Reincidente 116

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Año VII, Número 116, 2da. quincena de febrero de 2016

ENFERMOS DE VIDA Jorge Díaz Gallardo EL MIGRANTE CENTROAMERICANO QUE LLEGA A PUEBLA Octavio F. Aguilar Herrera LOS VIEJOS EN EL ZÓCALO DE PUEBLA Dulce María rosas Cerezo FUTBOLIZANDO EL ESPACIO UNIVERSITARIO Alejandro García Sotelo Josué Rodríguez Valdespino DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista EFECTO PANÓPTICO Octavio Spíndola Zago DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña MISIÓN CUMPLIDA

Jorge Díaz Gallardo*

La armonía, el equilibrio o la felicidad pueden llegar a establecerse como sinónimos de un mismo estado: la salud; mientras que el desorden, el debilitamiento o el dolor se asocian con la enfermedad. Ambas condiciones han sido contrapuestas hasta el punto de ser irreconciliables.

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al antagonismo nos conduce a dos categorías: lo normal y lo patológico, siendo salud y enfermedad, respectivamente, el sustrato. A partir de estas categorías se presenta el problema que plantea Georges Canguilhem en Lo normal y lo patológico: ¿cómo distinguir el estado normal del estado patológico? ¿Cómo distinguir la salud de la enfermedad? ¿Qué es la salud? ¿Qué es la enfermedad? Uno de los elementos que hace de la salud y la enfermedad principios contrapuestos, es pensar en la primera como parte de la historia de la humanidad, como parte de un tiempo donde la salud y la felicidad imperaban. Ya sea el Jardín del Edén o la Isla de los Afortunados, existe una creencia en que las cosas eran mejor antes, en una edad de oro. Como menciona René Dubos: “La creencia en una edad de oro ha dado al género humano consuelo en tiempos de desesperanza y entusiasmo en los periodos de prosperidad que registra la historia.”(El Espejismo de la Salud. FCE, México, 1986. p. 9) En la actualidad, los medicamentos o técnicas que reducen esta desesperanza forman parte de una larga lista en continuo incremento. La salud ideal se ha convertido en un ídolo que nos lleva a consumir productos para estar alejados del dolor, conduciéndonos a una imperturbabilidad del estado de aparente salud, como una ataraxia radicalizada. El dolor, al ser polarizado de una manera exacerbada por el ídolo de la salud, se ha convertido en algo ajeno a la vida, en un enemigo constante; por tanto, esta salud, o bienestar imperturbable, se convierte en el principio ontológico de toda teoría médica que polarice de tal modo al dolor, haciendo de la enfermedad –la cual es un padecimiento, un dolor– un agente externo a la estructura ontológica del ser humano: Ya significa tranquilizarse, en parte, considerar a todo enfermo como un hombre al cual se le ha agregado o quitado un ser. Aquello que el hombre ha perdido, puede serle restituido; aquello que ha entrado en él, puede salir de él. Incluso cuando la enfermedad es maleficio, en imagen, brujería o posesión, cabe tener la esperanza de vencerla. Para que toda esperanza no esté perdida, basta con pensar que la enfermedad es algo que le sobreviene al hombre. (Canguilhem, G., Lo normal y lo patológico, Siglo XXI, México, 1982, p. 17). La radicalización de la edad de oro y la teoría ontológica tienen de fondo: “[…] la convicción de que la salud y la felicidad absolutas son derechos naturales del ser humano. Sin embargo, la ausencia total de enfermedades y luchas es, en realidad, poco menos que incompatible con el proceso de la vida.”(Dubos, René…p. 10). Por ello, toda consideración del dolor y la enfermedad como un mal externo tiene ya inserta una concepción de la vida, de lo que es o debería ser. La pregunta sobre qué es la enfermedad y la salud, a la luz de lo anterior, se convierte entonces en la siguiente: ¿cómo es entendida la vida para creer que la

* Reincidente no incluye sección de Sociales

salud y la enfermedad son estados contrapuestos, en donde la salud se convierte en un ídolo que intenta alejar al dolor de la vida misma? Entender a la enfermedad como algo externo al ser vivo, como un mal que viene de fuera, hace que la curación sea una herramienta para restablecer el estado del cuerpo anterior a la enfermedad, es decir, la curación es restablecer el estado normal del cuerpo. La normatividad establecida para el estado normal del cuerpo viene dada supuestamente por la medicina, especialmente, por la fisiología. Al encargarse ésta de estudiar el estado supuestamente normal de las funciones del cuerpo, puede diferenciar entre un estado normal y uno patológico. Que una concepción de la vida esté de trasfondo de toda concepción de la salud y la enfermedad, nos habla de que la vida misma posee un estado normal y un estado patológico. La cuestión aquí es la siguiente: ¿en verdad puede hablarse de un estado normal y uno patológico en la vida? Sin embargo, antes de responder a esta pregunta es necesario entender su dinámica, su movimiento. Sobre lo anterior Nietzsche nos dice: “Vosotros me decís: ‘la vida es difícil de llevar’. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? La vida es difícil de llevar: ¡no me os pongáis tan delicados! Todos nosotros somos guapos, borricos y pollinas de carga.”(Así habló Zaratustra. Alianza, 2013, p. 89). Dolor y placer, enfermedad y salud, vida y muerte no son contrarios, sino que forman parte de la misma unidad, las dos caras de la misma moneda. El dolor, la enfermedad y la muerte están inscritos en lo más profundo de la dinámica de la vida. He aquí el hecho de que la vida sea difícil de llevar: su constante cambio, su imprevisibilidad, su kairós y su intempestividad. Que la vida sea este estar polarizada constantemente nos dice que la enfermedad y la salud forman parte de la misma unidad, que están regidas por la misma normatividad, la de la vida: “[…] el hecho de que un ser vivo reaccione a una enfermedad frente a una lesión, a una infestación, a una anarquía funcional, traduce el hecho fundamental de que la vida no es indiferente a las condiciones en las cuales ella es posible, que la vida es polaridad y por ello mismo posición inconsciente de valor, en resumen: que la vida es de hecho una actividad normativa.” (Canguilhem, G…. p. 92). Una teoría ontológica como la expuesta líneas más arriba, la cual considera a la enfermedad como un mal que viene de fuera, externo a la estructura ontológica del ser humano, no está considerando un elemento esencial: la vida, en su normatividad, conoce su precariedad, su posibilidad de enfermar. La vida lleva en sí su aparente contradicción. Respecto a esto, Canguilhem nos dice también: “[…] el estado patológico o anormal no está consti-

tuido por la ausencia de toda norma. La enfermedad es aún norma de vida, pero es una norma inferior en el sentido de que no tolera ninguna desviación […], es incapaz de transformarse en otra norma.”(Op. Cit. p. 139). ¿Qué significa que la enfermedad sea una norma inferior? ¿Qué es esa incapacidad para transformarse en norma? Si la enfermedad es una norma inferior, es porque en la enfermedad el campo de posibilidades para establecer nuevas normas se ve estrechado. En la enfermedad un individuo que podía realizar ciertas actividades sin esfuerzo se ve imposibilitado para llevarlas a cabo. El enfermo es incapaz de regirse por su antigua normatividad pues, “El enfermo está enfermo porque sólo puede admitir una norma. […] el enfermo no es anormal por ausencia de norma sino por incapacidad para ser normativo.”(Ibid. 141). Un sujeto con cáncer, diabetes o cualquier otro padecimiento, se encuentra en cierto modo enfermo, pues su capacidad para ser normativo, para crear normas, se ha reducido; sin embargo, si logra adaptarse a este estrechamiento de normas puede continuar su vida mientras siga los criterios que permitan su adaptación a ese nuevo estado de salud. Esto debe entenderse en los siguientes términos: si aceptamos el riesgo que es la vida, es decir, que ésta se encuentra en continuo cambio y es imposible predecir de manera absoluta su movimiento, debemos entender que el poseer una enfermedad como el cáncer no significa estar enfermo de por vida, sino que las condiciones de adaptación se han modificado, la vida misma ha sufrido un cambio. Comprender desde esta perspectiva a la enfermedad puede ayudar a las personas con padecimientos crónicos a entender su estado físico de un modo distinto, a no verse como enfermos de por vida, incapaces de realizar acción alguna y segregados debido a esa incapacidad, sino como capaces de adaptarse a las nuevas condiciones; sin embargo, esto dependerá de la concepción que se tenga sobre la vida. Esta teoría no sólo reivindica el ser creador del ser humano, sino que nos permite reconsiderar el dolor en una época en que los intentos por alejarse de él no son vanos, en que tales intentos se tornan patológicos. Como se pregunta Dubos: “No es acaso aberrante asegurar que el nivel actual de la salud es el más alto en la historia del mundo, cuando en nuestra sociedad crece día a día la cantidad de personas que dependen de las drogas y de los médicos para hacer frente a los problemas comunes de la vida diaria?”(El Espejismo de la Salud. p. 34). Sentirse enfermo bien puede reducirse a lo siguiente: sentir que la vida, esta vida terrena, está enferma, nos enferma. O bien, enfermarse de ella por sentirse vivo, arriesgarla constantemente porque ella quiere vivir. * El autor es alumno del Colegio de Filosofía de la BUAP.


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