EL MUNDO QUE SE VIENE ENCIMA Enrique Condés Lara ¿VOLVER AL 17? María de Lourdes Herrera Feria
Año VIII, Número 137, 1ra. quincena de febrero de 2017
RUMBO AL CENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE 1917 Adrián Hernández González
LA NECESIDAD DE UNA EPISTEMOLOGÍA DE LA PSICOLOGÍA Gerardo Meléndez Gómez EL MATRIMONIO EN 1857 Manuel Pérez Chalini DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista
POLICULT DIECISIETE Jorge Meléndez Preciado
DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada
REINCIGRAMA Fernando Contreras
AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS
José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña
GRACIAS MR. TRUMP
Enrique Condés Lara*
El arribo de Donald Trump a la Casa Blanca anticipaba desde tiempo atrás muchos contratiempos para México. Adicionalmente, tales infortunios nos toman en el momento en que a la cabeza al país se encuentra el presidente más impopular y desprestigiado de las últimas (varias) décadas. Es una doble desgracia la que habrá que afrontar.
L
os titubeos e inconsistencias que ha mostrado el equipo gubernamental ante la acometida de Trump obedecen a su impericia pero sobre todo a que entraron en quiebra la visión y el proyecto que forjaron a lo largo de 30 años y que, finalmente, se hizo dominante en la clase política mexicana: PRI, PAN, PVEM, PRD, “independientes”, etc; en los empresarios, en los medios informativos, en muchos intelectuales. Nos referimos a la más amplia apertura y facilidades del mercado mexicano para las empresas, productos y capital extranjero; la integración económica con los Estados Unidos; la privatización de las empresas públicas y, en consecuencia, la renuncia del Estado a la intervención y regulación de la economía, que pasa a manos del señor Mercado. Ni en sus peores pesadillas imaginaron que una cosa como la que está sucediendo pudiera ocurrir. Y tienen razón para sentirse así porque lo más grave no es andar de ofrecidos, sino el ser públicamente rechazados y menospreciados. Entre pasmados y temerosos, nuestros gobernantes no advierten que las órdenes ejecutivas de Donald Trump son parte de una estrategia de amplitud global. Lo que busca el actual gobierno norteamericano es una redefinición del papel y el lugar de los Estados Unidos en el concierto mundial. Lo ha dicho el copetudo (también como el nuestro) presidente Trump: “Volver a hacer grande a los Estados Unidos”. Su pleito no es, entonces, solamente con México (el TLC, los migrantes ilegales, etc.) sino con la situación mundial que recibe. Tras la II Guerra Mundial, la guerra fría diseñó la política exterior norteamericana ---sus fines, alianzas, métodos--- que, con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, se hizo obsoleta. No obstante, Los Estados Unidos y sus aliados de Europa y Asia sostuvieron una serie de alianzas, instrumentos y comportamientos. El más evidente caso es la OTAN, organismo militar creado para enfrentar a la Unión Soviética y al Pacto de Varsovia, su réplica socialista. Concluida la guerra fría y desintegrados el Pacto de Varsovia, en lugar de disolver la OTAN, por presiones de los europeos fue reforzada y ampliada, creando (o manteniendo) un foco de tensión en la región. Pero, no solamente. En los últimos años se le ha utilizado en zonas que no corresponden en nada con el Atlántico Norte, como Irak, Libia y Afganistán. Al desaparecer su razón original y finalidad central, se hizo herramienta y cobertura político-militar al servicio de algunos Estados. Los intereses y empeños de las grandes potencias occidentales (EU, Inglaterra, Francia, Alemania) han cambiado y no son necesariamente coincidentes como en la época de la guerra fría. Pero en el supuesto poco probable de un choque armado con Rusia, con los desarrollos tecnológicos y ciber-informáticos de los años recientes, la OTAN ha quedado, en mucho, desbordada, como ya lo señaló Mr. Trump. Más que reforzarla, lo que ahora * Reincidente no incluye sección de Sociales
buscarán los norteamericanos es llegar a un acuerdo con Rusia para estabilizar el escenario mundial, particularmente el medio-oriental que peligrosamente se ha salido de control. El interés estratégico de los Estados Unidos va, incluso, más allá: necesita torpedear la Unión Europea. De ahí los amores del nuevo inquilino de la Casa Blanca hacia el Brexit y los líderes y partidos euroescépticos y contrarios a la UE. Con la misma habilidad con la que cosechó en su favor los estragos que acarreó la globalización entre amplios sectores de la población trabajadora y media de su país, Trump manipulará las inconformidades evidentes que se presentan en territorios y poblaciones europeas afectadas por una injusta y desigual integración europea. Para que Estados Unidos vuelva a “ser grande”, Trump necesita una Europa fracturada que le permita negociar con cada país por separado. Su atención estará, está, puesta también en Medio Oriente. Buscará aplastar, así literalmente a-p-l-a-s-t-ar, al Estado Islámico, aunque no le será fácil por la cantidad y diversidad de Estados, fuerzas militares, facciones políticas, credos religiosos que actúan en la zona, con frecuencia enfrentándose entre sí. Si logra el concurso de Rusia, Siria e Irán, tendrá problemas para obtener el apoyo de Arabia Saudita, Emiratos Árabes e Israel; si llega a un entendimiento sólido con Turquía, las milicias kurdas que más o menos soterradamente ha adiestrado y equipado y que han jugado un papel muy importante en la contención de los yijadistas, tendrán que ser sacrificadas, probablemente no sin su resistencia. De cualquier forma, la solución a la guerra santa de los musulmanes contra Occidente va más allá que la derrota militar del llamado Estado Islámico. Demanda un amplio paquete de medidas de largo aliento de corte político, cultural, económico y social, con la intervención de múltiples fuerzas, gobiernos y confesiones religiosas que se anticipan ahora difíciles de integrar, mayormente porque Trump ni siquiera las ha considerado. El punto más grave y peligroso del enredado Medio Oriente se llama Irán. El acuerdo alcanzado por Obama en septiembre de 2015 (fin de las sanciones económicas a cambio de la suspensión de programa nuclear) evitó una guerra con Israel que parecía inevitable. No obstante, los sectores más belicosos del gobierno de Tel Aviv quedaron inconformes y presionan a Trump para que revise el convenio. De hacerlo, un elemento de inestabilidad con potencial nuclear, reviviría en Medio Oriente. Pero no es el único factor que puede cambiar en la región. Colocar como secretario de Estado a Rex Tillerson, directivo de la empresa petrolera ExxonMobil, anuncia que la guerra por el control mundial del precio del petróleo que libran Estados Unidos y Arabia Saudita desde hace varios años se profundizará. Aseguró Trump en su famoso twitter: “Fracking conducirá a la independencia económica de Estados Unidos”. Con esa técnica (“frac-
king”: fracturación hidraulica) las grandes corporaciones petroleras de Estados Unidos lograron abatir el costo de la extracción del crudo ante lo cual los sauditas respondieron saturando los mercados de petróleo. Y aunque los norteamericanos están ganando en dicha confrontación, el nuevo gobierno de EU levantará todas las restricciones al fracking. Para que, como también dijo Trump (¿acaso copiando los mensajes que dejaban Los Zetas sobre los cuerpos de sus víctimas?), “aprendan a respetar a los Estados Unidos”. Los sauditas, que han sido aliados clave de los EU desde 1945, en tales circunstancias probablemente modificarán su esquema de alianzas, esto es, puede ocurrir lo que hasta hoy aparece como punto menos que imposible: un acuerdo con su antiguo y odiado enemigo: Irán. En el extremo oriente el flamante gobierno norteamericano tendrá que lidiar con Corea del Norte. El problema es que a la cabeza de ambos Estados se encuentran personajes propensos a perder el control de sus emociones y de mecha corta que pueden desatar un choque nuclear. Corea del Norte y Medio Oriente son los dos puntos más delicados en el inestable equilibrio mundial que Trump pretende modificar. En las tres últimas décadas cobraron importancia ciertos países. Además de Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón e Israel, en la actualidad hay que tomar en cuenta, porque lograron un lugar importante en el concierto de naciones, a Brasil, la India y a China, particularmente a China, la segunda potencia económica del planeta que, por si fuera poco, cuenta con armamento atómico. En los intentos de Trump por recuperar la hegemonía mundial, no serán el comercio y las finanzas lo que determine un conflicto con el coloso asiático, sino Taiwán. Desde que triunfó la revolución popular en octubre de 1949, el gobierno chino ha sostenido invariablemente, aún en los peores momentos, que Taiwán es parte de China y que no hay más que una China. Si por razones comerciales, económicas o de cualquier otra índole, Trump no lo quiere reconocer se meterá en un aprieto, y con ello a todo el planeta. La falta de tacto diplomático del Sr. Donald puede provocar acercamientos entre China y Corea del Norte, distanciados por la tozuda agresividad de los coreanos, entre Vietnam y China y entre Pakistán y China, que estuvieron aliados durante la era soviética. En México, sin guías y equipos bien formados pero, sobre todo, acreditados, que analicen y orienten claramente a la nación en el complicado e incierto cuadro internacional, es muy probable que “el efecto Trump” aceleré la descomposición social y política que viene gestándose desde hace más de una década a causa de los constantes desatinos gubernamentales que hemos padecido. * El autor, Doctor en Sociología Política por la Universidad de Granada, España, es Director del Museo de la Memoria Histórica Universitaria de la BUAP.