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La educación informal de las mujeres a través de revistas femeninas mexicanas durante 1930-1950

DEL AULA

La educación informal de las mujeres a través

DE REVISTAS FEMENINAS MEXICANAS DURANTE 1930-1950

Elvia Montes de Oca Navas*

Las instituciones escolares encargadas de la “educación formal” no son

las únicas que imparten las enseñanzas que recibe una sociedad determinada. Por ejemplo, a su lado, y dotados con un peso cada vez mayor, se encuentran los medios de comunicación: prensa, radio, televisión, cine, medios electrónicos y otros, que transmiten elementos de la “educación informal”. En tal categoría se incluyen las revistas y, como un subgénero de éstas tenemos a las revistas femeninas o revistas “propias para mujeres”, que realizan a su modo una labor de información y formación que influye en las formas de pensar, actuar, comportarse y hasta de hablar de sus lectoras.

Introducción

En este trabajo hago un análisis de la manera en que se veía, a través de las revistas femeninas, la vida cotidiana de las mujeres que vivieron en México durante los años 1930-1950, entendiendo la vida cotidiana, a la manera de Agnes Heller (1991), como el conjunto de actividades que caracterizan la conducta de los hombres y las mujeres particulares que crean la posibilidad de la reproducción social.

Para la realización de este documento revisé varios textos que me ayudaron a fundamentar teóricamente el análisis, así como algunas de las revistas femeninas de la época, para contrastar la teoría con los contenidos.

* Profesora-investigadora adscrita a la Sociedad de Historia de la

Educación Latinoamericana.

Las revistas femeninas

La llamada “esencia femenina” en la que se integran y superponen influencias sociales y biológicas, y que conforma un proceso desde el cual viven sus individualidades las mujeres, es una “esencia” –así se lee en estas revistas– vacía de particularidades que se refiere al “deber ser de la mujer” (que se escribe así, en singular, y a la vez refiriéndose a todas, en universal). Una categoría así, carente de contenidos que la identifiquen y la diferencien al interior y frente a las otras, no puede conducir a conocimientos verdaderos, pero sí puede servir como elemento de análisis para un estudio histórico-social.

El lenguaje utilizado por los medios de comunicación puede ser un elemento de control social y de convencimiento que refuerza las diferencias socialmente asignadas sobre lo que se debe pensar, hablar y hacer, y sobre lo que no se debe pensar, hablar ni hacer. En las revistas femeninas, a las niñas se les enseña a hablar como niñas, usando un lenguaje acorde con las expectativas que la sociedad tiene para su género. M. Jesús Buxó (1988) llama “feminolecto” a estas formas de hablar propias de las mujeres que se les imponen socialmente, sin considerar la clase social a la que pertenecen. El “feminolecto” es codificado con atributos de inferioridad, en cambio, el lenguaje hablado por los hombres es asociado con caracteres de superioridad. En las revistas femeninas que se publicaron en el periodo de estudio se hacían, de manera reiterativa y plenamente intencional, múltiples indicaciones dirigidas a las madres de familia acerca de cómo debían enseñar a hablar y comportarse de manera diferente a las niñas y los niños, especialmente cuando estaban frente a los adultos.

En las revistas femeninas, las mujeres tenían escasa posibilidad de participar en la elaboración de las normas, y mucho menos en el cambio, no así en su función educativa como principal receptor–transmisor de formas de adaptación de las generaciones más jóvenes.

La mujer como hija, esposa y madre tiene una alta misión que cumplir. Es ella la forjadora del molde en el que se incuban las nuevas generaciones. Es ella la que tiene el ineludible deber de vigilar las tiernas vidas que a semejanza de los tallos pequeñitos, empiezan a alzarse como una bella promesa para el futuro. Es a la mujer a la que cabe el derecho y el deber de encauzar la educación de sus hijos y guiarlos en el intrincado laberinto de la vida para impedir que tropiecen y caigan.1

En la sociedad patriarcal, que se refleja en las revistas femeninas consultadas, las relaciones de poder se construyen sobre las diferencias biológicas entre los individuos, hombres y mujeres, situación que oculta una profunda desigualdad social. Se trata de un ordenamiento social binario excluyente, jerarquizado, desigual e impuesto como acabado e inmutable. Este sistema binario caracteriza por separado a los hombres y a las mujeres, comprende elementos tales como cultura vs. naturaleza, mente vs. cuerpo, razón vs. emoción, actividad vs. pasividad, público vs. privado, trabajo productivo vs. labores domésticas. Son modelos patriarcales presentados en oposiciones binarias, en donde lo masculino tiene un mayor reconocimiento social que lo femenino.

El desaliento supone la cesación de toda voluntad en lo que se refiere a la continuidad del esfuerzo. Sin embargo, los espíritus viriles [masculinos] hallan en los obstáculos un estimulante que les incita a la lucha con un redoblamiento de esfuerzos, hasta lograr el resultado apetecido.2

1 La familia. Revista de labores para el hogar, abril de 1937, p. 5. 2 El hogar. La revista de las familias, 11 de noviembre de 1936, p. 8.

Así se distinguen los hombres de las mujeres; en lugar de las dudas y sensiblerías propias de las mujeres, los hombres fuertes hacen de los obstáculos “peldaños para alcanzar el fin perseguido”. Los hombres, según esas revistas, no deben parecer tímidos, pues “no merecen confianza los pobres de espíritu”. El rubor y la timidez en las mujeres son considerados, en cambio, como atributos femeninos que las “agracian”; estos mismos atributos son considerados irreconciliables con la “esencia masculina”, pues expresan debilidad y pequeñez de carácter que son propias de la “esencia femenina”.

En las revistas femeninas, al trabajo cotidiano de las mujeres (considerado como una labor que no produce mercancías sino que sólo satisface las necesidades de mantenimiento y reproducción de su familia) se le dio un valor social por debajo del de los varones productores de valores de cambio, no sólo de valores de uso. Estas revistas daban consejos a las mujeres para romper con la monotonía del trabajo doméstico provocada por la realización de actividades siempre iguales, ligadas a la distribución de tiempos siempre repetidos y a una ubicación en un espacio muy estrecho: la casa. Sin embargo, y a pesar del aburrimiento, las mujeres fueron hechas para el trabajo del hogar. En estas revistas, las necesidades de utilizar en la casa los adelantos tecnológicos hechos para “las mujeres” (aunque no por las mujeres), o al menos a las que tenían acceso a ellos, se muestran más urgentes que en tiempos anteriores. Se anunciaban las nuevas máquinas de coser, los refrigeradores, las estufas de gas e incluso automóviles que, como el Ford V-8, “hasta una mujer lo puede manejar”, dada la facilidad que presentaban sus controles.

Las mujeres de las revistas femeninas debían cuidar sus cuerpos, hechos para gustar y procrear, que se representaban con modelos de mujeres-cuerpos “ideales”, impuestos a todas por

En las revistas femeninas, la publicidad preconizaba la necesidad de utilizar en el ámbito doméstico los adelantos tecnológicos hechos “para las mujeres”, al menos para las que tenían acceso a ellos.

igual (lo único que las diferenciaba era la edad, aunque sólo aparecían niñas y jóvenes, pero no mujeres maduras y menos ancianas, ya que estas etapas de la vida se ignoraban).

En las revistas femeninas de la época aquí estudiada, la participación de las mujeres en el mundo de lo público significaba su masculinización, y no sólo de ellas, sino también de sus familias. La ausencia del padre en los hogares se calificaba como causa de su fragilidad moral y como una transgresión que conducía al rompimiento con las normas sociales. Se presentaba al matrimonio como la institución “ideal” para todas las mujeres, quienes jamás debían pensar siquiera en la posibilidad del divorcio, calificado en las revistas como el suicidio del matrimonio.

Y después del suicidio viene el escándalo, el bochorno, el ultraje, el derrumbamiento de lo construido y el caer de muros que en su caída van

Entre 1930 y 1950, circularon en México revistas femeninas tales como El hogar. La revista de las familias.

golpeando a sus propios constructores, los que pasan a la calidad de cadáveres sociales.3

Para la mujer, “hada y ángel del hogar”, ser madre es su destino, por eso se consideraban desperdiciados los cuerpos femeninos que no cumplían tal función biológica.

El rol femenino en el “mundo real”

La incorporación de las mujeres al mundo productor de mercancías, obligada por las condiciones propias del sistema económico imperan-

3 El hogar. La revista de las familias, 3 de julio de 1935, p. 13. te en esos años, provocó fuertes contradicciones entre, por un lado, seguir el modelo ideal de “la mujer en la casa”, y por el otro, satisfacer las necesidades reales de las mujeres y sus familias saliendo a trabajar fuera del hogar. Esto provocó un conflicto entre el “modelo ideal” y las condiciones sociales concretas en las que vivían.

Las mujeres pasaron de trabajadoras domésticas y costureras a ser contratadas en comercios o como secretarias y taquígrafas; después fueron ocupando puestos como enfermeras y profesoras. Estas mujeres, que abrieron para ellas y para las que les siguirían una nueva visión del mundo y pasaron más allá de los estrechos límites de sus hogares, seguramente lo hicieron –al menos las primeras– impulsadas más por sus necesidades materiales que como un medio para lograr una realización personal e independencia. Un caso interesante para ser estudiado es el de las maestras, ya que si bien su profesión fue considerada socialmente como una prolongación de su “naturaleza maternal”, su participación en el trabajo y en los estudios les permitió adquirir una conciencia social más allá de su “papel femenino tradicional”.

En la medida en que las mujeres se insertaban en el mundo laboral, la moda cambiaba. En los años treinta y cuarenta se pasa de lo rígido a lo cómodo, aparecen los cabellos y las faldas cortas, los peinados sencillos, la ausencia de corsés y prendas interiores apretadas, se prefiere la ropa suelta y cómoda, los sombreros desaparecen o reducen su tamaño.

Los cambios en la economía mexicana en la década de los años cuarenta del siglo XX provocaron serias contradicciones entre la vida familiar y la vida laboral de las mujeres; sobre todo la carestía de la vida, que era mayor en el sector urbano, donde fundamentalmente circularon las revistas. Pero había que prevenir a las mujeres de lo que podría suceder si sus ambiciones y proyectos de trabajo rompían con el deber ser

femenino, provocando temor a las otras y a los otros frente a la posibilidad de una mayor autonomía. De la misma manera que se incentivaba a las mujeres a entrar en la vida moderna –especialmente a las que pudieran hacerlo–, también se temía lo que podría suceder respecto a los valores considerados propios de la “tradicional familia mexicana”. Por eso, la iglesia católica, los medios de comunicación, las escuelas, el cine, las canciones, el teatro, los libros, las revistas, todo debía dirigirse al mismo objetivo: la conservación de los valores de una familia católica, donde cada quien ocupara el lugar que la divinidad le había dado. ¿Qué tanto las revistas controlaron pero también rebelaron a las mujeres para seguir ocupando su lugar en el mundo?

Imágenes idílicas en las revistas

En las revistas femeninas publicadas en México se presenta la “familia típica urbana”, de las clases media y alta, sin graves y peligrosas dificultades económicas, con acceso a los productos de la moderna tecnología de esos años. El campo es visto como el lugar sano y agradable, tranquilo y adecuado para las vacaciones, pero no como parte de la realidad social del México de entonces. Es sólo un escenario para mostrar a bellas actrices del momento portando vestidos informales de moda, felices de estar en ese ambiente rural pasando unos días de vacaciones.

En las revistas no aparece –al menos no de forma manifiesta aunque sí veladamente en algunas ocasiones– la explotación de los trabajadores, la miseria en la que vivía una buena parte de los mexicanos, especialmente en el campo; tampoco el analfabetismo y el atraso de muchos mexicanos, principalmente los indígenas, ni los problemas y las enfermedades que aquejaban a los sectores sociales más bajos. Estas revistas no tuvieron nunca la intención de formar en sus lectoras una conciencia social acorde con los tiempos que se vivían. No se critica la sociedad sino sólo en aquellos aspectos que alejan a las mujeres del “modelo ideal”. La realidad vigente para las revistas es presentada como la única digna de preservarse. Se refuerzan los roles tradicionales de los sexos: el hombre en el trabajo fuera de la casa, la mujer dentro de ella. Si las mujeres tenían que salir a trabajar fuera de sus hogares, era por ausencia de los padres o maridos, no por interés personal de hacerlo, y esa ausencia producía hogares “anormales”, vistos como una tragedia de la cual ellas eran las principales responsables. Las revistas femeninas revisadas reflejan la ideología de la clase social más favorecida, de ahí sus esfuerzos por conservarla.

La vida de las mujeres en el hogar abordada en estas revistas afirma las ideas patriarcales masculinas sobre el concepto de género, difunde ideas útiles para guiar la conducta social de los hombres y de las mujeres. En esa visión impera el etnocentrismo, dentro de un marco donde se establece una relación jerárquica entre los géneros, y considerando que quien se aparte del modelo dominante está mal. Lo que se presenta en las revistas femeninas es lo bueno, lo moralmente aceptable, lo recto conforme a un imaginario social de lo que debía ser la mujer de acuerdo con su “esencia”.

Los modelos masculino y femenino no son discutidos, y si acaso se perfilan de manera más decantada es para oponerlos a los otros, los que están mal y son transgresores de los símbolos socialmente aceptados y, por ello, deben ser rechazados (por ejemplo la masculinización y el descuido en el vestir de las mujeres). Seguir esos modelos garantiza la sana convivencia entre los miembros de la familia, cada quien ocupa su lugar con base en las diferencias de sexo

y edad. La familia se confirma como el primer ambiente en el que comienza el proceso de socialización e integración de los individuos, a través del aprendizaje de normas, valores, conductas, actitudes, reconocimiento de lo positivo y lo negativo, lo que debe ser y lo que no debe ser, lo que la sociedad de ese tiempo acepta y lo que rechaza.

El mito de la sumisión, obediencia, volubilidad, debilidad e incapacidad de las mujeres, no sólo física sino también política y económica, se confirma y por eso es que en esos años, ellas no tenían derecho al voto o a su propia autonomía económica. El mito se mezcla con la historia, especialmente con la historia religiosa; por eso es que mujeres-símbolo como Eva, María, María Magdalena, son de quienes más se habla en estas revistas, sus mitos son aceptados y compartidos como verdaderos. El mito se reproduce en la vida diaria de las mujeres mostrando así su “verdad” y su eficacia en la función didáctica, pues aquél enseña cómo son y –más aún– cómo deben ser las cosas; se une así a generaciones que transmiten formas de ser, valorar y actuar, y se organizan las relaciones sociales entre hombres y mujeres.4

La organización de las revistas femeninas

En las revistas consultadas se observaron secciones semejantes. En ninguna faltaron las reglas de etiqueta, urbanidad y distinción social necesarias para el buen desempeño de las mujeres en el hogar y fuera de él. A la esposa se le adjudica un papel fundamental para el buen desenvolvimiento de su esposo en la vida pública y en los negocios. “La felicidad conyugal

4 López Austin, Alfredo, 2003, p. 362. como principio y fin del éxito en los negocios”.5 Esto se refiere a la felicidad de él, de su éxito, y la función de la esposa es relegada a ser simplemente la responsable del estado anímico de su marido para enfrentar el mundo exterior. Estas revistas preguntan a la mujer-esposa: ¿se viste y habla como las esposas de los colegas de su marido?, ¿hace vida social como ellas?, ¿se sabe desenvolver entre sus iguales?, ¿es usted un sedante para su marido?, ¿suaviza sus momentos difíciles?, ¿sabe atender a su marido cuando está cansado o descorazonado? Estas preguntas son parte de un cuestionario dirigido a toda buena esposa, a quien se le invita a contestar con franqueza. Si la interrogada contesta no a las preguntas, se le aconseja corregir sus errores para integrarse felizmente a la vida del hogar y al éxito de su marido en el trabajo.

A las lectoras se les enseña cómo cuidar su pelo a la manera de María Magdalena, la compañera de Jesús, que cuidaba del suyo con base en el uso de diversos aceites. O también cómo servir una cena (elegir los vinos y platillos, acomodar los cubiertos, etc.) o cómo limpiar la cuchillería de plata, las teclas del piano y las piezas de porcelana de su casa.

El café y el tabaco se sirven cuando los caballeros han pasado al fumoir y las damas a un saloncillo de confianza en el que se sirven licores y dulces.6

La mujer era la responsable de los niños que serían los hombres sanos del futuro, por eso debía saber sobre vitaminas, tejidos, bordados, recetas de cocina o confección de prendas de vestir para toda la familia. Tener conocimientos de primeros auxilios y remedios para resolver

5 La familia. Revista de labores para el hogar, 30 de junio de 1942, pp. 206-207. 6 La familia. Revista de labores para el hogar, 30 de septiembre de 1950, p. 67.

Las secciones de las revistas femeninas abordaban temas considerados como “apropiados” para las amas de casa: salud y cuidado de los hijos, tejido y confección de prendas de vestir, recetas de cocina, etcétera.

accidentes en casa, especialmente de los niños, y para malestares ligeros del cuerpo. Se lograba así el ideal de la madre enfermera.

Había reglas de etiqueta para que las mujeres supieran conducirse en público; en la calle debían cuidarse de los automóviles que ya “las invaden poco a poco”, no mirar fijamente a los hombres, no salir solas; el hombre debía tomar del brazo a la esposa, pero jamás de la mano; la mujer no debía fumar en la calle si quería que los hombres la respetaran y jamás sentarse con las piernas cruzadas.

No falta la sección de modas, hermosas piezas del vestuario femenino portadas por bellas artistas norteamericanas de la época. A las modelos se les ve ya, cada vez más, usando pantalones, siempre y cuando éstos fueran holgados y “escondieran” las formas del cuerpo. “Vestir bien es la más bella de las preocupaciones femeninas”.7 Se dan recomendaciones sobre el cuidado de la ropa, de la casa, de ellas mismas. Modas femeninas elegantes para la casa, la oficina, el club. Se presenta cómo visten las mujeres en las grandes ciudades de la moda, especialmente París, Londres, Roma y Nueva York. Las mujeres que portan esas prendas de vestir son bellas, blancas, rubias; están paradas junto a un coche, en la playa, en los clubes deportivos, dentro de casas elegantes. Mujeres con pieles, zapatos finos y perfumes caros. A pesar de la restricción para fumar en la calle, se ofrecen cigarrillos a las mujeres, de tabaco claro, sedoso, suave, delicioso, marca Monte Carlo, hechos especialmente para ellas.

7 La familia. Revista de labores para el hogar, 15 de febrero de 1945, p. 17.

Aunque estaba mal visto que las mujeres fumaran en público, el negocio tabacalero creó productos especialmente diseñados para el sector femenil.

Se muestra la elegancia y la originalidad en el vestir de las mujeres, a la manera de las artistas norteamericanas como Bette Davis, Frances Gilford, Susan Hayward, Ellen Drew, Marlene Dietrich o Jane Wyman (quien fue la primera esposa de Ronald Reagan, actor entonces y después presidente de los Estados Unidos de Norteamérica). Mujeres en trajes de noche, trajes de baño, usando pantalones largos y cortos y de vacaciones en la playa. Modelos de pantalones para las mujeres que trabajaban por los tiempos de guerra, mujeres bellas y risueñas vistiendo pantalones cómodos y trabajando en los talleres, donde aparece ya la mezclilla en el atuendo femenino. Artistas del momento, como Donna Reed, felices y vestidas de manera sencilla pero elegante, sembrando en el campo lechugas y betabeles, pero no maíz o frijoles; o como Wanda Hendrix, de la Paramount, mostrada de vacaciones en el campo, donde prepara y empaca frutas en conserva. Pero hasta en el campo las mujeres debían cuidar de aparecer siempre “bellas y elegantes”. Como contraparte, también aparece la moda masculina con actores estadounidenses como Gary Grant, James Stewart, Tyrone Power, y hasta uno que otro mexicano, como Arturo de Córdova, quien fue premiado por la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood. Porque la buena apariencia de los hombres dependía de las mujeres, sus esposas, quienes debían saber cuidar la ropa, el sombrero y el calzado de maridos e hijos, y las revistas les daban consejos para hacerlo mejor.

Bastará la anterior consideración para comprender que la elegancia de los modales en la existencia cotidiana [de una mujer] es una necesidad y no una afectación.8

Consejos para la “buena mujer”

La mujer debía parecer siempre una “señora”, independientemente de su posición social; siempre educada, dedicada al bienestar de sus hijos: “no ignore que se debe a su familia, a la sociedad, a las amistades y hasta al mundo, si así lo exige la posición de su esposo”.9 ¿Y ella?, debía honrar siempre al padre de sus hijos.

La mujer debía ocultar sus conocimientos frente a los varones, especialmente frente a su esposo, y contestar “no sé” aunque supiera lo que se le preguntaba, “dejarle a él la satisfacción de explicar y desmenuzar a su capricho aquel asunto. A los hombres les cohíbe y ofen-

8 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 23 de octubre de 1950, p. 55. 9 Ibidem.

de la presencia de una mujer demasiado culta”.10 Lo importante es mantener la superioridad de los maridos. Aquí se cumple aquello de “mujer que sabe latín…”

Otro consejo: “el remedio superior de las anemias del alma es la felicidad. Procurad que vuestros hijos sean felices”,11 y con respecto a sus hijas les dicen: “ayúdalas a soñar con un futuro y a buscar y encontrar su príncipe azul”.12 A las mujeres se les recomienda ser tolerantes con sus maridos, saber escoger el marido que le guste a toda la familia.

Y aún un consejo más, esta vez basado en un dicho popular: “ojos que no ven…”. La revista se refiere así a que las mujeres no deben escuchar los chismes sobre las infidelidades de los esposos, y aunque en vez de chisme esto fuera cierto, ellas deben buscar en sí mismas las causas de esa infidelidad para corregirlas, pues siempre deben aparecer como mujeres bellas, impecables, sonrientes, solícitas y atentas con sus hijos y sus esposos.

Pero no todo era trabajo para las mujeres al cuidado de su familia y del hogar, también había algunos entretenimientos para ellas, y el cine era uno. En las revistas se anuncian las películas del momento, especialmente las mexicanas. Se habla de los actores y se comenta algo sobre sus vidas privadas. La década 1940-1950 ha sido calificada como la “Época de oro del cine mexicano”, que atrajo la atención de otros países de América (Cuba, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, Brasil e incluso los Estados Unidos de América) y de España entre las naciones europeas. El cine mexicano empezó a ser conocido

10 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 4 de marzo de 1943, p. 28. 11 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 1 de julio de 1941, p. 20. 12 Ibidem.

Las imágenes de las revistas femeninas enaltecían el lujo y el glamur de tipos de mujer idealizados, como los representados por las artistas de cine.

en el exterior con la película Allá en el Rancho Grande (1936). Dolores del Río, estrella de Hollywood por varios años, regresó a México en los años cuarenta; ahí está su película Flor Silvestre (1943) y por eso aparece en las portadas de Paquita al lado de Mary Astor, Joan Crawford, Janet Gaynor y Greta Garbo. Un éxito semejante lo tuvo María Félix con Doña Bárbara (1943). Ese cine mexicano-latinoamericano, de gran éxito en aquella época, también estaba encargado de reflejar en la pantalla la política del “buen vecino” que se preconizaba para las relaciones entre México y Estados Unidos de América.

Fue un cine repleto de historias de charros y haciendas, de amores románticos y sufridos, rumberas típicas por su insinuación sexual, aventureras buenas y malas, amores imposibles, pobres buenos y felices, ricos malos e infelices,

melodrama familiar urbano, picaresca inocencia urbana. No faltan, por cierto, los “braceros” que se iban a trabajar al “otro lado de la frontera”. En las revistas, se habla de Pedro Armendáriz, María Félix, Pedro Infante, Dolores del Río, Jorge Negrete, María Antonieta Pons, Mario Moreno “Cantinflas”, María Elena Marqués, Libertad Lamarque, Blanca Estela Pavón, Sara García, Marga López, Arturo de Córdova, David Silva, Ninón Sevilla, los hermanos Soler y muchos actores y actrices más, mexicanos unos y otros venidos de diversas partes de América Latina y de España. Aparece allí un México que idealiza el American Way of Life, con un pasado más o menos semejante a los otros pueblos latinoamericanos y compartiendo elementos culturales como la lengua, pero que quiere más bien parecerse a los Estados Unidos de América. Un cine marcado, además, por un fuerte carácter nacionalista en el que se idealizan determinados momentos históricos, especialmente la Revolución de 1910.

Los temas son inmutables: la oposición rancho/ capital; la abnegación de quien nos dio el ser; el romance dosificado con canciones y chistes; las consecuencias del pecado; la recompensa a la virtud. Si hay un centro espiritual declarado, es la madre.13

La mujer aparece girando alrededor de dos ejes contrarios: por un lado la madre pura y buena y por el otro la prostituta, que no es necesariamente mala, pero siempre desdichada y rechazada. La salvación de la familia basada en el “sacrificio de las madres” es también fundamental en el discurso de las revistas femeninas revisadas en este trabajo. La unión del sentimentalismo y el sacrificio en el cine –del que hablan también las revistas– encuentra ejemplos en Nosotros los pobres (1948) y Río escondido (1947),

13 Monsiváis, Carlos, 2001, p. 1058. por mencionar sólo dos casos; en este último María Félix, frente a un niño enfermo dice con lágrimas en los ojos: “¡Ese niño es México!”. ¿Se puede pedir mayor dramatismo? Es de este cine y de sus actores de lo que se habla en las revistas femeninas que aquí analizamos. Seguramente, sus lectoras se alegraron y entristecieron con las alegrías y las tristezas de los protagonistas de las películas, y esto se convirtió así en una manera de control y dirección de los sectores femeninos de la sociedad. En el cine se ve también la llegada de los aparatos modernos a los hogares mexicanos, para “facilitar” el trabajo en el hogar; venta de ilusiones a pagos “fáciles”, con la presencia periódica y molesta –quizás no siempre– del cobrador de los abonos.

En las revistas hay secciones de cartas de lectoras que firman con seudónimos pidiendo consejos para resolver sus problemas, que generalmente son de tipo amoroso. Quien responde a esas misivas lo hace siempre desde una supuesta óptica femenina: se dirige a su “amiga lectora” brindándole consuelo y ayuda para enfrentar y soportar la vida. En Paquita se decía: “Confidencias hechas a la cultísima dama Virginia Iturbide de Limantour”. Uno de sus consejos fue: “Una mujer mexicana debe siempre conservarse [virgen] para el hombre con quien llegue a casarse”.14 Y no todas esas cartas procedían de México, algunas llegaban –según afirman las revistas– de Estados Unidos, Panamá, Chile y otros lugares de América Latina; según esto, ya estaba en proceso el panamericanismo.

En las revistas de los años cuarenta, en las labores de costura, aparecen imágenes religiosas, especialmente la virgen de Guadalupe, lo que no sucedía en la década anterior, principalmente durante el cardenismo. A la época del laicismo del gobierno cardenista, y la separación

14 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 1 de julio de 1941, p. 30.

en la relación Iglesia y Estado, le siguió una de tolerancia y apertura, que a la distancia parece haber caído en los excesos. A las mujeres se les recomendaba aceptar los dictados de Dios:

Él es quien coloca a unos en una humilde cuna y a otros les da riqueza en abundancia. Todo esto según su justicia y sabiduría infinitas.15

A mayores sufrimientos correspondería una mayor recompensa. La siguiente cita corresponde a un escrito que está firmado por Beatriz, así nada más, sin apellido, y muestra a las mujeres como responsables de la educación religiosa de sus hijos:

La fe, la moral, la rectitud anidan en el corazón de los jóvenes que desde su infancia han estado en un ambiente sano, han sido educados por una madre creyente.16

También es cierto que ocasionalmente se abordaban algunos problemas sociales del momento, por ejemplo: la guerra, la niñez pobre de México, la desnutrición y el hambre, los altos precios de los artículos, la voracidad de los hambreadores. Las mujeres fueron comparadas con los valientes soldados:

…esa luchadora tenaz y anónima que la sociedad ignora, en la que se forja una Patria mejor y sanea las costumbres y teje, invisible, la red eficaz que ahogará malas pasiones, bajos instintos, perniciosas influencias.17

Esa valiente mujer: “renuncia a la coquetería y al solaz, para comulgar la dura pesadumbre, la escasez, la amargura”.18 Esto lo escribió Dina

15 La familia. Revista de labores para el hogar, 30 de septiembre de 1947, p. 8. 16 La familia. Revista de labores para el hogar, 30 de septiembre de 1950, p. 67. 17 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 8 de abril de 1947, p. 9. 18 Ibidem. Rico. Se hablaba de que se vivían momentos difíciles de carestía por los efectos de la guerra, pero este discurso contrasta con el lujo que se ve en los vestidos y las casas que muestran las revistas. Las madres son llamadas “heroínas silenciosas”:

¿No es más grande tener pan todos los días para los hijos que dirigir un ejército de cien mil hombres, o realizar un acto arriesgado de desafiar el espacio y de conducir el destino de los hombres, o solventar a los pueblos de cuanto los pueblos piden?19

La casa seguía siendo el ámbito de las mujeres, y la guerra, la ciencia, la política y la economía eran asuntos de los hombres; pero ambos eran igual de heroicos, “cada quien ocupando su lugar”. “Seamos decorativas pero también capaces y eficientes”.20 Al respecto del manejo de la economía doméstica, que era responsabilidad de las mujeres en tiempos difíciles de escasez e inflación, en una revista se escribía:

Sobre la América sigue suspendida la amenaza [la Segunda Guerra Mundial], como una hoz levantada sobre un campo dorado de espigas maduras.21

Sin embargo, esto se lee en un editorial breve y sin firma, referido a los Estados Unidos de América, como si en México no sucediera nada. Sí se reconocía que la guerra comportaba riesgos al alterar la “natural esencia de las mujeres”. En otro editorial sin firma, se hablaba del peligro que para la sociedad en su conjunto representaba el afán de libertad de las jóvenes

19 La familia. Revista de labores para el hogar, 31 de diciembre de 1943, p. 34. 20 Paquita. La revista de la mujer y el hogar, 14 de julio de 1943, p. 5. 21 La familia. Revista de labores para el hogar, 31 de diciembre de 1943, p. 8.

que, de alguna manera, habían intervenido en la guerra, ya que esas mujeres habían ido más allá de las labores “propias de su sexo” al lograr no ser discriminadas para obtener un empleo y una mayor equidad en los trabajos; quizás, eso estaba bien…

Pero deseamos también, y nuestro temor se funda en que ello se olvide, que todos nuestros avances se hagan bajo la égida del respeto y la más estricta moral cristiana que permita a la mujer conservar esa dulzura, esa ternura, esa sensibilidad, tan llena de luz y de cariño, que ha de permitirle, un día, llegar a ser lo más digno de la vida: Madre.22

Reflexiones finales

Este escrito fue un acercamiento a la historia social entendida como el rescate de grupos subordinados, en este caso las mujeres, que la historia tradicional considera de escaso interés, grupos socialmente silenciados y también silenciosos, salvo por algunas excepciones que, asumiendo posiciones contrarias, pudieron dar lugar a formas distintas y diferentes de ser, pensar y actuar dentro de una libertad limitada y estrecha.

Las revistas: ¿qué decían?, ¿a quién se lo decían?, ¿por qué se lo decían?, ¿para qué? ¿A qué mujeres les hablaban estas revistas? Seguramente no al grueso de las mexicanas sino a un pequeño grupo que podía comprarlas (en un país en el que el salario mínimo para la Ciudad de México variaba entre dos pesos con cincuenta centavos diarios y cuatro cincuenta durante la década 1940-1950). Si consideramos que en la capital el costo de la vida de la familia de un obrero subió de cuatro pesos en 1940 a casi diez pesos en 1950, ¿qué mujeres podían comprar y leer estas revistas?, ¿cuántas y cuáles vivían entonces en los medios descritos e ilustrados en ellas?

El historiador construye significados con base en fuentes, por ejemplo, las revistas femeninas, y a través de ellos intenta dar coherencia y racionalidad al pasado.

Bibliografía:

Revistas femeninas

EL HOGAR. La revista de las familias, Emilia Enríquez de Rivera (Directora y gerente), México. LA FAMILIA. Revista de labores para el hogar, Francisco Sayrols (Director y gerente), México, “Libros y Revistas”, S. A. PAQUITA. La revista de la mujer y el hogar, José García Valseca (Director), México, Editorial Panamericana.

Libros

BUXÓ Rey, M. Jesús, Antropología de la mujer. Cognición, lengua e ideología cultural, Barcelona, Anthropos, 1988. HELLER, Agnes, Sociología de la vida cotidiana, Barcelona,

Ediciones Península, 1991. LÓPEZ Austin, Alfredo, Los mitos del tlacoache, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003. MONSIVÁIS, Carlos, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX” en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2001, pp. 957-1076.

22 La familia. Revista de labores para el hogar, 15 de noviembre de 1946, p. 8.

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