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Oswaldo Reynoso y su collera en Chimbote

texto Viscely Zarzosa Cano

Algo que hacía especial a Oswaldo Reynoso era que te escuchaba así seas un aprendiz de escritor o un autor desconocido. Cuentan sus amigos que en su casa en Jesús María (Lima) recibía a muchos jóvenes que llegaban a visitarlo con sus manuscritos.

¿Fue así acaso como nos conocimos? Ni yo te busqué ni tú me encontraste. El destino tenía previsto que el autor del legendario libro Los inocentes me escuchara aquella tarde del 6 de diciembre de 2014 en la Feria del Libro de Nuevo Chimbote (Felinch).

Oswaldo se fijó en mis poemas cuando yo no existía en el mapa literario de mi ciudad. Era un joven de 20 años de edad, sin ningún libro que mostrar. Nunca imaginé que mis escritos le servirían para que escriba Capricho en azul (Alfaguara, 2020), que acaba de salir a la luz en plena pandemia.

Ya he contado esta anécdota, así que aprovecharé estas líneas para narrar algunas experiencias no contadas y, sobre todo, agradecerte, querido Oswaldo, por las palabras de aliento que siempre tenías para mí. Lo que me dejó desconcertado es que te fuiste sin despedida, inesperadamente, sin haberte dado las gracias.

La verdad es que tuvimos pocos encuentros en persona. Pasaba más tiempo escuchándote que hablándote. Recuerdo que nos aburrimos del pollo a la brasa en Nuevo Chimbote y pedimos mejor cerveza helada. Aquella noche dejaste en cualquier sitio la garza de la ciudad que te entregó como reconocimiento el entonces alcalde, Valentín Fernández, quien quizá pensó ganar créditos porque eras un escritor exitoso.

«Estas cojudeces las fabrican por docenas (...) Llévatelo y haz lo que quieras con eso (garza)», me dijiste después de tu presentación en la Felinch y la foto con el burgomaestre en la que ensayaste una gesto forzado de amabilidad. Dejamos en cualquier parte la garza sin luego encontrarla.

Ese día no tuvimos la más mínima idea de que sería la última vez que nos veríamos y nunca más regresarías al puerto que siempre te recibió con los brazos abiertos. Aquí armaste tu collera con Augusto Rubio Acosta «Gucho Lacra»; el entrañable Jaime Guzmán Aranda (más conocido como «El Quijote de Chimbote»), legendario editor

chimbotano; Fernando Cueto Chavarría, quien te dedicó su novela Ese camino existe, con el que logró el tan ansiado Premio Copé de Oro; y recordarás también los mismos rostros conocidos de las tertulias literarias.

Si las calles de Chimbote hablaran, Oswaldo, tendrían que decir que te vieron salir de la casa de Jaime Guzmán donde hasta hoy sigue funcionando Río Santa Editores en el jirón Francisco Pizarro. Antes de emprender la marcha por la lectura en el casco urbano, llegaron muchos escritores, profesores y estudiantes de literatura para tomarse fotos contigo. Carajo, pero si se trata del autor de Los inocentes y En octubre no hay milagros, yo también quiero mi foto, causa.

Y ya que menciono Los inocentes, tu obra célebre, recuerdo bien que en el año 2011 te vi por primera vez en la feria del libro de Nuevo Chimbote (antes de ser la Felinch). Yo tenía 17 años y recién había ingresado a la carrera de Comunicación Social de la Universidad Nacional del Santa.

Mi amigo Ricardo Ayllón me encargó el stand de libros de su editorial Ornitorrinco Editores. El escritor Christian Ahumada me dijo que hoy tenías que estar en Chimbote. Y te vi llegar con tu caminar lento y un bastón. Ahumada y Jorge Tume te recibieron.

Alguien tuvo la genial idea de darle vida a Cara de Ángel. Sí, el personaje principal de Los Inocentes iba a estar frente a frente a su creador Oswaldo Reynoso. Entonces empezaron los ensayos para la presentación de la noche.

Christian Ahumada tomó el papel de Cara de Ángel y Jaime Guzmán se sumó a los ensayos en los que escuchaba lisuras en su máxima expresión.

Durante ese trajín Oswaldo voltea a verme y me dice: «yo creo que tú podrías hacer el papel, tienes la cara de ángel». Ahumada le dio la razón: «sí, tú tienes la pinta». Yo solo sonreí porque más allá de tener o no la cara, me faltaba su personalidad, ser achorado y pendenciero, y a leguas se notaba que no lo era.

Fue una noche impresionante. Aquella vez, Cara de Ángel estuvo en Nuevo Chimbote, hizo el viaje de la ficción a la realidad para irrumpir en plena presentación de su creador

Oswaldo Reynoso en la Plaza de Armas. Luego, mi amigo Ahumada me confesó que los agentes de serenazgo no dejaban de mirarlo, pensaba que en cualquier momento lo sacaban a patadas, ellos creían que iba a armar un escándalo. La gente del municipio, a cargo de la organización de la feria, no estaba enterada de la escenificación.

Finalmente fueron palabras de agradecimiento de Cara de Ángel porque le diste vida a través de tus miles de lectores. Él existe por la belleza de tu prosa y la fuerza de tu imaginación. Me pregunto si tal vez pudo ser un reencuentro con El Rosquete, El Príncipe, El Chino, Colorete, Corsario. Otra vez la collera en acción.

De esos días guardo de tu puño y letra una dedicatoria en tu poemario Luzbel. Me costó 5 soles, el más barato de todos tus libros que trajiste, el poco dinero que tenía no me alcanzó para más. Escribiste riesgosamente sin saber quién era y lo que pasará más adelante conmigo: «Para Viscely, joven poeta, futura gloria de Chimbote, tu pata Oswaldo, Nuevo Chimbote, 11-11-11».

La primera página de Luzbel quedó marcada con lapicero azul. El mismo color que es el tema central de tu reciente libro en el que me mencionas y citas fragmentos de mis poemas en prosa. Hasta ahora no tengo Capricho en azul en mis manos, pero conservo los borradores que me enviaste al correo. Y mientras los leo me veo sorprendido por las interminables interrogantes y reflexiones que puede generar un solo color. Es que no es cualquier color. El azul siempre fue poético, el lenguaje de poetas inmortales, el latir de muchos libros de la literatura universal.

Entre los correos que reviso hallo algunas conversas y entre ellas algunas pistas de por qué quisiste desentrañar el azul. «Amigo poeta: te envío el poema “La tierra es curva”, del poeta chino Gu Cheng (1956-1993). Este poeta maldito atacó a su esposa con un hacha y luego se ahorcó. Fue integrante de una revista clandestina de un movimiento que fue calificado como “oscuro, confuso, nebuloso”. Y también se le llamó “luz débil de la luna”. “La tierra es curva/ yo no puedo verte/ yo solo puedo ver de lejos/ el azul celeste de tu corazón/ ¿azul? de veras azul/ ese color azul es lenguaje/ yo deseo que el mundo sienta alegría/ que la sonrisa se solidifique en los labios/ o me dé una nube/ que frote un viento claro/ mis ojos necesitan lágrimas/ mi sol necesita dormir plácidamente”. Este poeta que se suicidó a los treinta y siete años dijo: “La oscura noche me dio estos ojos oscuros, pero yo los usaré para buscar la luz”. Ya te enviaré otro texto del libro que estoy preparando. Tu amigo Oswaldo».

Este y tantos mensajes tuyos que guardo, compadrito, siempre me decías que nunca deje de escribir poesía. Estoy seguro de que tú me brindaste esa confianza para asentarme con seguridad en este acaso género literario, vicio absurdo, técnica o estilo de vida.

¿Qué es la poesía, Oswaldo? Es muy probable que sea azul como las nostalgias tal como lo planteas en tu libro. Pero por qué muchos poetas aseguran que aún no encuentran una definición. Dicen que escriben para hallarla. Tantas interrogantes que quedan en el aire. Y tal vez tú te fuiste en busca de esas respuestas porque si bien es cierto que la gente te conocía como narrador, yo puedo dar fe de tu alma de poeta.

La poesía no solo es verso. También está en la narrativa. Es a través de ella que uno goza de tanta belleza y estética escrita dispersa. Pero prefiero ya no interrumpir tu travesía, Oswaldo, te dejo seguir. Estés donde estés, sabrás que queda pendiente una Pilsen por tu nuevo libro que mucha gente ya celebra en tu ausencia. ¡Salud, maestro y causita!

Iteraciones y disidencias en la obra de Oswaldo Reynoso

escribe Judith M. Paredes Morales Círculo de Investigación de Literatura Latinoamericana Oswaldo Reynoso (Cillor)

«Nosotros, dos muchachos abrazados, Jamás nos separamos el uno del otro, Recorremos los caminos de arriba abajo, emprendemos excursiones por el norte y por el sur, Gozamos de la fuerza, extendemos los brazos, cerramos los puños, Armados e intrépidos, comemos, bebemos, dormimos, amamos, No obedecemos otra ley que la nuestra, navegamos, fanfarroneamos, robamos, amenazamos, Asustamos a los avaros, a los criados, a los sacerdotes, respiramos el aire, bebemos el agua, bailamos sobre el césped de la playa, Conmovemos a las ciudades, despreciamos el bienestar, nos burlamos de las leyes, perseguimos toda suerte de debilidad, Y damos fin a nuestra correría.»

Walt Whitman

Estos versos se relacionan en muchos puntos con las dos nouvelles de Oswaldo Reynoso: En busca de Aladino (1993) y El goce de la piel (2005). De manera general, podemos decir que en el primer texto se muestra tanto en la historia como en el formato del libro, el desarrollo de una fantasía homoerótica. Esta fantasía se amplía en el segundo texto donde se experimenta con la forma y el lenguaje fluye.

Observaremos cómo el lenguaje nos otorga una identidad, nos fija, nos da un sexo o un género, pero también nos brinda la posibilidad de enfrentar lo simbólico. Butler (2010) afirma en Cuerpos que importan que «[L]o simbólico es la dimensión normativa de la construcción del sujeto sexuado dentro del lenguaje» (p. 162). Esta dimensión normativa reside en una cadena de «demandas, tabúes, sanciones, mandatos, prohibiciones, idealizaciones imposibles y amenazas».

John Langshaw Austin en Cómo hacer cosas con palabras y acciones explica que los actos performativos del habla no se limitan a describir un hecho, sino que por el mismo hecho de ser expresado realiza el hecho (por ejemplo: «Yo os declaro marido y mujer» sanciona la relación que nombra), y si esta idea se lleva al campo de la sexualidad y el género, observaremos que este tipo de discurso tiene el poder de producir, de generar a los sujetos sexuales culturalmente aceptables.

Entonces estamos viendo que el «sexo» o el «género» se originan como una reiteración de normas hegemónicas. Esta repetición del discurso se puede pensar como una performatividad discursiva, ya que esta «produce lo que nombra, hace realidad su propio referente, nombrar y hacer, nombrar y producir».

Por eso es más fácil repetir o reiterar la norma que enfrentarla, y los cuerpos sufrirán las consecuencias ya sea de citar la ley o de negarla. Tal como relata el narrador autodiegético de En busca de Aladino al ver al joven chino:

«[…] desorden y delicada turbulencia de la piel, y el desierto es un mar luminoso de azafrán y suenan tambores y flautas y un joven, con el torso desnudo y pantalón bombacho de seda negra, ondulación sensual, danza, descalzo, sobre la quemante arena y canta una melodía quebrada y estridente y aplaude como una llama enloquecida y tengo miedo de romper los límites de una niñez católica y de una juventud de rígidas normas burguesas y deseo encontrar una limpia moral de la piel.» (Reynoso, 1993, p. 12)

La mirada homoerótica es notable, pero sufre una serie de miedos debido a que el discurso iterativo de las normas ha creado o han naturalizado una serie de formas de vivir, y, por lo tanto, de tener una existencia. Deseos como los del narrador de la novela, hombre de cincuenta años, son vedados, pero hay una lucha que tiene como lugar el cuerpo, y he ahí un espacio para desarrollar un lenguaje que combata lo simbólico.

No obstante, ningún acto puede practicar el poder de producir lo que expresa, independientemente de una práctica regularizada y sancionada. He ahí la paradoja: tiene que haber una serie de convenciones reiteradas para que los actos performativos sean eficaces.

Por consiguiente, la interrogante que plantea Butler (2010) sobre «la performatividad es si la ley simbólica no es precisamente el tipo de ley a la cual se refiere la práctica citacional del sexo, el tipo de autoridad “previa” que, en realidad, se produce como el efecto de la cita misma» (p. 165). Butler aquí se refiere a uno de los conceptos de performatividad, el que funciona como una metalepsis, es decir, un tipo de metonimia en que se relacionan el antecedente y el consecuente. La crítica norteamericana, al observar que todo discurso que naturaliza, es decir, que hace ver a todo pensamiento patriarcal como natural y normal, en realidad oculta el antecedente, no se menciona por qué las relaciones de género solo se pueden entender a partir de semas como activo/pasivo, fuerte/ débil, razón/cuerpo, varón/mujer, etc., y esta matriz heterosexual se operativiza con el discurso pastoral, que como ya mencionamos está presente en el relato de En busca de Aladino y también en la segunda novela estudiada.

Un ejemplo claro de esta idea es cuando el narrador decide enfrentarse a un libro sagrado como es la Biblia y comienza con una interrogante que es una forma de cuestionar el orden establecido:

«[…] ¿cómo entonces, el sexo de los que viven arrebatados por el calor y por debajo de la profundidad de su piel no podrá cristalizar, en dulzuras y aromas, sus jugos vitales y transformar la vida en un eterno disfrute de delicias, en una límpida moral de la piel? Pero debajo del Mar Muerto están Sodoma y Gomorra convertidas en cenizas infernales, porque el dios de la Biblia exterminó con fuego a los habitantes de estas ciudades y perdonó la impudicia de Lot que prefirió sacrificar a sus dos hijas vírgenes a fin de salvar la castidad, tal vez reservada para sí mismo, de dos jóvenes extranjeros asediados por los ardores sicalípticos que habían despertado con su belleza de ángeles en los varones de Sodoma; un dios que se hizo de la vista gorda cuando Lot ebrio cometió incesto con sus dos hijas.» (Reynoso, 1993, pp. 17-18).

En este párrafo no solo se cuestiona al discurso pastoral, sino también se invierte las posiciones sagradas colocando en la imagen de Lot dos pecados: homosexualidad y el incesto. Dos tabúes fundamentales para la matriz heterosexual, que se ven negados a partir de la figura de Lot.

Cuando decimos que el incesto y la homosexualidad son prohibiciones esenciales para la matriz heterosexual nos referimos a que toda cita, toda reiteración de la ley trae consigo el repudio, este se efectúa por medio de una cadena de repudios, e invoca la norma heterosexual, excluyendo las posibilidades opositoras.

De ahí que el narrador luche por tratar de visibilizar su deseo, es consciente que sus deseos homoeróticos solo existen en la forma de pecado, y de ahí que se desarrolle una lucha cruenta en su ser, pero él también crea sus propias reiteraciones que son formas de negociar con el Otro, con la ley: «la límpida moral de la piel». Esa frase que se lee a lo largo del texto representa esa antítesis entre un discurso pastoral y sus deseos homoeróticos, por un lado, tenemos la moral y, por otro, la piel. De algún modo concretiza una cuestión elevada y sublime, le da cuerpo, y resemantiza su deseo, ya no es un pecado, sino una forma de ser honesto con su homosexualidad.

Volviendo al tema del repudio, si para conseguir las posiciones sexuadas tan caras de la matriz heterosexual, se tiene que expulsar las figuras de la abyección homosexual, entonces, «el retorno de tales figuras como sitios de catexia erótica configurarán la esfera de las posiciones opositoras dentro de lo simbólico» (Butler, 2010, p. 165).

Por lo tanto, podemos decir que los deseos homoeróticos funcionarían como «posiciones que refigurarían, redistribuirían y resignificarían el ámbito simbólico», y con un potencial desarticulador de este sistema.

En este punto podríamos preguntarnos si el lenguaje surge para efectuar una función estabilizadora, específicamente la de fijar las posiciones sexuadas, y cómo logra eso. Según Butler (2010):

«La capacidad del lenguaje de fijar tales posiciones, es decir, de imponer sus efectos simbólicos, depende de la permanencia y firmeza de la esfera simbólica misma, el terreno de la permanencia, el terreno de la significación o la inteligibilidad. Si, como propone Lacan, el nombre afirma el yo corporal en el tiempo, lo hace idéntico a

través del tiempo y este poder de “conferir” del nombre se hace derivar del poder de conferir de lo simbólico, de ello se desprende pues que una crisis en lo simbólico implicará una crisis en esta función de conferir identidad que cumple el nombre y en la estabilización de los contornos corporales correspondientes al sexo supuestamente determinado por lo simbólico» (p. 201).

Y es precisamente gracias a los que se ubican en el límite de la inteligibilidad que el orden simbólico puede ser desestabilizado, debido a una paradoja que este mismo orden ha creado, porque solo puede existir un sujeto «normal» si se desarrolla una serie de exclusiones: la mujer, la machona, el marica, el negro, el pobre, etc. Pero estas no son reales exclusiones, sino constitutivos de la matriz heterosexual.

Y el cuerpo es una forma de desarrollar otro lenguaje, uno que no esté regulado por la razón occidental, y Reynoso lo sabe muy bien, de ahí que en sus novelas el aspecto sensorial fluya, son novelas para los sentidos, el lector que solo busca leer la historia o el contenido no podrá entender que existe otro modo de expresarse y es a partir de ese espacio donde el lector se ve cargado de la energía pulsional no de un deseo aceptable o inteligible, sino uno que va contra la norma y por eso mucho más gozoso. Un ejemplo de los muchos que hay se encuentra en las páginas 27, 28 y 29.

Este pasaje revela cómo las relaciones homoeróticas viven en la ficción, en una fantasía que en El goce de la piel tomarán forma en los diversos Malte, personaje joven que aparece en todos los relatos de esta nouvelle. Y no solo eso, sino que cada título está formado por una letra de su nombre en árabe, extendiéndose la fantasía sexual de Aladino a Malte.

José Miguel G. Cortés en su libro Hombres de mármol (2004) nos describe el cambio del paradigma de belleza con respecto a los cuerpos de los hombres. La representación de cuerpo desnudo de un hombre tuvo en la antigua Grecia su mejor época. Tanto que, hasta el día de hoy, cuando se piensa en un cuerpo masculino es musculoso, bello y potente, ideas que vienen de tradición helenística. También subraya el autor que eso lleva al rechazo de los cuerpos feos, deformes y viejos. «Es esta posición que entiende que la virilidad se manifiesta a través de cuerpos limpios y sanos como oposición a aquellos enfermos, o manchados (de sangre) como el de las mujeres, con todo lo que ello supone de elitismo anatómico y conformación cultural.» (p. 59)

Como vemos al inicio de la civilización occidental el cuerpo era apreciado por su belleza; en cambio en la edad media el cuerpo va a ser receptáculos de una serie de errores y asociado a los pecados carnales.

Vemos como los textos de Reynoso se movilizan entre esos dos paradigmas, los cuerpos jóvenes y bellos, y por lo tanto sagrados son de Aladino y Malte, y, por otro lado, está el discurso pastoral interpelando su deseo, llamándolo al orden, pero que el narrador sabrá refutar con las imágenes sensoriales que muestran la voluptuosidad homoerótica.

«El falo funciona como una sinécdoque, porque en la medida en que es una figura del pene, constituye una idealización y el aislamiento de una parte del cuerpo y, además, la investidura de esa parte con la fuerza de la ley simbólica. Si los cuerpos se diferencian de acuerdo con las posiciones simbólicas que ocupan y esas posiciones simbólicas consisten en tener el falo o ser el falo, los cuerpos se diferencian y conservan esa diferenciación al someterse a la Ley del Padre que dicta las posiciones de “tener” y de “ser”; los hombres llegan a ser tales aproximadamente a la posición de “tener el falo”, lo cual equivale a decir que están obligados aproximarse a una “posición” que, en sí misma, es el resultado de una sinécdoque en la que la “parte” representa la masculinidad y, como corolario, una idealización de esa sinécdoque como símbolo que gobierna el orden simbólico. En el plano simbólico, la asunción del sexo se produce pues aproximándose a esta reducción basada en una sinécdoque». (pp. 201-202)

De ahí que Malte, representación de una masculinidad fuerte y dominante ordene a toda la pandilla «corrérsela», mostrando que él tenía el falo, esta sinécdoque le da poder a la masculinidad de Malte, pero qué sucede con la del narrador que en ese momento también era un adolescente al igual que Malte, el narrador se ve interpelado por esta masculinidad dominante, él no puede ni siquiera moverse y solo recuerda la vela que servía para castigar los deseos impropios que efectuaba el padre José.

«De modo que el cuerpo que no logra someterse a la ley u ocupa esa ley en un modo contrario a su dictado, pierde pie –su centro de gravedad cultural– en lo simbólico y reaparece en su tenuidad imaginaria, su dirección ficcional. Esos cuerpos se oponen a las normas que gobiernan la inteligibilidad del sexo». (Butler, 2010, p. 202)

Es decir, lo que esta matriz heterosexual no ve es que existen otro tipo de masculinidades, otras formas de entender las relaciones sexuales, y esta es la del narrador que al final logró masturbarse, producto del miedo de ser cuestionado en su masculinidad, pero el yo del narrador (hombre maduro), lee ese momento ya no con temor, sino como un testimonio místico, donde el encuentro sexual es metaforizado con una anécdota de San Agustín, esta metáfora convierte al mar ya no en lugar licencioso, sino hermoso. Es interesante cómo el yo del narrador, en el presente de la historia, observa la sexualidad como una religación mística, donde el encuentro con Dios no niega la presencia del cuerpo, sino una vía obligatoria para su encuentro divino, para finalmente negarlo y vivir su deseo.

Bibliografía

Austin, John L. Cómo hacer cosas con palabras y acciones. Barcelona: Paidós 1990.

Butler, Judith. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del «sexo». Buenos Aires: Paidós, 2010.

G. Cortés, José Miguel. Hombres de mármol. Barcelona: Egales, 2004.

Reynoso, Oswaldo. En busca de Aladino. Lima: Peisa, 1993.

Lx niñx de oro: tras el discurso de Tilsa Otta

texto Nathanael Peralta Luis

Desde que Random House decidió promocionar el último libro de Tilsa Otta, Lxs niñxs de oro de la alquimia sexual, la polémica no ha dejado de rondar sobre el libro, mejor dicho, sobre el título del libro. Lastimosamente, el texto fue juzgado sin siquiera haber salido a la venta a mediados de este año. ¿La razón? El lenguaje inclusivo se sigue viendo como un atentado contra la «pureza del lenguaje». Claro está que se podría escribir otro artículo sobre el tema, o más de uno; no obstante, las críticas levantaron tanto polvo que hizo a más de unx querer leer el texto lo antes posible.

Pero primero hablemos de lx autorx. Tilsa Otta ha transitado por casi todos los registros imaginables, desde cineasta hasta poeta, y de narradorx a fotógrafx, cada una de sus actividades siempre ha estado marcada con una propuesta feminista de forma transversal. Este año ha hecho historia en el Perú al escribir Lxs niñxs de oro de la alquimia sexual, primera novela con un título en lenguaje inclusivo en el país y uno de los escasos ejemplos en la narrativa peruana que posiciona a la voz femenina y de la disidencia sexual como eje fundamental en el relato, mismo que dialoga con una contemporaneidad muchas veces esquiva para el grueso de la población y que, sin embargo, es real, existe.

La historia nos presenta a Cristy, una chica que, a través de sus orgasmos, puede tener contacto con Dios y, además, tener visiones del futuro. Todo ello la llevará a experimentar con el yoga, rituales, sectas y distintas prácticas sexuales; en todo momento, con una mirada en pro de las mujeres. Es así que Cristy empieza su búsqueda, un peregrinaje para investigar a dónde la conducen todas estas experiencias y, tal vez, encontrar algo más que la verdad.

La agilidad de la narración hace de este libro una buena forma de salvación en varios sentidos. El primero, el texto carece de toda pretensión y el resultado es un relato sincero e íntimo; segundo, es reconfortante encontrarse con voces que apuesten por la visibilización de las disidencias sexuales y de género, tan necesaria hoy por hoy como la respuesta firme y contundente de que existimos. Finalmente, la historia, fragmentada como pocas, es un reflejo de la fragmentación personal de la protagonista, una aventura que, de seguro, cautivará a muchxs.

Entre reinas, zánganos y amor marica

texto Arturo Dávila

Fidel es gay, marica, homosexual. Es un treintañero de todos los nombres, pronombres y términos, con la obsesión de encontrar quién es entre sus alter egos. «He transitado mi ser marica desde los 18 años, desde una mirada clase mediera. Siempre habito en el “quizás” buscando quién soy. No soy el Fidel de hace 8 años, ni el de 18. Ahora hablo desde un cuerpo fuera de las convenciones de belleza, desde la experiencia de cómo encontrarme y aceptarme tal como soy».

Todos los zánganos son reinas es un poemario que se viene trabajando desde el 2014, con una primera publicación en Huancayo, una presentación oficial en setiembre del 2018 en el Festival de Poesía Sudaka, de Bolivia, y otra en noviembre del 2018, en la Casa de la literatura, aquí en Perú. Fidel nos cuenta un poco más: «el poemario nace de tres propósitos: Repropiar el término “colmena” como una organización de cuerpos disidentes fuera del ojo de la poesía canónica, haciendo una metáfora con las abejas y el apropiamiento de un espacio. Lo segundo, es hacer algo afín a lo que se ve realmente fuera de la Villarreal, junto a lo percibido durante las reflexiones acerca del cuerpo y el erotismo en el grupo poético Colmena, de mi facultad; y la tercera, cuestionar la masculinidad de los cuerpos y presentarlos entre una especie de descaro, de deseo y de reflexión al que soy. Aunque no se ve tan marcado, porque mi propósito es mostrar esa nebulosa en torno a lo que soy y puedo ser». Mientras conversamos, me cuenta que todo lo caminado le ha permitido encontrar, cada vez, un poco más de él. Que si pudiera pedir algo, sería continuar por lo necesarias que son las voces de las maricas en la literatura; sobre todo de las que son silenciadas, y que el día que se muera, quiere que hagan una fiesta en su tumba, nada de despedirla llorando.

«Si quieres saber de mí, pregúntale a los zánganos maperos, fletes, tracas y ollas... Si quieres saber del amor, pregúntale a Manuel», este es un extracto del poemario. Fidel conoce a Manuel a los 17, mientras ayudaba a su abuela a instalar su puesto en el mercado de Sebastián Barranca. La forma en que Fidel expresa su amor y admiración por Manuel muestra una relación importante con las formas de César Moro al referirse a Antonio. Fidel tenía unos 20 años cuando lee por primera vez el trabajo de César y de ello, nos

cuenta: «Cuando descubrí a César Moro, yo estaba en una búsqueda de voces dentro de la literatura peruana que hablaran sobre el amor entre dos hombres. Fue toda una revelación para mí leer Cartas a Antonio. Su lenguaje explosivo y cósmico, resonaba en mí como un big bang».

«Recuerda en los besos, las manos que atrapabas con tu cintura. Aunque seas inexperta, extiende tus uñas a la noche, adopta el porte, siente la corona. Sin censura: zánganos apareando reinas, reinas adoctrinando zánganos, zánganos deviniendo en reinas», este poema se llama «Nota en la colmena». Fidel nos acerca a espacios de exploración y deseo, a espacios de libertad entre pupas, nalgas, penes y aguijones. En este poemario, hay una clara reivindicación de las identidades y sexualidades desde otras pieles, y Fidel lo considera como norte más allá de este trabajo: «Hemos sido silenciados; pero el tiempo, el proceso individual y conocer otras personas nos libera. Somos una gama de colores, sensaciones y cuerpas que hemos existido desde el inicio de los tiempos y es hora de mostrarnos, duela a quien le duela... Esta sociedad nos oprime avergonzándonos a explorar nuestro cuerpo, así nosotros mismos ocultamos los deseos o fantasías que tenemos. Estoy muy convencido que nuestras cuerpas son merecedoras de amor y de una exploración libre de forma visible».

La poesía de Fidel nos abre puertas de placer, amor y de aquello que se conoce, pero que se mantiene oculto. Con este trabajo, nos acerca a este baile entre la masculinidad y la feminidad; mientras expone en este, el descubrimiento de la reina que el zángano lleva dentro. Antes de despedirnos, le pido un mensaje final para quienes nos lean, tal vez incluso para aquellos zánganos que están soñando con verse libres siendo reinas: «Primero hay que conocerse para poder saltar a la audiencia que espera el show. Nuestro show de luces, música, baile y de toda esa algarabía que una cohíbe. Nadie te quita lo bailado, bebé. Recuerda que puedes hacer de tu cuerpa una fiesta, si así lo quieres, y a ti y solamente a ti te importa».

Julio Lossio

facebook Josué Marcos Belmonte

Javi Vargas. «La falsificación de las Tupamaro». Grabado digital (Serie). 2006. 75 x 98 cm c/u. Original I: Marilyn-Amaru / Original II Farrah-Amaru Original III Dina-Amaru / Original IV Frida-Amaru.

Javi Vargas en el Museo Reina Sofía

texto Crónicas de la diversidad

fotos Javi Vargas

Javi Vargas (Lima, 1972) es un artista iconoclasta, poco proclive a la figuración y el marketeo de estos tiempos, y que ha mantenido de forma constante una obra disidente y cuestionadora de la sociedad peruana, en su lado más homofóbico, pero también de su historia y cómo construye una memoria que niega la existencia de lxs otrxs, en donde se ubica él y millones de peruanxs más.

El Museo Reina Sofía de España adquirió recientemente su serie «La falsificación de las Tupamaro» consistente en cuatro piezas gráficas de gran tamaño producidas el 2006 y 3 piezas gráficas de la serie «Perita y Evón» realizadas con el Colectivo Micropolíticas de la Desobediencia Sexual, que formaron parte de una acción gráfica realizada en La Plata (Argentina) el año 2012. Además de material fotográfico documental sobre el contexto de estas obras. «El interés del museo», dice Javi, «fue entre otros, adquirir piezas gráficas vinculadas a prácticas artísticas activistas, en particular gráfica queer producida en Latinoamérica»

Javi Vargas nos cuenta los orígenes de la serie de las Túpac: «La deriva empieza con una serie de dibujos realizados entre el 2003 y 2004 donde aparecía Túpac Amaru travestido, a partir de los cuales se produce una serie de piezas gráficas, como los afiches y banners realizados para los foros de Villa El Salvador el 2005 y 2006 para la actividad Noches de placer del Colectivo ContraNaturas y para la acción de Las Tupis, una versión drag que emerge con el trabajo en grupo con el colectivo. Hubo varios desencuentros frente a la homofobia latente en la ciudad: El 2005 ciertas autoridades del distrito de Villa El Salvador llamaron a la policía para retirar el banner de anuncio con la imagen de la Túpac durante el foro, debate seguido en el evento donde Paul Flores señala a la audiencia que sorprende la indignación de algunos frente a la imagen travestida y no frente a la imagen de Túpac Amaru usada por un grupo para asesinar a la población trans (refiriéndose al MRTA). El 2009 la exposición «La falsificación de las Túpac» es censurada por las autoridades educativas de la Alianza Francesa acusando al contenido de

las obras como inapropiadas para los menores de edad del centro de estudios. También se hicieron tres murales donde aparece La Túpac y la Marikátegui, todos realizados de modo participativo, las personas acompañaban al pintado junto con La brigada muralista y las Contras, el primero fue el 2009 en las paredes de un local frente al auditorio Vichama, luego el 2010 en la fachada e interiores del Centro Cultural El Averno y el 2011 en la fachada del MHOL por el aniversario de esta pionera institución, este último mural generó nuevamente disputas con ciertos vecinos y autoridades, las cuales amenazaron con clausurar el local si no se borraban las imágenes. Afortunadamente en todos estos procesos creativos activistas no solo hubo odio sino que se produjo diversos modos de afecto, generosidad, alegría, solidaridad, desacato, participación e impugnación a los modos totalitarios de sexualidad».

«Desaparecidas» Acción gráfica en marco del ciclo AmNNesia 31/05 31 de mayo de 2011

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