Año VII, Número 133, 1ra. quincena de noviembre de 2016
OCTUBRE Y NOVIEMBRE: CIEN AÑOS DESPUÉS Mario Rechy Montiel LOS CUATRO HUMORES Jorge A. Rodríguez y Morgado RÉPLICA CIUDADANA Anónimo HALLOWEEN DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista POLICULT TRECE Jorge Meléndez Preciado ENGAÑO Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña UNA VACA EN EL TEJADO
Mario Rechy Montiel*
Soy un testigo atento del siglo en que nací, el que ha sido el más convulso de la historia humana, el más exaltado por los afanes del espíritu y el más desgraciado por los yerros, la destrucción de ideales y la pérdida de vidas. Fui parte de sus sueños, de sus más intensos combates y de sus fracasos. Y mi vida pasó, junto con el siglo, del entusiasmo juvenil y la pasión por el porvenir, a la disciplina reflexiva y al ajuste de cuentas con la propia historia.
E
l siglo XX no se distinguió por su capacidad de entendimiento, por más que se haya dicho o escrito sobre lo que avanzó la ciencia, o porque la historiografía y el pensamiento abstracto profundizaran en tantas cosas. Fue, por el contrario, un periodo de la historia humana de los más intensos en fanatismo, en luchas exacerbadas entre corrientes del pensamiento, y de la mayor intransigencia, de todos contra todos, desde que desapareció la Inquisición. Pero fue ciertamente también un siglo de diversidad y riqueza espiritual como no se había vivido nunca antes. Los conflictos que cubrieron los cinco continentes fueron enriquecedores porque el género humano vivió, asumió, padeció y dejó atrás muchas ideologías, doctrinas, religiones, al mismo tiempo que destruyó muchas de las instituciones que había levantado durante dos milenios, dejando finalmente un mundo devastado, donde las ideas morales y la ética que habían normado la vida diaria de todas las culturas, quedaron superadas ante una nueva barbarie y un conjunto de nuevos desafíos, muchos de los cuales ya no se originan en las fuerzas indomeñables de la naturaleza, sino que son producto del desvarío de los hombres. En el nuevo periodo se yerguen ahora esos desafíos como amenazas más grandes que aquellas otras anteriores que parecían poder golpear con hambre, escasez o epidemias sobre los pueblos y el porvenir de la especie humana. Esta reflexión me lleva –y espero que muchos en los años que vienen lleguen a la misma conclusión— a revisar los grandes acontecimientos, pero desde una óptica que no sea parte de las ideologías que fanatizaron este siglo que apenas dejamos atrás; sino desde una perspectiva autocrítica, que busca obtener las lecciones necesarias. Siguiendo un método o procedimiento muy simple: ver qué se proponían los protagonistas en cada gran transformación o iniciativa y cuáles fueron sus verdaderos resultados. El ideal o ideales no pueden ser objetados. Pero los procedimientos y los resultados han de ser lo que nos lleve a sacar nuevas conclusiones, o cuando menos hipótesis originales, que se sitúen más allá de las explicaciones manidas o convencionales. Lo único que se requiere, en ese caso, es honestidad. Y muchos podrán emprender el ejercicio. Extraer experiencias ha de ser el objetivo, porque todos aquellos ideales que no se hayan realizado los vamos a volver a perseguir, y tendremos que rectificar caminos. Pero también tendremos que lanzar llamados de alerta para recuperar procesos, formas de actuación social y propuestas de convivencia que nos permitan seguir bregando en esta esfera azul que gira en el firmamento. Los grandes hitos del siglo XX fueron, en primer término, las revoluciones. Primero la mexicana, luego la rusa, seguidas de otras hoy menos presentes en la identidad o las efemérides, pero acaso igual de trascendentes. En segundo lugar, probablemente estaba la esperanza en el desarrollo científico y la tecnología, que debían situarnos como especie más allá de las enfermedades y la escasez. Y, en tercer lugar, probablemente podríamos poner o enumerar a la democracia, como * Reincidente no incluye sección de Sociales
espacio de vida y convivencia que debía implicar o establecer el interés de la mayoría como fundamento de todo gobierno. Apuntaré en este artículo apenas lo que representaron las revoluciones y el resultado que de ellas se tiene, a cien años de su estallido o consolidación. La Revolución Mexicana se inició con la aspiración de terminar con la dictadura de un modernizador que había provocado la concentración de la tierra, la subordinación de la vida campesina a las haciendas exportadoras; al mismo tiempo arrancó como una búsqueda de democracia. Y hoy, a más de cien años de su estallido, y a un año de la conmemoración de su triunfo, vivimos bajo un régimen partidocrático que excluye a los ciudadanos de todo poder, lo cual no es lo mismo que una dictadura, pero que tiene los mismos efectos. Además, la tierra sigue concentrada en la mitad del territorio a pesar de que ya se decretó la conclusión de la reforma agraria; con un agravante adicional: hoy se está repartiendo otra vez, pero no a los campesinos, sino a las empresas mineras y extractivas. Y la democracia, que parecía o se pensaba que se iba a cumplir con el voto universal, resultó fallida, porque podemos elegir a unos cuantos candidatos, pero no podemos decidir cómo se escoge a éstos. De tal manera que seguimos sin representación en el Estado. La Revolución Rusa, que tuvo el aliento de la utopía, y pretendía terminar con la explotación del hombre por el hombre e inaugurar un gobierno de los trabajadores mismos, anunció el fin del libre mercado y el arranque de la planeación económica --que debía conseguir que todos los esfuerzos de quince naciones fueran capaces de alimentar, vestir, dar empleo, casa y educación a sus habitantes. Arrancó también ofreciendo a los campesinos la tierra, a los pueblos la concordia y a todos la justicia. Rusia, por su parte, vive hoy bajo el mando de un ex oficial de inteligencia que organizó un partido de burócratas para repartirse los bienes que la nación generó en setenta años de régimen marxista leninista; es un oficial o agente que forma parte de un grupo que renegó del objetivo social y que hoy bombardea escuelas en Siria y se prepara para el eventual estallido de la tercera guerra mundial. Y la población de Rusia, que vivió y padeció el supuesto socialismo como un régimen autoritario, sin libertades, en el que además se perpetuaron los privilegios de la clase dominante, no quiere saber nada de marxismo, porque lo identifica con lo que fue su desgracia; pero tampoco tiene idea de cómo podrá librarse de los nuevos dueños del poder y la economía. En ambos países se padece una pérdida de confianza en las instituciones, si bien en México es mucho mayor, en la medida que aparte de la corrupción que existe en ambas naciones, en México se ha instaurado una política para desaparecer miles de ciudadanos y para masacrar, de manera sistemática y geopolíticamente calculada, a grupos de estudiantes, campesinos, policías, presidentes municipales, periodistas, para mantener a la población atemorizada y sin participación o capacidad de impugnación.
En ambas naciones se ha convertido en un mito la democracia, pues las elecciones solo representan escenificaciones partidocráticas, sin injerencia ciudadana y sin inclusión de los intereses de la población trabajadora. Y también en ambas naciones la modernidad se extendió bajo la modalidad de electrodomésticos y automóviles, pero conservando bajos niveles de atención en salud, junto con la conversión de los servicios públicos (salud, educación y cultura) en mercancías solo accesibles a los grupos de más altos ingresos. Por lo demás, las instituciones que se habían creado bajo el influjo revolucionario, han devenido en cascarones infuncionales o en entidades quebradas bajo la corrupción y la ineptitud de una clase sin compromiso y con altas aspiraciones en el escalafón político. Y las leyes o constituciones, que alguna vez representaron el aliento del cambio y el programa de aspiraciones y valores, han sido parchadas para reflejar el interés de los nuevos dueños de la economía, cuando no simplemente abrogadas --si no formalmente, cuando menos en la práctica diaria de una autoridad judicial en venta o traficante de acuerdos y sanciones. En ambas naciones, como herencia del pasado, no queda ni la imagen de los próceres revolucionarios, ni el refrendo de sus ideales, sino el poder ciclópeo de Stalin y de Calles, y la persecución de toda disidencia o crítica verdadera. Aun así, existen, existimos, los que a pesar de tanta desgracia seguimos sintiéndonos herederos del espíritu libertario y la búsqueda de justicia. Los que mantenemos la convicción de que el aliento social de la Revolución Mexicana se mantiene en los indígenas, los campesinos inconformes, y en amplias capas medias de un pueblo que vive con extrañación su diario empeño. Estamos confiados en que el proceso histórico volverá a exigirnos imaginación y propuestas para componer la Nación. Y sabemos que, de la misma manera, en las quince repúblicas que alguna vez respiraron el aliento del socialismo, se actualizará el proyecto y se reemprenderá el camino. Por ello rendimos tributo a los hombres que lucharon por la libertad y la justicia social, y a las fechas que representan esos momentos estelares de marcha universal, aunque hayan fracasado y nos hayan heredado una realidad más compleja. Nos sentimos con derecho y aun con obligación de conmemorar nuestras fechas. ¡Viva la Revolución de Octubre y sus ideales de justicia! ¡Vivan los ideales de la Revolución Mexicana! ¡Vivan Villa y Zapata! ¡Viva el horizonte social de los pueblos! ¡Vivan la memoria histórica y la identidad nacional! ¡Muera el capitalismo! *El autor estudió Antropología Social y Economía y no se graduó en nada. Sin embargo, ha sido profesor de Antropología Social, Economía Campesina, Sociología, Metodología de la Ciencia y Ecología en la Universidad Autónoma de Chapingo, en la ENAH, en la UAM y en la Universidad Iberoamericana.