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VII. Acerca de una estética prudencial

VII. ACERCA DE UNA ESTÉTICA PRUDENCIAL

[Introducción] Es común asumir que la estética es sólo teoría del arte y que, por lo tanto, ha sido superada, ya que las categorías de análisis e interpretación de las que se vale no admiten las novedades artísticas, o no aplican a las nuevas artes, o son obsoletas o porque ya no hay criterios firmes de juicio estético o del gusto o para distinguir en nuestros días una obra de arte de lo que no lo es. Lo que se ve es que la estética vive una tensión que la desacredita. Esta tensión se da entre el dogmatismo categorial y el relativismo cultural que admite que cualquier cosa sea arte. La estética es también la disciplina más difícil, pues en ella se tensan las teorías y la sensibilidad, los prejuicios y los gustos, la producción y la recepción, las artes y los espectadores. Una estética univocista prescribiría criterios. Una estética equivocista no tendría límites y se perdería en el vacío. En este apartado me propongo desarrollar mi propuesta. Lo haré ya sin remitirme a la obra de Mauricio Beuchot, ya que ha sido suficientemente referida y lo que intento es integrar los saldos del trabajo previo. Entre otras cosas se ha descubierto que si la estética se funda o depende de la hermenéutica analógica, puede verse como una hermenéutica regional, que vertebrando la analogía, el ícono y la prudencia como pilares, vía y modelo, tendría la oportunidad

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de escapar al impasse que vive cuando de interpretar la sensibilidad, el papel de la belleza en el mundo y el arte se trata. La estética prudencial que se propone se funda, como lo indica su nombre, en la prudencia, sentido de la proporción y clave de las virtudes, por lo cual puede decirse, guarda una relación con la ética en general. En lo que sigue, a modo de cosecha, se destacan los frutos de esta exploración y se engarzan con la intención de confeccionar la estética prudencial que se ha propuesto. Es por eso que este apartado o capítulo queda en este punto del camino y no al inicio.

[Las bases de la estética prudencial] La estética es la disciplina filosófica que se ocupa de la sensibilidad, que dirigida por la inteligencia, es el aparato de aprehensión y captación de la belleza. La estética conecta, en primera instancia, con la epistemología y con la ontología. La sensibilidad es, siempre, respecto de un objeto, el bello. Éste puede ser natural o artificial. Las artes han sido objeto privilegiado de la reflexión estética desde antiguo al enfocarse en las condiciones de creación y recepción, lo que conecta de nuevo con la sensibilidad inicial. Así pues, en tanto que filosofía, la estética es filosofía o saber de la sensibilidad, de lo bello y del arte. Como saber no es unívoco, pues no comparte método, pero tampoco es equívoco, es decir, tampoco tiene un método sui generis, porque es, también, una parte o área de la filosofía. Esto significa que comparte el método con la filosofía. Pero que lo comparta no quiere decir que no adquiera en ella sus particularidades, según sus objetos. Ahora bien, la estética, por ser la disciplina

filosófica que más requiere de interpretar sus objetos materiales, naturalmente guarda una relación con la hermenéutica, la disciplina de interpretación de textos según principios y reglas. Esto hace de la estética una hermenéutica, por supuesto filosófica, de la sensibilidad, la belleza y el arte. Los textos u objetos de la estética son hiperfrásticos y no tienen un sólo sentido o significado, sino múltiples, porque hay, como sucede en las artes, distintos exégetas (espectadores, críticos, curadores, marchantes, coleccionistas, periodistas). Y ya que es así, se hace necesaria, como para la hermenéutica, la sutileza para encontrar nuevas vías, lo oculto o el sentido auténtico, por medio de la profundización apropiadora y la puesta de los textos en sus contextos.

La contextualización es el objeto formal de la estética. No es que la estética se reduzca a la hermenéutica. Así como la hermenéutica tiene como objetivo comprender, en general, un texto, cualquiera, por medio de la contextuación, la estética tendría el objetivo de comprender o interpretar, contextualizando, los objetos materiales que le son propios, y con ello poner a la sensibilidad, la belleza y el arte en su contexto y aplicarlo al contexto actual, lo que la hace, por decirlo así, una hermenéutica regional, pues al interpretar traduciría en el sentido de que comprendería, reproduciría y aplicaría. Esto apuntala que la estética es también teoría, como doctrina y práctica, como arte y como la lógica y la ética, sea docens y utens. Puesto que toda teoría es creación incoactiva, implica el comienzo de una acción. En tanto que saber, penetra, registra

e interviene. Hay, entonces, una unidad interna en el saber y el modificar. La estética requiere de ese saber que oriente la acción, necesita de una doctrina que la haga viva y vital.

Para la estética, el texto es el espacio común en el que se encuentran autor y lector, como se ve con las artes y sus piezas, para las que el modelo se adecúa, ya que en éstas hay un autor, el agente o artista, un lector, o varios, el receptor, y un texto, las artes o su obras. En estas coinciden los horizontes de comprensión del artista y el espectador. En éstas encuentran su anclaje para evitar los extremos objetivistas y subjetivistas, que también se dan en la interpretación de otros textos. La estética, puesto que interpreta, puede asumir los momentos de la sutileza (subtilitas implicandi, s. explicandi y s. applicandi) con los que se consigue la comprensión, reproducción y aplicación de sus objetos materiales o textos, de manera profunda por medio de la contextualización y se alcance la fusión de horizontes. Para la estética la sutileza es el método que ha de seguir. Esta sutileza es abductiva, ya que sobre un texto (sensibilidad, belleza, arte) se procede por medio de la emisión de hipótesis interpretativas frente al texto, para tratar de rescatar la intención del autor y después se ven las consecuencias de la interpretación, mediante el diálogo con otros intérpretes.

La estética es también investigación. Frente a sus objetos materiales, cuando los interpreta, los investiga, partiendo de una pregunta comprensiva a la que se da una respuesta tentativa o condicionada, preliminar, proyectiva, y que funge de hipó-

tesis y orienta las pesquisas y la argumentación para descondicionarla y proponerla como tesis. La estética sigue el método abductivo, pero con sutileza. La estética hace uso del método de interpretación de la hermenéutica y siguiendo buenos modelos o especialistas, propicia la adquisición de la virtud que serviría para hacer buenas interpretaciones de la sensibilidad, de la belleza y del arte. Frente a un conjunto de objetos surge una pregunta a la que se da una respuesta. Ésta reduce varias cosas a la unidad proponiendo una hipótesis que ha de ser demostrada. Esta hipótesis son los rasgos comunes que, respetando las diferencias, se han identificado en ese conjunto de objetos. Así pues, la estética, frente a la sensibilidades tan variadas, las artes tan dispares y las bellezas tan disímbolas, puede proponer hipótesis de común unidad que den cuenta de la sensibilidad, el arte y la belleza con un universal abstracto que hagan aportes al conocimiento.

Lo mismo que con la hermenéutica y que marcan tendencias o predominios, la estética puede interpretarse según su tendencia en estética univocista, equivocista y analógica. Las primeras, agotadas ya, han dado de sí, además de presentar inconvenientes. El extremo univocista es el extremo de lo que puede denominarse, pues, “teoría tradicional del arte”. Esta teoría consiste en prescribir u ordenar al artista lo que hay que hacer y decir cuándo hay o se está frente a una obra de arte y cuándo no. Tiende a ser impositiva. Esto y las definiciones del arte estrechas dejaron fuera, por mucho tiempo, artes que lo eran, pero este extremo llevó a su extremo opuesto, el ro-

mántico o equivocista, al de la dispersión. El equivocismo en estética es el representado por ciertas tendencias en las ciencias sociales y las humanidades en su versión más reciente. Se trata de un extremo porque lo que se hace, es, en una palabra, describir. Pero si sólo se describe, nada más se tiene que decir, no se tendría que profundizar nada más, no tendría sentido comprender nada más. El extremo equivocista es permisivo y muy abierto, disperso, incluso. Casi y prácticamente cualquier cosa puede ser arte. Esto es puro relativismo.

Pero desde su origen, la estética nació como una epistemología de la sensibilidad, lo que quiere decir que en ella confluyen la realidad extramental y la intramental. Los entes (sensibilidad, belleza, arte), objeto de interpretación de la estética, no aparecen como hechos o como interpretaciones únicamente, sino como hechos interpretados, es decir, en el marco de una cultura. La analogía permite equilibrar esto. Por esto la estética, que tiene que decir algo de la sensibilidad, la belleza y el arte, lo haría sólo de manera aproximada, pero suficiente, ya que sus juicios, lo mismo que en los otros campos de conocimiento humanísticos, estarían, según contexto, más o menos ajustados a la realidad a la que se refieren.

La estética que es interpretación de la sensibilidad, la belleza y el arte lo haría analógicamente, pues respetaría la diversidad, pero sin dispersarse en ellas. La analogía le permitiría encontrar las semejanzas, cercanas o lejanas, entre las cosas y lo que se dice de ellas y le daría la oportunidad de jerarquizar

las interpretaciones sin declarar falsa a ninguna que mantenga la seriedad, pero sin ponerlas en el mismo nivel de comprensión. Una estética, en la línea de la analogicidad, podría aplicarse a distintos campos, porque de entrada reconoce que hay sensibilidades, bellezas y artes, pero que las hay en la medida en la que tienen en común lo que las hacer ser lo que son. Los mismos objetos de la estética serían vistos de manera analógica, no de manera unívoca ni equívoca. La estética tendría, pues, que estar ubicada entre los extremos prescriptivos y descriptivos. Su función sería la de interpretar correctamente. Esto es difícil y lo es porque además de que la estética se encuentra entre estos dos extremos como hermenéutica de la sensibilidad, la belleza y las artes, también la estética está tensada entre las teorías y los gustos. Interpretar es una labor muy difícil porque no se puede mantener coherentemente uno u otro extremo. En el caso de que se caiga en cualquiera de los dos extremos, ya no se haría estética, pues o sólo se repetiría la teoría o no se pasaría de la sensorialidad. Por eso puede decirse que la estética es un saber interpretativo (de apropiación, profundización y contextualización) de la sensibilidad, la belleza y las artes.

La estética es, pues, una hermenéutica regional o específica, cuya finalidad es comprender o interpretar la sensibilidad, la belleza y el arte, y para evitar los extremos requiere de vertebrar la analogía. Etimológicamente es lo que tiene relación o es conforme a la palabra y la razón. Es lo que es uno y a su vez proporcional a otras cosas. Proporción es lo que se atribuye o

reparte a otra semejante según la proporción que a cada cosa corresponde. A esto también se lo denomina ponderación. La analogía es la atribución de aspectos idénticos y diferentes de las cosas, según propiedad. Por ejemplo, la perspectiva analógica, sin caer en el extremo univocista y respetando las diferencias, permite notar, para la estética, que la belleza, en tanto que proporción, está presente aún en las obras cuya intención no sea promover una experiencia estética con lo bello y que el resplandor, que tanto llama la atención, no es sino una parte o un aspecto de la belleza. Con la analogía también se descubre que por más diferencias que haya en los gustos, todos son gustos y que el género que no se rompe es éste. La analogía también revela que las artes, por más que se diversifiquen en manifestaciones y piezas, siguen siendo artes, lo que muestra esa relación que ordena, y las distingue de lo que no lo es. Con arte, que es una palabra que significa porque tiene un sentido y evoca algo al entendimiento, y refiere, porque designa un objeto, no sólo se dice cada una de las artes, sino lo que entre ellas hay en común y viceversa. Además, cuando la estética interpreta, lleva a cabo una universalización que daría lugar a hipótesis que requerirían de ser probadas por medio del contraste. Lo mismo pasa con la sensibilidad, la belleza y el arte. La sensibilidad es el nombre que expresa una universalización abstracta de ciertas capacidades o propiedades o cualidades antropomórficas de recepción o captación de ciertos objetos. Belleza sería eso que los objetos bellos comparten y arte lo que de común tienen las artes o las piezas consideradas como obras de arte. Ahora bien, estos conceptos son indefinidos y

extensionales, queda por hacer la prueba respectiva. La noción de arte es un análogo porque descubre que es proporcional a los entes mentados como artes y que es perfecta porque se adecua a ellos, como una sonata o una pintura, e imperfecta porque se aplica a varios.

La estética tiene que vérselas con las sensibilidades de los seres humanos individualmente considerados; con las artes, cada una de ellas, y sus piezas; y las cosas bellas y las que no lo son. Si fueran unívocos todos los singulares incluidos ya habría un orden y la discusión haría tiempo que hubiera acabado. Si fueran equívocos tampoco habría discusión, pues no habría manera de ordenar u organizar a estos singulares. Son, pues, analógicos y lo son porque la sensibilidad de uno es la de otro porque ambos son seres humanos. Aunque cada uno tenga propiedades particulares que lo diferencien, hay semejanzas que los conectan. Lo mismo pasa con las artes y con los objetos bellos. Por eso puede decirse que la sensibilidad, el arte y la belleza son los nombres que se dan para significar las notas comunes o lo que de común tienen la sensibilidad de todos los seres humanos, todas las artes y todas las cosas bellas, respectivamente. Cuando se dice, empero, que una pieza musical es arte o es bella y otra visual es, también, arte y es bella, en parte se dice lo mismo y en parte se dicen cosas distintas, pues los entes que se denominan y de los cuales se predica una propiedad no son los mismos. Esta flexibilidad en la significación es también una flexibilidad en la significación y la interpretación de las sensibilidades, las

artes y las cosas bellas, pero controlada. Ni se dice lo mismo de todo ni se dicen cosas tan diversas que nada tengan en común y como ya se había dicho esto posibilita el diálogo porque hay de qué partir y a qué volver cuando sobre ello se discute.

Una estética en la línea de la analogicidad parte de la conciencia también analógica de las diferencias y de lo que de común tienen los singulares, esto es, las sensibilidades, las cosas bellas y las artes. Por eso debe seguirse insistiendo en sensibilidad, belleza y arte como conceptos universales. Asimismo han de sumarse el intelecto y la razón para dar con los principios y sacar las consecuencias de ellos. Es dialógica, distingue, concilia y evita los extremos, por más que se mantenga en tensión.

Esta estética concede que el criterio de verdad que marca la validez de sus interpretaciones sería el de la correspondencia, pues concilia la coherencia y el uso. Interpretar, pues, la sensibilidad, la belleza y el arte se sujetaría a la adecuación entre el sujeto y el predicado y entre lo pensado y lo real. Las artes, por ejemplo, contienen varios significados y son extraídos por diversos intérpretes cuya transmisión y crítica se da en la historia. Estos significados tienen aspectos en común y que se descubren en el diálogo continuado. Con el tiempo se consiguen consensos entre lo objetivo y lo subjetivo de las interpretaciones que requirieron prudencia. Esta estética describe y prueba o comprende y explica, siempre en marco de un contexto y una comunidad. El diálogo es fundamental para alcan-

zar la objetividad viable y evitar el exceso de subjetividad. La estética, en esta línea, es un modelo teórico, con principios epistemológicos y ontológicos, con tesis metodológicas.

La estética tiene que vérselas con imágenes, no necesariamente visuales, perceptibles sensorialmente. La estética también se topa con ideas. Imágenes e ideas se aparecen como representando algo, como estando en el lugar de otra cosa sin necesariamente sustituirla. La realidad reproducida o representada no es siempre la misma. La estética tiene que vérselas, pues, con imágenes e ideas que son signo de otras realidades según cierta semejanza. La sensibilidad y la belleza también son signos y son significadas. La sensibilidad de uno, por ejemplo, significa o representa la de todos. Las cosas bellas reorienta la atención a la belleza, a eso que hace que las cosas bellas sean bellas o estén, al menos, proporcionadas. El signo que son esas imágenes, ideas, sensibilidades y cosas bellas, es de tipo icónico. El ícono permite captar lo representado y lo no representado, la referencia y el sentido. Se responde al reto posmoderno que anuncia la muerte de la imagen porque ya nada hay que ver, pero lo que queda por ver es lo que no puede ser visto. Para la estética que asume el ícono se evitan los extremos univocistas y equivocistas. El ícono es analógico. No se trata sólo de asumirlo como analógico, sino de notar que no pueden no serlo. Para una estética icónica los textos a interpretar serían íconos analógicos porque tienen parte de natural, en la medida en la que necesariamente refieren a algo, y parte, a veces mucho, de artificial, porque son productos culturales.

Los objetos materiales de la estética son textos icónicos y su interpretación requiere de una interpretación analógica. La sensibilidad, la belleza y el arte son signos icónicos, pues no están descifrados y no se oponen a ser descifrados por su singularidad. Así pues, se está frente a íconos, a veces imágenes, que acentúan las cualidades compartidas entre el signo y el ente significado, a veces diagramas y metáforas, que enfatizan la relación entre el ente y el signo.

No se hace estética si no se contextualiza y se hacen valer las particularidades moderadamente y se interpreta desde hipótesis parciales y diagramáticas, no perdiendo el todo en la parte, ni las partes en el todo. La sensibilidad, la belleza y el arte requieren de estas interpretaciones parciales, pero aproximadas, que garanticen un mínimo de conocimiento, para evitar los extremos o caminos sin salida. Se le ha negado desde hace tiempo, por ejemplo, carta de ciudadanía a la belleza dentro de las artes por impositiva, pero se ha caído en el extremo opuesto, ya que haber combatido a la belleza dejó sin criterios de discernimiento para, no sólo, saber distinguir entre el buen y el mal arte, sino entre lo que lo es y lo que no. Por supuesto que ya no se puede entender unívocamente la belleza, sino que hay que hacerlo analógicamente. Lo mismo puede decirse de las nociones de sensibilidad y arte, que no tienen rumbo si se las entiende unívoca o equívocamente, pues frenan el conocimiento o el saber sobre ellas. Si la estética es un saber de la sensibilidad, no habría tal saber si se redujera a los aspectos biomecánicos de ésta; ni sería posible saber nada si se tratara,

como se dice que pasa con el gusto, que en ello se rompen géneros, ya que no tendrían las sensibilidades nada en común o serían inconmensurables, lo que redunda en que nadie podría saber nada de los demás.

La estética debe ser analógica porque la perspectiva desde la cual se acerca a sus objetos materiales o textos es la de la analogía. Y debe ser icónica porque encuentra que la sensibilidad, la belleza y el arte son íconos. Más aún, la estética debería ser diagramática, porque el diagrama es el signo icónico que por vía de las relaciones posibilita rebasar la superficialidad y calar hondo, encontrar el sentido oculto. La estética que se aprovecha de la analogía y el ícono procedería así: contextualizaría sus objetos y sus asertos e iría de la parte al todo con prudencia, siguiendo el hilo de relaciones de semejanza que aporta el ícono diagramático. Por eso es que la estética puede ser un saber.

A la estética no puede faltarle tampoco la prudencia. Por eso propongo que sea prudencial. Y no puede faltarse si pretende salir del impasse que vive, ya que el quehacer estético es teórico y práctico. Si las tareas de la estética son 1) entender, experimentar e investigar las direcciones del talento que dan la obra de arte; 2) inferir valores artísticos de testimonios materiales, sabiendo que no se reducen a los vestigios de las obras; 3) educar los gustos, evitando polémicas insostenibles; 4) sensibilizar las teorías, dirimiendo infructuosas discusiones; y 5) fundamentar el instrumental crítico de las

artes; estos verbos son posibles en la medida en que se involucran las teorías y las prácticas y, por supuesto, la mediación y la moderación que aporta la prudencia, pues sin ella sería muy fácil caer en la prescripción, olvidando el trabajo de los artistas, o perderse en la descripción permisiva que no sepa discernir entre una obra de arte y lo que no lo es; no habría razón para pensar que es posible educar los gustos, no se dirimirían las discusiones ni se sensibilizarían las doctrinas.

La estética es, según lo que propongo, una hermenéutica regional y sus objetos son la sensibilidad, la belleza y el arte. Para una hermenéutica así, su objetivo es interpretarlos como textos o signos. Estos signos no pueden ser sino icónicos. De esta manera la prudencia se involucra inmediatamente con la estética, ya que la interpretación que hace ésta de sus objetos requiere de moderación y mediación, por un lado, y, por otro, de deliberación y juicio. Es por esto que he querido llamar a esta propuesta estética prudencial. Y, también, porque con ello conecta con la ética, especialmente con una de virtudes. Y la virtud que tanto se requiere en estética como en hermenéutica es la de la sutiliza, a saber, la capacidad de encontrar una tercera vía entre los extremos. La prudencia impone moderación y evita los juicios sumarios, cosa que en la estética, respecto de la sensibilidad, la belleza y el arte, hace tanta falta. Da, además, una vía de acción y, por supuesto, un modelo de trabajo. Esto no sólo aplica a quienes fungimos de espectadores, sino que también aplica a los artistas.

La estética debe ser también prudencial porque entre sus misiones está acoplar el universal al particular. Por ello que sea mejor hablar de sensibilidades, cosas bellas y artes. Pone los textos que son en sus respectivos contextos. Delibera y hace juicios sobre ellos. Esto abre el diálogo. Cerrándose a él se caería en alguna de las posturas extremas que se quieren combatir. En la estética como en la hermenéutica se pasa de la inventio a la argumentatio, de la deliberación al juicio y de vuelta para dar con las razones y los argumentos adecuados sobre una hipótesis. Pero también en esto se nota la cercanía de la estética con la ética, pues todo juicio implica un compromiso moral del cual hay que dar razón, es decir, hay que hacerse responsable. Y nadie se hace responsable de lo que no se ha apropiado como suyo. Por eso se hace importante la prudencia como modelo y vía para la estética. Ya que la prudencia debe ajustarse a las particularidades del contexto, y en la investigación estética y artística por lo menos esto implica atender a los especialistas, sin dejarse perder por el mar de impresiones, gustos y opiniones, sabe ubicarse entre las novedades y lo contingente y los principios que sirven de criterio para la interpretación.

La estética también requiere de la sutileza. Esta estética prudencial es analógica. La sutileza para la estética implica que se encuentre, por medio de la analogía puesta en práctica o la deliberación, el medio de la prudencia, una tercera vía o tercera postura integradora y conciliadora, que sepa captar la verdad de las posturas extremas, pero que no incurra en los vicios o excesos o defectos de éstas. La estética debe ser, pues, sutil

en sus juicios y sus deliberaciones sobre sus objetos. No debe perder de vista que se mueve entre extremos. La estética prudencial, entonces, es una estética que se funda en la prudencia y que la asume como la virtud necesaria para llevar a cabo la interpretación que requieren sus objetos, a saber, la sensibilidad, la belleza y el arte. Esta interpretación prudencial lo sería porque se funda en la analogía y buscaría, sutilmente, una tercera vía u otra alternativa, sin perder lo que de verdad aporten, a los extremos. Su medio sería la deliberación para llegar a un juicio hipotético y a partir de la misma avance en las razones o argumentos que descondicionalicen dicha hipótesis, a sabiendas de su carácter verosímil. Una estética prudencial, a sabiendas de la tensión, se ubicaría entre las diversas posturas y se aprovecharía de ellas en la medida de su veracidad y bondad.

Con esto, me parece, queda caracterizada la estética prudencial que encuentra en la prudencia su vía y modelo de trabajo.

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