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Oswaldo Reynoso en Piura 5
devastador. Como decía, por llamarme lesbiana no me botaron de casa, no me quitaron el respaldo o no me dijeron vas a dejar de estudiar o cosas así. Por ello siento que es un privilegio, porque con la mayoría de mujeres lesbianas aquí en Cusco no ocurre, no puedo decir siquiera que es una mayoría que cuenta con esa suerte, somos muy pocas personas.
¿Cómo viven su lesbianismo las mujeres en el lugar donde te desenvuelves, considerando que Cusco es un espacio cosmopolita? Si bien es cierto Cusco es una ciudad concurrida por el mundo entero, eso no implica que sea menos violenta, menos misógina o menos machista y por supuesto tampoco la hace menos homofóbica, lesbofóbica, transfóbica, bifóbica. Las mujeres lesbianas en el Cusco yo diría que vivimos marcadas por el contexto, uno, el social que mencionaba líneas arriba, el cultural definitivamente, en lo económico y lo político. Enfrentamos procesos con diferentes niveles de violencia, ya sea sicológica, sexual, económica, física y por supuesto la violencia sistémica o todo junto, según lo que nos haya tocado vivir, algunas tenemos la suerte de tener el respaldo familiar, como también muchas otras viven en el exilio o autoexilio de sus hogares, solo por decir quiénes les gustan o cómo se identifican.
Hemos podido ver algo de eso a grandes rasgos en la primera encuesta virtual a personas LGTB del 2017 que realizó el INEI: que el hogar es uno de los espacios donde se perpetúa la violencia a las personas LGTB y sabemos que estas cifras no se acercan a la realidad, porque no todas las personas LGTB hicieron esa encuesta. Las mujeres lesbianas enfrentan muchas veces torturas sexuales como las llamadas violaciones con este fin de volvernos «mujeres». Las mujeres lesbianas en un contexto machista, heteronormativo, cisnormativo y podría decirse de supremacía blanca, de cuerpos hegemónicos, porque Cusco no se escapa de eso tampoco, somos una población discriminada, violentada por ser mujeres, por ser lesbianas o por tener cuerpos no hegemónicos, por tener rasgos andinos, por ser serranas, por ser provincianas, por ser pobres, por ser negras, por ser marrones, por ser gordas, por no querer ser madres, por decidir sobre nuestra sexualidad, por romper con las normas asignadas al nacer a los cuerpos con vulva, etc. Podríamos seguir mencionando varias categorías así. Así como también es una de las poblaciones que cuentan con menor acceso a educación, salud y trabajo que brinden derechos laborales, porque muchas de las compañeras se dedican a trabajos informales. En la actualidad, por ejemplo, en este contexto de emergencia sanitaria en que nos puso el COVID-19, muchas se han visto obligadas a volver para poder sobrevivir la crisis, entonces creemos que esto es preocupante para nosotras, que no haya políticas para mujeres lesbianas, bisexuales, trans y se asegure su salud mental, su seguridad física, etc.
Y el que Cusco sea una ciudad cosmopolita no hace que esta realidad cambie su manera de ver a la diversidad. Más bien se genera una suerte de doble moral, porque mientras esta persona LGTB sea extranjera, extranjero, extranjere, o sea blanco, blanca o tenga dinero en general, los espacios en Cusco son gayfriendly, se acepta esta diversidad. Pero mientras los cuerpos mencionados diverses sean locales, de clase media, con rasgos andinos o sean racializadas, no consuman en estos espacios o no sean extranjeres, es rechazado por esta misma población que acepta al extranjero LGTB que consume y que tiene dinero.
¿Cómo es el activismo lésbico feminista en Cusco? Podría decir que es aún incipiente, está en sus inicios, no hay muchas mujeres lesbianas que se sumen a la militancia activista feminista. Uno tiene que ver con los procesos de visibilidad y por el miedo que esto conlleva al mencionarse disidente. Y, por supuesto, esta imagen que se tiene del activismo de la diversidad como exagerada, si es necesario hacerlo, etc. Y por otro, está la imagen construida del feminismo por este sector conservador,
fundamentalista y violento, y diré también machista, que hace que se genere una suerte de rechazo y miedo a la vez hacia el feminismo, hacia la palabra feminista. Por ejemplo, si realizamos un conteo dentro de las colectivas de diversidad encontraríamos mayor presencia de compañeras lesbianas y bisexuales como voceras de los derechos de la población LGTBIQ+. Cuando se empezó a generar colectivos de diversidad en el Cusco también había mayor presencia de mujeres lesbianas y bisexuales impulsando el activismo del movimiento LGTBIQ+ en la ciudad del Cusco, lo cual es sumamente interesante para nosotras. La sociedad cusqueña amenaza, intimida, violenta y vulnera los derechos de los cuerpos disidentes; con el activismo lésbico feminista se rompe, irrumpe y descuadra esta construcción tóxica que se tiene de la masculinidad y feminidad con argumentos biologicistas, religiosos y de sesgo colonial.
En el camino del activismo hemos realizado varias actividades en diferentes zonas del Cusco. Por ejemplo, si nuestra actividad era cerca al centro del Cusco, en donde hay concurrencia y presencia de turistas, se limitaban a miradas de desprecio, rechazo o frases que son siempre el mismo argumento, el mismo discurso lleno de racismo, misoginia y racismo, y por supuesto también son religiosas y fundamentalistas. Algunas de estas frases, por ejemplo, que tiene que ver con todo esto que menciono es cuando dicen «No puede ser, son de Cusco», «En el Cusco no existe esto», «Es una enfermedad traída por los de afuera» o «Se irán al infierno», «En la biblia solo existe varón y mujer», «El demonio las ha poseído», «Arderán en el infierno». Esta es la doble moral, somos objetos sexuales de consumo para la mirada masculina: mientras les guste a estos hombres, por ejemplo, te dirán «Qué rico», «Hay que hacer un trío». Si nuestros cuerpos, nuestras cuerpas, no responden a este objeto de consumo para este hombre heterosexual, machista, entonces «Ay, qué asco», «Son lesbianas», «Son feas», «No pueden ser lesbianas si son feas o si son gordas o si son marronas», etc. Existe este juego y así la violencia va
aumentando. Si son zonas no tan concurridas por el turismo, entonces recurren a la violencia, nos gritan, nos empujan, nos echan agua o llaman al serenazgo que, no es una novedad, son los que ejercen violencia a la población LGTBIQ+ en las calles, en los parques, en las plazas, con el respaldo institucional.
En muchas ocasiones estas agresiones se han trasladado a redes sociales. En las redes sociales, desde los inicios del activismo en el Cusco, se ha vivido un cyberbullying extremo hacia la comunidad LGTBIQ+, no solo en nuestras páginas, sino también en nuestras cuentas personales, nos han escrito, amenazan con violarnos para volvernos «mujeres» o incluso de muerte, a muchas compañeras les ha llegado «te voy a encontrar y te voy a matar», son mensajes muy fuertes, o citas bíblicas que son también las típicas.
Y los medios de comunicación tampoco han sido aliados en esta lucha, muchas veces ellos también han sido no solamente cómplices, sino perpetuadores de esta violencia a la comunidad LGTBIQ+. Las activistas lesbianas del Cusco apostamos por la visibilidad y el feminismo como instrumentos de resistencia y resiliencia para fortalecer nuestras luchas con alegre rebeldía, ser activista disidente es haber desafiado la heteronormatividad, cisnormatividad, roles preestablecidos, maternidades forzadas y haber ganado autonomía para decidir sobre nuestra sexualidad. Es muy importante recalcar que en este camino yo encontré a muchas personas y mujeres valiosísimas, donde hemos creado una familia política activista llena de amor, de alegría, de procesos, de resiliencia, de cuidado y, de verdad, descubrirnos diverses y sentirnos acompañades es un sentimiento único que te impulsa a seguir adelante.
¿Ha habido casos de discriminación a lesbianas, hay denuncias formales contra alguna institución pública o privada? Lamentablemente no tenemos una cultura denunciante y esto marca a toda la población en general y mucho más a la comunidad LGTBIQ+. Hace dos años, o un año más o menos, no me acuerdo muy bien, hubo una campaña de la Defensoría del Pueblo, para visibilizar los casos de discriminación a la población LGTBIQ+, de la cual fuimos parte como colectivas y activistas, como voceros y voceras de la población LGTBIQ+, en la cual no hubo ningún caso, no se pudo visibilizar ninguno, lo cual no refleja la realidad. Sabemos que la discriminación es el pan de cada día, pero no está reflejada. Incluso cuando se recogen las denuncias de discriminación no están tipificadas porque cubre todo, es general, no se sabe si es discriminación étnica o racial, por identidad de género, orientación sexual. Entonces no se tiene esa cifra.
Y el Centro de Emergencia Mujer muchas veces declara que no ha habido ningún denunciante o ninguna persona LGTB que haya denunciado y se dice entonces que no hay LGTB que viven violencia, o no hay LGTB que viven discriminación, etc. El otro año hablamos con un Centro de Emergencia Mujer, el cual no tenía idea que existía la normativa en el marco de la Ley N° 30364 y decían que ellos habían recibido una denuncia y decían «Cómo es posible», «Cómo lo tratamos», «Cómo va a ser», «Cómo es posible que nos llamen para eso», «Cómo es que abarcamos este tema». Hay un desconocimiento enorme de la normativa y también hay ausencia de sensibilidad en el personal que recibe las denuncias y que la haga sin sesgos. Estamos seguras que esto se da por el desconocimiento, por el prejuicio, por el miedo a ser revictimizado, revictimizada, revictimizade por los operadores de justicia y por todas aquellas personas que reciben estas denuncias. Realmente es lamentable ver que incluso a nivel regional no se reflejen estas estadísticas que son alarmantes. Día a día siempre hay algunas compañeras lesbianas que son discriminadas, maltratadas en sus casas o que son exiliadas, que son expulsadas de sitios, de calles, de restaurantes, etc., esto es pan de cada día, existe y es latente, pero no tenemos cifras de estas denuncias.
Adriana Peralta
La Mónica: hija ilustre de Callapa
texto y fotos David Aruquipa Pérez
«Mientras las verbenas virtuales por el 16 de julio, aniversario de la ciudad de La Paz, se apoderaban de las redes sociales, la1 Mónica, matriarca de la zona de Callapa, se alistaba con su traje de awila2 para asistir con su contoneado baile a su propio funeral. Un lujo coincidir el día de su muerte con el festejo de su ¡Oh! Linda La Paz, al ritmo de la kullaguada, una de las danzas más representativas de nuestra ciudad, la que tanto amó bailar.
El 17 de julio recibo un mensaje de mi amiga Karicia Fukuy, una de las primeras cholitas trans de nuestra ciudad. Su texto está cargado de cariño y desolación por la muerte de su amiga. Me dice: «David, ayer murió la última china morena, la Mónica». En ese momento hago un paneo de mi memoria y quiero recordar ese nombre dentro del ramillete santoral de las chinas morenas que, por cierto, las conozco muy bien. No lo logro, nunca había escuchado ese nombre, me resuena una y otra vez: la Mónica, ¿Quién podría ser esta musa perdida en las páginas de la historia? Y sigo leyendo el mensaje de Karicia: «En la noche del velorio una de sus sobrinas compartió unas fotografías donde ella, la Mónica, figuraba sonriente, altiva, muy joven, de china morena, rodeada de la banda, como si la música embriagara el ambiente; los vasos de cerveza visibles en las imágenes, como si festejara en este momento la develación de sus tesoros escondidos y otras tantas fotografías donde ella está de mucha más edad, bailando la kullaguada, caracterizando el personaje de la awila, ese personaje marica, satírico, con sus polleras que giran al bailar, como si quisiera abrir el suelo e introducirse a la misma matriz de sus ancestras». Hoy tu imagen se hace mito de nuestra historia.
Karicia continúa comentándome que las fotos compartidas en el velorio eran muy lindas, eran de los pueblos donde ella fue a bailar con sus amigas. Promete que hará todo lo posible para pedir a su familia que nos presten sus fotos para contar esta historia, me alegra su intención, pero la espera se hace larga.
El 11 de agosto me escribe Yolanda Calle Quispe: «Buenas tardes, David. Soy una admiradora suya y le escribo para comunicarle que mi tío falleció y quiero compartir su legado con usted. Tengo sus fotos, entre ellas de China Morena de antaño, la cual creo que puede enriquecer su investigación; además, quiero que la recuerden y sepan quién fue la Mónica».
1 Para las personas trans femeninas es muy importante el uso del pronombre «la» antes de su nombre para reforzar la identidad asumida. 2 La awila es un personaje travesti ritual de la danza de la Kullawada, que se caracteriza por ser interpretado por maricas que bailan con traje de chola cargando una wawa en su espalda.
La Manka Payera (comidera, que vende comida)
Parece una confabulación que la Mónica nos ha preparado. Acuerdo con Yolanda en vernos en la parada del teleférico lila de El Alto, con todas las medidas de seguridad por la pandemia. Después de una larga fila, subo al encuentro de Yolanda, nos saludamos como si nos conociéramos hace mucho tiempo, nos une el amor por la danza de la kullaguada. Me habla con familiaridad y comienza la historia: «Mi tío se llamaba Zenón Quispe Ventura, pero era más conocido como la Mónica. Yo de pequeña escuchaba que la llamaban Mónica y no entendía por qué, pero me fui acostumbrando. Vivió con la familia hasta sus 21 años; después vivió solo. Primero tuvo que migrar a la frontera con Argentina a trabajar en un campamento minero, atendía este campamento con unos amigos como él. Sufrió mucho, después tuvo que migrar a la zona de Callapa3. Empujado por la discriminación que sufría por su entorno cercano, actitudes machistas y de desprecio hicieron que se aleje de nosotros y elija para vivir y morir en esa zona alejada de la urbe paceña, como queriéndose esconder de quienes no la aceptaron».
Son 40 años de vida en esta zona, donde ella supo abrirse camino y luchó para que la aceptaran tal y como era. Toda la comunidad la conoce como la Mónica. Ella se dedicaba a la gastronomía, vendía comida en la plaza principal de Callapa y atendía a las distintas fraternidades folclóricas. «La Mónica era muy querida por toda la comunidad», recuerda su sobrina. Por su parte, Karicia, con ese su tono burlesco de marica joven, me cuenta que Mónica decía: «¡Yo soy Manka Payera!», toda orgullosa hacía sonar las tapas de las ollas con sus cucharones, todos la conocían en Callapa. Su puesto en la plaza era icónico, era un punto de encuentro comunitario, nunca estaba vacío, cocinaba como las diosas, especialmente el levantamuertos, una sopa espesa que la servía abundante, deliciosa y barata, un platillo a base de menudencias, pata, panza de cordero, un manjar. Nadie se resistía a estos sabores, ella alimentaba al pueblo como si fuera su propia familia, para que resistan toda la jornada de trabajo. Entre saludos, afectos, sabores y buen trato, la Mónica va a hacer mucha falta, «y pensar que no vamos a probar más estas delicias después de su eterno viaje», se lamenta Karicia.
El baile de las que saben
La fiesta de Callapa es la devoción del Espíritu, se conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. Es movible, entonces puede ser la tercera o cuarta semana de mayo, una fiesta sonada que dura tres días de festejo en la zona, donde la Mónica lucía sus mejores galas, además de atender a los comensales que se deleitaban con su comida.
Ella empezó a bailar en este barrio, en la fiesta patronal hace más de cuarenta años, de china morena. Cuando los años ya no le permitieron seguir con este personaje, inició su recorrido festivo en la danza de la kullaguada como awila, acompañada de sus amigas tan regias como ella, la Felisa y la Ana. La Felisa ya murió, la Ana, que aún vive, es la única testigo de estas andanzas. Esta parte de su vida desconocida por los familiares de Mónica es revelada por las fotografías que encuentran sus sobrinas Yolanda y Erika. Las tenían en una cajita, y con mucho pesar me cuentan: «Para nosotras ha sido muy triste que las haya ocultado así. Al ver cada fotografía empezamos a recordarla y atesorarla. Soy folclorista –me dice Yola–, me hubiese gustado que me cuente que le gustaba el baile. De esta pasión solo sabía mi madre, que es su hermana y con quien compartió muchas fiestas, y a quien le confesó que bailaría sin importarle lo que digan los demás, y se puso a bailar. Me hubiese gustado acompañarle, ayudarle a
La Mónica, Callapa, 1982.
ponerse sus trenzas, maquillarle, en fin. Lo que me queda son los trajes que encontré, polleras, centros, botas, blusas y monedas de kullaguada, además de la muñeca que cargaba, que por cierto era de mi madre».
La Mónica trabajaba para poder bailar y lo demostraba en todas las festividades. Ella era alta, robusta, y con las polleras voluptuosas con centros anchos se vía poderosa. Tenía predilección por las muñecas y se apropió de la muñeca de su hermana. La vistió y la usaba en la danza, cargándola en su aguayo, como un sentido ritual de fertilidad y suerte. Un día la sobrina de niña le pregunta «¿por qué tienes la muñeca vestida de cholita?», y la Mónica le responde «para bailar». Cuando falleció, la Yola encuentra la muñeca vestida de kullagua, esa muñeca que tanto amó y le acompañó por tantos pueblos, ahora la acompañará a ella como herencia de vida: «cada color de traje de mi tío, combina con los trajes de la muñeca». Pero la Mónica no solo vistió a esta muñeca, también vistió y protegió a los hijos que adoptó a lo largo de su vida, dándoles afecto, techo y comida, fue muy generosa con su familia extendida.
El último baile de la Mónica
El año pasado tenía que bailar en Pucarani, pero la enfermedad la detiene. Tenía diabetes, que se complica con la próstata, y a su edad de 72 años no resiste las complicaciones. Fallece el pasado 16 de julio. Al enterarse, toda la zona se moviliza. Es un gran personaje del barrio, el más representativo, por esa razón no dejan que la familia se la lleve a enterrar a otro lado. Decidieron enterrarla en la zona, esa determinación está conectada con el deseo de la junta de vecinos de hacerle una placa en la plaza con su nombre, para reconocer todo el apoyo que les ha brindado. Era la más querida de Callapa. En su velorio cocinaron lechón como ella quería. Karicia recuerda que en las muchas reuniones que tuvieron en su puesto de venta bajo la consigna de «ven pues, vamos a hablar mal de la gente», la Mónica, en medio de historias y risas, le dice: «Si yo me muero, no quiero que estén sirviendo ají de fideo u otro platito. En mi velorio tienen que invitar lechón. No puede ser que en el entierro de una mankapayera sirvan ají de fideo, me puedo revolcar en mi tumba». Dicho y hecho, «tuvimos que cocinar un lechón en su velorio», comenta Karicia.
Su recuerdo estará en medio de tantas fiestas, quienes recordarán su contoneado baile de awila en las fiestas de los pueblos de Pucarani, Patacamaya, o las zonas de Cota Cota, Sopocachi y Obrajes. Todas las invitaciones están en la memoria de quienes velaban su cuerpo. Cómo no mencionar los ruegos de los prestes para que la Mónica les acompañe en las fiestas. Le entregaban sartas de botellas de whisky, enlatados, fideo, arroz, carnes, y demás productos introducidos en una olla grande, para que pueda aceptar y cerrar con la promesa del baile.
En muchas fiestas donde bailó la Mónica será recordada, como la del 4 de octubre, en la iglesia de San Francisco, donde la costumbre ritual era que los prestes que siempre eran «carniceros» rogaban a los padres de las jovencitas adolescentes para que bailen todas enjoyadas de oro puro. Eran fiestas grandiosas donde la Mónica y la Ana también bailaban; «esta fiesta está cada vez más reducida», se lamentaba la Mónica en sus últimos años.
La historia de la Mónica no puede ser olvidada, es parte de nuestra cultura popular. Ahora su cuerpo está enterrado en el cementerio de Callapa, esta zona que es recordada por el megadeslizamiento producido el 2011, donde más de cien casas fueron derruidas, y donde la Mónica también estuvo presente apoyando para que esta zona pueda volver a ser habitada, un motivo más para visitar esta zona, para conocer la historia de esta matriarca de Callapa que ahora protege su zona y seguirá bailando y contando sus historias desde las voces de sus herederas.
¡¡¡Salve, Salve Mónica, otra hija ilustre del atrevimiento!!
La Mónica y la Ana.
La Mónica y la Ana, awilas de la kullaguada.
La Mónica, siempre kullaguada.