Reincidente 128

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Año VII, Número 128, 2da. quincena de agosto de 2016

TURQUÍA EN EL PÉNDULO DE LA MODERNIDAD Octavio Spíndola Zago LA DETECCIÓN DE ONDAS GRAVITACIONALES Verónica Vázquez Aceves OLVIDÉ QUE NECESITABAS HOJAS PARA DEVORAR Esteban Altamirano Coyotl EL EFECTO CICIG EN MÉXICO Carlos Figueroa Ibarra DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara POLICULT NUEVE Jorge Meléndez Preciado DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín UNA DISQUISICIÓN FUERA DEL LUGAR Y DEL TIEMPO Berenice Alvarado Ramírez ARITMOMANÍA Gabriela Breña PROPUESTAS PARA EL DIÁLOGO

Octavio Spíndola Zago*

¿Pueden el cristianismo, el judaísmo y el islamismo coexistir en el mismo espacio de manera armónica? En este concierto, en 2002 se constituyó el Consejo Europeo para la Fatua y la Investigación como un espacio académico que analizaría la doctrina coránica y la realidad europea con el fin de dilucidar un proyecto que diera solución a la “cuestión musulmana” (cuyo detonante fue el 11 de septiembre y los atentados de Londres), cuyas oscilaciones iban del asimilacionismo francés basado en la ciudadanía como principio integrador que minimiza las diferencias culturales, al multiculturalismo noruego y británico que reconoce las diferencias dentro de una idea de Nación como ideal más que concreto.

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espaldado por la Unión Europea, se propuso lograr un espacio islámico paneuropeo que permitiera a las esferas occidental (donde el musulmán es aún un extranjero que debe ser integrado y asimilado sea en la homogeneidad jurídica o en la diversidad cultural) y balcánica (donde los musulmanes son reconocidos como ciudadanos de facto o incluso han logrado comunidades nacionales o Estados independientes) compartir experiencias para una coexistencia armónica. Por ello el “contundente” rechazo de los gobiernos europeos y los “representantes reconocidos” del Islam en Europa a la serie de atentados que han ocurrido desde Charlie Hebdo hasta Bruselas, Niza, Alemania y Normandía, así como la pretensión de integrar a Turquía a la UE: un esfuerzo por occidentalizar el Islam y a los musulmanes a cambio de la promesa de progreso y vida armónica en contrapeso a la ortodoxia y el radicalismo que emana del Golfo Pérsico.

La condición de rehén en la que la Unión Europea mantiene a Turquía como puerta al mundo islámico fue uno de los elementos, sumado al enunciado arriba, que condujo al fallido golpe de Estado de las fuerzas armadas contra Tayyip Erdogan (que logró reinstalarse en el gobierno de Estambul gracias al notorio apoyo de los cuerpos policíacos, que siempre han visto con resentimiento a las fuerzas castrenses, así como de sus seguidores civiles), cuyo partido, Justicia y Desarrollo (AKP), llegó al poder desde 2002, y ha devenido en meses de estado de excepción luego de la insurrección militar. AKP fue el camino que en las urnas dispusieron millones de ciudadanos de la península Anatola para liberarse de las “ataduras” del kemalismo nacionalista y secular, instaurado por el líder del Movimiento Nacional Turco Mustafa Kemal Atatürk que había conducido a la nación nacida en 1923 de la fragmentación del Imperio Otomano y la desaparición del Califato, que ya entrado el nuevo milenio se encontró ante la contradicción que la modernidad global le estableció: el proyecto de Estado-nación que se había edificado había hecho a Turquía un enclave musulmán extraño * Reincidente no incluye sección de Sociales

al mundo islámico (que en esos años empezaba ya a radicalizarse en sus variantes sunita y shi’ita), y un país occidental no lo suficientemente occidentalizado. Esa es la mayor contradicción en el péndulo de la modernidad: estar atrapado entre la globalización y el nacionalismo, perdiendo los trazos de lo que separa uno de otro y lo que constituye al “uno” del “otro”. Si bien el presidente turco se posicionó en el grupo de los musulmanes progresistas, diferenciándose tajantemente de los radicales reformistas entre los que se cuentan grupos como Hamas, Al Qaeda y Daesh, ello no implica que Erdogan esté abrazando el proyecto europeo a costa del islámico. Durante su mandato han incrementado el número de escuelas confesionales, la construcción de mezquitas y las restricciones a bebidas alcohólicas, a la vez que ha procurado minar la autoridad de un ejército que se ha concebido a sí mismo como el operador garante de la laicidad del Estado y la continuidad del proyecto nacional, principalmente con el caso Ergenekon. Los enfrentamientos entre el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y el gobierno turco para hacerse con el control político y administrativo del sureste de la península (en un área que se encuentra en la zona limítrofe con Irán, Irak y Siria) han recrudecido la política del AKP y dejado al descubierto su cada vez mayor tendencia conservadora, al grado de respaldar “hasta cierto punto” grupos yihadistas que aseguren la islamización del país. Después de que las fuerzas armadas declarasen la ley marcial y el toque de queda en todo el país, supuestamente como medio para garantizar las libertades humanas y restablecer el orden democrático, la “normalización” de Turquía sigue avanzando paulatinamente con la reinstalación del Parlamento, la apertura de canales de movilidad cerca del Palacio Presidencial en Ankara y la reapertura de los puentes en el Bósforo. El señalado por Erdogan como responsable y autor intelectual de este intento de desestabilización es el imán Fethullah Gülen, con quien sostuviera una fuerte alianza hasta que en 2013 lo acusara de incitar investigaciones por corrupción al interior de su gabinete con el fin de derrocarlo e imponer un gobierno califal, razón por la cual Gülen se autoexilió en Estados Unidos. El imán fundó en la década de los setentas un movimiento confesional que ha ido tomando forma como Hizmet (voluntarios) y se ha caracterizado por su adaptación a la globalización tecnológica y mercadotécnica, por lo que ha sido descrito como la cara moderna de la tradición del Sufi Ottoman, en contrapartida al radicalismo salafista y lecturas coránicas conservadoras. En medios de prensa y en su portal web, Gülen, calificado por Estambul como el líder de una “estruc-

tura paralela” dentro del Estado que busca hacerse con el gobierno, se ha declarado inocente del golpe pero ha hecho un llamado al gobierno de Erdogan a reflexionar sobre los mensajes encriptados en la realidad turca que llevó a la fallida intentona. Lo cierto es que el imán, en un diálogo ecuménico sostenido con Juan Pablo II en 1998, subrayó no sólo la posibilidad de una convivencia religiosa, sino la necesidad urgente de lograr un mundo que coexista en paz. Uno de los trasfondos del fracasado golpe ha sido la disputa por el papel de Turquía en el mundo, es decir, un combate entre nacionalismo islámico, globalización occidental-islamizada y globalización islámica. No faltan aquellos periodistas que insisten en una posible alianza entre Tayyip y el Estado Islámico, que, desde mi perspectiva, no es solo poco probable sino poco viable, pensando en los fundamentos mismos del Islam. Cuando Muhammad estableció la Carta de Medina en pleno destierro en el Valle de Yathrib, poco después de la Hégira, quedó asentado el principio fundamental de que la participación del creyente de la umma en la sunnah está condicionada por su grado de fidelidad al Corán. Cosa no menor cuando lo analizamos en el escenario actual: para que los ciudadanos participen en la política de un país árabe deben ser fieles a la lectura coránica dictada por la elite gobernante (sufismo, salafismo, sunismo, shi’ismo), todos los demás son tratados como muslimun pero en categoría de “otredad”. Es decir, cada lectura coránica trae consigo un proyecto de nación y una agenda geopolítica que define las relaciones entre los miembros del Estado, los países vecinos y la voluntad de Allah. El proyecto político de Tayyip Erdogan es el de una globalización occidental, es decir, integrarse al mundo pero manteniendo su condicional confesional, en tanto que el proyecto del Estado Islámico es retrotraerse en un nacionalismo panárabe integrado en el Califato universal, aunque ambos comparten su rechazo a las minorías y todo aquello que les sea ajeno. En tanto, Gülen apuesta a una globalización marcada por el sello islámico sin rechazar el diálogo con toda otredad. Esta diversidad interpretativa de aproximarse a las suras y leer las aleyas hace patente la distinción entre árabe (etnia) y musulmán (religión), pero, más allá, entre un islamista que se restringe a la yihad mayor (la lucha personal, en la conciencia) y aquellos que proclaman la yihad menor (la lucha con las armas contra los infieles), lo cual apoya la teoría de que el Islam no es sinónimo de terrorismo. ¿Qué depara a Turquía en los próximos años esta encrucijada de caminos? * El autor es estudiante de la Licenciatura en Historia en la FFy L de la BUAP.


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