Reincidente 130

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Año VII, Número 130, 2da. quincena de septiembre de 2016

APRENDICES DE BRUJO Enrique Condés Lara LA VERDAD POLÍTICA Mario Rechy Montiel ¿QUÉ ES EL HOMBRE? Isaac Emmanuel Palestina Duarte DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista POLICULT ONCE Jorge Meléndez Preciado EFECTO PANÓPTICO Octavio Espíndola Zago DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña DE QUE SE PUEDE, SE PUEDE!

Enrique Condés Lara*

Cada cuatro años los políticos mexicanos se inquietan conforme se aproxima la fecha en que se realizarán elecciones presidenciales en Estados Unidos. Angustiados y nerviosos hablan del asunto como si supieran, hacen pronósticos, rechazan al candidato/a que no es de su preferencia mientras ensalzan al que les gustaría ver en la Casa Blanca. Lo hacen con tal pasión y contundencia que pareciera que estuviera en juego la presidencia de México.

C

iertamente, el asunto no es menor. Un resultado u otro, afecta en sentido distinto al país, dada la vecindad y los estrechos lazos existentes entre ambas naciones. Pero México es México y Estados Unidos es Estados Unidos. El presidente de Estados Unidos, aunque fuera una gran maravilla, no es el presidente de México. Nuestros asuntos debemos tratarlos nosotros mismos y no esperar a que otros vengan de fuera a resolverlos. Necesitamos una política clara que responda a los intereses y metas de México y, a partir de ahí, estudiar la dinámica y características de los procesos eleccionarios, la cultura política y los grupos de poder de Norteamérica. Más que lanzarnos como “el borras” a decir y hacer tonterías. Hace ocho años el candidato favorito de políticos y gobernantes mexicanos fue Obama porque se pensaba que resolvería muchos de nuestros problemas, lo cual, como se ha visto, no fue ni tenía por qué ser así. Durante su estancia en la Casa Blanca, fueron deportados mexicanos como nunca antes había sucedido. Obama piensa y actúa por y para Estados Unidos. Anteriormente, en 2000, el favorito y que más gustaba a los políticos y a los medios de comunicación mexicanos fue el demócrata Al Gore frente al republicano con talante de retrasado mental (tenue pero cierto), George W. Bush (hijo), que ganó la contienda y con el que tuvo que entenderse, no sin dificultades, el recién estrenado presidente panista Vicente Fox. Su favoritismo por el perdedor no pasó entonces a mayores porque meses después la atención toda del poderoso vecino del norte viró hacia Afganistán y Medio Oriente tras el atentado contra las neoyorkinas torres gemelas. Complicación más grave se presentó en 1992 cuando el candidato preferido de Carlos Salinas de Gortari, el republicano George H. W. Bush (padre), perdió su reelección frente al demócrata Bill Clinton, con el que tuvo que continuar, cuesta arriba, y ceder en varios temas, la negociación del TLC. Sin embargo, nunca antes nuestros gobernantes habían cometido una pifia tan grande y desastrosa como la de invitar a un candidato como Donald Trump, tratarlo como jefe de Estado, guardar silencio frente a él, como lo hizo Peña Nieto y, de rebote, proyectarlo electoralmente en Estados Unidos afectando (y enfadando) a Hilary Clinton, quien ya no quiso venir a México. El país quedó como el “cuetero”. Tras el affaire del 31 de agosto pasado, el triunfo de Trump traerá consigo fuertes consecuencias para México, pero si gana Hilary Clinton habrá también repercusiones (aunque de menor escala y de otro tipo). Lo verdaderamente grave de esta comedia de equivocaciones reside en que ninguna institución de gobierno en México y ninguna universidad o centro de investigación han detectado, entienden y valoran la * Reincidente no incluye sección de Sociales

trama de intereses, sus orígenes y alcances, de lo que está en juego y se expresa en la contienda presidencial estadounidense. En primer lugar, les pasa inadvertido que los papeles centrales se han invertido y que los principales protagonistas de la trama juegan en campos distintos, o levantan banderas contrarias a las originales. En efecto, en paralelo al derrumbe de los llamados países socialistas, se abrieron paso las políticas económicas de corte neoliberal resultantes del Consenso de Washington, término acuñado por el economista inglés John Williamson, adoptadas por el presidente norteamericano Ronald Reagan y la primer ministro de Inglaterra, Margaret Thatcher, a inicios de los años 90, e instrumentadas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Reserva Federal de EU. Se trataba de un paquete de medidas encaminadas a reducir la intervención del Estado en la economía hasta convertirlo en un mero facilitador de los negocios del sector privado y, en consecuencia, eliminar cualquier restricción a la inversión extranjera, privatizar las empresas públicas, des-regularizar las actividades económicas, liberar el comercio exterior y eliminar barreras arancelarias y no arancelarias, dotar de plenas garantías a la propiedad, poner fin al control de cambios y su regulación por el mercado de cambios, eliminar toda clase de subsidios, establecer una estricta disciplina fiscal y un fuerte control del gasto público y del déficit, sin incrementar los impuestos. Lo interesante del caso es que los forjadores e impulsores del Consenso de Washington fueron los políticos y los poderes más conservadores del establishment norteamericano e inglés, y no los demócratas, laboristas y liberales. Veinte años después, son los del partido demócrata estadounidensa, los laboristas ingleses y las variantes liberales que se presentan en ambos países, los defensores del neoliberalismo y los republicanos del tipo Donald Trump y los conservadores británicos tipo Boris Johnson, sus objetores. ¿Qué pasó en estas dos décadas? ¿Cómo fue y por qué se cambiaron los papeles? ¿Qué fuerzas están detrás de todo esto y se expresan a través de estos personajes? Se hace indispensable saberlo para dejar de estar dando palos de ciego y no hacer más el ridículo. En segundo lugar, hay que reflexionar con toda seriedad de dónde viene la fuerza de Trump (y de los triunfadores del Brexit y de los euroescépticos). Y no es de otro razón que de los estragos de la globalización. Los partidarios de la globalización promovieron la internacionalización a toda costa de las economías nacionales, más bien, su desnacionalización; con ello, pusieron en crisis al Estado nacional puesto que colocaron por encima de él al capital financiero y a las grandes corporaciones multinacionales, libres ahora de sin fin de ataduras legales y fiscales, de restricciones geográficas y arcaicos patriotismos. Las grandes

corporaciones y el gran capital financiero hacen sus planes y toman sus determinaciones desde perspectivas y en función de proyectos globales no nacionales y siembran desconcierto e incertidumbre en segmentos importantes de las sociedades nacionales que sienten en peligro su identidad y sentido de pertenencia. Ni en los países desarrollados ni en las naciones subdesarrolladas o “emergentes” los efectos de la globalización son homogéneos y siempre positivos. Además de estragos al medio ambiente y a las formas de vida locales, para muchos ha significado desempleo, marginación, incertidumbre laboral y social. Con toda claridad, lo expresó recientemente Michelle Bachelet: “Detrás del Brexit y del éxito de Donald Trump hay algo claro, y esto es más viejo que el hilo negro, la globalización ha incrementado las desigualdades…Este es un llamado de atención para que el libre comercio se use para políticas de desarrollo y para no dejar a nadie fuera del progreso.”(El País, 2 de julio 2016). No hay que cerrar los ojos ante los hechos. El racista y megalómano Donald Trump, se nutre de las desigualdades creadas por el libre comercio y la globalización, por el malestar y perjuicios que han ocasionado a los trabajadores y a sectores de las clases medias norteamericanas. Es un monstruo que se alimenta, quizá para agravarlos, de malestares sociales que no pueden desdeñarse, pero que son reales y existen.

Pero, como país, ¿qué debemos hacer? Más precisamente, ¿qué queremos? ¿Seguir subidos acríticamente en el barco de la globalización, el libre comercio, la desnacionalización a raja tabla de la economía y del país, tal y como se han venido dando? ¿Continuar en el papel de pelotita en el juego de ping-pong de los grandes poderes norteamericanos? ¿Apoyar a Hillary como si fuera a ser nuestra presidenta? ¿Dejarnos arrollar por la tempestad? Esto es lo que hay que pensar y resolver. *El autor es Doctor en Sociología Política por la Universidad de Granada, España y director del Museo de la Memoria Histórica Universitaria de la BUAP.


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