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Una iglesia o sobre celebraciones y comunión

La casa de la asamblea nos reúne con los que nos precedieron y los que nos van a continuar en la fe. El iconostasio nos convoca frente al misterio de la comunión, nos la exige para cruzar el umbral desde todo lo inhumano a la “verdadera humanidad” acontecida en Cristo. Cuando hemos sido llamados al compromiso de la amistad, los iconos ponen rostro al desafío de la conversión y transfiguración evangélicas.

El iconostasio aúna los iconos testigos del santo Espíritu que nos alienta como anticipo de nueva creación. Justo en torno a la “Gran Intercesión” en que María y Juan laten junto a Cristo (conjugando en armonía el antes y el después de los Testamentos), el abrazo se extiende con Pedro y Pablo a todas las gentes, ya no más “hombres o mujeres, judíos o paganos, libres o esclavos”.

En conmemoración de la vida de Jesús que festejamos (las imágenes de las doce grandes fiestas), de cara a su rostro humano –a los pies de la cruz– donde lo divino se sale a encontrarnos y todo, antiguo y nuevo (patriarcas, líderes, profetas, mártires, perdidos, solas, amigos, silenciadas) nos abraza trenzado en acción de grácias, anuncio de Salvación.

Como una sola voz, los iconos del iconostasio introducen los gemidos de cuantos sufren al incesante coro ante el Altísimo para, con sus lágrimas y nuestro día a día ir acrisolando la experiencia colectiva de adoración. Hilvanando nave y santuario, los reviste para la Fiesta que conmemora, sugiere la justicia imprescindible y declara santa la asamblea. Nuestro iconostasio no cierra el paso a la realidad mística del altar, desvela que esa mesa desconoce el cuerpo y la sangre de Cristo si no banquetean en ella los afligidos y se consuelan los menesterosos.

Cuando el icono invade nuestra realidad clica la “atención del corazón” como conciencia extrema. No vivimos en la edad media, el lenguaje del arte eclesiástico de entonces y el de ahora puede ser –como en los Evangelios– el mismo pero los idiomas han cambiado y sería irresponsable no considerarlo de manera creativa, fértil. El Anuncio de Jesús, la salvación, no es para unos pocos piadosos o iluminados sino que habrá de alcanzar al mundo entero.

En esta página, Jesucristo Señor del universo (siglo XX)

En esta página, Iconostasio y retablo del “Llanto por Cristo muerto en Yugoslavia”

De ahí que no nos urgen sin más calcos de iconos medievales, ni una retórica teológica medieval, ni crucifijos requetedorados y casullas enjoyadas, igual que no necesitamos variedades medievales de uva y cereal, para celebrar la Eucaristía.

Con o sin iconos, sin mayor esfuerzo de comprensión solo estaremos imitando (haciendo teatro): conmemorar implica lucidez; por esto llevaremos juntos nuestros conocimientos y dilemas al fuego ascético de liturgias como carros en Elías y Ezequiel (vivísimas como en Is. 58,5-10; Os. 6,4-6; p.ej.) hasta que en nuestro helador y oscurantista contexto alumbren y caldee el evangélico brasero de amable liberación que Dios oferta-regala en Cristo.

En esta página, San Jorge (siglo XX)

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