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Sala de Tradición y costumbres
Entre los siglos XVII y XIX, elementos de toda índole avocaron la iconografía ortodoxa a un declive y desconsideración generalizadas. En el caso ejemplar de Rusia, las imperiales y desabridas ingerencias en lo eclesial junto con desmedidas pretensiones de occidentalizar el país, ayudaron a que el papel de los iconos se viera casi reducido al ámbito artesanal y de devociones populares, demasiado a menudo, entretejidas de interpretaciones engañosas e ignorancia supersticiosa. La geografía de los iconos no debería coincir en altitud con montañas de boletos de la ONCE ni en latitud con océanos de lotería navideña; los senderos de nuestra esperanza son otros, cosa de vida y vida en plenitud. No negaremos, ni las santas más enternecedoras lo harían desde sus iconos, que lo que hay en abundancia es odio, hambre, miseria y desgracia igual que había cuando ellas desconocían a Jesús y no habitaban su justicia; igual que siguió habiendo después. Pero al aceptar congraciarnos con su santidad, lo mismo que ellas al abrazar a Cristo, en medio del naufragio nos descubriremos pobres y hambrientos, con los hambrientos y pobres, agraciando a las víctimas –contra demonios que las oprimen– lo que es tanto como velar a la espera de la Novia. Dando fe de su venida con la alegre lámpara a rebosar y extendiendo manteles en la mesa del Banquete.
Desenmascarados, los santos nos asaltan con su propuesta de radicalidad. Cuando Antonio, padre del monacato cristiano, oyó el “si quieres ser perfecto, vende lo que tienes dáselo a los pobres y luego ven y sígueme”, debió escucharlo de verdad. No invirtió los términos en un primero te sigo y luego ya, si eso, iremos viendo. Que en los iconos, asomen constelaciones de ascetas y mártires y mendigos y locos por Dios a nuestro cielo, que fulana y pobre María de Egipto resplandezca igual que su compatriota intelectual y princesa Catalina, como ciudadanas de la Nueva Jerusalén, no casa bien con nuestro manido pero “esto es lo que hay”.
A su lado el rostro hocicudo, perruno, de san Cristóbal sigue inquietando con ¿por qué las imágenes?, ¿quiénes podían tener interés en ellas y qué provecho obtendrían?, ¿qué asuntos de protección y salud, de identidad y unidad nacional, qué cuestiones de índole común y particular podían santificarse y, de paso, servir como cauce a corrupción y manipulaciones? ¿no bastará con el “ayuno de los ojos” para que el Espíritu nos desinstale y conmueva para “hacernos el bien unos a otros y a todos, estar siempre alegres, orar sin cesar y dar continuamente gracias” (1 Tes. 5)?
Pensemos que, parecido a como muchos de los primeros anacoretas, dendritas, estilitas y necios o locos por amor a Cristo, bastantes imágenes privilegiadas escapaban a menudo de la custodia jerárquica y sus corsés interpretativos. Instrumento profético, unos y otras, del quehacer evangélico, podían manifestarse radicalmente críticos frente a recetarios de abuso normalizados y canalladas del a diario por poderosos poniendo en solfa su feroz autoridad, su hipocresía además. Tan explosivo cuestionamiento pudo descomponer y movió pronto a eclesiásticos y cortesanos a embridar la inmediatez de aquellas experiencias y recluir, tanto santos como iconos en esquemas a su servicio.
En esta página, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, vista de la sala 4, Madre de Dios Odegitria «Iverskaya», Trinidad del Antiguo Testamento (siglo XX) y Cristo Pantocrator (siglo XX); página siguiente, Etimasía (trono preparado para el juicio definitivo) con intercesión ante Cristo «Divina Sabiduría» (siglo XX)
Como curiosidad, el icono de la virgen de Kazán nos ayuda a entender aquella primitiva ligazón des-mediada de autoridades y ya re-mediada.
Relatos ancestrales emparentan regalos de culto a la fertilidad con maternales figurillas y, en siglos de cristiandad, un tipo de odegitria (la que muestra el camino). Al menos desde el siglo XVI la Madre de Dios Kazanskaya se tiene por patrona de todas las Rusias y, además, se tiene por icono “de las mujeres” y suele regalarlo la suegra a la nuera cuando se le casa un hijo.
Las leyendas de milagros que le conciernen son innumerables y sus maravillas, casi en cada relato, toman por protagonistas a mujeres. Así el icono “da la cara” por las mujeres, hijas y madres, ancianas o religiosas de condición dispar y de cualquier edad, o nación u oficio; lo que incluye a las pastorcillas de Fátima, por su relación con una preciosa kazanskaya que desapareció de Rusia en 1918, se custodió en el santuario luso y en 2004 regresó, de manos de un papa, a las de un patriarca.