12 minute read
Expreso Karakórum
46EXPRESO KARAKÓRUM
Advertisement
Antoine Girard y Damien Lacaze llevaron nuevamente el parapente a un nuevo nivel el verano pasado al combinar el vuelo vivac con alta montaña y vuelo excepcional de distancia para completar un viaje de 1.500km por el Karakórum. Por Damien Lacaze
Mediodía, 24 de julio de 2018, 6.500m. Hemos pasado 30 horas dentro de la carpa por mal clima, esperando pacientemente sobre la meseta que se extiende debajo de la cumbre del Spantik (7.027m) que intentamos ascender el día antes. No nos hemos movido desde que armamos campamento apresuradamente en plena tormenta y estamos atontados por los síntomas del MAM (mal agudo de montaña).
Sabemos que tenemos que bajar rápido, sobretodo Antoine, que está peor que yo. Apenas puede pararse y ha dormido 25 de las 30 horas que llevamos aquí. Acostado sobre el ala, mientras escucho la nieve que golpea la tienda y dejo que mi mente desvaríe. El tiempo no importa y revivo el sueño que empezó 20 días antes.
El proyecto
Fuimos a Pakistán para combinar el vuelo vivac con el montañismo en un proyecto ambicioso: salir de Skardu en el Karakórum para hacer vivac por el macizo hacia el oeste y regresar hacia el noreste con una parada en Karimabad luego de 1000km.
Luego intentaríamos subir el Spantik de 7.000m con una técnica rápida de acercamiento y descenso en parapente. Por último, la vuelta terminaría en Skardu. Serían 1.500km de vuelo vivac por el glaciar Baltoro y sus famosas cumbres de 8.000m.
Para nosotros, el vuelo vivac es el parapente en su expresión más pura y comprometida. Combina montañas inmensas como las de Pakistán (Karakórum, Hindu Kush e Himalaya) con servicios de rescate inexistentes en caso de accidente y tendrás la mezcla perfecta para poner a prueba tu mente, resistencia y voluntad de salir de tu zona de confort.
El inicio
Skardu, 7 de julio. El inicio del viaje fue difícil. Llevamos quince días de comida y seis litros de agua. Las mochilas pesan 37kg espantosos. Tardamos dos días para llegar al primer despegue a 4.100m.
Lo que siguió podría resumirse en una frase y algunos adjetivos. Así de fácil estuvo: ¡vuelos y acampadas impresionantes, montañas enormes, encuentros locos y techos increíbles!
¿Quieres que te cuente? ¿En serio? Vamos, ¡te voy a contar todo! El cielo se alineó con nosotros desde el primer día. Todavía no nos habíamos aclimatado, así que nos asustamos un poco cuando vimos que las nubes se formaban por encima de 6.000m.
La primera térmica nos catapultó a 6.200m, estábamos sin aliento. Era imposible hablar con normalidad y teníamos que respirar entre cada palabra. Pero estábamos tan emocionados por el día que no íbamos a desperdiciarlo.
Fuimos rumbo al oeste en una masa de aire que ardía llena de cúmulos perfectos. A lo lejos, se alzaba una masa enorme entre las nubes: el Nanga Parbat (8.126m). Estaba a 80km pero ya nos llamaba. Nos sirvió de brújula y nos impresionaba. Seguimos volando hacia el oeste. Nuestro faro, el Nanga, se hacía cada vez más grande y nos abrumaba. Nunca había sentido nada igual. Estaba a 40km, pero está tan aislado de otras montañas altas que es lo único que se ve. Nos sentimos patéticos y tontos con nuestros trapos.
Ese primer vuelo derribó muchos prejuicios... Sí, se puede volar parapente muy por encima del rango de peso. Sí, se puede subir a 10m/s sin tener miedo. Sí, se puede subir a 6.200m el primer día sin morir (pero te dará dolor de cabeza). Sí, se puede rasgar las faldas de un monstruo como el Nanga Parbat después de haber volado 100km, remontar por sus seracs y saludar a las carpas de colores del campo base 2.000m más abajo, y por último, seguir volando 50km, cruzar el inmenso valle Indus y aterrizar en un paso paradisíaco a 4.300m con agua, vacas y una vista del Nanga Parbat al atardecer que provocaba morirse.
Y agrego algo en nombre de Antoine: Sí, te puedes romper el ligamento del tobillo en el primer aterrizaje ¡y añadirle un poco de emoción al resto de la aventura! Porque, sin duda, para él era inconcebible abandonar esta aventura que había empezado tan bien. “Bastará con no caminar”, es lo que dijo. ¡Por suerte, ya habíamos planeado no caminar tanto!
Las cosas siguieron bien de ahí en adelante. Transcurrieron los días y los techos y térmicas seguían siendo impresionantes, pero ya no nos desmayábamos cuando veíamos un 6 o un 7 en el campo de altura o cuando el vario mostraba velocidades verticales de dos dígitos.
Nuestra procesión al oeste terminó cerca de Booni, a 40km de la frontera afgana luego de haber atravesado macizos salvajes, todos diferentes. Había montañas sin vegetación, otras llenas de bloques de granitos del tamaño de autobuses, sin despegues.
También había otros, de apariencia más alpina: verdes, con lagos impresionantes de altura, vida en el fondo del valle, riachuelos bucólicos o torrentes desbocados. Y finalmente, las montañas del Himalaya: altas, frías, áridas, donde nadie había estado antes.
Seguimos en nuestro vivac y establecimos una rutina tranquila. Cada tarde, a eso de las 4:30pm, empezábamos a buscar una cresta o un paso bien orientado para aterrizar y despegar al día siguiente. Nos despertábamos al salir el sol, cargábamos los instrumentos con los paneles solares, recogíamos agua y esperábamos las térmicas. A veces, nos acompañaban pastores, nos tomaban fotos y nos veían despegar asombrados. A veces, un glaciar venía a interrumpir nuestra rutina y nos sorprendía con viento catabático. Pudimos disfrutar de una licuadora y de volar en retroceso en condiciones nada agradables. Algunos glaciares tienen su propio clima y debo decir que no son apropiados para volar.
7.961m
Los días siguieron mejorando. Los altímetros gritaban con cifras de casi 7.300m hasta el 16 de julio. Ese día, sabíamos que se acababa la primera parte de la aventura y nos faltaban unos 250km para llegar a Karimabad.
Cuando despegamos a las 10am, vimos que el día estaba excelente. Las térmicas estaban más fuerte que nunca, el techo estaba a unos 6.600m en la mañana. Los varios no dejaban de pitar, primero a 11m/s hasta llegar a las barbas de una nube por encima de 7.500m. Después, al final de una transición, nos tragó un monstruo. La térmica era increíblemente amplia. Cuando encontramos el núcleo, el chillido de los varios se mezclaba con nuestros gritos en unísono para quien nos escuchara que nos estábamos divirtiendo como nunca en medio del Karakórum, en un ascensor impresionante de +13m/s que no parecía detenerse. Si nos hubiera dicho que nos llevaría a la luna, no me habría negado.
No exagero cuando digo la luna. Cuando salimos de ese misil, a 50m de las barbas, no sabíamos pero fuimos la segunda y tercera persona en volar más alto en parapente (Antoine fue el primero, a 8.157m en 2016 sobre el Broad Peak). Esa noche, mientras revivíamos ese vuelo irreal de 170km, no pudimos resistirnos y vimos el registro del vuelo. Nos quedamos mudos con el veredicto: Altura GPS: 7.961m. Explotamos de alegría esa noche, en un glaciar a 6.100m. ¡Hubiéramos girado un poco más!
Spantik, 7.024m
Descansamos unos días en Karimabad. Salimos al Spantik (7.024m) con la primera ventana de buen clima. Estábamos en modo ultraligero. Llevamos las alas de cross, arneses de montaña sin paracaídas, equipo de montañismo y tres días de comida.
Créeme cuando te digo que esos 40km hasta la meseta donde pensamos aterrizar nos pusieron a sudar frío. Pero era impresionante estar ahí, a 6.200m frente al Spantic, el Golden Peak, luego de dos horas de vuelo cuando generalmente se llega en dos semanas a pie. Luego de girar dentro de una nube para subir los 100m que necesitábamos, nos estrellamos en nieve suave en la meseta a 6.300m. Luego de un momento de euforia, empezamos a caminar. Solo teníamos que encontrar un lugar para acampar, pasar la noche y escalar los 700m hasta la cumbre, donde esperábamos despegar.
Acampamos a 6.500m. Cuando nos despertamos a las 3am, el clima había cambiado: estaba nevando, había viento fuerte... ¡mierda! Salimos a la cumbre de todas formas y avanzábamos a un ritmo impensable, incluso a esa altura. No íbamos ni a 100m por hora. El clima seguía empeorando, al igual que nuestra salud. El ascenso no era tan técnico, pero era difícil por la nieve profunda y con capas. Antoine estaba muy mal; hacía una hora que no pasaba adelante para abrir camino.
Cuando estábamos a 6.900m, nos detuvimos. Eran las 7am. Estábamos en medio de una tormenta y nos dimos la vuelta a 100m de la cumbre. Regresamos a la meseta en un estado deplorable, armamos campamento lo más rápido posible y colapsamos. Esperamos 30 horas en medio de niebla, nieve y viento.
Antoine estaba cada vez peor; dormía todo el tiempo. Teníamos que volar. Sabíamos que no podríamos regresar a pie por la cara por la que vinimos. Se hizo de noche nuevamente y no teníamos sacos de dormir, pero sirvieron las alas.
Al día siguiente, unas ráfagas diferentes a las habituales me sacaron de mis pensamientos. Había cambiado el viento, y a pesar de la nieve y la niebla había esperanza de despegar. Preferíamos despegar entre la niebla que quedarnos y morir.
Recogimos campamento, y luego de varios intentos, salimos de ese lugar miserable y volamos dentro de la nube. Salimos 5km después gracias a los GPS, aliviados de haber escapado de esa pesadilla.
Luego siguió un planeo largo de casi 40km y de 4.000m de desnivel que nos llevó hasta el pueblo más cercano y nos permitió ahorrarnos otra semana de camino entre glaciares tortuosos. El parapente es una herramienta impresionante que nos permite romper las barreras de nuestra mente.
Regresamos a Karimabad a descansar.
Para cerrar
Fue el 2 de agosto que intentamos cerrar la ruta. Para el siguiente vuelo, necesitábamos techos de 6.500m para “saltar” sobre la meseta del Spantik, donde habíamos estado la semana anterior y seguir hacia el sureste hacia el glaciar Baltoro, el K2 y el Broad Peak.
Recuerdo que la emoción hizo que se me hiciera un nudo en la garganta del miedo. Buscaba nuestras huellas, borradas por la tormenta, y encontraba grietas y seracs.
El techo nos permitió volar hasta la otra cara del Spantik, seguir la cresta de la ruta normal y pasar por encima de montañistas que caminaban por nieve profunda. Estábamos emocionados y aliviados de dejar atrás el Spantik, la parte más difícil del vuelo. Luego, le siguió algo aún más salvaje. Volamos 30km por un glaciar, pasamos sobre un macizo a 6.000m, giramos a la izquierda y ¡voilà! Aterrizamos en una ladera a 5.200m sobre el pueblo de Askole, a la entrada del glaciar Baltoro luego de 130km.
¡Ahí estábamos! ¡Al final de nuestra expedición! Tratando de volar por encima de los ochomiles del Baltoro, las Trango Towers, intentando hacer en un vuelo lo que requiere 15 días a pie. ¡Lo habíamos soñado durante un año!
El glaciar Baltoro tiene 60km de largo, y el último pueblo, Askole, queda a ocho días a pie del campo base del Broad Peak (8.047m). No podíamos aterrizar. Primero porque Antoine no podía caminar, pero también porque está prohibido sobrevolar la zona de Baltoro sin permiso.
Llegó la noche y al día siguiente, las térmicas llegaron puntuales. No había marcha atrás. ¡Hagamos el vuelo de nuestras vidas!
El día estaba hermoso, había cúmulos por todos lados. Avanzábamos bien. Volamos sobre el glaciar Biafo y fuimos directo adonde queríamos. Lograba ver la morrena y el principio del Baltoro. La cumbre del Masherbrum (7.821m) marcaba la pauta: ¡qué alto es!
Volar a este glaciar es lógico, casi como dicen los libros. Caras sur hermosas durante 40km con transiciones relativamente cortas entre ellas. Pero estas “hermosas” caras sur son las Trango Towers, el pico Paiju y la Muztagh Tower entre muchas otras cumbres sobre los 6.000m y entre tantos nombres que retumban en la cabeza de los montañistas como en la mía, cual mitos inaccesibles. A eso, súmale un valle lleno de hielo y piedras del tamaño de autobuses hasta el infinito y entenderás que la “aerología” de librito se convierte en una tortura.
Estábamos comprometidos. Cada transición nos alejaba de “la salida”. Teníamos que regresar volando por donde vinimos para cumplir con nuestro itinerario. Finalmente estábamos sobre el último relieve antes del Broad Peak, sobre Concordia, la famosa convergencia entre dos glaciares imponentes en el corazón del Karakórum rodeados de ochomiles. Lográbamos ver campamentos base al pie de las montañas, diminutos. El techo no llegaba a 6.500m, muy bajo como para volar al Broad Peak y regresar. Decidimos, sabiamente, darnos la vuelta e intentar al día siguiente.
Broad Peak
Encontramos donde acampar a 4.700m a la entrada del glaciar. Al día siguiente, las condiciones estaban diferentes: mucho más secas y estables. Nos empujaba un viento suroeste marcado. Sabíamos que sería difícil salir del glaciar porque tendríamos que volar viento en contra. Pero nuevamente, volamos las mismas cumbres.
Aunque estaba menos intimidado porque conocía la ruta, este segundo vuelo sobre el Baltoro fue mentalmente más exigente. En realidad, sabía las dificultades, el compromiso, que estaba prohibido aterrizar y que el vuelo de regreso sería complicado. Con todo eso en mente, me obligué a comprometerme.
Estábamos nuevamente en Concordia y se estaba formando una nube sobre el Broad Peak, a más de 7.000m. Estaba decidido, ¡iríamos! Cruzar el Concordia, con el K2 (8.611m), la segunda montaña más alta del mundo a la izquierda, y el Gasherbrum 4 (7.925m) a la derecha fue un gran momento. Subimos por la hermosa cresta sur del Broad Peak con térmicas horribles, rotas por el viento suroeste que seguía estando fuerte.
El día no estaba excepcional y había demasiado viento. Pero con paciencia, logramos llegar a la nube a las barbas a 7.700m. El viento rompía todo en altura. Eran las 3:30pm, hora de regresar. El vuelo de regreso estuvo largo, las laderas dan al sureste y si nos tardábamos demasiado no saldríamos del glaciar.
Luchamos en cada térmica mientras esperábamos pacientemente por los ciclos; lo importante era no aterrizar. Finalmente logramos salir del glaciar, con un planeo de 6:1 hacia el campamento del día anterior. Pensamos que sería fácil, pero de repente nos encontramos en medio de una descendente y bajamos de un lado de la montaña.
No tuvimos mucho tiempo para pensar porque estaba prohibido aterrizar en el valle. Encontramos una ladera empinada donde nos “estrellamos” a 3.500m. Era la última ladera aterrizable, luego había solo barrancos y piedras hasta el fondo. ¡Ufff!
Disfrutamos la última noche bajo las estrellas que se veían más cerca por el aire limpio de altura. El vuelo de regreso a Skardu fue solo una formalidad a pesar del paso de 5.700m que tuvimos que cruzar, porque solo teníamos una oportunidad ya que el clima empeoraría al día siguiente.
Pakistán nos regaló condiciones extraordinarias al principio del viaje. No se puede tener todo. Habría sido demasiado fácil volar a 8.000m sobre el Broad Peak el mismo viaje. Hay que merecerlo. Algunos pilotos han venido durante diez años sin subir a más de 7.700m.
Estamos contentos de haber girado en las laderas de este gigante y haber llegado a tanta altura luego de un vivac nunca antes hecho. ¡Tendremos que regresar para volar sobre la cumbre!
¡ADVERTENCIA!
Volar sobre el glaciar Baltoro sin permiso está completamente prohibido. Es una zona militar pakistaní cerca de la frontera con China e India. Se encuentra bajo vigilancia y el ejército no bromea en cuanto a permisos. Lo mismo aplica en varias zonas de Pakistán. Infórmate bien antes de volar en Pakistán y las montañas del Karakórum.
Antoine Girard
Rompió el récord de altura a 8.000m en el Broad Peak en 2016 durante un viaje vivac de 1.200km. Ha terminado de 3ro y de 4to en los Red Bull X-Alps de 2013 y 2015 y es un montañista experimentado, además de maestro. Vive en Valence, en los Alpes del Sur.
Damien Lacaze
Este instructor de parapente, montañista y escalador trabaja de electricista. En 2017, fue asistente de Benoit Outters en los X-Alps, cuando terminó de segundo. Estuvo en el equipo francés durante cinco años y ha competido en la PWC, ganó la Bornes to Fly (2017) y cruzó el Atlas en vivac.