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Entramar: hilvanando el futuro - Anl. Sist. Carlos Balmaceda
Anl. Sist. Carlos Balmaceda
Editor de contenidos
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ENTRAMAR: HILVANANDO EL FUTURO
Mi participación en Entramar comenzó hace cinco años. La experiencia acumulada como asistente técnico en el sector privado, me permitió capitalizar nociones fundamentales. Esta suerte de arcón de las destrezas impulsó mis inquietudes hacia el encuentro de horizontes nuevos. Los tórridos meses del 2017 fueron testigos de una etapa fructífera. A principios de marzo, fui convocado en la Secretaría de Educación y Empleo del Municipio de Vicente López. La propuesta de sumarme a un equipo tan prestigioso resultaba alentadora. Entramar, ese poderoso motor de ideas, tenía mucho para ofrecer. Finalmente aceleré y no me equivoqué. La decisión de emprender este viaje como editor de contenidos nació desde un acuerdo compartido. Acuerdo que no hubiera sido factible sin el invalorable apoyo de la Lic. Cristina Rodrigues y la metódica guía del Prof. Guillermo Galli.
El avance tecnológico está orientando su mirada hacia perspectivas elevadas. En cierta forma, constituye una vara que equipara oportunidades. La misma vara que alfabetiza a los pueblos originarios, conecta redes de ayuda solidaria o gestiona centros de riego sustentable. La transición en ciernes despliega sus raíces en dos cualidades distintivas: omnipresencia y adaptabilidad. El desarrollo científico posibilitó llegar a lugares remotos, de manera eficiente y con soluciones innovadoras. Así, la tecnología abandona su rol estático. Deja de ser el fin para transformarse en el medio. Es un puente que se erige sólido, uniendo saberes con necesidades.
Aunque la ecuación no es perfecta. Veamos el ejemplo de Internet. La red de redes abraza un ecosistema complejo. Voces, realidades y coyunturas se dan cita para hacerse escuchar. Lo que hoy es blanco, mañana puede ser gris o quizás, anaranjado. La superposición de acordes asoma en cada dispositivo. Su estridencia no respeta colores, culturas ni credos. Puede desatar alegrías, pasiones o angustias. Salvaje y banal, la elocuencia se nutre de la simbiosis estímulo-recompensa. Compras en línea, redes sociales, esparcimiento. Placeres instantáneos. Todos al alcance d e un clic. Y todos insisten en reclamar un minuto -escaso- de nuestra atención. Tal es el ruido, que aturde. Luego del paroxismo, el silencio nos arroja al vacío existencial. La pregunta contemplativa sobrevendrá ineludible: ¿y ahora qué?
Utilizar la tecnología con fines educativos representa un desafío. Los factores en juego no se circunscriben a cuestiones de índole económica. De hecho, aún disponiendo de presupuesto ilimitado, la cuesta educativa se hace empinada. Bajo este escenario, observamos una problemática incipiente: el analfabetismo digital.
La era de la información trajo consigo una masificación tecnológica. Con la producción en serie de circuitos de bajo costo, los dispositivos colonizaron el planeta. Las pantallas de cristal líquido desembarcaron incluso en las zonas más humildes. Irónicamente, no siempre más es mejor. El dilema de los nativos digitales se dirime entre quienes logran salvar la brecha y aquellos que no. Entre quienes emplean la tecnología como peldaño hacia una ascendencia social y los que se limitan -lisa y llanamente- a utilizarla.