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Travesía isleña con estilo
Travesía isleña con estilo
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Jeff Hamann se levanta de la hamaca y sale de...
Lo lamento mucho, pero la locura del vuelo vivac no es para mí. La idea de despegar con mucho peso para poder volar a un lugar remoto y dormir en el suelo no es nada atractiva para este cuerpo desgastado. Pero aterrizar en una playa de arena blanca frente a un buen hotel y llevar solamente la tarjeta de crédito y el cepillo de dientes es más mi estilo. O meter la máscara y el esnórkel dentro del arnés para explorar el arrecife de coral en una isla remota mientras llega el bote de seguimiento: perfecto. Paul Anderson, Mo Sheldon y yo hicimos ambas cosas en las Bahamas hace poco. Fuimos hasta mi velero, el Gloriamaris, en Long Island y volamos de isla en isla por los Cayos de Exuma hasta Nassau en trece días. Fue idílico. Como el Gloriamaris navega a apenas 7 nudos, tuvimos que volar con calma y disfrutar del paisaje, pero aun así recorrimos 900km.
Tres días antes de salir, estuve a punto de cancelar el viaje. Luego de un mes de clima casi perfecto, había más de 30km/h de viento en Long Island y se estaba formando un huracán en el sur del Caribe. Pero estaba listo para descansar del trabajo sin importar que fuera ir a encerrarme dentro de un hotel varios días.
Fletamos un Cessna 402 para que llevara todo nuestros equipos desde Fort Lauderdale en Estados Unidos hasta el aeropuerto de Deadman en Long Island. Entre los tres, llevábamos más de 250kg en equipos, incluyendo aceite de motor y baterías de litio, que no están permitidas en aviones comerciales.
A pesar de la garantía de que los paramotores iban a estar bienvenidos a las Bahamas, la agente aduanal en Great Exuma nos trató como si fuéramos contrabandistas. Nos pidió que descargáramos el avión y que hiciéramos una lista detallada de lo que llevábamos para que pudiera estimar cuánto tendríamos que pagar de impuesto. Empezamos a desempacar y hacer la lista. Cuando se hizo obvio que tardaríamos horas, se calmó un poco. Al final, nos obligaron a dejar un depósito de $1.000 que nos devolverían siempre y cuando saliéramos del país con todo el equipo.
Finalmente llegamos al aeropuerto de Deadman al final de tarde donde nos recibió el capitán Charlie y su primer oficial/cocinera Karen. Necesitamos dos vehículos para llevar nuestro equipo hasta la marina en Clarence Town, donde descargamos todo en el muelle y armamos los paramotores a la sombra. Todavía había 30km/h de viento, pero al igual que siempre, tenía ganas de volar. Pude inflar un NRG de 20m 2 en una playa sin gran problema, así que hice el primero de varios vuelos no tan ideales del viaje. El viento fuerte y las nubes de tormenta nos amenazaron las siguientes dos semanas, pero no dejamos que nos impidieran volar.
Nos reímos de los carteles que decían “Tiburones peligrosos” en la marina hasta que vimos un tiburón toro de dos metros en la estación de limpieza de pescado a final de tarde. Había tiburones nodriza nadando entre los pilones al atardecer y tarpones inmensos peleaban por restos de comida de noche. Al día siguiente, nos mudamos a otro cayo para poder nadar sin riesgo.
Cangrejo al vapor y vino
En el primer vuelo largo que había planificado no había lugar para que atracara el Gloriamaris, pero había un hotel. El bote tendría que navegar 65km más al sotavento de Long Island, donde los rotores y las playas diminutas harían que fuera difícil aterrizar. Así que Mo y yo metimos unas cosas en los arneses y nos fuimos rumbo al Hotel Stella Maris mientras que el Gloriamaris hacía el arduo viaje alrededor de cabo Santa María.
La costa a barlovento de las Bahamas varía entre playas hermosas de arena de coral y piedra caliza kárstica espantosa. Las redes azules enredadas en las piedras afiladas nos ayudaron a imaginar cómo se verían las alas si teníamos que hacer un aterrizaje forzoso. Intentamos no pensar cómo se verían nuestras extremidades. Muchas playas no tenían accesos claros por tierra y habría que llegarles en bote con el mar más tranquilo.
Las cuevas de piedra caliza colapsada creaban agujeros azules profundos en el mar llano en la costa. Tierra adentro, las dolinas estaban llenas de agua salobre y camarones rojos.
A medida que avanzamos al norte, vimos cómo unas nubes dispersas se fusionaron en una tormenta inmensa que se atravesaba en el camino. Finalmente, decidimos aterrizar y esperar que pasara. Se podía ver lluvia torrencial a lo lejos, pero solo sentimos viento fuerte mientras se movía hacia el oeste. Luego de apenas media hora, pudimos seguir hacia una playa pequeña frente al Hotel Stella Maris. Caminamos al bar sobre los acantilados para beber algo mientras observábamos otra tormenta que se acercaba por el este.
Fue un alivio estar bien resguardados mientras la lluvia torrencial y el viento azotaban la isla. Contactamos al Gloriamaris por radio mientras subían por la costa. Paul estaba tan desesperado por volver a tierra “firme”, que una vez que estaba cerca el bote, insistió en nadar en mar picado hasta la playa frente al hotel. Mo y yo aguantamos la respiración hasta que llegó bien a la orilla.
Un purista del vuelo vivac habría pasado una noche espantosa mojado y luchando contra los mosquitos comiendo carne seca. Nosotros, campistas de lujo, disfrutamos de un cangrejo al vapor y estofado de mero con vino frío para luego pasar la noche en una habitación con aire acondicionado y una cama suave y seca. Imbatible.
Blanco como el azúcar
La hélice de Mo se desbarató en vuelo al día siguiente. Afortunadamente, sucedió en un lugar donde podía aterrizar en una playa amplia. Lamentablemente, hubo que alquilar un auto, caminar más de un kilómetro bajo el sol y casi medio día para encontrarlo, pero pudo ser peor.
La pierna más larga sobre agua fue de unos 20km. Colocamos al Gloriamaris a mitad de camino antes de salir de Long Island a 1.000m. No lográbamos ver ni el bote ni nuestro destino cuando dejamos Long Island atrás. Llevaba un chaleco salvavidas y un Power Float en el paramotor. Mo me ganó y llevaba un bote salvavidas pequeño. No nos tranquilizamos hasta que logramos distinguir nuestro refugio flotante diminuto en el que parecía un mar llano interminable y no empezamos a disfrutar el vuelo hasta que vimos Sandy Cay.
Aterrizamos en Pigeon Cay más de dos horas antes de que el Gloriamaris anclara en el sotavento. Mo jugó con los lagartos mansos que venían a ver nuestros equipos y yo me fui a hacer esnórkel por el arrecife. El agua estaba a 30ºC, perfecta, y la visibilidad era de 15m. La isla tenía una playa de arena blanca como el azúcar que era perfecta para hacer inflados incluso con marea alta. Casi un paraíso.
Nos cansamos de volar, nadar y hacer inflados. Mientras hacíamos un último vuelo al atardecer, el capitán Charlie y la chef Karen preparaban concha, langosta y pescado fresco. Regresamos al velero en el bote inflable justo cuando empezaron los mosquitos. Descorchamos una segunda botella de vino mientras veíamos las fotos e hablábamos del día. ¿Alguien quiere hacer vuelo vivac?
Hora de comer
Mis preocupaciones por las previsiones meteorológicas a largo plazo resultaban mejor de lo pronosticado. El huracán Beryl se redujo a una tormenta tropical luego de pasar por La Española
al sur y en vez de tomar fuerza, se desintegró en tormentas desorganizadas mientras pasaba lentamente por las Exumas. Fue la responsable del viento fuerte y las tormentas que tuvimos, pero aún así logramos volar al menos un día. Mientras tanto, se formó el huracán Chris frente a la costa de Carolina del Sur en Estados Unidos y siguió succionando viento de las Bahamas hasta el último día del viaje.
Pudo haber sido mucho peor. Todavía se ve el daño de los huracanes Irma y María de 2017 en muchos lugares. Las casas y hoteles abandonados son la evidencia más dramática, pero lo que más había eran árboles y tejas caídas. Contamos siete barcos arrastrados por la marea en una playa cerca de Nassau y otros medio hundidos más al sur. No hacían falta recordatorios de lo afortunados que éramos de tener buen clima.
Planifiqué los vuelos y lugares para anclar con ayuda de Google Earth y el libro The Explorer Chartbook de las Bahamas. Comparé mis anotaciones con las del capitán Charlie de lugares de anclaje y aterrizajes durante casi un año antes del viaje. Pero incluso estas herramientas impresionantes no podían decirnos cómo la temporada de huracanes de 2017 había cambiado la línea costera. Muchas de las playas que habíamos visto para aterrizar eran apenas adecuadas y cualquier erosión haría que fueran inservibles. Convencimos al piloto del avión que sobrevolara la cadena de las Exumas a 500m camino a Long Island, pero incluso así fue difícil observar bien.
Aterrizar en el cayo Ship Channel fue lo más difícil. No solo porque la playa era estrecha, sino porque estaba llena de gente. Los botes de alta velocidad habían llevado a un grupo grande de turistas de Nassau para darle de comer a las rayas y los tiburones. Logramos aterrizar mientras le daban de comer a los cerdos. El viento estaba perpendicular a la playa, así que cuando aterrizamos en la orillas las alas cayeron sobre las sillas de extensión y los matorrales detrás de la arena. Nada que lamentar.
Los operadores que llevan el bar restaurante privado no estaban muy contentos hasta que pagamos $25 cada uno. No aprovechamos bien la barra libre, pero disfrutamos ver a los manejadores alimentar a más de una docena de tiburones sin que los mordieran. También había turistas con el agua hasta las rodillas dándole restos de pescado a las rayas mientras que unos jóvenes mantenían alejados a los tiburones con palos. Estábamos haciendo la fila para el buffet justo cuando llegó el Gloriamaris. La comida estaba excelente, pero fue un placer volver a nuestro refugio privado en el velero.
Las luces de Nassau
Sobrevolamos literalmente cientos de islas entre Clarence Town y Nassau. Uno de nuestros lugares favoritos fue Pig Beach donde un montón de cerdos salvajes piden comida a los yates que pasan. Cogimos unas sobras de comida y vimos Mo burlarse de ellos con pan duro y repollo marchito. También sobrevolamos una isla llena de iguanas grandes. Corrieron a refugiarse cuando vieron volar sobre ellas a las aves de rapiña más grandes de su vida.
Mientras más al norte íbamos, había más botes y gente. Había yates inmensos en todos lados con botes de esquí de último modelo y toboganes inflables de tres pisos. Algunos puertos estaban llenos de cruceros que esperaban mejor clima. Luego, cuando nos acercamos a Nassau, había botes de alta velocidad dando carreras y gente en motos de agua. todas las noches. Antes de dormir, cubríamos los paramotores y los escondíamos detrás de la playa para protegerlos de la lluvia. Luego, al día siguiente solo teníamos que traer combustible y los instrumentos cargados para volar. Yo dormía cómodamente con un ventilador en la litera, pero a mis amigos de Arizona les parecía que hacía demasiado calor para dormir en los camarotes. Mo dormía en una hamaca en la cubierta. Paul amanecía en un lugar diferente cada mañana.
Pasamos los siguientes tres días lo suficientemente cerca para ver las luces de Nassau de noche. También volamos lo suficientemente cerca para ver los complejos turísticos y cruceros que sirven a los turistas “normales” que vienen a disfrutar del clima templado y la arena blanca de las Bahamas. Hasta yo, un turista de lujo, estaba triste de regresar a la civilización.
Prefiero una noche en un cayo deshabitado que en el congestionado Nassau, pero ¿puedo beber una copa de vino blanco con la cena y dormir sobre un colchón sin molestar a los puristas del vivac?