunción o aceptación de su cotidianidad, es sin embargo un fiel y absoluto guardián de su dignidad y su entereza. En su obra literaria, Edmundo no exalta ni a los héroes ni a los caudillos. Su personaje es el hombre, el ciudadano común. Algo que él trató de ser. Pero que al mismo tiempo es la condición para ser cualquier otra cosa. Pues él no concebía ni al estadista, ni al pensador o al político, como alguien que se elevara por encima de la masa, del pueblo o de los conciudadanos. Concebía, en este sentido, la democracia, como una democracia sin pretensiones, sin grandilocuencia, como algo estricto y simple, como una igualdad donde los seres humanos compartían sus limitaciones, sus pasiones, sus sueños, sus desgracias, y al compartirlas, aprendían a sentir con los demás, aprendían a verse reflejados en los otros, a pensar junto con ellos. El autor es actualmente asesor del Director General de Financiera Nacional Agropecuaria, Rural, Forestal y Pesquera.


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