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El Diablo hace ostias en Carnaval Por RicardoAricapa*.

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PELLO TORRES:

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El carnaval es una fiesta pública que hunde sus raíces en la antigua Roma y que posteriormente se liga a la religión cristiana, como una celebración de expiación. Proviene del latín medieval "carnelevarium", que significaba "quitar la carne", y que se refiere a la prohibición religiosa de consumo de carne durante los cuarenta días que dura la cuaresma. El tiempo del carnaval es pues un tiempo en el que, por fuera de la formalidad litúrgica, se permite el desmadre, el exceso, en especial el de la carne y los sentidos, como una forma de lavación y preparación para la cuaresma. Por eso en la mayoría de las ciudades y pueblos que tienen carnaval, éste se realiza tres días antes del miércoles de ceniza, exactamente cuarenta días antes de la Semana Santa. Sin embargo, hay excepciones a esta regla, caso el Carnaval de Riosucio y el Carnaval de Pasto en Colombia, cuyo origen también es cristiano pero con otras connotaciones y otro tiempo distinto: la primera semana de enero.

En Riosucio, municipio enclavado en medio de una caprichosa geografía de montañas al noroccidente del departamento de Caldas, el carnaval en su origen no está relacionado con la cuaresma sino con la fiesta de los Reyes Magos, elemento éste fundamental para entender las raíces y la estructura misma de la fiesta. Así como resulta clave la constitución triétnica que la región de Riosucio tuvo en la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, que es la época en que se concibe y toma su forma el Carnaval, una de las más autóctonas y originales fiestas del país.

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Los curas evangelizadores lograron que los indígenas reemplazaran el culto a esta Diosa por el de la Virgen de la Candelaria, a la que le ofrecían una fiesta con danzas y libaciones de chicha fermentada extraída de la caña de azúcar, más conocida como “guarapo”, bebida embriagante que hoy conserva plena vigencia en el Carnaval de Riosucio y en la vida cotidiana de los campesinos. Como también lograron que el jaguar indígena se sincretizara con el diablo católico, de tal suerte que los indígenas jamás asumieron al diablo como totalmente malo, puesto que lo relacionaban con el culto al sol.

Para los negros que habitaban en Quiebralomo los sacerdotes católicos instauraron la fiesta de los Reyes Magos, como una manera de crear un ambiente propicio a la evangelización. En esta fiesta, que duraba tres días, por única vez en el año los amos blancos les permitían a los negros salir a las calles a divertirse en libertad. Podían cantar, tocar sus instrumentos, danzar y disfrazase. Y los disfraces que sacaban a las calles eran sus atuendos sagrados, relacionados con los cultos que secretamente seguían practicando en el interior de sus espíritus, porque en la práctica los españoles se los tenían prohibidos. En ese aspecto era una fiesta similar a las que se hacían en la provincia del Cauca, y que después dieron origen al carnaval de Blancos y Negros en Pasto. Aquí es bueno recordar que hasta el año 1906 Riosucio hizo parte de la provincia del Cauca.

El carnaval como lazo de unión

En 1819, coincidiendo con la gesta de la independencia de España, los sacerdotes de Quibralomo y La Montaña convienen en buscar la manera de acabar con su antigua rivalidad, que les impedía progresar y ponerse a tono con las nuevas realidades de la historia. La solución que encontraron fue trasladarlos al sitio donde hoy está Riosucio, al pie del cerro del Ingrumá. La gente de Quiebralomo ocupó la parte norte del nuevo pueblo, y la de La Montaña la parte sur. Pero fue una unión a medias y por eso mismo tormentosa, porque si bien convivían juntos todavía tenían fuerte resistencia a revolverse en una sola comunidad. Cada uno siguió conservando su propia plaza, su propia parroquia y sus propias autoridades, y en la mitad de la calle que unía las dos plazas pusieron una talanquera de chuzos y de palos, que impedía que de un lado se pasara al otro.

En efecto, en Riosucio se daba, como en un crisol, la mezcla cultural y física de tres razas, tres culturas: los negros africanos, herederos de los esclavos que en siglos anteriores llegaron a la zona para la extracción del oro de las minas; los blancos europeos: españoles arraigados desde la colonia, e ingleses asentados en Riosucio y pueblos vecinos para explotar las minas de oro que el gobierno nacional le entregó al imperio británico como forma de pago de las deudas contraídas en las guerras de la independencia; y obviamente los indígenas nativos, que era la población mayoritaria, como lo sigue siendo hoy: Riosucio es, después de Caloto, Cauca, el municipio colombiano con mayor población reconocida legalmente como indígena. Tanto así que la única área que no corresponde a un resguardo es la cabecera muniipal.

La importancia de tal mestizaje es necesario recalcarla porque está en el origen mismo de la fiesta, y toma forma concreta en su máximo emblema ritual: el Diablo del Carnaval, al que la población le rinde un cariñoso tributo y personifica profusamente en estatuillas y disfraces, y en el que convergen, en una extraña amalgama simbólica, lo indígena, lo negro y lo europeo.

Las pocas referencias disponibles sobre la manera cómo se gestó esta fiesta, le permiten al investigador y folclorista riosuceño Julián Bueno Rodríguez, esbozar algunas hipótesis sobre el origen del Carnaval, establecer el caldo cultural y político en el que germinó. Él lo ubica a principios del siglo XIX, cuando en la región convivían como vecinos dos pueblos distintos y rivales, enemigos íntimos de larga data: Quiebralomo y La Montaña, que se la pasaban en líos y disputas por linderos. En Quiebralomo se asentaba la población europea con sus esclavos negros, porque desde dos siglos atrás era una zona de explotación minera. En La Montaña se congregaba la población indígena nativa, ya completamente adoctrinada por los curas evangelizadores.

Lo indígena y lo negro de la fiesta

Antes de la llegada de los conquistadores españoles los indígenas de La Montaña tenían dos grandes cultos: uno al sol y el otro a la tierra, cuenta en sus escritos Julián Bueno Rodríguez. El primero lo simbolizaba el jaguar, o tigre americano, con sus grandes colmillos y garras. El otro culto, el de la tierra, se relacionaba con la fertilidad y lo encabezaba la Diosa de la Chicha.

Hasta que en 1844 el Presidente de Colombia

Pedro Alcantara Herrán decidió acabar con semejante esperpento. Decretó la creación del Distrito de Riosucio y eliminó la talanquera. Los hizo revolverse a la brava. Pero como la identidad de los pueblos no es algo que se logre con un simple decreto, las desavenencias de fondo continuaron. Y ahí es donde el investigador Julián Bueno ubica el germen del Carnaval, que vino a fungir como el elemento integrador de esos dos pueblos de odios antiguos. A instancias de los sacerdotes, la primera semana de enero se empezó a celebrar la Fiesta de los Reyes Magos, cuyo objetivo, aparte de lo referido al culto religioso, era limar las asperezas entre las gentes de los dos pueblos, con bailes públicos, representaciones teatrales y parodias que satirizaban sus diferencias y convocaban a la unidad.

Y surge la figura del Diablo como símbolo de castigo y condenación para quien se atreviera a sabotear y dañar la fiesta, pues había que conservar la unidad en medio de la rivalidad. Algunos, no pocos, se disfrazaban de diablos con cachos y con cola y salían por las calles armados con el cuero de una vejiga inflada, dando vejigazos a quienes cometieran faltas y agravios a la fiesta. De ahí que, con el paso de los años, el Diablo se haya transformado en un símbolo de unión.

Un Diablo alegre, justiciero y socarrón

El Diablo del Carnaval no el mismo diablo cristiano. Es, por el contrario, un diablo liberado de todo afán de castigo. Es más un símbolo de unión, de alegría e igualdad, una figura mítica que le da la dimensión gozosa a la expresión popular de la fiesta. El humanista y político riosuceño, Otto Morales Benítez, en uno de sus ensayos sobre el Carnaval de Riosucio, describe muy bien la naturaleza del Diablo:

“NuestroDiablonoesundiablocualquiera,niunpequeñoduendeembrujadoen la leyenda. No es un diablo ideado para que la humanidad sufra, padezca, y se contorsione de vergüenza. No es el diablo del remordimiento, ni el que impulsa al ascetismo, ni el que tortura las conciencias. No llega para crear despropósitos de odio, envidia, pequeñez y ruindad entre los hombres.Al contrario. Este diablo del carnaval es gozoso, lleno de picardía humana, y su actitud despierta dormidas apetencias de contento. No tiene nada de melindres ni requiebros ocultos. Es franco; alumbra con su presencia los actos de las multitudes; encandila con la magia de su poder. No es un diablo mañoso que tira la piedra y esconde la mano. No está cercado por la cicatería espiritual. Se presenta con sus huestes carnavalescas, las preside, las incita al canto, a la danza, reclinadas sobre el mundo iluminado de la música… Es un diablo omnipotente, con el poder suficiente para mantener al pueblo en azogue de dicha y felicidad; de cantos, de poesía,demanifestacionesdeloquemueveyacosaelalmariosuceña”.

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