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Conclusiones

CONCLUSIONES

Me había propuesto explorar y desarrollar una estética prudencial en el marco de la hermenéutica analógica, tanto porque dependiera de ésta como porque se fundara en ella. Comencé relacionando la estética con la hermenéutica en general. Después interpreté que la estética, como la hermenéutica, podía desdoblarse según las tendencias o predominios hacia la univocidad, la equivocidad y la analogicidad. Las dos primeras aparecieron como callejones sin salida. Sólo quedó la posibilidad de seguir la vía analógica. En este sentido, la estética resultante fue una en tanto que hermenéutica regional de la sensibilidad, la belleza y las artes que entiende como textos que requieren de ser comprendidos a profundidad o interpretados. De igual manera, lo mismo que la hermenéutica, la estética sería ciencia y arte, porque requiere de principios y reglas. El modelo analógico aplicado a la estética abre el diálogo. Este diálogo al que abre la analogía en la hermenéutica y en la estética es intersubjetivo y alcanza lo objetivo de la realidad, pero mediada por el ser humano en su encuentro con el mundo. En este recorrido se descubrió que si la estética se funda en la hermenéutica analógica, debía vertebrar como ésta, la analogía, el ícono y la prudencia, por más que se enfatice la última. La primera la relacionaría con la epistemología, el segundo con la ontología y la tercera con la ética. Estas relaciones la salvarían del aislamiento y la crítica a que la han relegado.

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Una estética que vertebre la analogía, se estructuraría, desde el diálogo y la distinción, y tendría funciones semejantes a la hermenéutica analógica, acordes o proporcionales a ésta. Y esto sería posible en la medida en la que encontraría su criterio de verdad en la correspondencia entre el sujeto y el predicado y entre lo pensado y lo real, cosa que no desatiende la coherencia y el uso. Y así lo haría porque partiría de la conciencia analógica que descubre a los singulares y sus diferencias, pero, también, encuentra en ellos elementos en común, el universal por medio de la intuición. La inteligencia o razón ayudaría a sacar las conclusiones y a argumentar a favor de éstas y de las premisas o puntos de partida. Aquí se ve el procedimiento abductivo o hipotético deductivo que caracteriza a la hermenéutica misma. Todo lo anterior constituye los principios doctrinales de esta estética que hasta aquí es analógica, porque se aprovecha de lo que permite la analogía. Pero no acaba en esto. La estética, como ha pasado con la hermenéutica analógica, también sería icónica.

El ícono es una imagen por semejanza; un signo de semejanza según la cualidad y la relación; y posibilita adentrarse en los textos de la parte al todo y así ganar conocimiento aunque sea aproximado de la sensibilidad, la belleza y el arte. De los tipos de signos icónicos el más provechoso es el diagrama que por vía de la semejanza de relaciones estrecha el sentido para no caer en la dispersión, y abre la significación sin incurrir en el exceso prescriptivo del cientificismo. Así, la estética pone lí-

mites a esas tendencias que más bien frenan el conocimiento de sus objetos.

La estética, lo mismo que la hermenéutica analógica, que está en la línea de la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, se funda en la prudencia. Es su modelo también. Por eso es que he propuesto esta estética prudencial. No sólo porque se funda o depende de la hermenéutica analógica y porque como ella se ubica en el medio virtuoso de la interpretación de sus objetos específicos, sino porque requiere de un modelo que medie entre artistas y público, entre deseos y alcances, entre ideales y realidad, y esto se encuentra en la prudencia. Ésta no es sólo una virtud, es, como se ha insistido mucho, modelo. Es cierto que ha de adquirirse y ampliarse y que con ella vienen otras virtudes, pero, en tanto que modelo, ha de aplicarse o llevarse a los más ámbitos posibles, especialmente esos en los que parece no haber un acuerdo inmediato. En ética como en estética, no todo es objetivo, porque a veces no nos ponemos de acuerdo, pero tampoco todo es subjetivo, porque a veces sí nos ponemos de acuerdo. La prudencia es la virtud y el modelo para encontrar ese acuerdo en el diálogo. Si todo fuera objetivo o todo fuera subjetivo, nada habría que dialogar, pero no es así. El término medio y los medios adecuados se consiguen cultivando la prudencia. Y en estética esto es preponderante, ya que le devuelve su pertinencia y la posibilita para entrar en diálogo con teorías y gustos, tendencias y opiniones e ideologías y asegunes sobre la sensibilidad, la belleza y las artes.

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