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Lila Zemborain
Foto: Ezequiel Zaidenwerg
Lila Zemborain
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(Buenos Aires) vive en Nueva York desde 1985. Ha publicado siete libros de poesía compilados en Matrix Lux. Poesía reunida (1989-2019) (Buenos Aires: Bajo la luna: 2019) junto con dos inéditos, además de un libro de ensayos y varias obras en colaboración con artistas. Es co-fundadora y actual directora de la Maestría de Escritura Creativa en Español de New York University. En el 2007 recibió la beca John Simon Guggenheim de poesía.
De Las postales de Hitler, volumen 1 de la serie Álbum (Inédito, 2004-2021)
Algo se abre como el techo despintado de un cuarto ya reconocido en otros sueños, en el rosado intenso de sus empapelados, la existencia de otros niveles, de otros personajes que bajan por escaleras, saliendo de ese espacio viciado, tal vez, o abandonado, saliendo de ese otro piso, bajando a otro nivel, donde hay gente durmiendo y despertando, hay fiesta en la casa, hay comida, hay caras conocidas y desconocidas en sillones amarillos, hay celebraciones, cierta confusión sonora, plenitud de seres indistintos, hay un cuarto y dos camas separadas, roperos con ropa de bebé, el cuarto de tu abuela es el trasfondo oscuro de esta metamorfosis.
Tener el don del ojo y la habilidad técnica del cuarto oscuro, el encierro, el olor de los líquidos, el revelado de los rollos, la oscuridad, la aparición de la imagen escondida en la película, después en el papel. El placer de mirar por el objetivo, de ver la foto, entrar en conjunción con la cámara, cuando cámara, ojo, mano, elección adecuada de la velocidad y apertura de diafragma, todo en un instante, la nitidez del foco, hacen de una foto, la foto. El momento en que en la imagen se combina, se armoniza, como un eclipse que cierra el diafragma. El momento de la foto es el que no se ve, justo el momento ciego, el instante donde en el otro lado se imprime la imagen negativa. Qué placer da esa conjunción. Hace falta un detenimiento, un ralentarse del tiempo y el espacio, pero sobre todo de la luz que se refracta en el objeto, que revela la imagen, esa geometría oculta de los cuerpos inertes, que en forma metonímica reducen el movimiento a una triangulación perfecta, insustancial. Pero el adentro ya está reticulado, constreñido, desfigurado por un afuera que ahora se revela en esa imagen sensitiva, en esa sonoridad mecánica del paso de la luz hacia la sección del celuloide. Oh luz misteriosa. ¿Hay leyes que aun estando entrelazadas con la lógica son igualmente reversibles?
¿Cómo entonces entrar en conjunción, poner en foco, disparar aquello que no es un arma?
Sonido casi de revólver, el fálico sucederse de los lentes, una forma de control, algo masculino, ese cargar la cámara endiosada con el tele, esgrimir la Pentax hacia el ojo, levantarla, mirar a través de un tubo que agranda o achica la imagen de acuerdo a lo deseado, el manejo de un artefacto, un mecanismo, el correr del diafragma, diafragma y tele, todo tan erótico, la luz rojiza en el cuarto oscuro, la embriaguez de los olores, o la oscuridad absoluta, un tanteo, los cuerpos que se rozan, los sonidos que abruman en ese cuarto de sentires apretados. She came in through the bathroom window, Chanson d’amour, las suites para cello de Bach, un fichero, una hondonada donde enterrarse, mirando las pilastras y los techos redondeados.
Había una intención de subsanar, un deseo de acercarse a lo prohibido, o a lo que prometía un acercamiento a lo que se considera verdadero. Harta ya de tanto ir y venir, en las cercas de un ritual repetido hasta el desgaste, buscabas lo que ahora tenés, buscabas lo que ahora conseguiste. ¿Es soberbia haber llegado a ese lugar de convergencia?
Punto ciego, la imagen se oscurece, convergen en el cielo la svástika y la indulgencia plenaria, Pio XI era este patrono que se avino a darles la indulgencia plenaria en 1926, cuando años después la svástika anidaría en esta casa, en algunos de los libros que se llenan de bichitos en las cuatro bibliotecas de la sala. En cada libro te parece que se esconderá algo. ¿Qué hueco buscás, acaso existe, acaso podés establecer una genealogía en lo siniestro, borrar los límites de lo que se adora, asumir una culpa familiar? ¿Es que el perdón no se hereda pero sí el pecado? Empolvados libros, libros sucios, dirías, más que tierra, una suciedad intrínseca allí escondida. Uno por uno vas a revisar, uno por uno. Es un castigo, es un secreto escondido en la cubierta, la svástika y una fecha, qué más podés pedir. ¿Era una vieja frívola con una aptitud para lo bello? Lo bello que se ha impreso en tus neuronas, en tu cuerpo entre sábanas de hilo y pañales de algodón. Cada sonido, cada pájaro, los chimangos, las palomas a la hora de la siesta, las avenidas en estrella, el azul lunar, los ladridos de los perros, el cortejo de los gatos, ese gallo canturreando a la hora justa, todo, todo lo que entra y lo que sale, ¿no está teñido ahora por la svástika? ¿Podés evitarlo? ¿Podés renunciar a todo esto? Años, los años son la clave. Querés ver cuáles eran esos años, cuáles eran los años en donde esta mujer inscribía en sus libros la svástika, la madre de tu padre, creyéndose lo que no era, o creyéndose lo que ella era en esta orgía de belleza acunada en el desprecio. ¿Qué te queda a vos de todo esto?
Es como si ahora no vivieras, como si todo ya lo hubieras vivido en esos años, cuando la intensidad era la razón del día, cuando cada día era una batalla singular entre el deseo y la disolución. ¿Es que con los jugos se va la incertidumbre que arrincona los músculos?