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Bajo el sol del Ártico
Bajo el sol Ártico
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“La esperanza alimenta la inspiración”, escribe Jeff Shapiro. En julio de este año, viajó junto a Cody Tuttle al extremo norte de Alaska a la remota cordillera de Brooks de 1100km para un vivac de una semana. Por Jeff Shapiro. Fotografías: Cody Tuttle
Cuando llegué a la cresta, la combinación de la mochila, el ascenso por terreno empinado y suelto y la intensidad del sol me desgastó enormemente. Había estado muchas menos calorías de las que gastaba. Pero al ver rápidamente de donde veníamos, una sensación molesta de urgencia le ganó al cansancio. Lo que vi confirmó lo que ya había notado mientras subía al despegue: las nubes crecían y el cielo se oscurecía cada minuto.
Miré a Cody con mi rostro sudoroso con una expresión de esperanza y conflicto. “Amigo, no hay tanto viento... pero está de cola. ¿Quieres intentar meternos en el sotavento y ver si nos escapamos?” Las palabras era más una afirmación que una pregunta. Hice un esfuerzo para que Cody no escuchara la duda en mi voz.
Indudablemente, la semana anterior por estas montañas con tanto equipo, comida y combustible había agudizado nuestro deseo de cubrir distancia volando. Ya me había acostumbrado y era cada vez más fácil desempacar y reempacar rápidamente las provisiones para tres semanas dentro del arnés, pero cuando cargaba los más de 22kg y veía el terreno empinado y rocoso, el instante se sentía comprometedor.
Cuando mi carrera se convirtió en vuelo, me alivió ver que Cody, a mi izquierda, había despegado. Después de un par de golpes breves del rotos, empecé a volar a más de 50km/h. Respiré hondo y me relajé, sentía el viento fresco en el rostro y más que nada, me sentía aliviado a medida que el relieve pasaba rápidamente.
Esperábamos saltar algunas caras enfrentadas al viento y avanzar por el corredor estrecho del río, pero la tormenta inminente no alcanzaba y era imposible de ignorar. Este último vuelo del día fue más que una caminata y un planeo, pero mis pies y piernas mojadas me lo agradecieron cuando aterrizamos en un claro húmedo, lleno de musgo, junto a un río caudaloso, rodeado de sauces de 2,5m. No importaba porque era terreno que no tendríamos que recorrer a pie.
Rápidamente, sacamos la ropa impermeable porque el aire rápidamente se tornó frío y húmedo. Los truenos y rayos hacía literalmente que el cielo se cayera a pedazos. La lluvia torrencial y el frente de ráfaga sorprendentemente fuerte nos empujaba mientras nos tropezábamos por el monte denso. Las ramas mojadas nos daban latigazos en la cara y se enganchaban en las mochilas mientras intentábamos abrirnos paso.
Rápidamente, nos dimos cuenta que la única parte fácil era un sendero trazado por alces, caribú y obviamente, osos pardos. Digo obviamente porque había huellas frescas de osos pardos, con agujeros profundos de las garras. Debo admitir que estaba un poco nervioso mientras zigzagueábamos por las ramas desnudas y húmedas, gritando con el ruido del río de fondo, el viento y la lluvia torrencial, con esperanza de que la próxima vez que pasáramos debajo de una rama o después de una curva no nos encontráramos en conflicto con la nariz enorme y húmeda de un oso pardo. La intensidad de los rayos y los truenos instantáneos solo se sumaban a lo “salvaje” de nuestra situación.
Queríamos salir de esa trampa, así que apenas vimos una salida empinada en una orilla, nos escalamos por los matorrales. El terreno abierto sobre el río ya era mejor mientras continuamos caminando de lado hacia una meseta ancha. Destruidos por el esfuerzo de ese día, decidimos armar campamento. Básicamente, estábamos agotados y necesitábamos comida.
Justo cuando dejó de llover, sacamos todo de las mochilas, nuevamente, sobre el piso mojado. La tormenta había pasado igual de rápido que había llegado y cuando salió el sol, sus rayos cálidos iluminaron nuestros cuerpos fríos y cansados. El cambio de temperatura de 2ºC a 20ºC fue drástico.
Mientras armaba la carpa, oí el conocido ladrido de un perro, pero mientras buscaba confundido pensando cómo podría haber una mascota tan adentro en la montaña, ¡vi a un lobo gris y negro que me miraba a 200m desde la ladera opuesta! El lobo solitario ayudó saludando y no pude evitar responder con otro aullido.
Durante la siguiente hora, mientras armamos campamento, seguía aullándole a esta mascota perfecta para este lugar tan remoto. Cuando finalmente subió a lo alto de la colina, vi el reloj con los ojos entrecerrados por la luz: era casi medianoche y había pasado otro día más en la cordillera de Brooks.
La idea de intentar caminar y volar parapente sobre el círculo polar ártico en el norte de Alaska surgió en un lugar. Desde que era niño, tenía curiosidad por la aventura y la oportunidad de explorar, rasgos difíciles de encontrar a esta edad.
Cautivados con historias de Scott y Amundsen y las primeras expediciones al Himalaya hicieron que ansiara ese tipo de cosas desconocidas. No sabíamos mucho si era posible usar un parapente para viajar por la cordillera de Brooks oriental, pero la combinación de 24 horas de luz, la ausencia de carreteras y senderos, el clima feroz del mar de Bering y el océano Ártico y, desde luego, la fauna silvestre legendaria: osos pardos, lobos, caribú y el ave típica del estado de Alaska, el mosquito, hacían que me emocionara y me pusiera
54nervioso al mismo tiempo. Principalmente ya que el Refugio Nacional Ártico de Fauna Silvestre (ANWR, por sus siglas en inglés) es el refugio silvestre más grande e intacto en América del Norte y atravesarlo representaría 76 millones de metros cuadrados sin infraestructura, la aventura estaba bastante garantizada.
Al principio, había pensado hacer esta misión en solitario, pero la seguridad y el deseo de compartir la aventura con un buen amigo hicieron que buscar un compañero fuera una buena decisión. Cuando empecé a planificar, quién sería ese compañero parecía la decisión más importante. El compañero perfecto para un viaje como este sería alguien que no solo fuera un buen piloto y tuviera algo de experiencia en montaña, sino quizás, aun más crucial, alguien que pudiera mantenerse positivo y que tuviera la fortaleza mental para asumir un cada tarea un paso a la vez. Además, estar de acuerdo en mantenerse juntos en un lugar tan enorme y remoto era importante. No había equipo de rescate, ni equipo de producción, ni helicóptero. Si no podíamos depender uno del otro, simplemente no funcionaría.
Un vuelo vivac remoto obliga a un “equipo” a volar hasta que el primero aterrice, a caminar hasta donde pueda el que está más cansado y tenía que saber si mi compañero de viaje se comprometería a seguir esta regla de solidaridad. Cody Tuttle estaba de primero en la lista y de hecho, fue perfecto.
Algo importante para mí es el estilo. Creo que intentar hacer “lo máximo con lo mínimo”, sin importar el resultado es un buen estilo. “La vida cotidiana” puede sentirse llena de esterilidad y seguridad y es raro irse a un lugar remoto con total incertidumbre; con una sensación de que el mundo que nos rodea es como es, y no como queremos.
Cuando Cody aceptó acompañarme, decidimos que era más importante “la experiencia” que cumplir una meta con números. Así que, nuestras “metas” se simplificaron: ir lo más lejos posible en el tiempo que teníamos, con el menor apoyo posible y aprender y reírnos con la esperanza de que terminaríamos siendo mejores amigos que cuando comenzamos.
Nos comprometimos a ser un equipo autosuficiente, pero a medida de que la logística se concentró más nos dimos cuenta que las mochilas, llenas con lo necesario, serían inmanejables con más de 9 o 10 días de comida y combustible. Así que, si íbamos a ser eficientes en una zona tan remota, necesitaríamos que nos trajeran comida. Llamé a un amigo, el piloto legendario Kenny McDonald que nos ayudó a contactar a otro piloto, Jonny Olsen para que trajera nueve días más de comida y combustible cuando se nos acabaran. Al final del viaje, Kenny haría lo posible para encontrarnos en un lugar adecuado para aterrizar en lo profundo de la cordillera para sacarnos de la montaña. No había nada garantizado, pero es exactamente lo que buscábamos.
Para empezar el viaje a las montañas, nos llevaron al norte desde Fairbanks por la famosa autopista Dalton. Esta autopista es la única forma de transportar suministros y corta la cordillera de Brooks de 1100km en dos y permite el acceso a los campos petroleros en el lado norte así como a algunas comunidades.
Por servir de frontera occidental del ANWR, era el punto de partida perfecto para nuestra expedición. Unas ocho horas después de haber salido de Fairbanks, bajamos del camión justo al norte del paso Atigun y caminamos hacia la montaña. Solo había kilómetros interminables de terreno salvaje que nos emocionaban después de tantas semanas de planificación. Para ambos, empezar finalmente era un alivio. Lamentablemente, como íbamos al este y había viento fuerte del este, ese primer día lo único que hicimos fue acostumbrarnos a caminar con las mochilas pesadas por la tundra y el tusoc.
El tusoc es una superficie interesante para caminar con mochilas grandes. De hecho, si pudiera escoger entre que me golpearan en las canillas o caminar por tusoc húmedo de 30cm de profundidad, preferiría los golpes. Lo que parece hierba plana y una caminata fácil es en realidad como caminar por una esponja de cocina densa con montones de hierba del tamaño de una pelota de fútbol. Y la mejor parte es que cada paso te deja tratando de mantener el equilibrio de un montón al otro o hasta los tobillos en una ciénaga. También era el ambiente perfecto para mosquitos, que comimos e inhalamos a montón. A mis amigos británicos les habría encantado. Un flagelo.
El segundo día, finalmente llegamos a un buen despegue y las condiciones eran razonables. Estaba estable, pero luego de despegar entre torres de piedras parecía que teníamos suficiente planeo para cruzar un valle ancho. Era ideal porque del otro lado del valle había un río ancho y trenzado imposible de cruzar a pie. De hecho, de una forma u otra este sería un tema el resto del viaje. Aunque caminar era difícil, fueron los enormes ríos los que representaron los mayores retos porque muchos era simplemente demasiado rápidos y hondos para cruzarlos con mochilas grandes.
Obviamente queríamos cruzar los ríos volando, pero cuando las nubes estaban por el suelo y llovía a cántaros, tuvimos que encontrar formas creativas para cruzar. Generalmente, las opciones eran desviarnos de la ruta o esperar hasta que fuera posible volar. Una vez, caminamos por una ribera con alces y caribú hasta que encontramos un despeñadero de 65m enfrentado al viento. Nuevamente, las condiciones pasaron de soleadas y 21ºC a lluvia y 0ºC, por lo que el río estaba demasiado crecido para cruzarlo. El planeo parecía posible si todo salía perfectamente. ¡Creo que nunca había estado tan contento después de un vuelo de cinco segundos! Aterrizar corto con el peso del arnés y del ala dentro de un río de esa magnitud habría sido nada deseable.
Una vez que encontramos el ritmo, empezamos a hacer vuelos todos los días que reducían los kilómetros que nos separaban de las partes más profundas del ANWR. Algunos días, aterrizábamos más pronto de lo que queríamos pero, con varias caminatas y vuelos empezamos a conectar lugares en el mapa que soñábamos ver desde hace meses. En un vuelo, logramos girar térmicas sobre varios picos enormes y cruzar dos valles anchos y cruciales. A esto le siguió acampar altos en un collado con un riachuelo idílico y transparente junto a las carpas. Aunque estábamos un poco molestos por haber tenido que subir a pie por una ladera larga en vez de haber aterrizado más alto, el campamento épico y el clima que mejoraba alimentó la esperanza para el día siguiente.
La mañana siguiente, una caminata corta nos llevó hasta el que resultó ser un despegue perfecto. Nos impresionó la belleza del paisaje. Los restos de una capa de hielo perenne bordeaba uno de los imponentes ríos de la cordillera de Brooks y el contraste de la piedra, el cielo azul y el blanco contra el verde vivo parecía una pintura o una postal. Preparar los equipos con música de teléfono de Cody y los cúmulos que empezaban a formarse alimentó las ganas de volar. Despegamos juntos y luego de varias sacadas del piso (muy tensas), mejoró el día.
Volamos de una cresta a la otra, por encima de los picos girando estabilo con estabilo, gritando de alegría. Cuando conectamos con una convergencia que nos permitió cubrir varios kilómetros sin girar, supe que era un día especial. Finalmente, encontrábamos buenas térmicas de 4m/s hasta la base y fue cuando supe que era posible lograr lo que vinimos a hacer.
No fue el vuelo más largo para ninguno de los dos, pero la vista de un océano interminable de montañas en todas las direcciones y la vastedad de un lugar virgen hicieron que ese vuelo fuera uno de los más inolvidables de mi vida.
Cuando aterrizábamos al final de un valle remoto y ventoso, sentía que entendíamos el objetivo de nuestro viaje. La distancia no importaba. La meta de volar lejos o “llegar” allí o allá simplemente no importaba. Habíamos sobrepasado las expectativas, las ambiciones que representaban los números, la “próxima semana” o la “semana pasada”. Me sentí conectado completamente con estar en tiempo presente y fue ahí donde quería estar; saturado por la experiencia. Miraba a Cody y asentaba con una sonrisa. No decía nada, pero yo sabía que entendía. Nos faltaba mucho por recorrer y cada paso era uno que ansiaba, pasara lo que pasara. Esta era la esencia de nuestro viaje, mi “por qué”. Mientras me colocaba la mochila para caminar hacia el despegue siguiente, sentía que tenía la mejor de las vidas.
El último día, esperábamos cruzar otro río enorme en vuelo, pero la tormenta seguía. Sin combustible y con un solo paquete de avena, desarmamos campamento bajo la lluvia y caminamos para cruzar el río caudaloso a pie. Empapados y congelados, pudimos cruzar al otro lado y, con mucho esfuerzo, logramos hacer una fogata con leña húmeda.
Mientras comíamos lo último que nos quedaba y bebíamos café junto al campamento en una pista vieja y casi abandonada parecía un lujo. A las 11:30pm, Kenny nos envió un mensaje por el InReach diciendo que venía en camino y justo antes de las 3:30am, oímos el zumbido revelador del SuperCub que venía a llevarnos de regreso al ajetreo de la “vida normal”.
Mientras nos alejábamos de esas montañas esa mañana, pude sentir lo enorme de la experiencia. Más que nada, me dio esperanza ver más naturaleza interminable, silvestre y virgen por la ventanilla de ese avión. Y la esperanza es lo que alimenta la inspiración.
Es difícil terminar esta historia. Durante ese vuelo, Cody y yo hablamos emocionados acerca de regresar por más. Sus ojos brillaban más que cuando llegamos a las montañas el primer día. Pasó casi un mes desde que regresamos y hace unos fatídicos días, en la poderosa Sierra Nevada de California, el patio de Cody, estaba volando cuando una decisión lo llevó a hacerse daño. He perdido amigos anteriormente - demasiados - pero el agujero que dejó Cody en este mundo solo lo puede llenar la luz con la que vivió. Desearía con toda mi alma que hubiera sobrevivido, pero estoy seguro de algo y es que cuando regrese a la cordillera de Brooks y a esas montañas increíblemente salvajes - montañas que tanto nos enseñaron - Cody estará conmigo en cada paso mojado y en cada kilómetro que vuele.
instagram.com/jeffreyshapiro
LA CORDILLERA DE BROOKS
La remota cordillera de Brooks se alza hasta 2700m y por 1100km a lo largo del extremo superior de Alaska hacia la región de Yukon en Canadá. Jeff no compartió la ruta, trazas ni las distancias del viaje con Cody al propósito. “La finalidad de este viaje era la aventura y no la distancia. Revelar todo lo que aprendimos sería robarle a alguien la oportunidad de descifrarlo por sí mismo con su propia perspectiva”.