Reincidente 141

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En este Número: EL BIG BANG Y EL FONDO CÓSMICO DE MICROONDAS

Año VIII, Número 141, 1ra. quincena de abril de 2017

Verónica Vázquez Aceves EL NUEVO MODELO EDUCATIVO Javier Breña Sánchez LA EDUCACIÓN DE NUESTROS

PRESIDENTES

Paul Vauronne POLICULT VEINTIUNO Jorge Meléndez Preciado ENGAÑO

Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES

Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA

Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS

Paco Rubín ARITMOMANÍA Gabriela Breña

CAVILACIONES SOBRE CHINGAR

Paul Vauronne*

En El Estilo Personal de Gobernar (1974), Daniel Cosío Villegas se permite hacer un peculiar chiste sobre la educación universitaria de los presidentes de México. Recuerda don Daniel que todos ellos, “desde Manual Ávila Camacho hasta Adolfo López Mateos”, fueron sus discípulos y apunta que “don Luis Echeverría se ha permitido el lujo de llegar a la Presidencia sin haber pasado antes por mi cátedra”.

P

or supuesto, jamás lo dice con todas sus letras, pero el comentario arroja suficiente luz sobre la despiadada crítica que se teje durante el siguiente centenar de páginas, y que continuaría en los dos libros posteriores de la serie sobre la sucesión presidencial. Don Daniel parece decir –a mí no me echen la culpa-. Hacia el momento en que se publicó la, por otra parte, muy divertida diatriba de Cosío Villegas contra El Chamuco de San Jerónimo, la gente veía Las noticias de Jacobo Zabludovski, solía ir a La Iglesia cada tantos domingos, votaba por El Partido cada tantos años y, desde luego, estudiaba (o aspiraba a estudiar) en La Universidad. Era una época de antonomasias. Tanto así que Cosío ni siquiera se toma la molestia de decir dónde les dio clases a nuestros presidentes del priísmo clásico, ni de qué. Obviamente, se trataba de la Escuela Nacional de Jurisprudencia (se convirtió en la Facultad de Derecho hasta 1955) de la Universidad Nacional Autónoma de México, “La Universidad”. Ahí Cosío enseñó, o mejor digamos que dio clases a los presidentes de México. A casi todos. De los cuatro presidentes que Cosío recuerda haber tenido en su cátedra, solo uno, Miguel Alemán, se recibió formalmente, en 1928, con una tesis de 33 páginas sobre accidentes de trabajo que tituló “Las Enfermedades y los Riesgos Profesionales”. No hay registro de las tesis de Ávila Camacho y de Adolfo López Mateos en el catálogo TESIUNAM (Cosío mismo dice que nunca pudo averiguar si este último se recibió o no); Adolfo Ruiz Cortines había estudiado Contabilidad en Veracruz y Gustavo Díaz Ordaz estudió Derecho en Puebla, pero los presidentes posteriores, de José López Portillo a Carlos Salinas, sí se dignaron ir a La Universidad. Es más, tanto López Portillo como Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari fueron profesores de “nuestra máxima casa de estudios”. Echeverría, el evadido de la cátedra de Cosío, se recibió con un breve ensayo jurídico-político titulado “El Sistema de Equilibrio de Poder y la Sociedad de las Naciones”, en 1945. López Portillo (el primero de nuestros mandatarios que cursó un postgrado) presentó una tesis algo más amplia, pero de apenas 73 páginas, con el título “Valoración de lo Estatal”, en 1946. Miguel de la Madrid defendió en 1957 una voluminosa tesis de ¡140 páginas! sobre “El Pensamiento Económico en la Constitución Mexicana de 1857” y Salinas de Gortari se recibió como licenciado en economía en 1971 con un trabajo de 127 páginas sobre “Agricultura, Industrialización y Empleo. El caso de México: un enfoque interdisciplinario” (luego el FCE publicaría la versión larga que escribió y re-escribió en Harvard mientras obtenía sus dos maestrías y su doctorado). Y ya. Sic transit gloria pumi. * Reincidente no incluye sección de Sociales

Después del doctor Salinas, ocupó la presidencia un economista del Politécnico y luego llegaron al poder ex-alumnos de escuelas privadas (de hecho, el economista politécnico estaba fuera de programa, pues iba en camino a Los Pinos un colega suyo del Tecnológico de Monterrey, pero hizo una fatal escala en Lomas Taurinas): un administrador de empresas de la Universidad Iberoamericana (recibido velozmente unos días antes de rendir protesta), un abogadete de la Escuela Libre de Derecho (que ya había visto a uno de sus egresados, Emilio Portes Gil, llegar a la presidencia) y, ahora mismo, otro de ese apéndice del Opus Dei que es la Universidad Panamericana. Alberto Tavira publicó en 2003, un reportaje sobre “Las Tesis de los Presidentes”, en el que informa que Zedillo no escribió tesis. Se graduó por alto rendimiento en la Escuela Superior de Economía, después de tres años de estudios regulares, tras presentar las materias de los últimos semestres a título de suficiencia. También explica que Fox, en plena campaña, presentó para recibirse un reporte de trabajo en el campo profesional, de 120 páginas, ni siquiera una tesina, sobre la “Generación del Plan Básico de Gobierno 1995-2000 del estado de Guanajuato”. Felipe Calderón presentó la tesis “Inconstitucionalidad de la Deuda Mexicana (1982-1986)” en 1987 y, como ha sido ampliamente difundido, la tesis de 200 páginas, “El Presidencialismo Mexicano y Álvaro Obregón”, con la que Enrique Peña Nieto se recibió en 1991 en la Panamericana, es un vulgar copia-y-pega de una docena de libros que encontró. No hay, desde luego, nada parecido a rankings históricos de las universidades mexicanas (ojo, academia), ni falta que hacían, si apenas había un puñado, pero desde el chauvinismo, que confieso y al que me adhiero sin mayores ambages, del espíritu alegremente convertido en vocero de la raza (lo que sea que esto signifique), cualquiera puede darse cuenta de que vamos a menos. A mucho menos. Veamos. En la clasificación de América Economía Intelligence para 2017, entidad a la que no se puede acusar de parcialidad contra la educación privada, La Universidad se mantiene, lejos, en primer lugar. Inmediatamente, en segundo y tercer puestos, prácticamente empatados, están el Tec (donde estudió Colosio) y el Poli (Zedillo). La Ibero (Fox) aparece en décimo sexto lugar y, mucho más lejos, en el puesto 47, la Panamericana (Peña), apenas dentro de las mejores 50. Me refiero a este ranking por ser la medida más actualizada, porque constituye una serie continua y estandarizada, y porque incorpora desde este año nuevos criterios interesantes, como la inclusión y diversidad. Más allá de lo que pueda aducirse respecto a la pobre evolución de la calidad educativa en México, la

multiplicación de opciones escolares, en especial de las opciones privadas, con lo que ello implica en términos sociales, ideológicos y políticos, no parece haber contribuido demasiado a la mejora en la calidad del gobierno. Como esto siga así, dentro de muy poco nos gobernará alguien que haya cursado sus estudios en la Universidad ICEL u otra patito-universidad de ese jaez. Sin caer en ingenuidades aristocráticas, ¿podría alguna suerte de elitismo académico poner alguna cortapisa al elitismo de las relaciones, el dinero y los intereses? ¿Será hora de empezar a considerar establecer requisitos académicos para determinados cargos de elección popular, como ya hay para la administración pública, a muy diversos niveles? Desde luego, un mecanismo como este no garantiza absolutamente nada, como acabamos de constatar con el vergonzoso jaleo del nombramiento de la nueva vicepresidenta del INEGI. Como decía el propio Cosío Villegas, a propósito de la por entonces novedosa usanza de acompañar los anuncios de los nombramientos de altos funcionarios con el respectivo curriculum, “aparte de que no es infrecuente advertir que tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas, qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional?” No obstante, aventuro que la respuesta es sí. Y creo que se podría empezar, a modo de prueba piloto, si se quiere, por el poder legislativo, como en el caso de la reelección de diputados y senadores. No pidamos que sean todos doctores en filosofía, pero, ¿no podría exigírseles que demuestren una mínima experiencia y competencia y que pasen un examen, como cualquier ciudadano o ciudadana que quiere ser jefe de departamento de la SEDATU? * *El autor estudió en la UNAM pero nunca tomó clases con Cosío Villegas


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