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Prólogo, por Mauricio Beuchot

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El autor

El autor

PRÓLOGO

En este libro, Juan Granados Valdéz nos presenta una estética prudencial. Su elección es acertada, ya que desde los griegos se ha pensado que el arte (techne) sin prudencia (phrónesis) es acéfalo, descabezado, y ahora añadiríamos: descabellado.

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Relaciona además la estética con la hermenéutica. Ya Gadamer había dicho que la estética tenía que ser subsumida en la hermenéutica. Porque se trata del juicio de gusto, que surge de nuestros sentidos, pero sube hasta el intelecto. Aunque la estética se presentó como teoría de la sensibilidad, con Baumgarten, sabemos que el goce artístico se da propiamente en la inteligencia. Es donde captamos la belleza.

En efecto, la hermenéutica tiene que ver con el juicio. Ya Aristóteles elaboró un libro Peri hermeneias, que es sobre el juicio. Porque la interpretación elabora un juicio, un juicio interpretativo, que es, sobre todo, un juicio prudencial. Realmente, la phrónesis aristotélica se corresponde con el juicio reflexionante que Kant atribuyó a la estética, precisamente en su Crítica de la facultad de juzgar. Esta coincidencia de la phrónesis con el juicio reflexionante la señaló Hannah Arendt. Ésta lo adjudicaba no sólo a la estética, sino también a la ética y la filosofía política, pero es, por supuesto, propio de la estética.

Pasa después Granados Valdéz a distinguir y clasificar una estética unívoca, una equívoca y una analógica. La unívoca es completamente impositiva, como las preceptivas literarias de antes. La equívoca es como las más recientes, que dejan todo al arbitrio del artista, que alocadamente pretende ser completamente creativo. En cambio, la analógica trata de guardar una compostura, pero dentro de un ámbito abierto. Combina exigencia con apertura. De manera casi paradójica, combina disciplina y creatividad. Y es que sin la primera no se da la segunda.

Por eso Granados se dedica en seguida a conectar la estética con la analogía, tendiendo hacia una estética analógica, como la que ha descrito. Para ello pone en relación la hermenéutica analógica con la estética; pues, si la estética tiene que subsumirse en la hermenéutica, más vale que sea en una adecuada, y nos ha hecho ver que es la mencionada. En efecto, una hermenéutica analógica sabrá dar a la estética ese juicio de gusto que necesita, esa interpretación de su situación que precisa.

Granados Valdéz añade a su construcción estética el ícono. En efecto, el concepto de ícono o de signo icónico, propio de la semiótica de Peirce, es incorporado por nuestro autor a la hermenéutica analógica, de modo que puede llamarse analógico-icónica. En efecto, para ese creador de la semiótica moderna, pragmatista estadounidense, el ícono es lo análogo, ya que se divide en imagen, diagrama y metáfora, y eso corresponde a la analogía de atribución, la de proporcionalidad propia y

la de proporcionalidad impropia o metafórica. De modo que entre iconicidad y analogía hay correspondencia.

Además, como Granados Valdéz nos ha hecho ver, la analogía es proporción, y la proporción es el núcleo de la prudencia. De esta manera, nuestro autor se dedica a conectar la estética con la prudencia, lo cual es algo que en la actualidad se necesita, para que el arte se vuelva no más intelectual, porque siempre estará supeditado a los sentidos, pero sí a una inteligencia más sensitiva. Ya Platón pedía que la phrónesis o prudencia guiara a la techne o arte.

Por eso nuestro autor puede hablar de una estética prudencial, como lo hace a continuación. Ella mantiene un equilibrio proporcional y se contiene en los límites de la analogía. Efectivamente, la analogía es límite, es ponerle límites a la univocidad y a la equivocidad, para llegar a una estética más promisoria. Es una estética analógica, que se está edificando poco a poco, por la mediación de la phrónesis, que es analogía, proporción.

Con esto Granados Valdéz llega a la consecución de su objetivo, y puede sacar las conclusiones que se siguen de su investigación, la cual ha llegado a buen término, ofreciéndonos una estética prudencial. Lo es porque se basa en la proporción, ya que la prudencia es sentido de la proporción misma, y además porque la proporción es un ingrediente de la belleza. Y con eso rescata la categoría de la belleza para la estética.

Esto es muy de agradecer, porque se trata de algo que se necesitaba con urgencia en la filosofía actual. Se nota ya cansada de los experimentos equivocistas que vinieron después de la etapa univocista y de la caída de ésta. Pero también ya el equivocismo relativista dio de sí, y se ha agotado. Se lo ve exhausto, y ya los artistas y los filósofos del arte están buscando nuevos derroteros para el arte y para la estética.

Con esto se le devolverá al arte su carácter simbólico, su esencia de símbolo. Es lo que une, lo que conecta, lo que hace que todos coincidan, o la mayoría, por poderío que tiene, o al menos la voluntad de poder que lo asiste, de reunir, de comunicar, de hacer comunidad con aquellos que comparten un gusto. Como ya decía Kant, sin conceptos claros ni leyes firmes, sino con el tino del artista, que logra concitar la intersubjetividad, que se codea con la objetividad o, al menos, es la que más frecuentemente alcanzamos como humanos.

El símbolo nos reúne, nos hace pasar, de lo fenoménico a lo nouménico, de lo caótico a lo bello, es como un rito de paso. Nos lleva, nos conduce, como hacía Hermes en los caminos. Protegía a los caminantes para que no se extraviaran, para que no se perdieran. Ahora nosotros, en los senderos del arte, senderos que se bifurcan y que hacen encrucijadas, que eran los puntos en los que ese diosecillo se aparecía, necesitamos de su dirección. Que nos dé sentido, como decía Nietzsche del arte, que era el que daba sentido a la vida, porque ahora andamos errantes, sin sentido, y sin brújula que nos guíe.

El arte puede seguir haciéndolo. Pero necesitamos empresas, aventuras, como la que Granados Valdéz ha iniciado, transitando por los caminos del arte, en los que Hermes podrá guiarlo, es decir, la hermenéutica, que es capaz de orientar, precisamente porque trata de salir del impasse en el que se ha empantanado recientemente.

Por eso hemos de agradecer a nuestro autor su libro, porque llega muy oportuno en un momento en que se necesita. Y el atender a una necesidad de los seres humanos siempre es digno de alabanza.

Llega este libro como aire fresco en el desierto, llenando un vacío que hemos padecido, atiborrados como estamos de textos sin sentido, sin nada que aportar, sino solamente construidos para desahogar la herida trágica de la que se han quejado teóricos y prácticos en nuestros días.

Mauricio Beuchot

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