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LA CESTERÍA Y OTROS SÍMBOLOS

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El acompañante

El acompañante

Y ARTESANOS

Con la memoria en las manos

LA ARTESANÍA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS DE SONORA. SAAPTIM. HILANDO LOS ARBUSTOS DEL DESIERTO, LA CESTERÍA Y OTROS SÍMBOLOS

Alejandro Aguilar Zeleny*

El autor de “Con la memoria en las manos” llama otra vez nuesstra atención sobre los retos que la modernidad plantea a la continuidad de e las tradiciones de los comcáac o seris, uno de más singulares y enigmáticos pueblos indígenas de México. Si la singularidad les viene quizás de origen (por ejemplo, su lengua no está relacionada con ninguna de las otras que se hablan en Sonora), lo enigmático tiene más bien que ver con el poder de adaptación y recomposición, sin abandonar lo esencial, que ellos han demostrado permaneciendo como una cultura que responde vitalmente a las exigencias de un medio natural difícil y a las demandas de un entorno social que privilegia la producción de mercancías.

Foto: Alejandro Aguilar Zeleny . la

Una sociedad entre el desierto y el mar

En el noroeste de México y en la costa desértica de Sonora se encuentra Hant Comcáac, el territorio del pueblo originario comcáac, conocidos históricamente como seris, término que algunos –entre ellos varios miembros de la etnia– siguen utilizando aún, en seguimiento de la costumbre y la tradición. Pero más allá de esta dualidad en el nombre, detrás de estos etnónimos se encuentra un reconocimiento de lo más elemental, que para este caso es el hecho de que ellos mismos se consideran como “la gente”. Un pueblo, una gente del desierto que hace varios siglos llegó a lo que ahora es la costa de Hermosillo, en el estado de Sonora, cuya historia representa la lucha y capacidad de una compleja sociedad por

* Profesor-investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Sonora.

habitar y dotar con sentido y significado su territorio geográfico y simbólico, contenidos ambos en el mismo espacio. Su población actual se encuentra por debajo de las mil personas y su idioma, el qmiqueiitom, es clasificado como lengua aislada, es decir, un tipo de lengua singular en el mundo.

El territorio de los comcáac es árido y difícil, sin embargo, de acuerdo a las distintas temporadas del año, es también pródigo para quien sabe aguardar y reconocer las particularidades de cada fruto y cada especie. Por largo tiempo, la mejor visión ha sido la de las mujeres, quienes con su paciencia y sabiduría pudieron observar a su modo el entorno que les rodeaba y sacar el mejor partido para aprovechar los recursos naturales. En consonancia con esa óptica femenina, una región que llamamos desértica se convierte en un hogar, en un almacén vivo con múltiples recursos, que generación tras generación, se ha decantado en la conciencia de esa “gente” que constituyó allí su morada.

Quizás, fue así que hacia el siglo VIII de nuestra era surgió en nuestra área de referencia el tipo de cerámica conocido por los arqueólogos como “cáscara de huevo” o estilo “tiburón liso”, que culminó un gran proceso de trabajo en el entendimiento de la dinámica de la tierra y el fuego y de la lucha constante contra el salitre, que debía ser raspado y vuelto a raspar en humedad antes de que se pudiera hornear una gran olla, la cual serviría para almacenar y transportar agua, alimentos, semillas, plantas, etcétera.

El hábito de los comcáac de recorrer el desierto en distintas épocas y zonas les posibilitó desarrollar una serie de conocimientos que derivaron en el extensivo e intensivo aprovechamiento de los recursos, y gracias a eso, afianzaron su capacidad de sobrevivir en un ambiente difícil y, además, adaptarse a los cambios temporales. El gran error que cometieron los jesuitas y los españoles en los tiempos de la conquista de Sonora, fue tratar de convertir a los seris en agricultores, ya que sus prácticas y formas de vida eran las de grupos seminómadas, acostumbrados a mover continuamente sus lugares de residencia de acuerdo con los ciclos naturales y vivir conforme a desplazamientos que conformaban la clave de su existencia; el espíritu sedentario de los agricultores nada tenía que ver con ellos. Y fue así que en esa forma de vida itinerante surgió la cestería, como una importante práctica en el mundo seri, y en la que las mujeres han tenido desde el principio un papel predominante. Pero, agreguemos que si bien en el inicio la cestería surge como una actividad utilitaria para transporte y almacenamiento, esto no limitó la necesidad de expresión simbólica; una necesidad que con el paso del tiempo y el cambio en sus formas de vida, ha terminado por transformar a las propias canastas en objetos artísticos y artesanales.

Hilando los arbustos del desierto

Curiosamente, según cuenta una historia de la tradición oral comcáac, la primera canasta fue hecha por un hombre. La hizo grande y pesada, y una sola persona no la podía cargar, por eso entre todos le echaron cosas dentro –comida y objetos– y la llevaron cargando; pero al subir una cuesta, la canasta se resbaló y todo lo que contenía salió rodando. Tomando esto como una señal, los que la llevaban decidieron hacerle una fiesta ahí mismo; a partir de entonces surgió SapMayaam (la “fiesta de la canasta” o, más de acuerdo con la lengua qmiqueiitom, la “canasta que cruzó”). Es por esto que ahora los comcáac dicen que si una mujer termina una canasta grande tiene que hacerle fiesta, pero no en su

Foto: Alejandro Aguilar Zeleny.

Una canasta gigante (saaptim) de metro y medio de altura –similar a la que aquí se ve– se presentó cuando, en 1987, las artesanas comcáac obtuvieron el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de Artes y Tradiciones Populares.

casa, sino en otra parte; algunas personas afirman también que cuando le hacen fiesta a la canasta, es como si le hicieran una fiesta de pubertad a una muchacha. Detrás de estas palabras, que provienen de la tradición oral, es decir, de la escuela de la vida misma, se encuentran algunas de las claves para tratar de acercarse al modo de pensamiento de esta singular sociedad.

No dejo de apuntar aquí que si bien el mito dice que la primera canasta fue hecha por un hombre, cuando las mujeres de hoy escuchan esto, bromean y ríen señalando que ellas dejan hablar a los hombres, pero saben mucho mejor cómo son las cosas. Porque no hay duda de que actualmente la elaboración de las canastas es esencialmente una tarea de las mujeres, aunque a veces uno que otro artesano se anima a experimentar con las fibras, generalmente sin alcanzar la destreza de las manos femeninas. Las canastas, o coritas como también son conocidas, tienen distintos tamaños, símbolos, usos y formas, y la complejidad de sus diseños y dimensiones depende de la habilidad y conocimiento de cada mujer.

La tradición oral comcáac también da cuenta de los usos de las canastas. Anteriormente, lo usual era que sirvieran para almacenar o transportar alimentos, ya que al sellarlas debidamente se evitaba que los roedores o insectos acabaran con las provisiones. Se sabe también que sus fabricantes utilizaban distintas plantas para teñirlas. Hay relatos que hablan de grandes canastas ocultas en cuevas y oquedades del desierto. Algunas familias dicen que sus ancestros guardaban alimentos en canastas para cuando tuvieran que hacerle fiesta a alguna de sus hijas.

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El principal material para la elaboración de cestas es la Elprincipalmaterialparalaelaboracióndecestasesla madera de un arbusto considerado sagrado por los comcáac: el torote prieto, al que llaman haat en su lengua.

A partir de la década de 1930, la vida de los comcáac comenzó a hacerse un poco más sedentaria; su relación con los campamentos pesqueros establecidos en Bahía de Kino y la llegada del turismo norteamericano fueron elementos clave en este proceso de transformación. Al reconocerse los conocimientos marítimos y pesqueros de los indígenas, se estableció por mutuo acuerdo una relación de trabajo y el dinero comenzó a circular entre la gente; por su parte, los turistas llegaron mostrando mayor sensibilidad para aceptar las características de los trabajos artesanales de hombres y mujeres, dando más importancia a la utilización de utensilios y herramientas rudimentarios y relacionándose con artesanas y artesanos mediante transacciones parecidas al trueque. Fue así que comenzó a gestarse un nuevo camino para la manufactura de cestería, pues las coritas comenzaron a ser valoradas más por su belleza que por su utilidad práctica (la cual, sin embargo, no ha sido abandonada aún por los comcáac). Con el incremento de la demanda creció el interés de más mujeres comcáac por elaborarlas y venderlas.

¿Cómo se hace una corita?

Lo primero que se necesita es fortaleza, resistencia y voluntad para salir caminando hacia el desierto a buscar las ramas de torote (Jatropha cuneata). Éste es un arbusto del desierto con largas y delgadas ramas, cubiertas de una corteza y pequeñas hojas verdes. Las mujeres, que salen en pequeños grupos, seleccionan cada una un torote y le arrancan (desde su base) varias ramas y las van juntando en atados para poder transportarlas. Cada salida es aprovechada también para recoger otras plantas, hierbas medicinales, huesitos de distintos animales y todo lo que el desierto les ofrece. Por ejemplo, si es la temporada de maduración de la pitahaya, llevarán canastos y largas varas puntiagudas (“pitahayeros”), con los que bajan ese preciado y delicado fruto del desierto. Al volver a casa, cada mujer toma su atado de varas de torote y las pone al fuego, para tatemar la corteza y quitarla con más facilidad; al quedar descubierto, el torote se deshila: le arrancan las fibras con los dientes y con seguros, pero suaves, movimientos de los brazos. Algunas mujeres se ayudan con herramientas para ir sacando hebras cada vez más delgadas con las que se fabricará la canasta.

Tras obtener las fibras se hacen con ellas atados circulares y aparte se preparan los distintos tintes que les darán colorido. Con diferentes elementos naturales obtienen negro, ocre y amarillo, que son los colores más frecuentes en los diseños de las canastas; los colorantes se hierven y en ellos se remojan las fibras, de acuerdo con los tiempos y cantidades que determina el conocimiento de cada artesana. En algunos casos, el agua de mar logra que se fijen mejor los colores y se obtengan tonos más firmes; recientemente, algunas artesanas han incorporado el tinte del caracol púrpura, introduciendo así nuevos colores en sus trabajos. Cuando la mujer cuenta con el suficiente material preparado, comienza el hilado de una canasta, para lo cual toma unas cuantas fibras y las ata en cruz. Luego toma más fibras y, uniéndolas, las rodea y cubre con otras más, de tal manera que el grosor del hilado dependerá de la cantidad de hilos que junte haciendo siempre un tejido en espiral. Así, todas las canastas nacen de la misma manera, aunque cada artesana decide si hará una corita plana o curva, una pequeña o una de gran tamaño. Hay distintos tipos y estilos de hilado, unos más finos y otros más gruesos; de vez en cuando, las artesanas deciden confeccionar y ofrecer a la venta coritas con “hilado antiguo”, que es fino y apretado, y para ello deben recuperar las enseñanzas de sus madres o copiar estilos antiguos, como los de viejas canastas familiares. En la elaboración de las coritas se utilizan punzones hechos con hueso de venado, con los que se hace un pequeño agujero en la trama de la canasta, por donde se introduce la fibra de cada hilada. Lo que más asombra de este proceso es la manera en que las mujeres llevan a cabo el conteo y logran la simetría para crear patrones en los que aparecerán flores y plantas estilizadas, mariposas, venados u otros animales, figuras geométricas, siluetas humanas u otros diseños que dan forma, sentido y color a cada canasta.

F oto : Al ejan d r o A gu il ar . E n: A n d rés Or tiz, Konk áa k los del m a r y l a a ren a . Cu lt uras d e M é xi c o, C o rre o d e l M aes t r o, 200 7.

Cada mujer que teje una canasta decide cómo la va a hacer: si será plana o curva, qué materiales usará para dar color a las fibras, si usará un estilo de hilado fino o grueso, moderno o antiguo, etcétera.

F oto : Al ejan d r o A gu il ar Ze l eny .

Varias tonalidades de negro, ocre y amarillo son los colores más frecuentemente usados en la elaboración de canastas; pero hay algunas variantes, como el reciente uso del tinte del caracol púrpura.

Foto: Alejandro Aguilar Zeleny.

Las mujeres que tejen las cestas y canastas deben dedicar mucho tiempo a su confección, y no por ello dejar de cumplir con sus labores cotidianas y con la elaboración de otras artesanías.

Las canastas como arte

Esta práctica ancestral está integrada a un simbolismo que ha sido parte importante en la conservación de la tradición de la cestería. Por ejemplo, se dice que cuando una canasta está recién comenzada y es plana, nada puede suceder, porque no puede contener nada; pero cuando ya está avanzada, es decir, cuando ya puede contener algo en su interior, a veces sucede que algún espíritu pasajero con frío busca refugio en su interior, pues guarda el calor de la artesana. Si cuando ella inserta el punzón con que hace el tramado de la canasta escucha un ruido o rechinido, puede ser que accidentalmente haya lastimado al espíritu que descansa dentro de la canasta. Entonces –cuenta la tradición–, lo que la mujer tiene que hacer es dejar de trabajar y entonar un canto para evitar el enojo del visitante, invitándolo a salir y no tener problemas más adelante. Pasado un tiempo puede volver a trabajar. Además, ninguna mujer debe tocar las herramientas de otra.

Las coritas se confeccionan en distintos momentos a lo largo del día, ya que la artesana combina su hechura con las actividades de la vida diaria que debe realizar según su forma de vida y tradiciones: buscar y preparar alimentos, elaborar collares y otras artesanías que no requieren tanto tiempo como una canasta, etc. También, si llega gente a sus pueblos, salen a vender lo que ya tienen elaborado, y lo hacen también cuando salen a Bahía de Kino o Hermosillo. En ocasiones, las artesanas comcáac, que han ganado gran cantidad de premios nacionales y regionales, acuden a festivales y semanas culturales en la Ciudad de México. Algunas, por la relación que sostienen con ciudadanos norteamericanos, van a universidades y museos de diversas localidades de Estados Unidos, hasta donde se extiende la fama y el reconocimiento de la belleza y calidad de su trabajo, el cual es exhibido en diferentes colecciones, como la del Smithsonian Institution.

La fiesta de la canasta, un rito artesanal

Las coritas tienen distintas formas, usos y tamaños, las más grandes requieren hasta cinco años o más de trabajo, tanto por sus dimensiones, como por el tiempo que se les puede dedicar y las condiciones en que trabaja la artesana. Si bien al principio pueden trabajar en cualquier lugar, ya sea afuera de la casa, en la sombra o en el interior de la casa misma, con el tiempo,

especialmente cuando confeccionan las saaptim (canastas gigantes) requerirán de un espacio amplio, por lo que deben contar con un cuarto propio, que a partir de ese momento será la casa temporal de la canasta; para esto se desocupa algún cuarto de la casa o se construye algún tejabán.

Existe una profunda relación entre la artesana y su canasta, nacida del misterio numérico que implican el diseño de la canasta y la simetría requerida para que los trazos sigan un mismo patrón: cierto número de hiladas de torote de color natural y luego, se insertan fibras de otro color, en un continuo trabajo en forma de espiral, que da paso a las distintas figuras. El trabajo consiste en crear un ciclo que se repite y después, mediante el cambio de color, se teje un ciclo más corto. Esto sucede día tras día, ya sea que llueva o que haga calor (que es lo más usual). Las artesanas combinan el hilado de sus canastas con otras actividades; cuidado de los hijos e hijas, atendiendo todo desde su peculiar forma de ver el mundo, viéndose constantemente confrontadas entre lo que marca la tradición y lo que les exige la modernidad.

Las canastas más grandes, que requieren varios años de labor, se realizan por el encargo directo de algún comprador, con frecuencia de origen norteamericano, quien a través del diálogo acuerda la elaboración y el tamaño. La relación entre artesana y comprador se afianza durante el proceso de manufactura, ya que de tanto en tanto este último vuelve a Hant Comcáac a ver el trabajo, llevar algunos regalos y pagar un avance del costo que tendrá finalmente la canasta. Otra de las tradiciones relacionadas con esta actividad es que cuando alguien llega de visita a la casa de la artesana y admira su trabajo, debe depositar pequeños regalos o un poco de dinero en el interior de la canasta, lo cual se considera como un acto de buena suerte y de alegría.

Foto: Ricardo María Garibay. En: Andrés Ortiz, K onkáak los del mar y la arena . Culturas de México, Correo del Maestro, 2007.

Existe una profunda relación entre la artesana y las canastas que teje, sobre todo las más grandes, que requieren varios años de labor y se realizan por encargo de un comprador con el que se entabla un cierto nivel de amistad.

Mientras hila, la artesana puede platicar con la familia o los visitantes, pero en otras muchas ocasiones está sola con su trabajo. Quizás, este apartamiento provoca que a algunas de las muchachas de las nuevas generaciones les interese más participar en otras actividades (como realizar estudios escolares o sumarse a los programas de conservación ecológica que se efectúan en la región) que sentarse a practicar el tejido; sin embargo, tanto en Socaiix (Punta Chueca) como en AxölIhöm (El Desemboque), las actuales comunidades comcáac, es notable la producción y diversidad de formas, tamaños y diseños que las mujeres traen entre sus brazos –envueltos en las coloridas telas de su vestimenta– para ofrecer a la venta a los visitantes que llegan a sus comunidades.

Cuando se va terminar una canasta grande, y contra lo que tal vez en nuestra sociedad podríamos pensar, no es la propia artesana quien concluye el hilado de la enorme corita; para ello se debe llamar a la hamac’j (madrina ritual) de la artesana y pedirle que ayude a organizar la Saapmayaam (la fiesta de “la canasta que cruzó”). Será la hamac’j quien concluya la canasta; pero antes se le avisa al comprador, quien además de realizar el pago correspondiente, ayuda también con los gastos de la fiesta, refrendando con su aporte a la celebración de la amistad que le une a la artesana. Entonces, la gente se prepara para celebrar la conclusión de la canasta: se reúne leña, agua y comida; se preparan los juegos tradicionales que hombres y mujeres, cada uno por su lado, llevarán a cabo; se arregla el espacio festivo con listones de colores y en chozas de ocotillo; se llama también a los cantadores y a los danzantes de pascola.

Durante la fiesta, se canta y se danza a la canasta, y se le ofrecen los juegos rituales; pues en torno a ella está la vida de la artesana y sus familiares, y la de sus mayores, de aquellos que enseñaron por primera vez a hacer todas las cosas y todos los conocimientos que se han logrado conservar a lo largo de los tiempos; no como expresiones del pasado, sino del presente, ya que el ritual se renueva cada vez que se realiza y si algunas de esas expresiones permanecen, otras van cambiando. Entre el amplio repertorio de los cantos tradicionales comcáac, existen algunos, así como ciertas danzas, dedicados a la canasta. Algunas personas mayores dicen que cuando le hacen fiesta a la canasta es como si le hicieran fiesta de pubertad a una muchacha, que es otra de las tradiciones que el pueblo comcáac mantiene con vida en el presente siglo. Esta relación entre el sentido de una ceremonia y otra nos habla de los sentimientos que “la gente” desarrolla frente a un trabajo de este tipo; la paciencia de la artesana al sentarse a hilar en espiral, vuelta tras vuelta, unos colores y luego otros, contrasta con las necesidades de sus otras tareas diarias, entonces tiene que dejar por un tiempo algunas labores, para sentarse y hacer que aparezcan mariposas, venados, saguaros, estrellas, flores y las demás formas geométricamente plasmadas que previamente ha concebido en su mente.

Al final de la ceremonia, mientras se canta a la canasta, por fin la hamac’j se acerca a la gran obra a punto de concluirse y rodeada de la alegría y la expectación de toda la gente, y utilizando sus propias herramientas, hace los últimos amarres en lo alto de la espiral de fibras de torote. El momento de ese nudo final es altamente celebrado, pues concluye así un ciclo, termina la relación cercana con la canasta y se le despide para que vaya a su nuevo hogar. Es en ese momento que se realiza el icoozlax, que es el acto de lanzar al aire todos los regalitos, billetes y monedas que están al interior de la canasta; es una forma de repartir los dones o bienes, de ofrecer y compartir la buena suerte.

Si bien la saaptim puede ser considerada la más importante de las canastas de las artesanas comcáac, esta obra máxima, cuyo costo rebasa los cincuenta mil pesos, no es la única forma de expresión. No se puede depender tan sólo de una canasta grande para sacar adelante los gastos familiares, por eso se hacen canastas más pequeñas e incluso miniaturas, de las que sorprende la finura del hilado y la perfección del acabado. Otro tipo de coritas son las llamadas hasajispoj (corita grande), que son más bien planas, tipo bandeja y de las que hay algunas con más de un metro de diámetro (las más grandes y elaboradas llegan a alcanzar un costo de hasta sesenta mil pesos). El mercado de las coritas más grandes atrae principalmente a compradores extranjeros, coleccionistas, museos y

Foto: Alejandro Aguilar Zeleny.

Otra expresión artesanal de los comcáac, es la confección de collares, pulseras, aretes y otros objetos ornamentales.

comerciantes de arte, mientras que en México la demanda se orienta principalmente hacia las canastas medianas y pequeñas.

Otra expresión estética y artesanal comcáac es la producción de collares, pulseras, aretes y otros objetos ornamentales. Este tipo de artesanía constituye una importante tradición familiar que comienza desde la recolección de materiales. En esta actividad participan varios miembros de cada familia, que caminan en grupo por el desierto en busca de conchas, caracoles, huesos de animales como vértebras, semillas y un sinfín de pequeños objetos, que a veces complementan con diminutas tallas de palo fierro, con los cuales dan forma a todo un extenso catálogo de objetos ornamentales que tienen gran aprecio entre la gente que convive con esta enigmática sociedad. En algunas de las casas es posible ver personas de edad avanzada y aun invidentes trabajando con diferentes frascos que contienen los materiales y siguiendo la secuencia de diseño. Los distintos tipos y modelos de collares han cambiado, al menos en parte, de acuerdo con las dinámicas de relación entre artesanos y compradores; en algún periodo los compradores (de los cuales varios se pueden considerar coleccionistas) pedían collares con chaquiras, pero luego este material les pareció muy comercial y solicitaron que se hicieran trabajos con “puro natural”. Además, algunos collares contienen plantas curativas y de buena suerte.

Digamos finalmente, que los comcáac son una sociedad que, a lo largo de los tiempos, ha intentado vivir en armonía con los ciclos del mar y del desierto; que vive en un clima exigente y dentro de un territorio que a veces ofrece sus recursos de manera pródiga, pero que también en muchas ocasiones les ha exigido paciencia y tesón. Pero se trata también de una sociedad que tuvo que luchar durante mucho tiempo para que se respetara su forma de vida y su territorio; que estuvo en más de una ocasión en riesgo de desaparecer y que, sin embargo, ha logrado conservar su singular conocimiento y visión del mundo.

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