Reincidente 120

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Año VII, Número 120, 2da. quincena de abril de 2016

PICARDÍA PRE-MEXICANA Antonio Garza Gálvez LOS ROLLING STONES EN CUBA Eduardo Garduño León EL MEDIO DISCURSIVO Y EL PRESUPUESTO IMPLICADO Noé Cano Vargas EL ARTIFICIO ALFABÉTICO Y LA FALSA CONCIENCIA DE LO FEMENINO Hugo López Coronel DE POR QUÉ ESTAMOS COMO ESTAMOS Jorge Cabrera Piña POLICULT DOS Jorge Meléndez Preciado DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña DECLARACIÓN PÚBLICA Y CONTUNDENTE

Ignacio de la Garza Gálvez*

“Conviene que hables con mucho sosiego; ni hables apresuradamente, ni con desasosiego, ni alces la voz, porque no se diga de ti que eres vocinglero y desentonado, o bobo o alocado o rústico; tendrás un tono moderado, ni bajo ni alto en hablar, y sea suave y blanda tu palabra.” Este era uno de los consejos que daba un padre noble a su hijo entre los antiguos mexicanos.

L

a imagen que comúnmente se tiene de las sociedades nahuas del centro de México de antes de la conquista nos remite a una vida muy estricta y reglamentada, llena de formalismos y consagrada enteramente a los dioses. Sin embargo, la mayoría de los testimonios con los que contamos son aquellos procedentes de los nobles, también conocidos como pipiltin. Ellos contaban a fray Bernardino de Sahagún, quien nos dejó por escrito una inmensa obra casi enciclopédica sobre la cultura nahua, que “ningún descortés, malcriado, deslenguado, ni atrevido en hablar, ninguno que habla lo que se le viene a la boca, ha sido puesto en el estrado y trono real”. Los macehualli, “los merecidos por la penitencia (de los dioses)” o gente del pueblo, aun cuando se encontraban también inmersos en una vida reglamentada por las leyes sociales, religiosas y del Estado vivían de manera algo más relajada. Eran vidas duras, de trabajo, de obediencia, pero también llena de gozos, placeres y un lenguaje algo menos refinado. En tanto que los nobles que con su falta de tino al hablar no llegarían a ocupar “el estrado y trono real”, los macehuales (forma hispanizada de la palabra macehualli) no tenían pelos en la lengua. La macehuallatoliztli, o forma de hablar “rústicamente”, como lo traduce Alonso de Molina, muchas veces no respetaba ni si quiera a los dioses. Tezcatlipoca, de quien podríamos decir que era un dios “muy llevado”, solía aparecer durante la noche transformado en terroríficas entidades para burlarse de la gente. Así, podría presentarse como gigante, cráneo saltarín, difunto listo para ser enterrado o como “el hacha nocturna”, ente sin cabeza ni brazos cuyo pecho estaba cortado, abriendo y cerrando el corte para mostrar el corazón. Si quien lo veía era valiente, podría enfrentarlo y conocer su destino y pedir su favor, en tanto que siendo cobarde sería perseguido y aterrorizado por el dios burlón. Dejando de lado las apariciones de Tezcatlipoca, se le atribuía que podía quitar o dar riquezas. Así, cuando alguno perdía sus bienes le dirigía en elegante náhuatl al dios palabras como cuilonpole, cuilontepole, que el franciscano Bernardino de Sahagún tradujo como “eres un puto”. Muchos habrán escuchado la frase “cuando el tecolote canta, el indio muere”. Esta frase proviene de la creencia antigua de que el tecolote o el búho era el emisario de Mictlantecuhtli, “señor del lugar de los muertos”. Cuando una de estas aves cantaba, se decía que anunciaba muerte. Así, nos encontramos que durante la guerra que sostuvieron los mexicas contra los chalcas, cierta noche se escuchó cantar al ave, anunciando la muerte de los chalcas, quienes perdieron la guerra. Por esta creencia, cuando escuchaban aterrados a la lechuza, los hombres le gritaban monan tic ieco, traducido por el buen fraile Sahagún como “que hiciste adulterio a tu padre”, aunque la traducción se acerca más a aquella * Reincidente no incluye sección de Sociales

frase tan frecuentemente utilizada en nuestro español mexicano para recordar a la progenitora. Si eso le decían a los dioses o a sus mensajeros, los enemigos no podían salir bien librados. Cuenta el conquistador Bernal Díaz del Castillo lo que les decían los mexicas cuando expulsaron a los españoles de su ciudad durante lo que sería conocido posteriormente como la noche triste. Cuenta el conquistador: “y nos decían palabras vituperiosas, y entre ellas decían: ‘Oh, cuilones, y aún vivos quedáis!’” (Palabra con un uso muy parecido al actual “puto”). El dominico Diego Durán cuenta, en un estilo que evita reproducir tal cual el lenguaje del que estamos tratando, cómo habían intercambios de palabras “injuriosas y deshonestas” entre los ejércitos al momento previo de la batalla. También, antes de entablar combate, los capitanes dirigían algunas palabras a sus hombres, entre las que se contaban muchas que resultaban “soberbias y airadas”. La gente solía utilizar un lenguaje nada enaltecedor para referirse a los pipiltin cuando estos últimos les fallaban. Por ejemplo, después de la derrota de Coyoacan ante los mexica, la población sintió “tanta afrenta” por el papel desempeñado por su líder que, al tener que abandonar su ciudad, “lo iban maldiciendo e injuriando con grandes injurias y afrentosas palabras por el mal que les había causado, sin causa ni ocasión que a ellos les compeliese ni forzase de parte de los mexicanos”. En lo cotidiano este lenguaje se encontraba muy presente, al punto que incluso en las fiestas religiosas de las veintenas podría escucharse. Cuentan los informantes de Sahagún que, durante la fiesta de Huey Ttozoztli, las “muchachas vírgenes” llevaban mazorcas al templo para bendecir. Cuando iban por el camino, eran acompañadas por mucha gente que las observaba en silencio. Sin embargo, “si por ventura algún mancebo travieso les decía alguna palabra de requiebro”, alguna mujer de edad avanzada que se encontrara presente le respondería acusándolo de cobarde y afeminado. Por cierto, gran afrenta era decirle a los hombres que eran mujeres. Aunque el tono sexista es manifiesto, las mismas mujeres utilizaban de este insulto ante los hombres, ya fuera para humillarlos o para forzarlos a tener valor en batalla. Por otra parte, las mujeres hacían uso de la concepción que se tenía sobre su propio sexo para burlarse de los hombres, algo que podemos apreciar en los cantos que han llegado hasta nuestros días. El canto conocido como Chalcacihuacuicatl, o “Canto de las mujeres de Chalco”, ha sido ampliamente estudiado. Varios autores coinciden en que dicho canto está lleno de alusiones sexuales y que en él podemos encontrar antecedentes del actual albur mexicano. En este, las mujeres ponen en duda la virilidad del tlahtoani mexica Axayacatl, hacen frecuentes referencias a que él es “pequeño” (entiéndase como se prefiera) y lo retan

a acostarse con ellas. Cuenta el cronista Chimalpahin que los chalcas fueron al mismo palacio del tlahtoani para entonar dicho canto en el patio. El gobernante se encontraba en sus habitaciones con sus mujeres, escuchando la música que provenía del exterior. Un principal de Amecameca tocó el tambor y entonó el canto tan maravillosamente, que Axayacatl se puso a bailar. Salió de sus habitaciones y ordenó que llevaran ante sí al nocné o “bellaco” (así ha sido traducida la palabra, pero es una manera de llamar con menosprecio a alguien) ante él. Los chalcas temieron ser castigados por la ira del gobernante. Al llegar el cantor ante él, les dijo a sus mujeres que lo sentaran entre ellas, ya que era su rival y, para responder a los albures contenidos en el canto, añadió que a él también “ya lo desfloré”. El noble fue tomado por Axayacatl como su cantor. La historia anterior nos habla de la ambivalencia del lenguaje imperante entre los nahuas quienes, por un lado, entre la nobleza, tenían estrictas normas sobre la manera de hablar y, por otro, estaban más que bien enterados de los usos del lenguaje entre los macehuales. Una última historia nos muestra el uso del lenguaje y la picardía entre los nahuas. Se cuenta que Quetzalcoatl gobernaba en Tollan, un lugar casi paradisíaco cuya población era experta en casi todo. Sin embargo, los dioses decidieron poner fin a su reinado, engañando al gobernante, llevándolo a transgredir los preceptos religiosos, a abandonar la ciudad y a los toltecas a dispersarse. En este contexto, se narra que, mientras Quetzalcoatl se encontraba retirado en su templo, el mando recayó en Huemac. Así las cosas, Tezcatlipoca se apareció en el tianguis de la ciudad bajo la forma de tohuenyo, “nuestro semejante”, es decir, de un huasteco, pueblo al que los nahuas caracterizaban como borrachos, de gran potencial sexual y que no usaban ropa. El dios disfrazado se dedicó a vender chiles desnudo en el tianguis, lo cual llevó a que Salvador Novo tomara como moraleja de la historia que “el que no enseña, no vende”. La hija de Huemac asomó y vio la “mercancía” del tohuenyo, por lo que cayó enferma, “entró en gran calentura, como sintiéndose pobre del pájaro del tohuenyo”. Para curarla, Huemac tuvo que buscar y obligar al vendedor de chiles a acostarse con su hija y, posteriormente, a contraer matrimonio con ella, motivo por el cual los toltecas se burlaron del gobernante. El tohuenyo ganaría fama y honra en la guerra, liderando un ejército de enanos y jorobados y así acallando las burlas. Como se puede notar, nuestro elegante uso del lenguaje y picardía no es algo nuevo ni surgió de la noche a la mañana. * El autor es historiador y actualmente cursa la Maestría en Estudios Mesoamericanos en la FF y L de la UNAM.


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