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Cordillera interminable

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\u00A1Remolino!

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LA CORDILLERA INTERMINABLE

Ben Jordan culminó un viaje vivac pionero de 1200km de norte a sur por las remotas y accidentadas Rocosas de Norteamérica. Texto e imágenes de Ben Jordan

Jasper es el único parque nacional en Norteamérica que permite volar en parapente. Sin embargo, lo remoto de su ubicación y lo misterioso que es ha espantado a la mayoría de los pilotos. Durante los dos últimos años, la diversidad del terreno me ha fascinado y el verano pasado me obsesionó la idea de ser el primero en volar en esta joya.

La cadena Endless es una serie inconfundible de picos ininterrumpidos que se extienden por 25km y con sus caras perfectas orientadas al suroeste pareciera ser una de las zonas más sencillas de las Rocosas canadienses para volar. Entonces, ¿por qué nadie ha volado por ahí? Decidí averiguarlo.

Cuando supe que el ser humano podía recorrer grandes distancias en parapente, me imaginé que podría ser la primera persona en flotar por toda la columna vertebral de las inmaculadas Rocosas canadienses. Irónicamente, mientras más aprendía del deporte, más se alejaba ese sueño. Lo remoto de las montañas, clima impredecible y dimensiones intimidantes, hicieron que pasara la primera década de mi carrera de vuelo escapándome de ellas y volando lo más lejos posible del patio de mi casa en las legendarias Rocosas.

Hace dos veranos, todo cambió cuando me armé de valor para hacer un vuelo vivac desde la ciudad de Vancouver, BC hasta Calgary, Alberta. Este viaje de 39 días y 1000km atravesaba todo lo largo de las cordilleras sudoccidentales de Canadá para finalmente llegar al obstáculo final: las Rocosas y mi primer cruce de la divisoria continental.

Ese fatídico vuelo de oeste a este por las Rocosas me sobrestimuló. Sentimientos de terror, de asombro y de orgullo invadieron mis sentidos y luego me escupieron al otro lado de su majestad, haciendo que me sintiera inmenso como ella.

Dos años después, me encuentro cruzando la frontera entre Montana y Columbia Británica, a punto de agarrar por los cachos a mi tan deseado sueño. El plan era completar la primera ruta hacia el norte por la columna vertebral de las Rocosas canadienses que me llevaría desde Estados Unidos hasta Prince George, la capital del norte de Columbia Británica. De tener éxito, sería la primera y única expedición en cruzar la divisoria continental dos veces, la primera travesía del parque nacional Jasper y el vuelo vivac más largo de América. ¿Tenía que demostrar algo? ¡Claro que sí! ¿Pero qué? Quien sabe qué.

‘Carnada para osos’

Sin saber lo que vendría, me pavoneé con mi equipo por la primera carretera de tala que encontré y luego de pasar un día completo abriéndome camino por zonas taladas y bosque, llegué a la cima de la ladera y a mi primer despegue. Los primeros vuelos fueron sensacionales. Nunca había volado por el extremo sur de la Trinchera de las Rocosas y lo más difícil fue tener que limpiarme la baba constantemente por estar boquiabierto ante las maravillas cambiantes de Madre Naturaleza.

Pero mientras más volaba hacia el noroeste, me di cuenta por qué se habían hecho tan pocos vuelos en esta dirección. Orgulloso, negado a pedir indicaciones, cada vez era más claro que estaba yendo en la dirección equivocada. A pesar de haber tenido viento de cola los primeros 120km, a partir de ahí hubo viento de oeste, norte, o una mezcla de ambos, lo que hizo que mi velocidad promedio fuera más lenta y mis transiciones más cortas.

Avanzaba lento y me presionaba cada vez más. Los vuelos eran más cortos de lo que esperaba y a veces, ¡el viento de frente era tan fuerte que ni siquiera podía volar! Luego de dos semanas, apenas había volado 250km de mi meta de 1200km y sentía que había decidido mi destino al comprometerme con esta ruta hacia el norte. Y a pesar de que las cosas eran difíciles, mi confianza se renovó cuando llegué a la familiaridad de Golden, BC y me reaprovisioné para prepararme para mi primer gran vuelo desde el monte Seven hacia el este sobre la divisoria continental.

Aproveché para descansar en los alrededores alpinos mientras pasaban unas tormentas, pero luego de varios días y tras haber agotado todos los métodos de entretenimiento, no podía estar más listo para enfrentar los retos por venir. Mientras volaba a 20km al norte de Golden y a unos 300m sobre los picos más altos, observaba la comprometida línea de 50km sin aterrizajes que había planificado para cruzar la divisoria.

No había carreteras, campos ni casas. Sentía que de verdad me convertiría en carnada para osos e hice todo lo posible para armarme de valor. No lo logré. Sí, el viento era del oeste, pero se sentía demasiado fuerte, por lo que si no veía las cosas claras a un cuarto de la línea, no podría penetrar hacia el oeste y llegar a la zona con aterrizajes en el valle del Columbia. Tenía un pasaje de ida sobre la divisoria y las voces en mi cabeza me gritaban, “No es tu día”.

Decidir no tomar ese paso ha sido quizás el momento más difícil que he tenido como piloto. Sabía que muchos de los pilotos a los que admiro habrían estado cómodos con las condiciones, pero en este momento decisivo tuve que exteriorizarme, mirarme a los ojos y aceptar el hecho de que no soy ninguno de esos piloto. Soy este piloto y este piloto se va a dar la vuelta.

De regreso al escenario familiar del monte Seven, los tres días siguientes con viento fuerte y tormentas fueron los peores. Mi mente empezó a dar vueltas como una hamburguesa entre estar molesto conmigo mismo por ser tan cobarde y protegerme de esa voz condescendiente que conozco tan bien. Viento en contra o de cola, no importa lo fuerte que eran, cada vez tenía más claro que el mayor reto en este viaje sería yo mismo.

Hice todo lo posible para mantenerme ocupado buscando agua, moviendo piedras y documentarlo todo - lo que fuera para mantener calladas las voces de la crítica en mi cabeza. La voces se convirtieron en los acosadores de la escuela que se burlaron de mi pelo rojo durante ochos años interminables, o en mi amor de sexto grado que me devolvió una tarjeta del día de los enamorados en frente de todo el salón de clase.

Aunque fue difícil aceptarlo, me di cuenta que veinte años después esas voces burlonas decían una verdad que cargué hasta ese día. Y aunque lo ignoraba hasta entonces, me di cuenta que eran esas voces las que buscaba calmar con mi carrera de aventuras y elogios.

Y fue en el momento más sombrío que encontré un amigo. Mientras el sol se abría paso por un agujero entre las nubes espesas, una ardilla alpina asomó la cabeza para cantar su tan conocida canción. “Chip, chip, chip”, continuó en su dialecto aparentemente sencillo. “Chip, chip”, le respondí pretendiendo entender. Me respondió, así que continué y seguimos hasta que el sol se ocultó detrás del abismo nublado. La ardilla regresó a su guarida y me arropé para regresar a la tranquilidad de mi saco de plumas y mi tienda de nylon.

Pensé en la familia de la ardilla y en qué pensarían durante la cena. Me imaginé sus metas y ambiciones y me pregunté si estaría satisfecha con el rumbo que había tomado su vida. Sobretodo, me pregunté si le importaba que yo me hubiera acobardado.

Ardillas voladoras

Esa noche, soñé que volaba con un grupo de pilotos. El trabajo en equipo hizo que volar en terreno desconocido pareciera más seguro y que el éxito fuera más satisfactorio. No había volado

nunca con tanta confianza y avancé mucho hasta que me despertó el sol en la pared este de mi tienda. Desde el interior, podía escuchar a la ardilla que me llamaba pero cuando abrí el vestíbulo me desconcertó ver a ocho o nueve ardillas afuera de su agujero dando la bienvenida al sol. Me sentí invitado a acompañar el coro y cuando empecé a cantar en su idioma, aparecieron más ardillas. Armoniosamente, chirriamos mientras preparé café y empaqué la tienda de campaña. ¡Hoy iba a ser un gran día y mis animadores gritaban a todo pulmón!

Mientras volaba al punto de no retorno, sentí una fuerza que desconocía. Eché un vistazo y me di cuenta que el viento y el techo eran casi iguales a la última vez, pero de alguna forma la ruta sobre la divisoria parecía obvia. La ruta que había planificado no era segura, pero cuando analicé con calma las condiciones, surgió una nueva ruta.

Me imaginé un grupo de ardillas voladoras que iban en la misma dirección y aceleré para alcanzarlas. Remontábamos en cada pico y hacíamos transiciones hasta el siguiente. Volamos por encima de glaciares, lagos alpinos y directamente hacia la zona prohibida para aterrizar en el parque nacional Banff. Dónde estábamos exactamente, no lo sabía, pero estaba seguro de que siempre y cuando me quedara con las ardillas, encontraría un lugar seguro para aterrizar en el extremo este del parque.

Ya en la provincia de Alberta, y del lado este de la Gran Divisoria, el viento oeste fuerte cambió a norte, directamente hacia donde nos dirigíamos. Incluso así, no habían dudas. Las transiciones a los rotores y sotaventos fuertes intimidaban y a veces teníamos que regresar al sur para remontar e intentar de nuevo. Juntos, el equipo era una fuerza imparable y, luego de más de seis horas increíbles y más de 100km de paisajes remotos, tocamos tierra justo a las afueras del parque, a orillas del río Saskatchewan Norte.

La mañana siguiente, me desperté con el sonido de los rápidos y preparé el café con el agua dulce que fluía embravecida frente a la puerta de mi casa. Indeciso por cuál ladera subir para despegar y empezar mi largo vuelo hacia el norte a Jasper, mi confianza recién adquirida empezó a agotarse y esperaba que la cafeína decidiera por mí. Mientras estudiaba la topografía en el teléfono, me di cuenta que me metí en algo complicado pero a diferencia del día anterior, no había rastros de mis animadores.

Apresuradamente, decidí abrirme camino hasta la cresta más cercada y, luego de cerca de una hora de esfuerzo físico, empecé a sentir que el día se estaba agotando. ¡¿Qué estaba haciendo?! Ya se estaban formando nubes, las aves remontaban y las oportunidades para volar se desvanecían, como el gas. De alguna forma, la gran satisfacción del día anterior se convirtió de nuevo en tensión y en una sensación de no pertenecer que conocía tan bien.

“¿Quién lo invitó?”, murmuró una voz dentro de mi cabeza. Los verdaderos atletas habrían subido la noche anterior y hubieran estado listos para enfrentar el día siguiente. Me encontraba subiendo una montaña apresuradamente, en lycra ¡sin idea de adonde iba!

“¿Qué haría la ardilla?”, me pregunté. Solté la mochila, me senté de cara al sol y comí cucharada tras cucharada de mantequilla de maní. Volvieron las buenas sensaciones, se despejó mi mente y el corazón se me llenó de un sentimiento de gratitud por lo afortunado que era de haber llegado tan lejos. O quizás era solo el azúcar y la grasa. De igual forma, luego de descansar 15 minutos, me dio frío y busqué el suéter. En ese entonces, me di cuenta que los hermosos cúmulos habían empezado a crecer y que el cielo al norte ahora estaba oscuro y no se veía nada bien. Media hora después, me encontraba acurrucado dentro de la tienda reforzando los lados con los brazos con miedo de que iba a volarse.

Cuando la lluvia se convirtió en granizo, me sentí más pequeño ante la situación y me di cuenta que me estaba pareciendo a una ardilla: estábamos a la merced de la Madre Naturaleza, escondidos en nuestras guaridas cuando se enfureció y no nos habíamos bañado quién sabe desde hace cuanto.

SENTIRSE BIEN “Mientras volaba al punto de no retorno, sentí una fuerza interior que no conocía. Dónde estaba exactamente, no lo sabía, pero aún así tenía confianza”. La travesía de Ben fue un viaje interno, mental y físico. Los buenos días le siguieron a los malos, así como a los días de vuelo le siguieron días de lluvia.

Foto: Ben Jordon

‘Hoy fue mi día’

Los días pasaron y con ellos, tormentas eléctricas como nunca las había visto. Solo en la montaña, intenté mantenerme positivo pero no podía evitar preocuparme cada vez más por las raciones de comida que se agotaban. En Golden, me había reaprovisionado a mi capacidad máxima de 12 días de comida, incluyendo 3kg de mantequilla de maní, 12 paquetes de ramen y 500g de café.

Habiendo consumido nueve días de comida y a al menos 50km a pie de cualquier estación de servicio, me di cuenta que me quedaba poco tiempo y que tenía que hacer un vuelo muy largo para regresar a la civilización. Incluso los días que empezaban bien, terminaban en tormenta a mediodía y no me daba tiempo de hacer el vuelo de seis horas viento en contra para llegar al pueblo de Jasper a unos 160km al norte.

Me desperté y había viento suave de norte. Pensé que no era importante para mí, pero el hecho de que me quedaban dos días de comida sí importaba. Había acampado en una ladera sin vida del monte Hensley (2820m) en una de las cordilleras más jóvenes, escapadas y más hacia el este de las Rocosas. Solo había tres tipos de

rocas, más nada - solo un montón de nieve del que sacaba agua. Una vez ahí, me di cuenta que sin cuerdas ni compañero, no había forma de bajar con seguridad. Entre intentar escalar por un derrumbe al norte, un acantilado al este o el lomo de la muerte por el que había subido para llegar hasta allí, intentar volar en condiciones cargadas no parecía tan mal.

Así que, con un arnés más ligero, con más nieve que comida, extendí mi colorida vela sobre la nieve y esperé un ciclo de sur. No llegaba. Ni a las 10, ni a las 11 y cuando el minutero llegaba a las 12 me di cuenta que no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Me imaginaba esa caminata de 50km más que nunca, así que conté hasta 3 y corrí como un demonio consumiendo los 30m del banco de nieve hasta que despegué.

“¡El viento estaba de cola!” Me di cuenta mientras los pies casi rozaron las piedras a unos 40km/h. ¡Estaba demasiado bajo para sentirlo! Pero ¡pum! No hubo forma de escaparse de la térmica sotaventada a la que entré. Remonté del banco de nieve a base de nube, unos 1000m más arriba, en lo que se sintió como menos de 30 segundos y en no más de dos giros. No tenía idea de lo que me esperaba ese día, pero el hecho de que las nubes no se habían sobredesarrollado todavía era prometedor. Estaba nervioso, no tenía la capacidad para volar en estas condiciones, iba a hacer algo que nadie se había atrevido antes. Hoy iba a ser mi día.

El viento constante de 15km/h de norte hizo que avanzara lentamente y que las térmicas de sotavento fueran movidas. Tenía frío, pero de alguna forma lo épico de los glaciares a mis pies opacó esta sensación. Me acercaba lentamente a mi meta de 160km, de cinco en cinco kilómetros. Derivaba al sur en las térmicas y avanzaba luego al norte contra el viento como la cuchilla de una sierra afilada. Estaba luchando, todo fluía y de alguna forma, todas las decisiones importantes resultaban bien.

Luego estaba la Weeping Wall, una cresta famosa por su cara escarpada y las múltiples cascadas que caen desde una meseta y que hacen que pareciera que llorara. Este accidente único hace que el fondo del valle sea más estrecho de forma tal que el viento ruge por el cañón encajonado. Por no haber encontrado una ascendencia en las caras sombreadas, seguí rasgando para terminar estacionado en medio del cañón y también empecé a llorar. Rasgué por la imponente pared con la esperanza de remontar con alguna ascendente, pero no había nada. Los 50 turbulentos metros que subía se convertían en 50 perdidos poco después y mi velocidad promedio de 20km/h pasó a unos incómodos 2.

Estaba bajo sobre la carretera Icefields Parkway en la zona prohibida del parque nacional Banff y pensé en aterrizar en una zona medio llena de turistas diseñada para contemplar la pared. Pero cuando mi velocidad se redujo a 1, luego a 0 y después a -1km/h, empecé a ver en los lentes de los turistas imágenes de mi destino como sensación de YouTube y como por reflejo, me di la vuelta viento en cola para salir del cañón. A toda prisa a 70km/h, me mantuve cerca del terreno con la esperanza de una burbuja. El sol, que había estado escondido la mayor parte del tiempo, se abrió paso por la montaña al sur y dio un último grito.

¡Imposible! ¡A menos de 100m del suelo, una térmica monstruosa, ancha como ninguna, me pateó el trasero y me catapultó a base de nube! Está claro que me faltaba mucho por aprender de la meteorología de este lugar, pero luego de haber perdido media hora en la Weeping Wall, no era el momento de formularse preguntas. Ahora, a 4000msnm, estaba congelado y el paisaje a mis pies era tan épico como siempre.

Torres planas, glaciares inmensos y valles olvidados eran apenas el principio de lo que lograba ver. Jamás habría imaginado ver esto e incluso mi mente consciente no era capaz de captar lo profundo de este maravillosa realidad. Como tortuga a base de nube, acepté mi nuevo destino y me arrastré de una nube a la otra, temblando deleitado hasta que llegué al acogedor límite del parque nacional Jasper, el único en Norteamérica donde se permite volar.

A 4200m, me atrajo la idea de devorar una pizza en el pueblo de Jasper, a apenas 70km hasta que casi me hago encima por lo que venía. No podía equivocarme. Un año de planes y un tiro de suerte me trajeron a este momento y estaba a punto de hacer el primer vuelo libre sobre la montaña que le dio nombre a la expedición la famosa Endless Chain.

DÍA 22 “Luego de más de seis horas increíbles y más de 100km de paisajes remotos, toqué tierra justo a las afueras del parte, a orillas del río Saskatchewan Norte”.

Foto: Ben Jordon

�DÍA 22 “Luego de más de seis horas increíbles y más de 100km de paisajes remotos, toqué tierra justo a las afueras del parte, a orillas del río Saskatchewan Norte”.

La cordillera interminable

Como una especie de alfombra extendida delante de mí, me relajé y pensé en pasar la siguiente hora volando por lo que ansiaba que fuera la sección más sencilla de las Rocosas. Pero me equivoqué. La cara suroeste de la cresta ya no estaba soleada y el viento de norte cada vez más fuerte hizo que se sintiera como un rodeo interminable. Luego de una hora luchando para mantener el parapente abierto, hice todo lo que podía para mantenerme sobre la cresta y una vez que llegué al extremo norte, ¡quería aterrizar!

Era imposible hacer los 40km restantes hasta el pueblo de Jasper tan tarde y con apenas dos días de comida restantes, solo tenía la opción de aterrizar cerca de la autopista y empezar a caminar o arriesgarme a aterrizar en un banco de nieve estrecho sobre un acantilado escarpado al norte de la cordillera. A pesar de que en la mayoría de las circunstancias habría tomado la decisión más segura, recordé el mantra que me había hecho llegar hasta ahí: “Hoy es mi día” y hoy me sentía genial.

Menos de 30 minutos más tarde, estaba sentado afuera de mi tienda hirviendo nieve de ese banco estrecho de nieve y chirriando con las picas, un nuevo tipo de ardilla que encontré en Jasper. Y luego, cuando las picas regresaron a casa para cenar, hubo un momento extraño de silencio, sin chirridos ni voces buscaban acaparar mi mente. Mi logro había silenciado mis críticas, pero me di cuenta que esas críticas eran solo yo. Esa noche, recordé la famosa cresta y le agradecí por haberme inspirado y por permitirme pasar y por haberme pedido ser mejor de lo que jamás habría imaginado.

Cuando llegué volando a Jasper al día siguiente, me sentí aliviado como deben haberse sentido los mineros agotados del siglo XIX mientras montaban sus trineos tirados por perros hasta Whitehorse, Yukon. Aporreado, amoratado y delgado, la sonrisa en mi rostro era sin duda la de un hombre que había logrado una meta importante.

Mientras plegaba el ala, el contraste entre el éxtasis que sentía y lo insípido de los locales ensimismados en su rutina no podía ser más evidente.

Me reí en voz alta cuando me di cuenta que esperaba aplausos o que llegaran corriendo niños y me pidieran autógrafos... pero no. El helado del turista despistado seguía derritiéndose y la rueda del parque seguía girando. Solo yo ratificaría mi logro.

Y aunque al principio esta verdad me parecía tanto solitaria como triste, fue una especie de alivio. Alivio de que cada detalle de este viaje, o toda mi vida, éxitos y fracasos, enormes o pequeños, no tenían ninguna relación con el mundo que me rodeaba. Y mientras se minimizaba lo épico de mi éxito, también minimizaba la gravedad de mis fracasos, ya sea en los deportes, en mi carrera, sentimentales o en cualquier otro aspecto de mi vida.

Y mientras mordía el primer de los ocho trozos grasoso de una pizza gruesa, observé a los turistas pasar y tuve una epifanía: la vida es una recopilación de momentos, infinitamente significativos e insignificantes al mismo tiempo. Bravucón o víctima, enamorado o desdichado, mientras tengamos la suerte de estar vivos estamos atrapados en un círculo aparentemente infinito en el que estamos nosotros y la colectividad, en el que nos relacionamos y contribuimos a una cadena interminable.

Ben tardó 30 días más en completar la expedición, en los que cruzó la Divisoria Continental hacia el oeste y vivió la peor temporada de incendios en la historia del occidente de Canadá. Debido a los incendios, Ben tuvo que recorrer los últimos 214km de la ruta a pie.

GRACIAS A Ben le gustaría agradecer a las siguientes personas, compañías y organizaciones por su generoso aporte: Stewart Midwinter, Ozone Paragliders, High Adventure, parque nacional Jasper, MEC y Goal Zero

SÍGUELO Para seguir a Ben en línea, busca @benjaminjordanadventure y espera su película del viaje por la Endless Chain que será lanzado en abril

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