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Tío Tigre y las nueces de Tío Conejo

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Proyecto Piloto CDMC2016

Por Jhon Moreno Riaño

Tío tigre y las nueces de Tío Conejo

Contado por Hermes Romero (Cumaral, Meta, 2016) y por Isidro Moreno (Guanapa/o, Casanare, 1985)

Tío Conejo llevaba muchos días sin comer, estaba flaco, medio apestado, pulgoso y con garrapatas; ese día había encontrado muchas semillas de palma real y las estaba partiendo entre dos piedras a la sombra de un palmar en medio de la llanura, para comer la nuez que yace dentro de cada una de ellas.

Mientras esto sucedía, Tío Tigre rondaba por la sabana buscando algo para comer, también estaba hambriento, la barriga le sonaba, y ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde la última vez que había logrado cazar un insípido ratón de monte. El verano arreciaba, el sol de marzo se ocultaba cada tarde tostándolo todo con su abrazo amarillento, y todos los animales pasaban iguales dificultades.

gre se asomó al palmar, divisó a lo lejos a Tío Conejo doblado sobre la piedra; estaba tan distraído, que no se dio cuenta de nada, solo sintió las garras del Tío Tigre en su cuello y se vio atrapado sin poder reaccionar para escapar.

-¡Ah, Tío Conejo! ¿Cuánto tiempo esperando este día? ¡Y mira! ¿Cómo te atrapo aquí tan fácil? Ahora sí te voy a comer -le dijo Tío Tigre, mientras lo dominaba sin dificultad con sus garras.

-¡No, Tío Tigre, usted está muy equivocado! -replicó Tío Conejo aterrorizado, pero tratando de aparentar calma total, y continuó-, yo lo estaba esperando para proponerle un trato, la situación está muy dura.

Mire mis bracitos flacos, mire mis piernitas raquíticas son solo dos huesos, usted no saca nada con comerme, hace más de un mes que no logro alimentarme, y lo que quería contarle justamente es que hoy aquí en medio de este palmar encontré la solución. Para que usted vea que no es mentira le voy a compartir mi secreto

-terminó el conejo su defensa, ya logrando cierto dominio de la situación, después del gran susto.

Tío Tigre entre confundido y sorprendido no sabía qué hacer; era cierto, Tío Conejo no estaba alterado al sentirse atrapado entre sus poderosas garras y, además, le estaba proponiendo una solución, porque si algo era cierto es que el aspecto de Tío

Conejo era terrible y, seguramente, su sabor no iba a ser el mejor. «Se nota que no come hace mucho tiempo y quién sabe qué más enfermedades e infecciones podrá tener», pensaba Tío Tigre al verlo.

-Mire, Tío Tigre, hoy me he dado un banquete increíble y lo encontré al llegar aquí a estas dos piedras, bien pueda pruebe lo que queda de mi almuerzo -continuó Tío Conejo brindándole las nueces de palma real que había logrado extraer de las semillas al quebrar la cubierta entre las dos piedras.

Tío Tigre, al ver que Tío Conejo comía con mucho agrado, tomó un trozo de lo que le ofrecía, lo olfateó con mucha desconfianza, y esperó a que Tío Conejo tragara primero, pensando en un posible engaño. Después probó él y quedó maravillado.

-¡Esta comida está buenísima, Tío Conejo! ¿De dónde la sacaste? Te ordeno que me

-rugió Tío Tigre, demostrando su poderío a Tío Conejo.

Ante esta petición, Tío Conejo sonrió, no sin cierta maldad y picardía, y procedió a explicar cómo obtener tan delicioso manjar.

-Mira, Tío Tigre, esto que estamos comiendo son mis huevitos. Hoy en la tarde al llegar a este palmar, descubrí que poniéndolos sobre esta piedra y golpeándolos muy fuerte con esta otra, salía de dentro de ellos algo tan delicioso, que solo los dioses pueden disfrutar de algo semejante. Yo diría que tú, al tenerlos más

grandes que los míos, podrías comer por muchas semanas y pasarías este apuro en que nos encontramos ahora todos los animales del bosque -decía Tío Conejo, sabiendo que estaba jugándose el todo por el todo.

Tío Tigre no creía la alocada historia de Tío Conejo, pero ante cada afloro de duda Tío Conejo le entregaba un nuevo trozo de sus nueces, lo metía en su boca, todo se deshacía en sabor, y entonces su desconfianza desaparecía. «¿Por qué no intentarlo?», pensaba Tío Tigre. «No puede ser tan grave.

Si este conejo apestoso lo hizo y se ve bien, a mí no me puede pasar nada peor de lo que le ha pasado a él; además soy infinitamente más fuerte y listo, nada me va a pasar, soy Tío Tigre», siguió pensando para sí.

Está bien, acepto -declaró Tío Tigre.

-Bueno, entonces necesitamos que deposites tus huevos sobre esta gran piedra -dijo Tío Conejo, levantándose de la piedra en la que había estado sentado hasta ese momento.

Tío Tigre se sentó sobre la gran piedra y estiró sus bolas gigantes sobre la parte más plana. Tío Conejo no daba crédito a sus ojos y lo observaba con cierto nerviosismo.

-Muy bien, ahora lo que tienes que hacer es agarrar con toda la fuerza de tus brazos esta piedra que te voy a pasar, y dejarla caer con toda tu fuerza. Una vez que hagas eso, va a salir desde dentro de ellas estas delicias que hemos estado disfrutando los dos desde el momento en que llegaste -declaró Tío Conejo, pasándole la otra piedra en medio de un gran esfuerzo a causa de su debilidad.

Tío Tigre recibió la piedra y con decisión la elevó para dejarla caer sobre sus bolas, pero algo lo hizo dudar en el último

segundo, y desistió. Tío Conejo alarmado, sudando de terror, se apresuró a exclamar:

-¿Qué ha pasado, Tío Tigre, por qué no lo has hecho?

-No estoy seguro de si me va a doler mucho -dijo tímidamente Tío Tigre, sonrojándose un poco-, ¿no sería mejor que tú me ayudes? -concluyó Tío Tigre preguntando a Tío Conejo, con vergüenza.

- Ah, pero claro, Tío Tigre, ni más faltaba, yo me encargo de todo, no te preocupes -dijo Tío Conejo, dando un gran suspiro de

alivio, cuando ya daba por fracasada su empresa y se disponía a huir.

Tío Conejo, que cada vez se sentía más débil, haciendo uso de las últimas fuerzas que le quedaban, levantó la pesada piedra con sus dos brazos raquíticos. Tío Tigre, despernancado sobre la piedra, apretó los dientes con todas sus fuerzas y cerró garras y ojos, mientras trataba de imaginarse comiendo nuevamente el delicioso manjar que el conejo le diera minutos antes.

Tío Conejo miró una última vez los desproporcionados huevos del tigre, y dejó caer todo el peso de la piedra aplastando las bolas del gran Tío Tigre, que rugió, o chilló, nadie sabe qué fue eso, con tanto ruido, que todas las aves del llano volaron aterrorizadas por el cielo, ante el desproporcionado lamento del felino, mientras Tío Conejo se perdía a toda velocidad entre las ramas y las sombras del bosque cercano al gran palmar.

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