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mares
De esta forma, Estados Unidos, potencia naval desde inicios del siglo XX, sucesor de la hegemonía marítima que el Imperio Británico había tenido desde la batalla del Estrecho de Los Santos en 17825 y gran ganador de la guerra; fue plenamente consciente de la importancia geopolítica – o deberíamos decir talasopolítica – del mar en el nuevo orden mundial. Así, Estados Unidos fue impulsor de toda una serie de reformas y cambios de lo que pasaría a denominarse Derecho Internacional del Mar asegurándose con ello una posición hegemónica; base irremplazable de su poderío a escala mundial. Al mismo tiempo, los norteamericanos buscaron solidificar su liderazgo y hegemonía en América, pasando de la antigua “Fortaleza América”6 pensada para resistir un eventual ataque alemán – y en mucha menor posibilidad japonés – a una nueva estructura política, jurídica y militar que uniera el continente bajo su égida, marcada por la Organización de Estados Americanos y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, pensada para blindar América contra el nuevo enemigo: la Unión Soviética. A su vez, Venezuela cobró conciencia sobre su propia vulnerabilidad en materia de defensa, especialmente en sus espacios marítimos, a raíz de la actividad de submarinos alemanes en sus aguas territoriales, lo que trajo como consecuencia la previsible actividad militar norteamericana y británica en dichas aguas, quedando comprometida así la soberanía venezolana, debido a la incapacidad del Estado venezolano para ejercerla en su espacio marítimo. Este despertar del Estado venezolano condujo a una participación activa del país en la construcción del nuevo Derecho del Mar y a una preocupación por fortalecer sus fuerzas navales.
1) La herencia de la Segunda Guerra Mundial y el control norteamericano de los mares
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Es un hecho harto conocido que tras el final de la Segunda Guerra Mundial el planeta quedó dividido en dos bloques opuestos y antagónicos, el capitalista liderado por
5 Mahan, Alfred. T. Influencia del Poder Naval en la Historia 1660 – 1783 (Tomo II), p. 611 – 661.
6 Bacalao Römer, Isabel. “La Navegación Fluvial Internacional. Posición de Venezuela” en Política Internacional, N° 15, p.8 – 13.
Estados Unidos, y el comunista liderado por la Unión Soviética. En este sentido Boersner expresó:
“Apenas vencidos Alemania y Japón, volvió a estallar el inevitable antagonismo entre los sistemas capitalista y socialista, combinado con la tradicional rivalidad internacional entre rusos y anglosajones.
La guerra había dejado grandes ―vacíos de poder‖. Por el momento, el gran peso político, económico y militar de Alemania había desaparecido del mapa. Inglaterra, victoriosa pero extenuada, había perdido su rango de primera potencia y no era capaz de mantener su dominación sobre su vasto imperio. Francia había descendido aún más dramáticamente. Estados Unidos, en cambio, había subido al primer puesto entre los imperios del mundo: sin haber sufrido destrucciones en su propio territorio, e inmensamente fortalecido en los planos económico, político y militar, luego de breves vacilaciones, fue asumiendo el papel – anteriormente desempeñado por los británicos – de guardianes y dominadores de los mares. La URSS por su parte, no obstante haber perdido veinte millones de habitantes y la casi totalidad de su industria al oeste de los Urales, poseía los recursos humanos, materiales, morales e intelectuales necesarios para ocupar el puesto de segunda potencia del mundo con la expansión y el fortalecimiento de su control sobre gran parte de Eurasia.
Se inició por rápidas etapas el proceso de deterioro de la Gran Alianza y de marcha hacia la Guerra Fría: confrontación entre el capitalismo y el socialismo y, al mismo tiempo, pugna entre dos grandes potencias que, por la forma, aunque no por el contenido social de su conflicto, continuaron las estrategias trazadas en el pasado por el Imperio Británico y la Rusia Zarista, respectivamente.”7
Si bien siempre son referidos con detalle los hechos que condujeron a la Guerra Fría, y más aún aquellos que la marcaron; esta disputa por la hegemonía mundial entre estadounidenses y soviéticos ha sido menos estudiada en Venezuela desde la perspectiva del mar. La Segunda Guerra Mundial no sólo propulsó grandes avances en la ciencia, la técnica y el arte de la guerra naval en sí mismos, sino que al estudiarla a nivel estratégico podemos afirmar que en buena medida se decidió, en primer lugar, gracias al
7 Boersner, Demetrio. Relaciones Internacionales de América Latina, pp. 285 - 286
mantenimiento de un ciclo de producción que permitió el sostenimiento de las frentes de combate y, en segundo lugar, gracias al mantenimiento de las líneas de comunicaciones marítimas. Fue crucial el hecho de que Gran Bretaña – con el invalorable apoyo de Estados Unidos – lograra mantener cierto grado de control del Atlántico norte, el Mediterráneo y las rutas de abastecimiento hacia la Unión Soviética a manos del Eje; así como también habría sido imposible la victoria aliada sobre Japón sin unas poderosas fuerzas navales. Evidentemente todas las potencias vencedoras del conflicto aprendieron la importancia de ejercer un importante grado de control de las líneas de comunicaciones marítimas en el marco de un conflicto planetario; siendo esto parte de las explicaciones de por qué la Unión Soviética – un país sin casi tradición naval moderna – emprendiera justo después de 1950 un intenso programa de desarrollo naval. Sólo así podría la URSS mantener firme su “fortaleza euroasiática” ante el poder naval norteamericano, además de aspirar a disputarle efectivamente la hegemonía mundial.
Por su parte, EE.UU., fiel a sus líneas maestras geopolíticas, siguió apoyándose en su poder marítimo, su geopolítica desde el mar, su talasopolítica; para controlar el mundo. Dentro de esa política de dominio mundial basado en el dominio de los mares, existían – y existen hasta hoy – dos principios casi sagrados para los estadounidenses: a) Conservar y aprovecharse de la “insularidad estratégica” de su territorio, a salvo en la “Fortaleza América”; y b) Mantener la hegemonía exclusiva en América Latina, la base material de su poder. Al observar detenidamente mapas políticos ambientados entre 1950 y 1991, que muestren la tendencia político-ideológica de los países, nos damos cuenta que las naciones comunistas o regímenes aliados a la URSS estuvieron casi todos en Europa Oriental, Medio Oriente, África o Asia, y nunca al oeste del límite entre las dos Alemanias, con la notable excepción de Cuba, y ya tardíamente de la Nicaragua sandinista. Es decir, EE.UU. logró establecer una verdadera “muralla atlántica” ante la expansión del comunismo, que sólo fue fisurada con el caso cubano. Y más que una “muralla atlántica”, podríamos hablar de una “muralla oceánica” con puntos avanzados más allá de los océanos Atlántico y Pacífico, que aseguraran la orilla opuesta de cada uno, y por tanto la insularidad estratégica del continente americano y de Estados Unidos. En el caso del Atlántico, el punto avanzado fue la OTAN, y el del Pacífico lo fueron Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia. No en vano la “Seguridad Hemisférica” fue un recurso permanente en el discurso de los gobiernos