Reincidente 121

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Año VII, Número 121, 1ra. quincena de mayo de 2016

VANGOHNEANDO Berenice Alvarado Ramírez LA TECNOLOGÍA TIENE SU PRECIO Jorge A. Rodríguez y Morgado EL DESPERTAR DEL POPOCATÉPETL Vera Milarka EL EMANANTISMO DE PLOTINO Francisco Hernández Echeverría POLICULT TRES Jorge Meléndez Preciado DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña PROVERBIOS ÁRABES (I)

Berenice Alvarado Ramírez*

Como en el mes de marzo celebramos el natalicio de Vincent Van Gogh, presentamos en exclusiva una entrevista realizada al pintor neerlandés el día 15 de marzo del 2016.

A

sí como Akira Kurosawa en Los sueños (1990) vislumbra en el octavo segmento llamado “Cuervos” al artista, me atreví a entrar en lo más profundo de la galería del Museo Van Gogh en Ámsterdam para dar con su paradero. No solo recuerdo el Re bemol mayor (1828) del compositor polaco Frédéric Chopin como música de fondo, sino la textura de las pinceladas a medida que saltaba de cuadro en cuadro. Al no saber por dónde empezar a buscarlo, decidí entrar a la pintura que más captó mi atención: La noche estrellada (1889). Entonces, entre la gente comencé a preguntar por el pintor, algunos con mueca de indiferencia me dijeron que probablemente nunca me recibiría, sin embargo me topé con una anciana, al parecer su criada, que me mostró la casa de Van Gogh en medio de la penumbra. Supuse que vivía en la miseria, pero nunca me percaté de ello hasta el momento en el cual lo vi contemplando Los girasoles (1888). Mi visita le resultaba indiferente porque no le importó verme entrar: él seguía retocando los últimos detalles de un cuadro nuevo. Tomé la silla que él pintó en ese mismo año y comencé a ver sus pinturas hasta el instante en el que me preguntó de manera desdeñosa: “¿Qué quieres?” Anonadada en un principio solo supe responder que deseaba saber cómo es que pintaba todas esas obras sin haber podido vender más de una. “Francamente no lo sé”, respondió. “Trabajo, me esclavizo, me conduzco como si fuera una locomotora…, me entrego de manera particular a cada cuadro sin importar lo que pase después con él o conmigo. Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la gente reconozca que valen más que el dinero que costaron los colores para pintarlos”. (Van Gogh, 1889, p. 1). Me detuve por un momento a pensar en sus palabras, después comprendí que la pintura que él estaba terminando era el llamado Autorretrato (1889). Solo en ese momento me percaté de la gran venda blanca colgada en donde debería de estar su oreja y le dije: “¿Qué te sucedió?, pareces herido”. Respondió: “Ayer estaba tratando de terminar un autorretrato y la oreja no me salía bien, entonces me la corté y la tiré”. Se sentó a mi lado y dijo: “Desde los 16 años comencé a trabajar como aprendiz en una galería de arte. Después viajé a Londres y a París, en esos lugares comprendí mi afición por la pintura y comencé a plasmar mi arte. Así que no me importa perder una oreja, todavía tengo otra.” Al ver mi mueca de asombro ante tal respuesta se levantó de su asiento y sacó una caja repleta de cartas. Me contó sobre su hermano Théo y me mostró un fragmento de una de ellas: ARLÉS (octubre de 1888-Mayo de 1889) Mi querido Théo: * Reincidente no incluye sección de Sociales

Gracias por tu carta; pero mira que esta vez he languidecido; mi dinero se había terminado el jueves, así que hasta el mediodía del lunes, resultó terriblemente largo. Durante esos cuatro días he vivido principalmente de 23 cafés y del pan que todavía tengo que pagar. No es culpa tuya; si la hay es mía. Porque he estado desesperado por ver mis cuadros enmarcados y he pedido demasiado para mi presupuesto, ya que el mes de alquiler y la criada también había que pagarlos. También aun hoy, volveré a arruinarme, porque debo comprar la tela y prepararla yo mismo, ya que la de Tasset no ha venido todavía. ¿Quisieras preguntarle lo más pronto posible si la ha enviado?; 10 metros o por lo menos 5 de tela común a 2 fr. 50. (Van Gogh, 1889, p. 10). Al terminar de leer quise indagar más sobre su vida. Entonces recordé el rumor sobre su presunta fe religiosa, me parecía extraño porque la primera impresión que él generaba en mí era la de una persona solitaria. Vincent sonrío y contestó: “A los 23 años regresé a Inglaterra, en ese lugar comencé a leer la biblia y me apasionó de tal forma su lectura que me trasladé a Bélgica para ser misionero; sin embargo, Théo me convenció de dejar esa vida y regresar a la pintura, decidí hacerle caso y a los 27 años me matriculé en Bellas Artes”. Mi sorpresa fue grande, volví a ver de reojo las pinturas y le pregunté: ¿Cómo es que te decides por pintar algo en específico? Van Gogh con mirada perdida exclamó: “Si miras con cuidado toda la naturaleza tiene su belleza, cuando aparece esa belleza natural me pierdo en ella y luego como en un sueño el paisaje se pinta a sí mismo para mí … Y luego cuando acabo el cuadro aparece completo ante mí”. Por eso me gusta el pueblo de Arlés, necesito pintar todo.

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Un tanto alucinado, continuó; “el cuadro en donde estamos precisamente lo pinté estando en el hospital de Saint Rémy debido a mis frecuentes estados de depresión. Ven, asómate por la ventana y mira lo mismo que yo”. Me acerqué y entonces repitió: “Me encantan esos trazos ondulados que simulan unas gigantescas espirales. Y, ¿veis esas estrellas grandes, enormes, brillantes…? Y, ¿ese halo amarillo que revolotea a su alrededor, lo veis? Ese halo es el culpable de su intenso brillo. Y, ¿habéis visto la luna, esa luna naranja? ¡Me encanta “La noche estrellada”!. Empecé a contemplar el panorama del cuadro visto desde una perspectiva única, al final cerré los ojos y lo único que escuchaba era la voz de Van Gogh entrelazada con la música de Chopin. De repente los abrí de manera completa tras diversos parpadeos previos y me encontré entre la multitud, en medio de la galería del museo del pintor el día 15 de marzo de 2016. Había viajado más de un siglo en solo un parpadear. Y aquí fue donde comprobé en carne propia la Teoría de la Relatividad del tiempo de Albert Einstein, de la mano de uno de los pintores impresionistas más famosos del mundo.

Referencias:

Akira Kurosawa: Los sueños. [Cortometraje]. 1990, Japón: Warner Bros. F. Rodríguez y D. Arricasdo: Descubriendo a Van Gogh. [Versión electrónica]. 2014, España: Weeble. Vivent Van Gogh: Últimas Cartas Desde mi Locura. s.f.

* La autora es estudiante de licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la FF y L. de la BUAP.


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