Año VI, Número 99, 1ra. quincena de mayo de 2015
IDENTIDADES DIVERGENTES Javier Guillén Villafuerte LAS TRAMPAS DE LA DESMEMORIA Adrián Hernández González ¿MOVILIDAD PÚBLICA O SEGREGACIÓN ESPACIAL? Laura Penélope Urizar Pastor GERMANAS María de Lourdes Herrera Feria DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara DE PLANTAS Y ANIMALES Cecilia Vázquez Ahumada REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña NI A QUIÉN IRLE
Adrián Hernández González*
La Historia, como todo conocimiento científicamente elaborado, ha probado su utilidad social. Ha servido para construir pasados gloriosos, linajes impolutos, prestigios públicos, identidades colectivas y, también, para justificar diversas posturas ideológicas. En ese tren se han exaltado, silenciado o defenestrado, figuras o episodios del pasado, dependiendo del momento histórico y de sus actores sociales.
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ero si en algo ha insistido nuestra historiografía mexicana es en la recordación de momentos fundacionales con tintes de epopeya: el grito de Independencia la madrugada del 16 de septiembre de 1810; las incontables acciones de resistencia al invasor norteamericano en 1847 y la figura de los ‘niños héroes’, ejemplo dignísimo de pundonor y lealtad a la patria; la batalla del 5 de mayo de 1862; la batalla del 2 de abril del 1867 en Puebla, curiosamente poco historiada; y, por supuesto, las acciones más notables de la gesta revolucionaria, como el reparto agrario y la expropiación petrolera, entre otras. La historia de la nación mexicana se nos presenta como la lucha sin cuartel entre los partidarios del progreso, siempre triunfantes, y los partidarios de la conservación de las tradiciones y las filiaciones culturales con la ‘madre patria’, finalmente derrotados (¿?) en sus pretensiones. Una historia de vencedores y vencidos en la que no caben los triunfos a medias. En suma, una historia que no da cuenta de los acuerdos, negociaciones y pactos que aún dominan nuestra vida pública, como actualmente podemos atestiguar en cada contienda política: las plataformas de los partidos se desdibujan, las posturas ideológicas, aparentemente irreconciliables de las izquierdas y de las derechas, se confabulan con el propósito de ‘construir los consensos’. En esta línea de pensamiento, bien se puede tomar como ejemplo el primer caso aquí citado: la conmemoración de la Independencia que resulta más ideológica que histórica, es decir, se ha establecido como fecha de fiesta nacional 1810 (inicio) en vez de 1821 (consumación), sin entrar en precisiones sobre la forma del cómo concluyó el movimiento ni en si cumplieron o no con las aspiraciones y motivaciones de sus figuras más representativas en el imaginario popular como Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón. Jesús Hernández Jaimes (Relatos e Historias en México, núm. 49, marzo de 2012, p. 55), apunta que “Hidalgo no buscaba la independencia de Nueva España. Su propósito sólo era preservarla de caer en manos de los franceses, conseguir mayor participación de los criollos en la administración pública y acabar con las restricciones económicas y políticas impuestas por la Corona española”, mientras que Herrejón Peredo sostiene que Ignacio Allende también pedía lo mismo, no romper la relación con España. El movimiento que inició con el Grito de Dolores el 16 de septiembre de 1810 y culminó con la proclamación del Plan de Iguala por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, el 24 de febrero de 1821, sirvió para declarar una fecha conmemorativa definitiva: 16 de septiembre de 1810 y, al mismo tiempo, para
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para llegar al fin deseado.” (El País el 11 de diciembre de 2013). Tales afirmaciones aplican perfectamente para al episodio referido al declarar una fecha conmemorativa definitiva: 16 de septiembre de 1810 y, al mismo tiempo, “olvidar” la consumación pactada entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. La historiadora estadounidense Margaret Macmillan (Juegos peligrosos: uso y abuso de la historia. Barcelona: Ariel, 2010) menciona que a los políticos siempre les ha gustado aparecer como humanitarios y sensibles en sus discursos, además de que, las disculpas sobre el pasado se pueden usar como excusa para no hacer mucho en el presente (2010: 43). Su reflexión coincide con la afirmación de Julián de Casanova: “los datos y las interpretaciones que provee la ciencia histórica siempre quedarán sujetos al uso y el abuso en la contienda política”. Lo que Macmillan llama “juegos peligrosos”, es decir, el uso abusivo de la Historia, donde campean la construcción oficiosa de héroes y villanos, y las versiones sobre las derrotas absolutas del adversario, nos hacen perder de vista la existencia de individuos que actuaron y actúan en defensa de sus intereses. Entonces, eludir las trampas de la desmemoria se convierte en el primer paso para que los ciudadanos, agobiados por innumerables y confusas propuestas de los partidos políticos, empecemos a cuidar de nuestros propios intereses. olvidar una consumación “pactada” entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Todo parece indicar que más que derrotas o triunfos definitivos, son los ‘pactos’, los que han enrumbado nuestra historia nacional; el dato histórico y la práctica cotidiana de nuestra actual clase política ofrecen evidencias sobre esta característica de nuestra realidad nacional. Pero como estas ‘cómodas composiciones’ no ganan adeptos ni leales, entonces debe proclamarse el triunfo propio y la derrota definitiva del adversario para efectos del registro histórico, aunque en la inmediatez de la contienda se exhiba la disposición al diálogo y al consenso (nadie en su sano juicio puede declarar públicamente la necesidad de confrontaciones, enemigas de la estabilidad y el progreso). Sobre la utilización ideológica del pasado, el historiador español Julián Casanova escribió “una cosa, sin embargo, son los análisis y narraciones sobre la Historia y otra muy diferente los usos y abusos que se hacen de ella. Las conmemoraciones históricas pagadas por las instituciones políticas suelen ser buenas pruebas de cómo puede utilizarse el pasado para justificar el presente. Los políticos lo hacen a menudo; deforman la Historia a sus propios fines. Y lo pueden hacer escogiendo mitos o lugares comunes que explican sus argumentos o distorsionando las pruebas
* El autor es estudiante del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
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