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Exequiel Velรกsquez Millanao LOS COLORES DE LA VIDA

editorial E d e r



Los colores de la vida



Los colores de la vida

Exequiel Velรกsquez Millanao

editorial E d e r


Velásquez Millanao, Exequiel Los colores de la vida. - 1a ed. - Buenos Aires : Eder, 2012. 200 p. ; 20x14 cm. isbn 978-987-28478-1-4 1. Literatura Chilena. 2. Cuentos. 3. Poesía I. Título. cdd ch860

Fecha de catalogación: 11/09/2011 Edición y diseño: Javier Beramendi © 2012, eder Pavón 1923, 7° 4. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 15–5752–3843 editorialeder@gmail.com http://editorialeder.net Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina isbn 978–987–284878-1-4


Con cariño a: mi esposa, Ana Leiva A mis hijas: Dina Velásquez Débora Velásquez Milca Velásquez Marta Velásquez A mis nietas: Micol Sánchez Marlene Kranevitter Gwendoline Kranevitter Judith Sánchez Audrey Kranevitter y a mi querido profesor Eduardo Dayan


Estas lineas pretenden ser un emocionado homenaje a sus ancestros. Los recuerdos de la raza mapuche, sencillos juglares del desierto, más que guerreros, galopan libremente de cara al cielo alumbrados por la luna. Su savia volverá a nutrir la tierra viva... sin indiferencias, sin olvidos, sin exilio... sin superficies de atribuladas sombras. Los cuentos que aquí se suceden,traducen con naturalidad todos los valores recibidos que se sostienen con una visión amplia y un criterio sensato a pesar de esta época vertiginosa y cambiante que nos ha tocado vivir. David Sitzerman

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En memoria de mi nieto Matías Daniel Sánchez

Todos estábamos ansiosos. ¿Qué será, nena o varón? Nos preguntábamos. El papá, que es muy tranquilo, estaba ese día muy nervioso. De pronto, el llanto de un bebé. ¡Parece que nació!, dijimos. Nos asomamos, con el papá, a una ventana tapada por una cortina. Alcancé a ver a la enfermera, que le ponía la ropa. Cuando lo levantó, le vi el “pitito”. ¡Es varón!, ¡es varón! Grité. El padre no pudo contener el llanto. ¡Había nacido su esperado hijo varón! La familia entera: las tías, la hermanita y los abuelos derrochaban alegría y se sumaban al desborde emocional del papá feliz. El niño creció, idolatraba al padre, lo seguía en los trabajos de la quinta

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que poseen allá en Escobar, lo acompañaba en los ensayos del cuarteto vocal donde el papá cantaba la cuerda de bajo. A Matías también le gustaba el canto y la música. Llegó a cantar en los templos adventistas con su hermana, su papá y su madre en la ejecución del piano. ¡Cómo mueve la patita!, me dijo mi amigo Daniel Pérez en el Instituto Florida; es que el nene llevaba el compás de la música moviendo su “patita”. Me acompañó a Carmen de Areco en un día muy frío, en esa ocasión viajaron los hermanos del coro de la iglesia de Escobar a sumarse al trabajo misionero. Era un chico de carácter firme, pero la dulzura llenaba su rostro, mostrando esos dientes de leche que siempre tuvo y con los que emprendió el viaje. Tengo muchas cosas para contar de Matías Daniel Sánchez, pero contaré solamente ésta: Lo sentaba en mis rodillas, le tomaba sus manitos, le acariciaba sus deditos, y le decía: Sos mi perrito, mi potrillito, mi pajarito, mi gatito, mi monito, la lista de los animalitos era siempre larga, y él me contestaba con un shi. Un día, el último, lo senté, como hacía usualmente, sobre mis piernas. Empezamos nuestro jueguito, recorrí los nombres de los animalitos que solía nombrarle, pero agregé muchos más. La lista de ese día se hizo interminable, pero él siempre me contestaba con un no. Le pregunté, rendido: Mati, ¿qué animalito sos hoy? Me respondió sonriente y con aire de ganador: Abuelo, ¡hoy soy un tiburón! ¡Me ganaste Mati!, Exclamé. ¿Qué había pasado? Toda la familia había ido a visitar al recién inaugurado zoológico Temaikén. En el acuario, el tiburón con su figura enorme mostraba toda su belleza en una gran pecera que estaba sobre las cabezas de los visitantes. El nene quedó impactado. Por eso, el último animalito que eligió para nuestro “jueguito” fue un tiburón. Matías Daniel ya no está con nosotros y nuestro juego terminó. Pero su sonrisa y “monadas” nunca las olvidaré. Algún día cuando lo vuelva a ver seguiremos el juego. ¿de acuerdo Mati?

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EL COLOR DE LOS CUENTOS Y RELATOS

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AMIGO

Corría el año 1950 cuando conocí a Nero. Me lo presentó mi mamá. Estuvimos juntos tan solo cinco años. Me acompañó en las tardecitas soleadas y también en las mañanas llenas de escarchas allá en el sur. ¡Cuántas veces en las noches oscuras estuvo a mi lado! Pero nunca me pidió nada en compensación por su entrega y compañía. Nos queríamos y con solo mirarnos nos entendíamos. Recuerdo aquella noche fría, el viento quería robarnos nuestras vestimentas con su ferocidad, los truenos semejaban leones enojados que rugían montados sobre las nubes. Mi amigo y yo teníamos una misión: buscar una oveja que no estaba presente cuando contamos el rebaño. Lo miré y le dije: “Nero, vamos”. Sin titubear, aceptó el desafío. Su manto de color marrón lo protegía de las inclemencias del tiempo y yo, con mi poncho nacido del telar mapuche, me defendía del viento que soplaba sin lástima. La oscuridad parecía más negra que otras veces. Salimos rumbo al potrero, que mi papá había bautizado con el nombre de el Martillo, porque precisamente tenía esa forma. Teníamos que atravesar el bosque que, con sus árboles y ramas caídas, lograba “acariciar” con golpes nuestros cuerpos. Íbamos a buscar a la Peti, ese era el nombre de la oveja perdida y la más vieja de todas. Después de sortear el bosque, nos dividimos en dos frentes. Mi amigo iría por el flanco izquierdo y yo por el extremo derecho. 13


Avanzamos por amor a la Peti. El viento, los truenos y la oscuridad no nos abandonaban. Habríamos pagado el oro del mundo por una noche estrellada, pero ya no podíamos elegir; la noche había venido sin luna y con este pedido de urgencia que no podíamos eludir. Pensé, por un momento, y dije: “las hazañas se logran después de sortear las dificultades”. Nada habíamos logrado; mis manos llenas de espinas solo me decían que la empresa era difícil. Yo apenas era un cabrito (pibe) de diez años y mi amigo, mucho menor. De pronto, un ladrido en la oscuridad, seguidos por otros más. Era mi amigo que me llamaba. Acudí al lugar, tuve que caminar unos doscientos metros. Los encontré juntos, él estaba a su lado olfateándola, ella estaba quieta... la vida se le había escapado. Regresamos vestidos de pena, volveríamos con la pala y el fuego al día siguiente para desinfectar el lugar. Un día tuve que viajar. Hice cuatrocientos kilómetros rumbo al norte, me fui a estudiar a la ciudad de Chillán. Mi amigo se quedó en casa junto con mi mamá y mi hermana. Volví en diciembre, lo busqué, mas no lo pude encontrar. Isabel, mi viejita querida, me dijo que se había perdido. Esa era la manera menos dolorosa para decirme que mi amigo había muerto. No fueron más de cinco años los que mi perro Nerito me acompañó, pero a un amigo no se lo puede olvidar jamás.

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PORTEÑO

Siempre estás en el mismo lugar, parado como un centinela, no te hacen mella los calores ni el frío. Hace unas cuantas décadas que te conozco, bueno… es una manera torpe de decir que te conozco. ¿Quién te puede conocer, saber tus misterios y experiencias centenarias? Para mí sos un tipo sabio. ¿Será por las tantas cosas que has visto? Has observado muchas escenas, de las buenas, las más o menos y las fuleras. Pero sos un tipo piola, no deschabás a nadie. Eso me gusta, es una cualidad que te admiro. A veces quisieras hablar pero siempre agarrás para el lado del mutismo. Por tu ubicación a los cuatro vientos, todos te pueden ver, o casi todos. Como buen porteño, nada se te escapa. Algunos que fueron tus vecinos, ya no están; ¿te acordás de aquel que daba la hora? Me preguntás quién. Te respondo: ese que vendía relojes de todas las marcas y tamaños, le llamaban El Trust. Vos a veces le tenías envidia porque, bajo las alas de ese Trust, las novias o amantes se daban cita. Ahora, ahí venden hamburguesas. En una palabra, todos se fueron menos vos. ¡Mirá, che, que pasaron cosas a tu alrededor! Crisis de todo tipo, las del bolsillo, las del cuore y el pensamiento. A veces pienso que tenés imanes por tus costados, todos van a celebrar las victorias con vos. ¿Tenés alguna explicación porqué tantos festejos en tus dominios? Pasé un día y tus amigos: el subte y el colectivo, te arrimaban gente y más gente. 15


Repiqueteaban bombos y miles de gargantas gritaban “dale campeón, dale campeón”. En otra ocasión, los muchachos en multitud cantaban la marcha del general, ¿te acordás? Contame un poquito de los vendedores de buzones y de los especialistas del tráfico de las mentiras. O aquellos que quieren instalarse en la Rosada o en el gigante de Callao y Rivadavia. ¡Viste qué libreto largo le dieron a esos aprendices de actores que después se olvidan de la letra! Eso vos lo sabés muy bien, como que uno mas uno es dos. Qué me decís del provinciano que te mira como buscando a un amigo para contarle su pena, y encontrar consuelo, porque no puede volver a sus pagos, se quedó seco como la arena del desierto. En medio del ruido, escuchaste el silencio, oíste el llanto de la piba que un chabón la engañó y hace rato que está mojando pañuelos. Desde el Colón, te observan, y los peatones de la calle, que nunca duerme, te miran a pesar del paso rápido que marcan, como si alguien los corriera con un látigo. Escuchaste el rezongo del bandoneón, el sapucai agudo que vino del Iberá, la zamba y la chaya del norteño, por eso creo que sos un tipo de oído fino. Por último, te digo si aún no lo sabés: te conocen en casi todo el mundo, sos embajador sin cartera, viajero sin pasaporte; en las postales sos infaltable y ¡cuántos se sacaron una foto con vos! Podríamos tener una charla mucho más larga, pero me tengo que ir, yo también tengo mis apuros. Otro día, la seguimos. ¿Está bien? Chau, mi querido Obelisco, nos vemos. 16


EL AMIGO DE LA CALLE

Te ven caminando, te observan, te critican, nadie se interesa por vos. Tu figura es repulsiva para muchos. Cuando te ven sentado en la vereda o en la estación del tren, te rehúyen; a los niños le dicen “cuidado no se acerquen que está sucio”. Pero vos no hiciste ninguna maldad, sin embargo, ellos no te quieren. Además, todos están tan ocupados que nadie para, no se detienen para ayudarte. ¡Qué se van a detener si todos están pensando en sus cosas! Tu vida no es la de ellos: estás impedido de acariciar a un niño, de ir a un servicio religioso, aunque tengo entendido, y vos también lo sabés, que, en los templos e iglesias, se enseña a querer y amar al prójimo, pero parece que esos oidores y decidores de verdades no gustan practicar aquello que se predica. Tampoco, podés asistir a una fiesta de cumpleaños, vos antes lo solías hacer. Días atrás, se casó tu sobrina, la que acariciabas cuando ella tenía tan solo cinco años; le comprabas golosinas y regalos, pero hoy, no te invitaron. Sus padres no quisieron que vos estuvieras en la fiesta, por eso vos ni te enteraste. ¡Qué vida la tuya!, yo tampoco te la envidio, pero muchas veces me hiciste pensar… y me sentí culpable. Por ello, hablé con mi esposa y le dije: “me gustaría invitar a comer en nuestra casa el próximo domingo a Oscar, le aclaré a mi compañera que posiblemente no tendrías lugar ni comodidades para higienizarte o digo más directamente, vendrías como acostumbrás a deambular”. 17


Cuando te hice la invitación, vos no lo podías creer, pero aceptaste. Dijiste que vendrías. Ese domingo, Ana preparó con mucho esmero mi plato preferido, ravioles con pollo. Llegó la hora acordada, pero vos no apareciste. Te fui a buscar al “lugar” donde habitualmente dormías y no te encontré. Me sentí frustrado, no te pude tener en mi mesa, sin embargo algo no me cerraba. Nos fuimos de vacaciones. Cuando regresamos a San Andrés, tu figura había desaparecido del barrio, te busqué y pregunté a tus vecinos de la esquina de Santa Rosalía y Alberdi, pero vos ya habías partido a otro lugar de donde no se vuelve. El barrio no se enteró, como nunca se quiso enterar de tus problemas. Total, ellos viven a su manera sin interesarse por un ningún pobre y menos por un linyera. Tu Santiago querido no te volverá a ver, tampoco tu familia ¿para qué? Sin embargo, querido Oscar: tu ausencia se ve por esos espacios vacíos que te siguen esperando y que vos abandonaste. De una cosa estoy seguro: tus nobles amigos, tus perros, que te querían y te acompañaban, todavía te están llorando y te esperan. Chau, amigo.

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EL CHIFLA

La panza es lo primero que se le ve, cuando camina parece un gallo pigmeo. Es retacón y de espaldas anchas, un tipo grueso, un gordito petiso que se mueve de un lado para el otro, como hamacándose. Es simpático, aunque creo que nadie lo invitaría a comer a su casa. Hace años que viste la misma camiseta. Es hincha de Boca; bostero por donde se lo mire. Esa camiseta que según él se la regaló Rattín, no conoce el agua, el color amarillo fue reemplazado por las manchas de barro y sebo. Las estrellas no se dejan ver, tampoco el escudo. Los de Boca lo quieren, pero son tan “coditos” que ninguno es capaz de comprarle una camiseta nueva; mucho dale Boca, viva Boca, pero… Los vecinos dicen que, de vez en cuando, en las noches estrelladas, el Chifla se baña manguereándose en la plaza de aquí a la vuelta, donde hay árboles. Eso sí, la ropa sigue enemistada con el agua, creo que ni el Rulo se la pondría. Así se llama su compañero, el perro, que debe pesar más de cuarenta kilos. Los dos están gordos, pero no trabajan ¿cómo hacen? Al Chifla le falta un diente, ahí arriba, en medio de la tarasca; será por eso que saca ese sonido tan fuerte. Cuando el Rulo se aleja, lo llama con cada chiflazo que aturde a los que lo escuchan. Este tipo es un personaje: se ríe a mandíbula batiente, sus carcajadas superan a las de Sara la mujer del patriarca Abrahán. La gente lo tiene marcado como un tipo alegre, pero un día lo vi totalmente sacado, repetía: “este Francescoli, hijo de mil 19


putas”. Un gallináceo de alma me comentó que el charrúa le había hecho dos goles a su querido Boquita y River había ganado por dos a cero. Pero, cuando Boca hace un gol, lo grita para que todo el mundo lo escuche. Las mujeres no lo quieren, porque sus piropos siempre andan cerca del lugar donde las madres paren a sus hijos. Su parada es la barrera del Belgrano en la estación Florida. Se hizo amigo del diarero. Lee gratis los diarios, especialmente cuando gana Boca. Luis lo soporta porque a veces lo usa para que le compre las facturas en la panadería que queda a dos cuadras y ambos se prenden en una mateada. ¡Cómo me reí esa tarde! El Chifla salió a dar una vuelta con el Rulo, vestía un pantalón medio cortón que lo sujetaba con un cinturón de otros tiempos, casi para romperse. Al Rulo lo llevaba con una cuerda, estaban por cruzar las vías. El tren venía con sus ruidos, todos estaban frenados y quietos en la barrera, menos el Rulo que hacía fuerza para soltarse. Cuando el tren pasó, el animal tiró más fuerte para cruzar; fue ahí que se escucharon unos improperios tan fuertes del Chifla, que una rubia se tuvo que tapar los oídos. Al Rulo eso no le importó y siguió tirando, lo que obligó al bostero a hacer un gran esfuerzo; fue en ese momento que el cinturón no aguantó más y se rompió. El pantalón dijo: “A mi tierra me llamaron”. El Chifla no tenía calzoncillo, y se le vio la tripita colgando. Ese día este energúmeno consiguió una novia. Después, se enteró que la flaca era fana de Ríver. El Chifla, como un filósofo de la calle, dijo: “nada es perfecto”. 20


SEMÁFORO

Eres un ilustre servidor en las calles de las ciudades y autopistas. Algunos conductores y transeúntes te ignoran a pesar que tú le muestras tus tres luces. Trabajas días y noches, porque tu misión es trabajar y servir con responsabilidad. Tus colores juegan con los ojos de los más pequeños; los niños, cuando van a la escuela, te ven al cruzar la calle y se acuerdan de la maestra que les enseñó que hay que respetar al semáforo. Los pajaritos, desde los árboles, también te miran; las madres de los pichones se los llevan de paseo para conocer al chiche nuevo y les dicen: “este es el último invento luminoso del hombre”. Los pajarillos quedan con el pico abierto contemplando tus colores. El tránsito es fluido en la ciudad, los autos corren como balazos zigzagueantes, los camiones con los choferes pícaros prefieren ignorarte, uno de éstos prefirió examinar las curvas de una morocha y se comió la curva del camino, faltándote el respeto. Tú no tienes la culpa por el desastre que hizo, le avisaste, pero él se embriagó por una mujer. Tus horarios de servicio no tienen límites, no tienes que marcar la tarjeta de entrada ni de salida, porque siempre trabajas. En esa esquina, que es la tuya, nadie te puede reemplazar. Te tengo que comentar que en el país existen miles de servidores públicos. Pero no son como tú: faltan al trabajo, hacen paros por mejores sueldos, simulan estar enfermos y no lo están, pero cuando llega fin de mes cobran 21


por lo poco que hicieron. Los he visto tomar mate mientras trabajan, discuten de River y Boca y las chicas hablan de galanes, novelas y vestidos mientras el público, cual poste mudo, frente al mostrador esperan una gentileza. Por una simple comparación con el resto de los servidores públicos, yo te elijo como el mejor; tu constancia y tu presencia me llenan de admiración. Mi querido amigo semáforo, quiero rendirte un homenaje, te lo mereces largamente, eres un obrero de la calle que te aguantas el calor, el frío, el viento y la lluvia sin cobrar nada, lo tuyo es todo sin sueldo ni honorarios, ad honorem, algo que ya se está perdiendo en el tiempo. Por ello, decidí solicitar que te den el premio Nóbel como el mejor servidor del mundo. Sólo ruego que no te corten la luz, porque, sin electricidad, tú no funcionas. Todos tenemos alguna limitación y esa es la tuya, ¿viste? Te saludo y me voy. Nos volveremos a ver cuando saque a pasear a mis nietos. Y cuando tú me marques el rojo para detenerme, entonces les enseñaré que “no se cruza la calle con semáforo en rojo”. Semáforo amigo, sigue así, trabajando ahí arriba, pero no como algunos que se encaramaron en algún cargo público para trabajar poco, o mejor dicho, para “vivir de arriba”. Chau, te dejo con tus colores que le pediste a la pasión, a la esperanza y a la ternura.

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PRETÉRITO

El parto era para el 25 de enero, pero el nene recién nació el día 29 de febrero. Los padres fueron al Registro Civil para anotarlo después de dos meses de retraso y se olvidaron del nombre que le iban a poner. El día que eligieron ir al Registro Civil, llegaron cinco minutos antes de que cerrara la oficina. Ante el poco tiempo que tenían los empleados para atenderlos, a los padres no se les ocurría ningún nombre. A las apuradas eligieron: Tardío, Yapasó. Cuando estaban por ponerle alguno de éstos, el papá dijo: “mejor le ponemos Pretérito”. Este nombre lo marcaría para toda la vida. En la escuela, siempre llegaba tarde; tenía problemas con las maestras y con el portero, pero, como tenía una cara compradora y era un chico simpático, le perdonaban sus tardanzas. Si alguien le reprochaba su demora, él muy ufano le contestaba: “¿acaso no sabe que me llamo Pretérito?”. En el secundario, cuando los profesores tomaban una prueba, siempre terminaba en armonía con su nombre: último. A pesar de tener esa cualidad, Pretérito tenía las mejores calificaciones. Parecía una contradicción o paradoja del destino. El club 28 de diciembre organizó un maratón en el barrio donde vivía Pretérito, él se inscribió para esta prueba. Iba cómodo, cerrando el pelotón, la gente lo alentaba, pero, para él, era lo más normal ir último. Tenía problemas en su casa, o mejor dicho, sus padres tenían problemas con él: demoraba una eternidad para vestirse, 23


para desayunar, almorzar y cenar. Le encantaba jugar con su perro que se llamaba Remolón, que parecía que le pedía permiso a las patas para caminar, eran el calco uno del otro. La vida de Pretérito transcurría al ritmo que a él le gustaba, no le importaba que amigos y familiares se pusieran nerviosos verlo siempre último. Creció, terminó los estudios secundarios, ingresó a la Universidad, y se recibió de una carrera que la implementaron a pedido de él: Ingeniero en Cronos. Quería conseguir una novia, lo intentó muchas veces. Cuando le gustaba una, alguno llegaba antes y le levantaba la perdiz. El estrés no podía con Pretérito, del corazón andaba perfecto, tranquilo, sin apuro; la presión arterial tampoco le complicaba la vida. Tenía pocos amigos, pero, en la fábrica de relojes El Rincón del Tiempo, donde Pretérito era el jefe general, lo querían y respetaban mucho. Un día le acercaron un volante donde invitaban a todos los jóvenes para el día 21 de septiembre en la cancha del club Estudiantes para un espectáculo jamás visto. Lo llamaron “EL REPARTO DE MUJERES”. Consistía en correr lo más rápido posible los cien metros de la prueba para conseguir una novia. Pretérito se anotó entusiasmado. Las chicas participantes tenían que esperar en la línea de llegada, bien formadas y sin poder adelantarse, porque eran los varones quienes debían elegirlas. Ese era el reglamento. Muchas madres y tías prepararon a las muchachas para el evento. 24


Pretérito se presentó sin ninguna preparación para la prueba. Previo al inicio de la singular competencia, las cincuenta mujeres querían conocer a los galanes, fueron para el lugar donde los muchachos hacían el precalentamiento. Pretérito, por su gran pinta, enloqueció a todas las chicas, cada una ansiaba ser su novia. Todas le decían al oído “corré rápido Prete que te quiero para mí”. Al público le parecía raro el nombre Pretérito, muchos hacían chistes, otros decían “debe ser un apodo”. La primavera regalaba un día hermoso, el estadio estaba colmado. El gran reparto se debía realizar a las tres de la tarde. El jurado estaba compuesto por el jefe de tránsito, una enfermera y el abanderado de la única escuela de Comercio del pueblo. “Es insólito que pongan semejante jurado” decía un borracho. ¿Por qué no pusieron al Intendente, a un médico y al director del colegio? Vociferaba. Un amigo le contestó, eso siempre se hace, hay que acordarse de los otros “profesionales” también. El jurado tenía un cronómetro de la fábrica donde trabajaba Pretérito. La gente reclamaba porque la hora del comienzo ya se había pasado, sin embargo el jurado se guiaba por el cronómetro sin saber que marcaba una hora de retraso. Era el trabajo del ingeniero Pretérito. ¡Se largó la carrera!, la gente alentaba a sus favoritos, gritaban, aplaudían, levantaban sus brazos, el ruido era ensordecedor. Un gordito, que también le costaba conseguir novia, se movía como pidiéndole permiso al tiempo y ayuda al viento, hacía reír a la multitud. Los más delgados, picaban en punta, 25


un narigón sacaba ventaja por su enorme nariz. Pretérito sostenía su ritmo, tranco a tranco y sin apuro cerraba el pelotón. ¡Faltaban veinte metros! Las candidatas se desesperaban, todas gritaban a coro: “dale Prete, dale Prete”; estaban locas por él. Habían pasado 12 segundos y cuarenta y cinco de ellas ya habían “enganchado” a un novio. La más hermosa de todas —Rosalinda— se corría de un lado para otro en contra del reglamento, esperaba ser tomada por Prete. Esta chica hizo todas las maniobras ilícitas posibles, quedó solita, saltando y gritando por Pretérito. ¡Y lo consiguió! Cuando a Pretérito le faltaban diez metros para la meta, corrió a su encuentro, lo abrazó con todas sus fuerzas, lo besó y se quedó con él. No quería soltarlo. Todo el barrio y el pueblo siguen comentando este romance. Pretérito, señoras y señores, ahora baila con la más linda. Y parece que Rosalinda espera un hijo, sin apuro, al estilo de Pretérito.

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PANCHO

Siempre lo mismo… me levanto a las cinco de la mañana todos los santos días. Ya estoy podrido. Cuando me voy de casa el único que me saluda es mi perro, se acerca y parece decirme: “Pancho, que te vaya bien, te veo a la noche, chau”. Cierro el portón y me sigue mirando. Toda mi familia duerme. La otra compañera es mi bicicleta, algunos me dicen que está vieja y que la cambie, yo digo: “qué sabrán ellos de la amistad que tenemos, si me habla tan dulce y me invita: ‘sube, Pancho, que te llevo’”. Cambiarla por otra, ¡jamás! Sabe el recorrido de memoria. Mis clientes la pueden reconocer fácilmente por su color variado. Del negro original, ya no le queda nada. El tiempo le agregó otros tonos indefinidos. En las mañanas frías, cuando a los autos modernos les cuesta arrancar, ella se ríe y se le escapa un poco el aire sobrador. “Pancho, yo seré viejita pero todos los días arranco y te llevo a tu trabajo” Y tiene razón. Hace cuarenta años que trabajamos juntos. Le coloqué una campanita para anunciar que estoy llevando los diarios. Los años me están robando la voz. Me está pasando como a Lucho Gatica que no puede cantar los boleros que enamoraron a tantos y es culpable del nacimiento de montones de pibes. Yo no canto boleros, pero tengo mi propia canción: “La prensa, Clarín, Crónica, La nación, ¡diarioooo!”. 27


Hoy terminé temprano. Nada raro ocurrió. Maradona se portó bien, la Presidenta, el Congreso, River y Boca no fueron noticia. Cuando hay quilombo los diarios salen como pan caliente. Hoy fue tranquila la cosa, pero me siento cansado. Quisiera dejar este trabajo: eduqué a mis hijos, dos están en la facultad y la nena este año termina el secundario. Eso me hace muy feliz. Estoy en esta plaza, pensativo y medio tristón. Tengo que decirle a Ema que quiero largar, que me siento cansado, pero no sé cómo hacerlo. No, no tiene que verme caído. Durante el almuerzo se lo voy a comentar. Ya tengo sesenta y siete años, y… qué sé yo, no sé… Trataré de ser valiente. ¿Cómo se lo va a tomar? No lo sé. Antes, tengo que retirar mi jubilación en el cajero automático. Mi viejo cobraba su jubilación en el banco y no iba a este maldito cajero. Después voy a pasar por la agencia y le jugaré a mi numerito, lo sigo hace veinte años, nunca saqué nada, pero quién sabe si un día me saco la grande y chau… entonces, podré ver la cara de mis hijos por las mañanas y por las noches y viajar una semanita a mi querida provincia de San Juan, que nunca más la volví a ver. Pancho se dirige al cajero, deja su bicicleta afirmada en la pared. Entra y se pone los anteojos, saca el papelito donde tiene las instrucciones para realizar la operación. Coloca la tarjeta. Los billetes empiezan a caer acompañados por el ruido de la máquina. En el lugar está solo, pura casualidad, porque a esa hora siempre hay mucha gente. Guarda su sueldo en el bolsillo del viejo pantalón, da un paso para salir y ve una bolsa 28


que alguien olvidó. Pancho quiere ubicar al propietario, nadie se asoma, parece una bolsa sin dueño. Olvidada. La revisa y se encuentra con muchos fajos de billetes, todos de cien pesos. No se atreve a contarlos. Primero se asustó y después agarró la bolsa, la acomodó en el asiento de la bicicleta y se marchó a su casa más rápido que de costumbre. —¡Ema, Ema, mirá lo que me encontré, vení vieja, la encontré en el banco, en el cajero! Ema no entendía nada y él no la deja hablar, la euforia era tan grande que no paraba de gritar. —Calmate, Pancho, tranquilo, ¿qué tiene esa bolsa? Cuando empezaron a sacar los fajos, el asombro se apoderó de Ema, que tampoco, a esa altura, lo podía creer. Decidieron contarlo. Terminada la operación, gritaron al unísono: ¡Son 150 mil pesos! Se abrazaron y lloraron. Las lágrimas acariciaron sus mejillas suavemente. Pancho le dijo: “juntá todas las cosas viejas: mi ropa, la tuya y, junto con la basura, quemalas en la parrilla. Así la casa está limpia para cuando vengan los chicos. Yo me voy a duchar y después vamos a salir a comprarnos algunas pilchas nuevas y carne para esperar con un asado a los pibes. Ema hizo como Pancho le indicó, juntó toda la basura del patio, la ropa vieja, las bolsas y algunas maderas. La fogata chisporroteó como sumándose a la alegría de los viejos. Todo se consumió. Las cenizas rojas reposaron en silencio. Pancho buscó el dinero para hacer las compras, pero nada. Miró la fogata y notó que los billetes estaban ahí, muertos y teñidos de rojo, ya no podían resucitar. 29


DIÁLOGO CON GUARDIÁN

Hablé con un perro en la plaza de mi pueblo y le pregunté: —¿Cuál es tu nombre? — Guardián —me contestó. —Tengo algunas preguntas para hacerte, Guardián. —Dale, soy todo oído para vos —me dijo. —¿Qué opinión tienes de los seres humanos? Guardián agachó su cabeza, tragó saliva, dejó el hueso y me respondió: —Conozco a los seres humanos. Entre las ventajas y diferencias que tienen con mi especie es que los seres humanos pueden caminar con dos piernas y pueden mantener el equilibrio, eso yo no lo puedo hacer. Los humanos, además, siempre cambian de colores, usan ropa que son de tonos muy diversos. Yo, en cambio, nací con este pelaje y moriré con él. A los hombres les digo “los lentos” porque para correr son de última; yo empiezo una carrera con Esteban, mi amo, y, en pocos metros, le saco una gran ventaja. Me detengo para esperarlo porque al pobre esas dos piernas lo limitan para correr rápido. Pero lo que más me sorprende es que tienen olfato cero, no le pueden seguir la pista a ningún animal o a otro ser humano. ¡Ni hablar de la sordera! parece que tuvieran las orejas tapadas. No oyen los ruidos lejanos con nitidez. En cuanto al oído, la vista y el olfato el hombre no puede competir conmigo. —Querido Guardián, hasta ahora solo me hablaste de las condiciones físicas de los humanos, quiero que me digas si en 30


lo afectivo tienes alguna opinión. —Bueno, sí, tengo una opinión porque los conozco, como ya te dije. Por lo general, el comportamiento de ellos hacia nosotros es muy autoritario, nos usan a su gusto y criterio. Son parecidos a los dictadores. Nos dan órdenes para que hagamos un montón de cosas. En una palabra, siempre tenemos que obedecer. Nosotros lo hacemos con alegría, eso creo, y estoy seguro de que somos buenos amigos, ya que nuestra fidelidad no tiene parangón. —Querido Guardián, tampoco entremos en la fanfarronería. ¿Qué más me puedes decir? —Te puedo contar muchas cosas, algunas muy tristes y vergonzosas. Me acuerdo de un amigo, Capitán era su nombre, lo había conocido aquí mismo, en esta plaza. Estaba acompañando a su amo. Por aquel entonces, Capitán tenía 15 años, caminaba lentamente y veía poco. Durante esos años, estuvo sirviendo con gusto a su amo, le cuidó la casa, vió crecer a los hijos, corrió, saltó y regaló alegría, pero, como premio, un día lo dejó abandonado aquí. Capitán nunca había venido a este lugar y no supo cómo volver. Te das cuenta de qué mala conducta tienen algunos seres humanos. Sé de otro caso más doloroso aún. Un ovejero alemán saltó desde una terraza a la casa del vecino al que le estaban robando, inmovilizó a un ladrón hasta que vinieron los vecinos y llegaron los policías. Los dueños de la casa estaban de vacaciones, pero cuando le contaron de la hazaña de mi colega ni siquiera le dijeron gracias. Pero la historia no termina ahí. ¿Sabes cómo le pagó al noble ovejero? Una noche que ladraba porque andaban por 31


robar en la cuadra, el “buen vecino” sacó un revólver y apagó los ladridos y el servicio de mi colega. Dijo que no lo dejaba dormir. ¿Qué te parece esta historia? Eso hacen muchas veces los humanos con los animales. Por eso te digo que nosotros somos muy buenos servidores pero sin títulos ni sueldo. —Escuché tus historias, Guardián. Tienes toda la razón del mundo, reconozco que los seres humanos somos desagradecidos e ingratos; ustedes, en cambio, son diferentes, siempre sirven y, a veces, por un mísero pedazo de pan o, tan solo, por un hueso. Entonces, mi amigo perro, ¿quién es el mejor amigo de ustedes? —Sin duda alguna, los árboles son nuestros mejores amigos, porque podemos hacer pis tranquilamente regando sus raíces y no se enojan. —¡Con la que me saliste, Guardián!, ja ja. Porque eres tan puro, tan fiel y tan buen compañero; yo también quiero ser tu amigo y te pido perdón por los daños que otros hombres han hecho a tu especie. —Acepto tu amistad, querido humano. Sin embargo, debo aclararte una cosa: los niños también son muy buenos amigos de nosotros, pero no entiendo qué les pasa cuando crecen. Además, ¿qué sería de la vida de un linyera sin la compañía de un perro o una casa de campo sin un ladrido? Piénsalo, humano. —Guardián, espero volverte a ver y así seguir este diálogo que recién hoy hemos comenzado. —Con mucho gusto, mi amigo humano. Te estaré esperando. —Chau, Guardián. —Guau, guau, amigo humano. 32


EL POTRO ALAZÁN

Llegué a la tranquera y el potro estaba rodeado de seis yeguas, algunas potrancas y otras veteranas. Me miró, luego, inclinó su cabeza. Sabía que yo lo iba a buscar, había visto el lazo, que no quería tener en el pescuezo. El día anterior, se había escapado del potrero detrás de una potranca que estaba afiebrada de amor. El alazán relinchaba queriendo saltar el alambrado. El cerco de cuatro hebras de alambre de púa era como una pared casi inexpugnable. Intentaba una y otra vez, pero las púas le avisaban que ellas irían en contra de su piel colorada. Por fin se decidió. Pegó un salto y, con elegancia equina, depositó su bella estructura del otro lado, no sin antes cortar con sus patas traseras la hebra que se elevaba a más de un metro y medio. Los pelos de su cola se mecían como una bandera, enredados en el alambre de púa. Las yeguas saludaron, asombradas, al gran macho. Su porte, tamaño y pelaje se destacaban majestuosamente entre las hembras. El hermoso alazán olfateó a la que estaba alzada y se la llevó hacia un costado, las otras se retiraron, algunas pastando y otras, llenas de envidia. El apareamiento se consumó. Fue una mezcla de la experiencia del potro y la gustosa colaboración de la potranca negra azabache. Lo dejé esa noche en casa ajena, no quería arruinarle la fiesta. Regresé a la tarde siguiente para traerlo a casa. Cuando llegué al potrero observé que era el patrón y due33


ño de la escena. En tan solo un día, se había convertido en líder. Tenía que enlazarlo, pero por su reacción me di cuenta de que la tarea no iba a ser fácil. Apenas traspuse la tranquera empezó a trotar hacia la orilla del bosque, llevándose a todas sus amigas. A unos cien metros se paró con mirada desafiante, como diciéndome: «agárrame, si podés». Fui a su encuentro, él cruzó el callejón angosto que daba al otro potrero, que era más grande, sus fieles yeguas lo seguían. Se instalaron en la esquina, la más lejana. Caminé despacio mientras pensaba en alguna estrategia para calzarle el lazo al pescuezo. A galope limpio y tirando petardos de sus panzas, regresaron al potrero más chico pasando siempre por el callejón. Ese día mi perro, Nerón, no quiso acompañarme. Me mandé unas puteadas dirigidas a nadie, no tenía a quien decírselas, pero tenía que descargar mi bronca ante tanta impotencia en esa contienda desigual. Me senté sobre un tronco. Los pájaros revoloteaban, el viento mecía al follaje de los árboles, que miraban como haciendo apuesta de quien sería el ganador de esta batalla. “Esta bestia no puede ganarme, debo hacer algo para atrapar al potro”, dije. Se me ocurrió una idea y, sin darme cuenta, la pronuncié en voz alta aunque nadie me oía. Dije: “me voy a sacar el sombrero, la manta y la campera, y voy hacer un muñeco, un espantapájaros que espante a estas bestias”. Lo armé con dos palos en forma de cruz, al palo vertical le puse el sombrero allá arriba en la punta y al horizontal 34


le encajé la campera roja y en cada extremo le colgué las puntas de mi manta gris. El muñeco no tenía cara, pero parecía tenerla. Lo dejé clavado en medio del único paso por donde intentarían dirigirse al otro potrero. Fui en busca del alazán y sus amigas. Estaban pastando muy tranquilos creyendo que me habían vencido y que yo me había olvidado de ellos. Mis expectativas de triunfar eran escasas, pero yo no quería perder. Mi corazón de adolescente palpitaba con aceleración. Apenas me divisaron, empezaron un trote rápido que terminó en galope. Se encaminaron hacia el callejón, pero ahí estaba mi amigo, el espantapájaros. Corrí y cuando llegué las bestias estaban detenidas, el muñeco las había paralizado, no se animaban a avanzar y cuando intentaron retroceder se encontraron con mi figura, dieron algunas vueltas como queriendo fugarse. “Tranquilo, colorado; tranquilo, alazán. Ssshhh, tranquilo”. Le hablé y me fui acercando lentamente, la piel del potro tiritaba, bajaba y levantaba la cabeza y giraba las orejas. En una maniobra lo calculé y le tiré el lazo sobre su cuello. ¡Lo enlacé! El animal intentó soltarse, se paró sobre sus patas traseras, yo me paré con una pierna hacia adelante y otra atrás y lo pude frenar con gran esfuerzo. Le seguí hablando suavemente temiendo que el alazán pegara un brinco y me atropellara, logré acariciar su cuello. El potro se entregó. Las yeguas lo miraron y desaparecieron detrás de la arboleda, parecían agradecidas por la visita, especialmente la potranca negra azabache. 35


El alazán quería ir con ellas, intentó seguirlas, la fiesta le había gustado, pero ya era tarde, ahora el control lo tenía yo. El animal levantó su hermosa cabeza y las despidió con un relincho que inundó el espacio. No me animé a montarlo porque todavía era esclavo de los nervios, lo llevé tirándolo hasta el potrero “El Maitén” que era su casa. El cerco ya estaba reparado y no se volvería escapar. Su romance había terminado y mi esfuerzo también.

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EL CAMINANTE Y EL PUMA

En el verano, Tránsito ensilla su caballo y sale a buscar trabajo en las estancias del sur. Los caminos de tierra en los cerros y llanuras, el noble caballo los conoce de memoria por haberlos galopado veranos anteriores. Tránsito ofrece sus servicios en las estancias. Es un hombre de varios oficios; “hago lo que me pidan”, dice. Cuando consigue alguna changa, también pide un lugar para Compañero, su zaino, que lo mantiene en buen estado, gordo y de pelo brillante. Lo cuida como a nadie, es el transporte perfecto para cubrir leguas y leguas. Cuando termina una changa, busca otra; siempre, en compañía de su caballo. Por las noches, se instala junto a un bosque o un arroyo. Elige los lugares donde menos sopla el viento, donde el agua y el pasto sean abundantes para su amigo y un lugar cómodo para cocinar. Compañero es de raza criolla y de talla mediana, manso como ninguno “solo le falta hablar” comenta este caminante mezcla de poeta y músico. Algunos paisanos conocen a Tránsito de otros veranos, por eso, lo esperan; lo tienen como hombre divertido y de contar historias que cautivan a la paisanada. Cosechar el trigo a pleno sol o las papas en el otoño son las cosas que más sabe hacer. La alegría y la música son sus compañeras; por eso, mientras trabaja, siempre entona una canción. La guitarra viaja, siempre colgada en la parte de atrás de la montura. Después de cenar, la afina y repite lo del viejo 37


Airala “las mujeres y las guitarras se han hecho para tocarlas, pero primero señores hay que afinarlas”. Le canta a la soledad en una noche de estrellas; con el lápiz que siempre lo lleva escribe sus canciones y los poemas que salen de la contemplación de las cosas que lo van rodeando en su existencia. “Ay vidita que me has dado, tristezas y sinsabores, pero en la sombra del árbol a Rosita y su primores”. Canta muy a menudo esta canción con aire de milonga surera. O esta otra, dedicada al zaino. “Bendito amigo y hermano, compañero como no hay otro, sos manso de cuatro patas, menos mal que no sos potro”. Para las niñas, como le gusta nombrar a las mujeres. “El médico me ha recetao pa los fríos una gordita, pal calor una flaca y pal domingo una viudita”. Cuando regresa al rancho, después del recorrido veraniego y donde el otoño le da la mano al invierno, mira a su mansión como jocosamente le dice, entonces le canta con un dejo de nostalgia y a modo de saludo “te veo solita y linda como novia en el altar, aquí viene este varón para hacerte compañía y para poder descansar”. Vive solo desde “siempre”, en su mansión, el caballo tiene su potrero de dos hectáreas de tupida alfalfa junto al rancho. En su acostumbrada soledad, pasa en limpio todas sus composiciones como él las llama, y reflexiona: Algún día alguien le dará un buen uso. Cuenta que, en uno de sus viajes, una noche, cuando las damas “conversaban” allá en el firmamento —porque para Tránsito todas las estrellas son mujeres, por lo tanto no pueden ser mudas— Compañero pastaba tranquilo a la 38


vera del camino, luego tomó agua de un arroyo, mientras tanto él cocinaba un guiso teniendo a sus espaldas un bosque de árboles que jugaban allá arriba con el viento y abajo habían fabricado una suave alfombra con las hojas muertas. Todo parecía tranquilo, apacible. El guiso regalaba su aroma y el paladar de Tránsito lo había aprobado con un “me salió lindo el guisito”. De postre fumaba un cigarro fuerte y, con el humo, espantaba a los mosquitos. El paisano le dijo a Compañero: “tranquilo, Zaino, no te me vayas muy lejos que en la oscuridad está el peligro”. “En algunos minutos tengo que atarlo al lado del fogón”, dijo para sí. En eso siente un ruido raro, extraño, sospechoso. Con su linterna de cuatro “elementos” alumbra: un puma lo mira con cara de hambre, parece que quiere cenar un menú de carne humana. Llamó a Compañero, el caballo vio en la espesura a la fiera hambrienta y saca un relincho como para espantar al visitante. Tránsito agarra a la negra —así le llamaba a la cacerola— y, con un palo, la golpea con furia, sacándole un sonido chillón y estridente, lo mismo hace con su garganta que le regala un do de pecho como el mejor cantante de ópera. La fiera se pierde en el bosque, asustada por los ruidos que nunca había oído. ¡Nos salvamos, Macho!, gracias a la negra que cantó tan lindo, le dijo a Compañero.

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LOS PIOJOS Y LA DEMOCRACIA

Se hacen grandes campañas para exterminarlos. Para mucha gente son repulsivos. Tienen un nombre científico en latín, pero para qué sirve si la gente los conoce como piojos. Igualmente, a estos bichos poco les importa, están enterados de que también les dicen parásitos; pero eso les resbala. Se defienden y argumentan que tienen derecho a la vida como cualquier ser de la tierra. “Somos parte de la fauna del planeta tierra y nadie tiene que eliminarnos”. Surge una pregunta: ¿quién no tuvo alguna vez un piojo en su cuerpo? Se los puede dividir en tres grandes grupos: los de la cabeza, los del cuerpo y los que habitan en los animales. Los más conocidos y amigos del hombre son los de la cabeza. Estos tipos no discriminan a nadie, sin embargo, hubo un tiempo en que los discriminadores humanos creyeron que estos bichos habitaban solamente en las cabezas de pelo negro. Mentira. A los piojos les encanta vivir en todas las cabezas, ellos aman la democracia. Miran a todas las personas por igual. ¿Será para imitarlos? Atentos a las grandes campañas para terminar con sus vidas, estos animalitos se reunieron en un país de Europa. Fue una reunión secreta, nadie debía saber dónde, por lo que todo se hizo con gran inteligencia —no olvidar que, por habitar cerca del cerebro, copiaron la inteligencia humana—, sin embargo, un periodista piojero se enteró de 40


que las reuniones se llevarían a cabo en un viejo castillo de la ciudad de Amberes y lo publicó en el diario La Verdad Piojera. Pero nunca supo informar en qué castillo se hicieron las reuniones. Llegaron delegados de los cinco continentes: los de Asia tenían los ojos rasgados, los de África eran de piel más oscura, los de Oceanía tenían cuerpos semejantes a los canguros, los de Europa eran rubios. Representando a América, se eligieron cuatro piojos: uno de Sudamérica, otro de Centroamérica, un tercero de Norteamérica y el cuarto piojo, que presidía la delegación americana, era mapuche, elegido por ser el más resistente a todos los ataques humanos. El coordinador del evento era un piojo inglés que dominaba varios idiomas y había vivido en todas las colonias del Reino Unido. Los temas candentes a tratar estaban relacionados con la fabricación de elementos químicos y mecánicos, con los cuales los seres humanos intentan barrerlos de la faz de la tierra. La invitada especial fue una experimentada cucaracha, tanto que había perdido la cuenta de los años que tenía; se decía que era centenaria, otros afirmaban que pisaba los doscientos cincuenta años. Esta buena señora había sobrevivido a un sinfín de catástrofes naturales y de exterminio a su especie; además, era jefa de la cátedra de Supervivencia Animal en la universidad Maya de Guatemala. También, la llamaban “La Sabia”. Cuando la abuela cucaracha empezó su discurso, todos hicieron silencio. Hacer un viaje tan largo y no escucharla sería perder el tiempo. “Entre nosotros, 41


eso no debe suceder”, dijo un piojo alemán que pecaba de disciplinado. Los consejos de la licenciada cucaracha fueron: siempre nuestras colectividades deben habitar, en lo posible, en todas las cabezas, no importando el color de la piel ni del pelo, la edad o sexo. Ustedes no tienen que discriminar a nadie, enfatizó. El segundo consejo fue tener una colonia de reserva bien escondida cuyo paradero fuera conocido solo por la raza piojera. En cuanto a los elementos químicos, aconsejó que hay que agudizar la vista y el olfato para detectarlos, por lo que es menester crear una escuela de detectives para informar con anticipación cualquier campaña de exterminio y que, ante cualquier derramamiento de un antipiojo, se proceda a dar aviso a toda la comunidad. En ese caso, será necesario salir del lugar lo más rápido posible. Oído el discurso, la ovación fue tan grande que gritaban hasta ponerse afónicos: “¡Cu caracha, Cu caracha, Cu caracha!”. La declaración final, que todos firmaron, fue la famosa frase de los griegos, con la letra un poco cambiada: “Democracia por los piojos, para los piojos y para todas las cabezas humanas”. Terminaba el documento con estas palabras: ¡A luchar y hasta la victoria siempre, venceremos!

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PUCHERO DE GALLINA

Ese 13 de diciembre, nadie se acordó de la fiesta. —Ya es de noche y no veo nada preparado —dijo el jefe de la Comisaría del pueblo de Carmen de Areco y agregó— La fiesta sí o sí hay que hacerla. A los subalternos no se les ocurrió ninguna solución y, como el silencio otorga, tuvieron que hacerse cargo del olvido. El comisario con gesto adusto siguió hablando sin conseguir que alguien le respondiera. Era un monólogo que culpaba a sus ayudantes por el olvido sin querer asumir responsabilidad alguna. —Cabo de guardia, dígame: ¿qué reos tenemos en los calabozos? —Tenemos tres, señor comisario —respondió el cabo. —¿Quiénes son? —Está el flaco culebra, el… —Pará, pará, ya está. Traigan al Flaco culebra. El reo llegó con una sonrisa en su rostro, ya que estaba acostumbrado a pasar algunos días preso. —Mirá, Culebra, a vos te faltan dos días para salir, pero si esta noche me traés por lo menos tres gallinas, hoy mismo te vas. ¿Entendido? —Está bien, señor Comisario. —Ya podés ir a trabajar, pero te advierto que, si no volvés, te vamos a buscar y te voy a encajar diez días más, para que te diviertas en ese calabozo hediondo. 43


—Ya salgo, señor Comisario. Volveré dentro de un rato —dijo con cierta timidez el Flaco. —Rajá rápido que las gallinas las queremos para ahora —dijo el jefe. El Flaco Culebra tiene ese apodo porque no hay pared ni cerco que se le resista. Es el ladrón de gallinas más famoso del pueblo. Él ya sabe a qué casa tiene que ir a buscar “el pedido”, lo pensó mientras miraba la cara del Comisario. El Culebra es flaco y largo, sus pasos, cuando va apurado, se pueden medir por metros, pero son cortos al momento de estar cerca del objetivo. El Flaco observó desde la esquina, vio que todo estaba en silencio en esa casa que su mente había marcado, las luces no estaban encendidas y dijo para sí: “la cosa viene fácil”. Se trepó rápido, pero suave, como una culebra. Se metió en el gallinero, que estaba en el fondo del terreno, manoteó en la oscuridad a las gallinas dormidas, les torció el cogote a tres y a un gallo. Llevó la mercadería muerta escondida debajo de su saco, que parecía haber sido hecho para dos gordos. —Señor Comisario, aquí está el pedido —El personal no lo podía creer. Todo lo había hecho en media hora. —¿Tenés algo que retirar Culebra? —No, señor Comisario. —Ya te podés ir a tu casa. Esa noche la fiesta resultó mejor que nunca. El puchero de gallina había salido delicioso. Lo regaron con el tinto que un almacenero “coimero” había traído de regalo después de 44


un operativo donde le habían perdonado una multa. Cuando el reloj marcaba las tres de la mañana, el comisario se retiró a su casa a descansar. Caminó pesadamente debido al puchero y al vino que había ingerido en ese cuerpo, que se parecía al de un estibador. Por la mañana, la esposa del comisario se dirigió al gallinero, ya que un halo de duda reinaba. El gallo no había cantado a la madrugada. —¡Viejo, viejo, despertate! ¡Se robaron las gallinas y el gallo! El comisario se acordó del abundante puchero y del Flaco Culebra, y… guardó silencio.

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RULITO Y CRESTITA

“Gran Remate Gran”, así versaba el cartel que habían puesto en el cerco de la casa. La subasta estaba anunciada para el domingo por la mañana. Estaban a la venta no solo la casa, sino las herramientas, los muebles, los utensilios de cocina, los animales, todo menos el bastón y el perro. A las diez de la mañana, llegó el martillero. La gente esperaba, reunida en una mateada, el comienzo del remate. Primero salió a la venta la casa, el martillero invitó a que se hicieran las ofertas; después de un breve titubeo, se escuchó la primera, enseguida vinieron, en forma de cataratas, una tras otra. El forcejeo para quedarse con el inmueble fue entre don Ramón y Aniceto; ganó este último, que hizo la mejor oferta. Aniceto estaba de novio y quería casarse pronto, pero no tenía casa. Todos prorrumpieron en un aplauso. La casa ya estaba vendida. Llegó el turno de los animales. Había ovejas, una yegua, media docena de lechones y unas veinte gallinas, también algunos gallitos. Todos estos bichos escuchaban lo que el martillero decía de ellos. Se preguntaban ¿qué pasará con nosotros? ¿Adónde iremos a parar? El hábil martillero logró vender a todos los animales. El que compró a los cerditos también compró a los gallitos. Pagó el precio de los asustados animalitos, los cargó en su camioneta y se los llevó para Capital Federal. En el viaje, se oyó un diálogo muy interesante entre dos amigos: un chanchito y un gallito. Ambos tenían un miedo 46


terrible, espantoso. No querían morir en el pueblo grande, así le decían a la Capital Federal. “En algún momento tenemos que tirarnos de este vehículo”, dijo el chanchito. “Sí, sí”, contestó el gallito moviendo su cresta. El tránsito por la ruta siete era muy fluido, a pocos metros de la avenida general Paz habían chocado un camión y un colectivo; todos los vehículos estaban detenidos, por lo que era imposible avanzar. La camioneta con los animales también tuvo que detenerse. Fue entonces cuando el gallito miró a su amigo y le dijo: “bajémonos, dale”. Lo hicieron con apuro y, habiéndolo logrado entraron a correr con todas sus fuerzas. Cruzaron la General Paz y llegaron a la Avenida Juan B. Justo. “¿Qué hacemos?”, se preguntaron. Siguieron corriendo hasta desaparecer del lugar. “¡Nos salvamos, hermano!”, le dijo el chanchito al gallito. —Ahora tenemos que ponernos un nombre. En esta ciudad todos los papás les ponen nombre a sus hijos — dijo el gallito. —Pero nosotros no tenemos ninguno —dijo el chanchito—. Ah, ya sé, vos me buscás un nombre a mí y yo te busco a vos, ¿querés? —Sí, sí —contestó el gallito. —Por la cresta roja que tenés, tu nombre debería ser Crestita, ¿te gusta? —¡Sí, me gusta, me encanta, sí, muy lindo! —dijo el gallito—. Y para vos, el nombre que yo te pondría sería Rulito, por tu colita que es un rulo. “¡Qué inteligentes que somos!”, gritaron. “Cuando los 47


porteños nos pregunten ¿cómo te llamás?, les podremos responder”. —Ahora tenemos que buscar dónde vivir y comer —Rulito meditó un instante y luego, con la voz entrecortada, sentenció— Mirá, Crestita, me parece que lo mejor va ser que cada uno busque el barrio y el lugar donde poder vivir. —Si nos separamos, te voy a extrañar mucho, mucho —respondió Crestita. La despedida fue emotiva, las lágrimas bañaron sus caritas. La tristeza, palpable, era la única salida posible. Esa tarde el chanchito caminó por la avenida Rivadavia, llegó hasta la Casa Rosada, luego tomó Paseo Colón y llegó hasta el Riachuelo. Ya era de noche, en un terreno baldío del barrio de la Boca, se tiró a descansar. Durmió hasta casi el mediodía. Unos pibes que estaban jugando un picado lo agarraron después de correrlo bastante y se lo llevaron para su casa. A partir de entonces, fue adoptado como mascota, por lo que lo alimentaron y, habiendo pasado el susto, el chanchito encontró la felicidad. A un integrante de la barra de Boca Junior se le ocurrió mostrárselo a la hinchada, la más fanática, y le hizo una camiseta con los colores de Boca. El jefe de la 12 se lo llevó a la cancha. Ese domingo Boquita jugó un partido con un equipo de La Plata ganó por dos a cero, le enseñaron a cantar los goles, el chanchito nunca más faltaría a los partidos. ¿Qué pasó con el gallito? Cuando se despidió de su amigo, se quedó muy triste, no conocía la ciudad de Buenos Aires. Caminó todo lo que más pudo con su pena entre las 48


plumas, al anochecer tuvo que dormir en un árbol de la Avenida Juan B. Justo y Santa Fe, cuando amanecía tuvo miedo de cantar, alguien podía tirarle una piedra y matarlo, pensó. Bien de madrugada, bajó despacito, mirando para todos lados. Comió algunas semillas y pasto, llegó a la avenida del Libertador y de ahí al Tiro Federal, nuevamente pastito y semillas de los árboles y agua del cordón de la vereda. Caminó sigilosamente y, de pronto, se topó con el El Monumental. No entendía que edificio era, quiso conocerlo, se acercó con una mezcla de prudencia y temor, de un vuelo traspuso el portón de rejas. Un mozo del restaurante lo vio, corrió para agarrarlo, el gallito moría de miedo. “¡No lo matés!”, gritó otro mozo, y agregó: “no ves que tiene las plumas blancas y la cresta roja, tiene los colores del Club”. Por tener los colores de River, se salvó este animalito. Un integrante de la barra “Los borrachos del tablón” lo adoptó como su mascota, lo hacía dormir en un galpón donde guardan los bombos y los “trapos”, lo llevaba a los partidos que el club jugaba de local. El gallito era el ave más feliz del planeta y conocido por todos los hinchas. Cuando iba a empezar el partido cantaba una, dos, tres o más veces anunciando por cuántos goles iba a ganar Ríver. Era como una cábala. Llegó el día del clásico, el River-Boca. El estadio era un alboroto, los hinchas de Boca gritaban “dale bo, dale bo”, habían traído a Rulito que ya había aprendido a decir bo, 49


bo, bo. La algarabía era total, el Monumental parecía venirse abajo. Los trapos, los bombos y los gritos mezclados con insultos al equipo rival era el menú de ese día domingo soleado. Los de River habían colmado la capacidad de las tribunas. ¿y Crestita? Él estaba muy pituco vistiendo la camiseta del millonario, lo habían puesto en un banquito al lado del pelado Ramón Díaz. Cuando los “millos” salen a la cancha, el burrito Ortega lo levantó y lo besó, Crestita le regaló dos cantos que anunciaban dos goles por venir. En la tribuna visitante, estaba Rulito que veía mejor que un águila, lo ubicó a su amigo Crestita y ¡empezó a gritar!, quería bajar de la popular. Tanto insistió que lo bajaron y lo pusieron detrás del arco del mono Navarro Montoya. El árbitro del partido, que vestía un buzo negro lo miró feo y le ordenó que se quedara quieto en ese lugar. En el entretiempo, sin que nadie se diera cuenta, Rulito se fue por el córner y se dirigió hasta donde estaba Crestita, apenas se reconocieron estos bichitos se abrazaron y lloraban como niños. Crestita cantaba con toda su fuerza y Rulito gritaba tan fuerte que todos los hinchas escuchaban atónitos a estos dos amigos. Las dos hinchadas festejaban ese encuentro. Un viejo filósofo del “tablón” sentenció, “estos bichos son más inteligentes que los humanos, en pleno clásico nos dan el ejemplo, que un partido se hace para ver buen fútbol, gozar y no para insultarse, tenemos que aprender de ellos”. El partido terminó dos a dos. El primer gol lo hizo Boca, fue una pelota perdida que la agarró Palermo y la clavó a 50


un ángulo inatajable para el arquero. La hinchada gritaba enloquecida y dos fornidos hinchas alzaron con sus brazos a Rulito que se movía y gritaba bo, bo, bo, como cualquier fanático de Boquita. Vino el empate de Ríver con un gol de película del burrito Ortega, el gallito cantaba como enloquecido y todo el estadio lo escuchaba. Después vinieron dos penales, una para cada equipo. Nuevamente, el burrito convirtió con maestría luego de hacer un amague, el otro lo convirtió en gol con su parsimonia habitual el ídolo Román. Cuando terminó el partido, Rulito y Crestita se fueron al restaurante a tomar unos tragos, con la compañía de los jefes de la barra de River y Boca. Parece mentira, pero esto sucedió y, gracias al ejemplo de Rulito y Crestita, estas dos hinchadas no se insultaron nunca más. El recuerdo de ese acontecimiento y el canto de setenta mil gargantas aún hoy retumban en el gallinero mayor cuando en homenaje a estos dos animalitos cantaban: “Rulito, Crestita, un solo corazón, Crestita, Rulito, un solo corazón”.

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DIÁLOGO DE LAS LETRAS

Un día las letras del abecedario tuvieron una reunión especial. Invitaron a sus amigos: el acento, el punto, los signos de exclamación, interrogación y la coma. La letra C tenía una Casa en el Campo y la Cedió para dar Comodidad a la reunión. La A Abrió la puerta y Aportó su clásica Amabilidad, la B con su cara de Buena y Benefactora todo le parecía Bien; la D, para no llegar tarde, le hizo Dedo al camión de Don Darío y llegó Derechita. La E lucía Elegante montada en un Elefante. La F se las vio Fea en el Ferrocarril de Famaillá. La G vino Gritando, acompañada por sus Gatos Grises Gemelos. La H llegó muda, pero llena de Honestidad e Hidalguía, venía desde su Hogar; por su parte, la I, que siempre mantiene la vertical, vestía su carita de Inocencia y de Indiferencia, llegaba de la ciudad de Iquique. La J, con la Jeta pintada, llegó preguntando: “¿cómo va la Joda?”, llena de Júbilo y Jarana. La K, con su sobrepeso de muchos Kilos, vestía un Kimono Ke le Kedaba bien. La L era un Lujo, con sus uñas Limadas y con la cara Llena de Luz, tomaba una bebida Light. Llegó la M con Mirada Mala, Mirando a Menos a todas, sintiéndose ella Más y Mejor que el resto. La N, siempre Negativa, portaba carteles con un “No te conozco, No me junto con vos, No me griten, No me toquen y No me atosiguéis”. Cuando entró la O, todos exclamaron: “¡Oh!, ¡qué Orgullo tenerte, Odas a nuestra amiga la O! A ella solo le 52


interesaba el precio de la Onza de Oro en los mercados del Orbe. La señorita P llegó del Perú preguntando por los Precios Populares del gobierno: de la Papa, del Perejil y del Puerro, se cruzaba las Piernas porque se estaba haciendo Pis había tomado mucho Pisco. La Q no entendía nada, venía de la Araucanía y del pueblo de Quitratúe y, medio sorda, contestaba con un “¿Qué?, ¿qué significa esto? y ¿Qué me decís?”. Ella lo único Que Quería era comer Queso. La R vino Rápidamente, llegó cargada de Regalos para sus amigas, vistiendo la camiseta de River y con una sonRisa de oreja a oreja, traía una bolsa de Ravioles de una Rotisería Rural. De pronto, se sintió un canto: “Si, Si Señoras yo Soy la S, Soy Socialista de corazón”, quiso empezar con un discurso y todas hicieron SSShhh, le pidieron Silencio. La T Tenía Traje de Trabajo, Tosía y cuando le preguntaban qué Te pasa, decía: “Tranquilas, Tranquilas, quiero tomarme un Té de Tilo, estoy nerviosa porque me peleé del Todo con mi novio Tomás”. La U llegó Última, como es su Uso, Únicamente llega temprano cuando es un caso Urgente y cuando quiere cobrar. Venía de Uruguay, tenía un buzo con una U muy grande, provocativa, cuando la vio la C, que es fanática del cacique, le gritó con furia: “Colo Colo Campeón”. La V llegó cantando Victoria con los dedos en V, entonaba “Vivo la Vida de Victoria en Victoria” estaba muy alegre, a pesar de su Viudez. Alegre, la Viudita, ¿no? La W trajo una botella de Whisky, ya estaba muy Whiskeada, borracha, tenía un trajecito deportivo que se lo había 53


comprado en Wimbledon su novio William. La X venía medio cruzada, acompañada de su amiga Ximena que tocaba el Xilofón. La Y llegó con el ego encendido, decía cosas como éstas: “Yo soy Yo, nadie es igual a Yo”. Las compañeras le contestaron que por qué no se iba a jugar al Yo Yo. La Z venía de Zaragoza cantando Zarzuelas y muy feliz porque había comido caZuelas de Zorzales con su novio Zoilo. Ya habían llegado todas las muchachas. De pronto, se oyeron gritos. La B y la M estaban trenzadas en una discusión, se decían de todo, menos linda. Gritaban como si estuvieran en las tribunas del Monumental y saliendo por la puerta doce. La B le decía a la M: “sos mala, mentirosa, mal intencionada, maldita, mediocre, mal parida, maloliente, machona”. La M le contestó: “borracha, burra, bestia, banal, bostera, basura y barullera”. Cuando la cosa se puso fulera, el Punto se Paró y pronunció lo siguiente: “Por favor, chicas, paren un Poco y pongamos Punto final a esta discusión. Vengan conmigo que este Punto las quiere aPoyar”.

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LOS TRES AMIGOS: EL POR QUÉ, EL PARA QUÉ Y EL CUANDO

Se juntaron en la plaza del pueblo, se sentaron en el banco más cómodo, que estaba debajo de un árbol, y se pusieron a observar a la gente. Los niños corrían como corderitos en el campo, algunos jugaban con sus monopatines y bicicletas. Las madres llevaban a los más pequeños en cómodos cochecitos. El día soleado y con pequeñas brisas llenaba el confort necesario para una tarde feliz. Se dieron cita los zorzales, gorriones y otros pajarillos, que fueron los encargados de traer la música. Las palomas en gran cantidad tapizaban el suelo y algunos pequeños jugaban con ellas. Belén de Escobar, en la provincia de Buenos Aires, es un pueblo tranquilo. Muchos eligen la pesca en el río y otros, se van a jugar un partido de fútbol los días domingo. Razón por la cual, esa tarde, la plaza estaba colmada de niños y madres. Los tres amigos miraban todo lo que sucedía en ese escenario, donde los “artistas” que actuaban sin cobrar un centavo presentaban un espectáculo alegre e improvisado. Algunos se caían de sus bicicletas, otros se empujaban y, también, estaban los que se hacían los payasos. Las risas y carcajadas sonaban como aplausos de alegría y aprobación. El edificio de la Municipalidad parecía sonreír al igual que el Templo católico que estaba en la otra esquina. Apareció el vendedor de pochoclo, de copos de nieve y manzanas 55


acarameladas; el carrito estaba pintado con los colores del club River Plate. No necesitó ofrecer la mercadería, los chicos se amontonaron para comprarle, el “gallináceo” se sentía millonario con la plata que estaba recaudando. Por la esquina que da en diagonal a la iglesia, apareció una madre que empujaba un cochecito, portando el cuerpo de un niño con la mirada triste, sus piernas tullidas y el cuerpo torcido. Ese no era un espectáculo, nadie quería mirar, pero todos miraron. Los niños sin entender, posaban sus ojitos sobre ese niño que notaban que era diferente. No lo conocían, era nuevo en el pueblo. Se hizo un silencio con preguntas mudas. Los tres amigos seguían sentados. En ese momento, analizando ese nuevo cuadro, a ese pobre niño, comenzaron una charla. Don Por Qué dijo: “¿Por qué tiene que haber un chico así? No lo entiendo, es una injusticia”. Don Para Qué, exclamó: “¡Para qué sirve un chico así! Para qué habrá nacido. Da lástima como está”. Don Cuando los interrumpió y dijo: “Algún día las cosas cambiarán, y para que lo sepan, sucederá cuando la ciencia sea aumentada, cuando las armas ya no existan, cuando las rivalidades se tornen amigas, cuando el amor derrote al odio, cuando haya más científicos que políticos, cuando los ladrones se transformen en benefactores de la humanidad y los pobres sean desconocidos porque todos los seres humanos serán iguales. Ustedes no existirán, los por qué y los para qué desaparecerán porque las soluciones aparecerán primero. Los abuelos serán jóvenes llenos de energía y sus 56


consejos serán oídos, sus palabras sabias serán apreciadas y sus nombres serán pronunciados con cariño. Al abuelo Octavio le dirán ¡hola Octavio! y aunque tenga cien años no lo ignorarán ni será un estorbo porque lo incluirán en las conversaciones y en las fiestas como si fuera otro niño. Los enfermos y tullidos no existirán porque la ciencia habrá derrotado a las enfermedades. Todo será nuevo, la tierra, el agua y la atmósfera estarán limpias y sin contaminación. En esos días los pájaros se posarán en las manos de los párvulos y los niños jugarán con el león y el cordero, porque ambos serán animales domésticos y ya no existirán las fieras temibles”. Como no había más que argumentar y preguntar, sus dos amigos se retiraron en silencio. Don Cuando siguió contemplando la escena lleno de esperanzas y manoteando el futuro.

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EL PRIMER SUELDO

Los campos sembrados, en el verano, aún seguían sembrados, solo que ahora los tallos habían crecido. Sostenían, como si fueran centinelas, a las doradas espigas preñadas del valioso cereal. A los costados del camino, se veía ese manto inmenso. Eran muchas hectáreas. Un espectáculo casi imposible de describir. El trigo estaba listo para la cosecha. Parecían pedacitos de oro macizo incrustado en las espigas. Los campesinos comentaban: “este será un año de buen rinde”. Un productor andaba buscando obreros, lo encontré junto al camino. Me propuso trabajar para él durante dos semanas. Le contesté que sí. Cuando llegué a mi casa, Alejo, mi hermano mayor, me comentó que Don Serafín le ofreció trabajo. Le pagaría cuarenta pesos por día. Ahí me di cuenta de que yo no había hablado de cuánto sería mi sueldo. Pensé que, por ser todavía un muchachito, me pagaría la mitad del jornal de un mayor. A veinte pesos por día, mi cuenta ascendía a más de doscientos. Me compraría alguna ropa, que me estaba faltando; también, algunos útiles escolares, entre ellos una lapicera fuente. Estaba contento: Esperaba ansioso el día para empezar con mi primer trabajo fuera de mi casa. Don Serafín nos vino a buscar. Trabajaría en la misma carreta con Alejo. Eso me dio más confianza. Comenzamos un domingo, ese primer día era como un exámen. Le pregunté a mi hermano 58


si había trabajado bien, me agarró de un brazo y me dijo: “Eres un campeón, rendiste como un grande”. Esa semana trabajamos hasta el viernes, el sábado era día religioso para Don Serafín. La segunda semana fue muy parecida a la primera, los días fueron más cálidos. La Noche y el colchón me devolvían la fuerza que el sol y el esfuerzo me la habían quitado. Llegó el día final. El trigo descansaba en las bolsas. La parva como una gran montaña blanca asomaba en la esquina del potrero. Faltaba para mí una sola cosa: el pago de mis días trabajados. Don Serafín llamó a todos los obreros, les pagó primero a los mayores. Todos quedaron conformes. Ahora era mi turno, la ansiedad me carcomía. —Te tengo que pagar —me dijo. —Sí señor, le contesté. Sacó de su billetera cuatro billetes.Eran solo cuarenta pesos… traté de disimular. Pero estaba quebrado... El llanto me acompañó hasta mi hogar y me depositó en mi cama.

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TE LO DIJE, AGUILERA

La carreta estaba colmada de leña. Soy y Valiente —así se llamaban los bueyes— arrastraban la pesada carga. Juana y su esposo habían llegado temprano al pueblo, la leña la ofrecían de casa en casa. La gente sencilla vivía su calma habitual. La leña, en esa zona, es el combustible que usaban en los hogares para cocinar y hacer el pan de todos los días. La pudieron vender antes del mediodía; luego pasaron por el almacén para comprar algunas mercaderías: azúcar, café, aceite, arroz y carne. El resto del dinero se lo guardaron. Decidieron regresar. Cuando se encaminaban para cruzar el viejo puente de madera sobre el río Puyehue, oyeron una voz que salía de la cantina de Martínez: “¡Aguilera, Aguilera, ven!”. Era un amigo que los invitaba a tomar algunos tragos. En el boliche se encontraron con otros conocidos. La reunión se tornó entretenida, empezaron a regar sus gargantas con un vino tinto de dudosa calidad. El cantinero, ducho en estos menesteres, estaba atento a los pedidos de los clientes. Las cañas —vasos grandes— así como se llenaban, se vaciaban rápidamente. Juana Lemunao, al principio, no quería meterse en la cantina; había dejado a sus niños al cuidado de una vecina, por eso quería volver pronto y no deseaba entrar, pero Aguilera, el marido, la convenció. Era la única mujer entre tantos hombres. Después, se metió de lleno con el brebaje, lo hacía al ritmo de los varones. El tiempo pasaba, los 60


bueyes, afuera, rumiaban el aburrimiento y la bronca. Los bebedores, después de muchas horas, estaban totalmente curaos, borrachos, por lo que el cantinero se negaba a servirles la última vuelta. “Ustedes están muy borrachos y no podrán llegar a sus casas, apenas pueden mantenerse de pié”, sentenció con energía. Y agregó: “¿quién va a pagar?”. Entre todos, juntaron el dinero; todo, a regañadientes. A decir verdad, estos curaítos ni se acordaban del nombre de la madre de tan chupados que estaban. Subieron, no con pocas dificultades, a la carreta los tres varones y las dos mujeres. Por suerte, los bueyes sabían de memoria el camino de regreso. La sed que tenían no era del tinto ni la chicha que habían bebido sus dueños, los animales querían tomar agua. Doblaron en la esquina del Pinar, estaban a quinientos metros del lugar donde el estero y el camino se besan. Los bueyes conociendo de memoria ese espejo de agua, lo ansiaban en demasía. Cruzaron el puente angosto, Valiente y Soy emprendieron una carrera desesperada, lo que motivó que el borracho conductor gritara dándole órdenes para que se detuvieran, pero ya era demasiado tarde. La carreta giró bruscamente, se inclinó hacia el lado izquierdo, se rompieron las barandas y los pasajeros cayeron, las ruedas, les pasaron por encima. Todos quedaron tirados en el suelo, mientras las bestias saciaban su sed como queriendo tomarse toda el agua del estero. De a poco, se fueron incorporando con mucha dificultad. Nadie podía ayudar a nadie. Se recriminaban lo 61


sucedido. En un momento, solo calculado por ella, Juana Lemunao se paró frente a su esposo huinca, blanco, y, con su potente voz —propia de su raza mapuche—, le gritó: “¡te lo dije Aguilera!”, recordándole que ella no quería entrar en la cantina. De inmediato, sacó un derechazo que fue a parar en la mandíbula izquierda del huinca, que cayó al suelo como una bolsa de papa. Juana lo miró con desprecio y le dijo: “te lo merecías huinca de porquería”, y dejó que los otros lo levantaran. Ahora, Aguilera está doblemente mareado, por el vino y por el tremendo puñetazo de su mujer. Después de ver ese espectáculo gratuito, bajé del tronco donde estaba encaramado, agarré mis útiles escolares y fui corriendo a contarle a mi mamá. El puñetazo certero y contundente lo recuerdo desde mis diez años. Nunca había visto semejante forma tan eficaz para hacer dormir a un hombre.

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NUNCA LA VOY A OLVIDAR

Fue en un tren nocturno. Los pasajeros vestíamos gruesas ropas para ahuyentar el frío. Temuco, en el invierno, se parece a la sucursal de la Antártica. La calefacción del vagón estaba al máximo, entonces, todo el abrigo empezó a molestar. Viajaba casi toda gente mayor, muy pocos jóvenes. Los asientos tapizados de negro parecían colchones que invitaban al reposo. Ella miraba y observaba con sus hermosos ojos negros. Yo leía un libro. El coche, con sus ventanales amplios y los vidrios limpios, oficiaba de cómplice entre nosotros dos. Sus padres se durmieron. Yo quería hablarle, me gustó a primera vista. Desde mi asiento que daba del otro lado del pasillo y casi en diagonal, la empecé a “relojear”, me parecía tan linda como una fruta casi madura; nuestras miradas se cruzaron un par de veces. Saqué un papel, el libro que había comprado para leer durante el viaje me sirvió de escritorio, la empecé a dibujar, mis trazos eran imperfectos, nunca fui un buen dibujante. Estaba seguro de que mi estrategia daría buenos resultados; junto a su rostro dibujado, le agregué estos tres nombres: Beatriz, Margarita y Adriana, uno de éstos debe ser el tuyo, me aventuré a decirle. Coloqué la cartita dentro del libro y se lo acerqué. Al mirar mis mamarrachos, su rostro se encendió en una pícara sonrisa que la hacía más bella. 63


Abrió su pequeña cartera, sacó una lapicera y comenzó a escribir. Usó el mismo método mío. La diferencia era su habilidad para dibujar. “No me gusta ninguno de esos nombres”, me contestó y agregó: “por ahora, no te voy a decir cómo me llamo”. En el intento de saber el mío, aseguró que me llamaba Alberto. Era evidente que ambos no servíamos para ejercer el oficio de adivinos. A esa hora de la noche, éramos los únicos que permanecíamos despiertos. Hice otra cartita, la invité a bajar en la estación de Chillán, el tren se detendría por quince minutos. Le dije que al bajar podríamos charlar algo más, pero sin las cartitas y tomar el café con “malicia” que vendían en el andén. “Al café con malicia, al café con malicia” ofrecían con sus voces chillonas las vendedoras, “especial pal frío caserito, especial pal frío, señorita”. Compré dos, al probarlo me di cuenta que “la malicia” era un fuerte aguardiente que calentaba la garganta, el cuerpo y traspasaba los tuétanos. Subimos. Nos sentamos en otro vagón. Charlamos, nos tomamos de la mano y despacito llegaron las caricias y los besos. Le pregunté cómo se llamaba. —A ver si adivinas — me contestó. No quise intentarlo. Su nombre era Fresia; le pregunté por su edad. —¿Cuánto me das? —Me contestó, con la sonrisa que ya me había enloquecido. Dije —dieciséis— por eso de la canción de los años sesenta, “Los dulce dieciséis”. —¡Nooo,… te equivocaste! Tengo quince años recién cumplidos —me dijo. —Para mis veintiuno, viene justo —le dije a mi silencio. 64


En mi cabeza se había alojado el pensamiento de cómo sus padres no venían a buscarla, hacía más de dos horas que habíamos desaparecido de la vista de ellos, me parecía extraño. —¿Por qué tus padres no vienen a buscarte? — me atreví a preguntarle. —Ellos no tienen problemas —me respondió—. Además, no son mis padres, soy hija adoptiva. Los quiero mucho porque me criaron y me dan el cariño que necesito. Yo nada entendía. En ese momento, solo supe enmudecer. Se dio cuenta de mi incertidumbre y me dijo: —sabes —hizo una pausa— tengo un problema y, mirándome fijamente balbuceó—. Estoy muy enferma, tengo una enfermedad incurable… tengo leucemia… este es el quinto viaje que hago a Santiago, los médicos no me dan esperanza para curarme. Las lágrimas mojaron su rostro y acompañaron a su vocecita todavía de niña, las mías se hicieron solidarias y también regaron mi cara. Lloramos mucho. La pena se comió a las palabras. La noche se había ido, el tren llegó a su destino y los pasajeros empezaron a descender. Nos miramos y abrazamos. Nos dimos las últimas caricias y el último chau. Éramos como un ovillo de amor. Nuestros cuerpos se habían fundido en uno solo… el mundo era todo nuestro. Nos miramos por última vez, nos deseamos suerte. Ella se fue con sus padres. Yo, con mi pena al hombro apenas podía caminar. Sabía que no la volvería a ver. Pero yo nunca la voy a olvidar. 65


MANUK

La cicatriz en el medio de la cabeza es su carta de presentación. El viejo Manuk habla a media lengua el castellano, pero domina el turco y el armenio. Vino de Grecia, donde estuvo asilado. Carga penas y nostalgias. Tiene el “oficio” de guerrillero. Peleó como soldado en la guerra contra los turcos y en Abisinia. Llegó a la Argentina. Aquí se codeó con el esfuerzo; el sacrificio lo traía impregnado entre sus vísceras desde su querida Armenia. Argentina tenía leche, pan y carne. Aquí es igual que en todas partes, dijo para sí Manuk. Lo que abunda no se regala. Y se largó a trabajar. Por las noches, junto con Bersité y algunos paisanos que se radicaron en Vicente López, recuerda no solo a su tierra, sino a sus muertos. Recuperar su país robado por los turcos sigue siendo una esperanza, pero volver a ver a sus familiares, no. Todos murieron de la peor forma: asesinados y sin poder defenderse. Manuk por consejo de un patriarca, el mayor de los inmigrantes armenios, se compró una “máquina” para sacar fotografías. Con ese cajón en sus espaldas, recorrió los caminos polvorientos de la provincia de Buenos Aires, allá por los pagos de Luján. Bersité, su esposa, luchaba como una leona para criar a sus tres hijos. Trataba de alimentarlos con yogur por las mañanas, niños envueltos con hojas de parra como almuer66


zo y en las noches algún guisito nutritivo, propio de la comida oriental. Los sábados por ser día de reposo para ellos, le agregaba un pajlabá que era la delicia de Isaac, Juan y Rebeca. Manuk se metía en las estancias y se mezclaba con los paisanos en un asado y como postre le sacaba fotos con ese cajón lleno de misterios para los gauchos. Toda la paisanada no entendía como de ese aparato salían sus figuras en un papel. Pagaban con gusto y las guardaban como un tesoro. Se quedaba un mes fuera de su casa para juntar dinero. Dormía en los galpones que le prestaban, respirando el feo olor de los animales. Lo conocían como el turco de la cicatriz. En una ocasión, un gaucho que junto con unos amigos tomaban unas copas en un boliche le gritó: “turco, vení a sacarnos una foto”. ¡Para qué! Se puso como un león: “No me digan turco, soy armenio”, gritó, y les regaló unos cuantos insultos en su idioma que nadie entendió. Ese día los campesinos se fueron sin las fotos. Al día siguiente, se dirigió a otra estancia. Para caminar los campos, se vistió con la ropa que un día consiguió por un trueque que había hecho con don Rudecindo. Diez fotos a cambio de una bombacha negra, una camisa blanca, una boina vasca, la faja y un par de alpargatas. Ahora la boina se encargó de esconder esa vieja cicatriz que lucía en esa calva; “ya no me la verán más”, pensó. No tenía vergüenza de llevarla ahí arriba en la sesera, pero se 67


incomodaba porque todo el mundo le preguntaba “¿por qué esa cicatriz tan grande?”. La lucía con orgullo, porque no era por un accidente que la tenía estampada, era por algo mucho más heroico. En un asado que hicieron en la estancia El Tatay para un veinticinco de mayo allá por el año treinta, a Manuk lo invitaron a sacar fotografías. Al quitarse la gorra, antes de comer, todos miraron esa cicatriz de unos ocho centímetros de largo y gruesa como una cola de víbora. —Ven esto —Todos asintieron con la cabeza—. El otro no se fue con una cicatriz, pero los huevos le quedaron como los de ese toro —señaló con una mano al animal que miraba detrás del alambrado como dándose por aludido. —Él me atacó y quiso matarme, armenio hijo de puta —me dijo—. Yo era un guerrillero. Defendía el territorio, mi país. Nos trabamos en una lucha a muerte. Con un machete me alcanzó aquí —muestra la cicatriz—. Logré sacarle el arma, la tiré lejos, se me vino encima, forcejeamos y pude hacer lo único que pude. Con mi pié derecho le di una patada ahí abajo en los testículos. —¡En los huevos! —dijo, picaronamente, un gaucho que escuchaba el relato como si fuera un partido de fútbol. —El turco cayó como un cerdo y lo dejé tirado, me fui corriendo con el temor de que vinieran sus amigos y me mataran. Llegué a un río y lo crucé, me lavé la herida, la sangre corría como otro río, ahora estaba en territorio árabe, el turco y sus amigos no me podían ver. Esa noche dormí en la arena, me cubrí con ella como si 68


fuera un poncho, el frío ayudó para que la sangre parara de correr. Los paisanos quedaron con la boca abierta y entendieron el porqué de esa cicatriz. Más de treinta años recorrió este amigo de los gauchos los caminos de lodo y polvo. Las piernas y espalda le avisaron que querían descansar, él dijo: hasta aquí llegamos. Como si le hablara a cada uno de los miembros del cuerpo. Este gaucho armenio amó a la Argentina como su patria, la respetó y crió a sus hijos en ella. Un día Manuk se fue por un sendero desconocido y caminó, caminó, caminó… La tierra generosa, que todo le dio y nada le cobró, guarda su cuerpo y su cicatriz. La vieja máquina encerrada en el cajón aún lo espera para sacar la última foto, pero Manuk no sabe volver.

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ROLO, EL BESUQUEIRO

Había llegado de Alta Gracia, se hacía el gracioso porque decía que quería hacerle honor a su ciudad. Los vecinos, sin embargo, lo tenían como un tipo pesado, cargoso. Los pibes le gritaban “plomo, plomazo”. Cuando veía a una mujer se desesperaba: quería abrazarla, mimarla y, especialmente, besarla. Las chicas le esquivaban, no lo querían ver. No le quedó otro remedio que abandonar su ciudad para radicarse en Buenos Aires. “Me voy de aquí, pero no saben a quién se pierden”, dijo. Se vino intacto, con las mañas, que nunca lo abandonaron. Entre sus libros preferidos, estaba el “Manual de los Besos”, lo había leído hasta el hartazgo. Los pocos amigos que le quedaban le aconsejaron que fuera a ver un psicólogo, que lo de él era una enfermedad, que tuviera cuidado porque podría desembocar en algo peligroso y que esa idea de andar a los besos en todo momento y lugar, era un síntoma de no poseer una mujer, una compañera permanente donde volcar todo el amor y la pasión. —Esos consejos no me sirven, me suenan a envidia, decía Rolo. Se autoproclamaba el campeón de los besos y parecía estar plenamente convencido de eso. Decía que él era el que inventó el saludo con un beso, se ufanaba que a partir de su buena costumbre la gente había mejorado 70


en el trato y ahora las personas no eran tan distantes y que el beso acerca y une. Para hacer las prácticas, le pagaba a una solterona que le alquilaba la boca. A Córdoba, no regresó. Acá, en Buenos Aires, solía ir a los bailes y en la entrada colocaba un cartel que decía: CURSOS PARA APRENDE A BESAR. El problema era que los clubes ya no hacían tantos bailes y las chicas y muchachos ya saben besar a partir de los doce años o antes. Rolo tenía labios carnosos, era un morocho de gran pinta. De entrada, se hacía querer hasta que los cansaba con el tema de los besos. Siempre se andaba ofreciendo para enseñar a besar. Un día vio a una “chica” que le resistió la mirada. Rolo, que no era lerdo ni perezoso para los piropos, le dijo: “de que constelación bajó esa estrella” y, mirándole la boca, pronunció: —Te partiría los labios con un beso. Como respuesta recibió con voz muy femenina: —Qué lindo que sos, vení, partímelos. —¿Cómo te llamás? —Le preguntó. —Selva —contestó ella—, aunque todos me dicen Selvi —agregó. La empezó a besar y a tocar. Entonces, el cordobés piola se dio cuenta de que Selva era un travesti que se llamaba Ramón. A nadie le contó esa aventura, pero un rosarino que no quería a los cordobeses lo estaba observando y contó con lujo de detalles ese incidente. 71


Un día participó en un certamen para elegir al campeón de los besos. Rolo ganó por goleada: duró diez minutos sin respirar besando a una reina de Salta. El premio era una estatuilla donde dos focas se besaban en el puerto de Mar del Plata. Ese trofeo, que solo él admira, lo tiene en la mesita de luz. Cuando llegó la fiebre porcina, Rolo pasó los peores momentos de su existencia, no tenía a quien besar… los besos estaban prohibidos. Repetía con la mirada perdida y con mucha bronca: “ya no vale la pena vivir, están prohibidos los besos, y no hay bocas para besar”.

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UN GRITO A LAS CUATRO DE LA MAÑANA

Jugaba de arquero, desde los tres palos ordenaba a su equipo, daba órdenes a la defensa, a los del medio campo y a los delanteros. Los partidos se hacían en la calle Valdenegro, a metros de las vías del ferrocarril Mitre en el barrio de Villa Urquiza. Era un chico de contextura delgada y muy ágil a pesar del problema que arrastraba. Tenía la habilidad de cubrir toda el área chica, lo hacía con soltura y con prestancia. Se podría decir que era la figura del equipo, un émulo del gran Amadeo. En el arco era casi invencible. Los vecinos se quedaban mirando el espectáculo que él presentaba: sus gestos, gritos y las palabras obscenas que no sonaban lindas, pero que todos le perdonaban. El barrio lo quería, aunque aparentemente a él no le interesaba la opinión de nadie. Era atajador de penales e iniciador de que muchas jugadas que sus compañeros las terminaban en gol. Él y su compañera realizaban verdaderas hazañas en el arco. Cuando la gente lo aplaudía ponía cara de nada y seguía jugando. Sus amigos invitaban a los equipos rivales a jugar en esa calle porque jugaban de local, trataban de que eso ocurriera siempre, no lo podían llevar a otro lugar, no era conveniente, la familia no lo quería tener lejos. Había abandonado la escuela que quedaba al lado de su casa. Cuando oía las voces chillonas de las maestras, las insultaba a los gritos. El arquerito ya no estaba bien. 73


Un día vinieron los médicos. Cuando se fueron, la madre tenía los ojos llenos de lágrimas. Los vecinos decían, parece que empeoró. La calle quedó totalmente muda, la pelota, los amigos y los gritos vaya uno a saber a que barrio fueron a parar. El arquero yacía en una cama con su única pierna, la otra hacía tiempo que la había perdido. Su compañera inseparable descansaba al lado de la puerta del dormitorio sin entender como el campeón ya no la llamaba para ir a atajar en el arco donde ella colaboraba alegremente. El mal avanzaba y recorría aparentemente el tramo final hasta llegar al último respiro del campeón. Ya no venía la ambulancia. La casa parecía deshabitada, pero estaba llena de silencios. El abuelo dejó abandonado el banco de cemento que había hecho en la vereda a la entrada de su casa, en ese lugar, jugó muchas veces con su nieto y solía tener interminables charlas con sus paisanos de Calabria, ahora nadie lo ocupa y parece un asiento en medio del Sahara. En el barrio la tristeza se la podía ver dibujada en los rostros de los vecinos. Todos comentaban con voces casi inaudibles lo que ocurría en la casa del arquerito. Fue a las cuatro de la mañana. Un grito se escuchó como un estampido, era el llanto desgarrador de una madre que el despiadado cáncer le había arrebatado a su campeón. Era un jugador de tan solo doce años. Su compañera, la muleta, todavía lo espera. Pero el campeón ya partió. 74


CUANDO LA LUNA LLORÓ

Se la veía exultante, sonriente, nítida. El mar la contemplaba asombrado por su belleza nocturna. Los enamorados agradecían la luz que ella reflejaba, ¿qué más se podía pedir? Nada. Todo era espectacular, una noche perfecta, así como para el reposo y el amor. El viernes había quedado atrás, el sábado regalaba sus primeras horas de descanso a los habitantes. Son las tres y treinta cuatro minutos de la noche del 27 de febrero del 2010. Llega un visitante no invitado, un intruso, que con toda su fuerza irrumpe en ese escenario de quietud. Se oyen gritos de espanto, la tierra parece estar enojada y corcovea como potro indómito, todo se mueve, se desploman las casas, caen grandes edificios, las escuelas gimen con gritos de niños ausentes y se derrumban sus paredes. Los templos que esperaban para ese sábado y el domingo a los feligreses, se declararon ausentes sin aviso con sus naves vacías y hechas pedazos, ahora solo pueden ofrecer un paisaje dantesco que nadie quiere ver. Los cimientos de los grandes edificios no resisten, los hierros se doblan vencidos, los cálculos de los ingenieros han quedado en una carpeta y en los planos de edificación, eso, solamente eso. Cálculos que no calcularon este remezón y las caídas. La tierra está desordena, pero no vacía. La planificación humana está rendida ante este desastre de esta fuerza in75


controlable. “Ese mar que tranquilo te baña”, dice el himno patrio chileno, esta vez no fue tranquilo, quiso bañar a esa hora inesperada con agua violenta y asesina a esa costa chilena tan bella y atrayente. Todo se ha consumado, la oscuridad no ayuda para nada. Los cuerpos de cientos de personas están bajo los escombros o en el fondo del mar. El tsunami se los llevó como trofeo, vaya a saber para qué. Nadie lo sabe ni lo sabrán. La generosa y romántica Luna hizo todo lo posible para alumbrar y ayudar, pero su esfuerzo fue en vano, se dio cuenta de que no podía, que su luz era prestada y, desesperada rasgó sus vestiduras y se puso a llorar.

Febrero 27 02 2010. Fecha del terremoto.

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VOLCÁN EN ERUPCIÓN

La tierra comenzó a brincar y el volcán empezó a escupir las cenizas, que guarda en su panza. De pronto, ese macizo chúcaro encendió una fogata allá en la altura. Parecía un mago que echaba fuego por la boca. Miraban los grandes y los niños. “¿Será una fiesta de los volcanes?, ¿o es que juegan un partido de fútbol Ríver y Boca o Colo Colo y la U por el despliegue de tantas luces de colores, guirnaldas y bengalas?”. No, se trató, simplemente, del volcán Puyehue, que se le ha dado por hacer travesuras. Nadie se quejó, ni cundió alarma alguna, pero, un respeto mudo, se vio en los rostros de los chilenos, que, al parecer, están ya acostumbrados a los embates de la naturaleza. La nube en forma de hongo jugó sobre los diez mil metros, y las partículas volaron en forma de cenizas. Esta vez, el viento se las quiso llevar para el Atlántico y las hizo volar miles de kilómetros. Buenos Aires las recibió con la melodía de un tango, que sale de un viejo bandoneón en una esquina de San Telmo. Ellas se pusieron a bailar en las veredas, en los techos de los coches y de las casas. El Puyehue siguió vomitando cenizas; el fuego, con lenguas coloradas, pintó un paisaje bello, brillante, rojo, pero amenazante. Cada espectador tiene su forma de expresarlo: “es un castigo de Dios”, dicen algunos; otros, agregan que se acerca el tiempo del fin. Mientras tanto, los científicos tratan de dar sus explicaciones, algunas creíbles y otras que 77


invitan a la duda. Los periodistas informan y muestran los efectos que ha traído, en la población, y a los animales que también tienen cara de preguntas. Una familia mapuche abandonó su casa por consejo de las autoridades, pero, a las cuarenta y ocho horas, regresaron a ver a sus animalitos. Les trajeron alimentos. Apenas vieron a sus amos, los perros saltaron contentos y recibieron con caricias a sus dueños, estos le dieron comida, ellos, sin embargo, desearon seguir manifestando su amor con sucesivas expresiones de cariño y dejaron, en un segundo plano, la ración; mientras tanto, los gallos y gallinas comieron, desesperadamente, para cubrir esa ausencia de dos días sin cereales en sus buches que crujen de vacíos. Un periodista entrevistó a los habitantes más cercanos del volcán. Todos tienen respuestas distintas. En ese mar de opiniones, surgió la voz de un niño que, sin titubear, frente al reportero que le preguntó: “¿sabes tú qué pasó?”. El sabio niño contestó que al volcán se le había metido un fuego. Y tenía razón.

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EL DÍA QUE PERDIÓ GARCÍA

Jorge Rodríguez, Juan Fernández y Manuel Mendoza mantenían una entretenida conversación. Hablaban de los negocios de la gastronomía, hotelería y cafetería. Decían que las ventas no eran las mejores, que cinco años atrás había más ganancias, que se podía reinvertir, visitar a los parientes que tenían en España o cambiar el coche por un cero kilómetro. Rodríguez había nacido en la ciudad de San Juan, Fernández era del barrio de Almagro y Mendoza de la provincia de Santa Fe. Rodríguez y Fernández se habían casado con las mellizas Gisela y Antonela Giardelli. El padre de estas chicas recién las autorizó a casarse cuando cumplieron treinta años. Según él, era una costumbre de Calabria y a las tradiciones de la “nostra” Italia había que respetarlas. En tanto Mendoza se casó con una chica uruguaya. Los gallegos, como les decían en el barrio, vivían a poca distancia entre ellos; siempre se juntaban a tomar un cafecito en el bar de Alberto García, que había nacido en Lugo, era gallego cien por ciento, hablaba con las c y las z y las s con mucho sonido. En un momento, se le ocurrió decir a Fernández que su apellido era el más popular en la Argentina. ¡Para qué! Fue como apagar el fuego con nafta. Se armó una discusión donde cada uno exponía las razones por las cuales creía que su apellido era el más popular. Juan García dejó de atender a sus clientes e intervino en la discusión: 79


—Muchachos, no pierdan el tiempo que a García nadie le gana, la gente dice “García, el de la guía” con eso sólo les gano a ustedes tres. Ese día consumieron más cafecitos que de costumbre. Ninguno se daba por vencido; cada uno se sentía ganador y los argumentos iban y venían. En medio de la discusión, llegó Beto, el porteño. Observó como a los gallegos se les hinchaban las venas al exponer cada uno sus razones. No lo podía creer. García le dijo al porteño: “tú que eres tan capaz y has leído tanto, tienes que desempatar esta discusión”. “¡Perdiste García!” fue la respuesta. Al gallego García no le gustó nada lo que el porteño le acababa de decir. “¿Por qué perdí?”, preguntó furioso golpeando el mostrador. El argentino, canchero, sonrió socarronamente y le contestó: “No te lo puedo decir, está la señorita presente y yo soy muy educado frente a una dama”. Mientras habla aprovecha a mirar de reojo a una morocha que estaba bebiendo una gaseosa. Su figura era un espectáculo, estaba para presentarla en un concurso de belleza o en cualquier “chichería”. La chica se da por aludida, paga y abandona el bar. —Dímelo ahora, dímelo ahora, vocifera García. —Mirá, Gallego, hace rato que perdiste. En la calle se pronuncia otro apellido, no te lo quise decir porque estaba la mina, sabés. Pero subís a un colectivo, vas a la cancha, en el trabajo, en el colegio y en cualquier otro lugar el apellido que se impone no es el tuyo ni el de ninguno de ustedes tres. 80


—¿Cuál es? Dicen los cuatro al unísono. —Muy fácil, empieza con be larga. Beto los mira, ellos ni se imaginan el apellido que va a pronunciar el porteño. —Esta mañana me vinieron arreglar el teléfono de mi locutorio, eran dos muchachos. Se fueron, pero dejaron olvidada una pinza. Llamé a la compañía y me preguntaron cómo se llamaban. Les contesté que uno José y el otro Claudio. Creo que son hermanos porque tienen el mismo apellido. “¿Qué apellido?”, me preguntó la secretaria. Perdóneme señorita, me da un poco de vergüenza decírselo, pero ellos decían: “agarrá, Boludo” y el otro contestaba “Sí, Boludo” y al irse uno dijo: “Vamos, Boludo”. Creo y casi estoy seguro que el apellido de ambos era Boludo, a cada rato, mientras trabajaban, pronunciaban ese apellido. ¿Se dan cuenta muchachos de cuál es el apellido que le gana a García? ¿O ustedes nunca lo oyeron?

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MI AMIGO RICARDO, EL FLACO

—Se conocieron en una gran ciudad. Venían de lugares muy distantes y distintos. Uno era de un país que besa el Atlántico, el otro de la zona de la Araucanía entre los Andes y el frío océano Pacífico. Tuvieron una discusión que es común para los muchachos que rondan los veinte años; cada uno exponía las bondades de su país, los fierros quedaron calientes y con ganas de seguirla en cualquier momento. Esa segunda discusión nunca llegó. Pero sí hubo un partido de fútbol en el que jugaron en el mismo equipo y encima le ganaron al rival por goleada y Ricardo metió dos. Ahí empezó una amistad que día a día fue creciendo. Las discusiones “amigas” ahora transitaban sobre la eterna rivalidad de River y Boca en el campeonato de fútbol de la Argentina y a veces entre las potencias de la URSS y Estados Unidos. Las discusiones defendiendo los colores de River y Boca no pasaban más allá de las “cargadas” que son habituales en el territorio argentino. Los dos eran flacos por naturaleza, pero nunca se lo había visto tan flaco al flaco. Fue un día cuando lo visitamos en el regimiento de la Fuerza Aérea cerca del aeroparque de la ciudad de Buenos Aires. Por ese motivo se juntaron varios amigos para ir a visitarlo un domingo por la tarde, todos opinaron que lo mejor sería llevarle una pizza de las grandes. La compramos en una pizzería de la avenida Santa Fe frente a la plaza Italia. 82


Cuando vieron la figura del flaco, algunos soltaron la risa, otros disimulaban. ¡Es que estaba tan escuálido! En tan solo quince días su cuerpo hambriento parecía haber estado en un campo de exterminio y no en un regimiento. Es que el señor “muy fino” no le gustaba la comida del “rancho” del regimiento. Cuando vio la pizza se le salían los ojos y se la engulló en un santiamén. Ese día vestía un overol que parecía haber sido hecho para una vaca, le sobraba tela por todos lados o mejor dicho le faltaba carne para rellenar. Cuando regresamos, los amigos decíamos: pobre flaco, da lástima. El oficio de matricero le hacía ganar buen dinero, aunque a veces sus bolsillos lloraban por estar vacíos. Andando con el presupuesto por el suelo, se le ocurrió comprar el diario El Mundo. Este periódico se especializaba en el turf —en los burros— como el flaco ya había aprendido a decir. Se tomó una semana para estudiar una fija, estudió la historia de los caballos que participarían en el clásico del fin de semana. Se dirigió a visitar a su amigo y le dijo: “Flaquito, tengo una fija que no puede fallar. Hice el seguimiento y Dereojo no puede perder, ¿vamos a Palermo?, ¿tenés guita para jugarle? ¡Es una fija flaco!”. Como respuesta recibió esta frase, “andá a otro lado, Satanás. Vete”. Insistió tanto que su amigo sacó sus ahorros y se fueron en el 15 que era un colectivo verde como la esperanza. 83


Llegó el momento de la venta de los boletos para la carrera que era el clásico del día, el caballo favorito era Corinto, Dereojo no figuraba en las intenciones de nadie. Los burreros no apostaban ni un peso por la fija del flaco. Él insistía que su pingo iba a ganar. Vimos el paseo de los jinetes con sus cabalgaduras de pura sangre. El caballo feo no es, tiene linda pinta, pero ganar a mí me parece difícil, argumentó el amigo del flaco. ¡Y se largó la carrera! La distancia era de 1600 metros. En los primeros doscientos la fija de Ricardo iba cómodo: último. Dejá nomás repetía manteniendo tozudamente su esperanza. En los 1000 metros el caballito iba tercero. Faltaban los últimos 200 y Dereojo peleaba cabeza a cabeza por ser primero. El flaco ya no respiraba, lo miré si estaba vivo y algunas señales vitales tenía y levantando el diario con su derecha. Gritaba, Dereojo nomás, ¡Dereojo carajo! Yo no lo podía creer, al flaco lo agarré de un brazo para sostenerlo, por las dudas que se me desplomara. Y cruzaron el disco. ¡Dereojo ganó por el hocico! el diario lo revoleó tan fuerte que calculo que fue a caer al Río de la Plata o al regimiento donde el flaco pasó sus “mejores momentos”. “Te acordás hermano que tiempos aquellos”. De la cena que nos dimos te la cuento en otra ocasión.

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MUJER

Cuando naciste, en tu hogar, te esperaba una cuna color rosa. Fuiste al jardín de infantes y tu lugar fue la salita rosa. Vos ya estabas habituada y pensabas: este es mi color y es el único. Creciste y te enseñaron que tu bandera era celeste y blanca. Tu primer dibujo lo pintaste de muchos colores. Estabas empezando a conocer la vida. En la escuela primaria, tuviste muchas amigas, jugaste y te divertiste con ellas, pero de las travesuras del morocho que te hacía reír no te podés olvidar. Nunca fue tu novio pero siempre lo recordás. Ya estará grande, pensás. Creciste, conociste caminos angostos y anchos que la vida te fue mostrando. Te acordás de los viejos y pensás, en tu intimidad, que ellos tenían razón. Cuando eras adolescente no pensabas lo mismo porque creías que vos eras la sabia de la familia. Con el correr de los años, te diste cuenta de que todo cuesta, que la conquista de la vida no es tan fácil, y que, conquistar al hombre que querías por compañero, te costó un poco. Te acordás de papá, cuando decía nadie regala nada. Entendiste que el esfuerzo es tuyo y que nadie presta el suyo. Y que eso significa sacrificio, esmero y perseverancia para conseguir lo ansiado. ¡Cuántas cosas pasaron! Las buenas y las otras. También tenés tu historia que no es igual a la de nadie y 85


decís: en esto me parezco a mamá y en esto otro a papá. A los viejos los tenés fotografiado en tus hermosos ojos, esos mismos que a tu papá lo hicieron sentirse un súbdito porque para él fuiste una reina. ¿Por qué siempre comparaste a tu esposo con tu papá? Bueno, eso le pasa a la mayoría de las chicas, no te aflijas “eso es normal”. Pasaron los años y tenés otra mirada de algunas cosas que antes ni te importaban. Hoy te miraste al espejo, soy la misma, dijiste, pero con unos kilitos demás. Agarraste tus pinturas y te hermoseaste para volver a ser reina. ¿Estoy linda?, le preguntaste a tu amigo el espejo. Él no te mintió, te dijo: ¡estás hermosa! Te fuiste a ver a tus nietos, esos que saben de tus mimos, los que te esperan a vos y a los regalitos. ¡Qué momentos felices! Aunque te ensucien el vestido nuevo de colores claros, ¡qué importa! decís, si son mis nietos. El camino curvo de la vida se va cerrando, repetís algunas cosas que tu vieja hacía con tus sobrinos y con tus hijos, ahora te das cuenta de que tus críticas eran injustas; porque el amor concede y contempla generoso, y da, siempre da. Ayer fuiste a recorrer el barrio de tu juventud, te encontraste con Miguel tu primer novio, te temblaban las piernas por la pinta que todavía conserva, ¡cuántos románticos y lindos recuerdos! Además, viste a Gladys tu mejor amiga, llena de nietos, también a Graciela que no quiso a nadie o nadie la quiso: se quedó soltera. 86


Mirás el futuro viviendo el presente, sin olvidar los archivos del pasado. El balance te da positivo y te pone feliz y decís para adentro “no me puedo quejar por la vida que tuve”. Mi esfuerzo no fue en vano. No estás sola a pesar que tu compañero no está. Tenés alegría, tu vida se extiende en tus nietos que como corderitos saltan y corren llenos de felicidad. Y decís contenta, resumiendo todo: hasta aquí me acompañó Dios.

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HOMBRE

Cuando naciste también trajiste la alegría machista de tu viejo, de tus tíos y abuelos que decían: “nació el varón, éste prolongará nuestro apellido”. Te criaron como el primer varón de la familia, te sobraron mimos, te hacían circular como un objeto, de brazo en brazo. Cuando tenías cuatro años, y te caíste mientras jugabas en el patio te dijeron, “los hombres no lloran”, te lo fueron repitiendo hasta el cansancio. Vos igual llorabas, entonces te decían “llorón” te parecés a una mujer. Te llenaron de juguetes: la pelota de fútbol, el cochecito tipo formula uno, la camiseta que te trajo un tío con los colores de su club preferido, los avioncitos y los botines. Menos mal que las tías se acordaron de traerte tu primer libro con figuras de animales y cuando estabas más grande los lápices de colores. Un cacho de cultura había que ponerle al nene. Creciste, te anotaron en la escuela de tu barrio. Toda la primaria la hiciste con tus amigos, en los recreos no podía faltar ese picadito, porque el gordo Mario siempre traía la redonda. ¿Te acordás como te recibía tu mamá? Sentenciaba: “nene, otra vez con la ropa sucia, mirá el guardapolvo, el pantalón y tu cara”. Andá a lavarte y vení a tomar el café con leche. Te decía eso, pero también te daba un beso y te llenaba de caricias. Vos ya sabías de memoria el discurso y no te afectaba para nada. A los trece años, empezaste a llegar un poco fuera de horario, te quedabas en esa esquina que la alquilaste para estar con 88


Sonia, un día le agarraste la mano tímidamente y despacito le robaste un beso, notaste que ella se puso roja, pero le gustó. Las notas bajaron un poco y ahora el verso de tu madre fue otro: “nene, dejáte de andar haciéndote el novio porque si no te voy a cambiar de colegio”. Vos la jugabas de canchero, sonreías con tu mejor sonrisa y a la vieja la dejabas sin repertorio. Creciste tan alto como si te hubieran alimentado con té de álamo. Saliste como el tío Manolo, te decían. Te gustó estudiar. Ahora sos ingeniero civil —de chiquito dibujabas edificios—. Te casaste y formaste una familia. Con Laura tenés tres nenas que son tus ojos, saliste buen padre aunque ya estás preocupado y decís: sé que un día tendrán que casarse, pero ojalá que ese momento nunca llegue. Sos, sin duda, un tipo sobreprotector, te lo dice tu mujer, pero te cuesta entrar en razones. Claro, vos tuviste tantas novias y por eso te imaginás muchas cosas. Tu mujer quiere el varón y vos estás con duda. El defecto que tenés es que siempre pensás que la comida de tu vieja es la mejor. Un día se lo dijiste a Laura y ella te dijo: “si querés, andate a la casita de tu mamita, ¿sabés?”. Notaste que no le gustó nada y encima esas tres mujercitas que para estos casos siempre tiran para el lado de la madre. Así es la vida, varón, las mujeres son las que mandan, nos guste o no. Los varones somos los buenos y santitos, pero ellas cuando quieren nos envuelven como un paquetito.

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EL LLANTO DE MAMÁ

La luchaste, mami. Tuviste que subir el camino más difícil, ese lleno de obstáculos de cuestas y bajadas. Te quedaste sola con los cabritos tiernos que empezaban a caminar la vida, pero tú no bajaste la guardia, sacaste fuerzas o las inventaste, pero no aflojaste para criar a los siete hijos que te quedaron. El desayuno nos reunía alrededor de la mesa. Yo me preguntaba ¿Por qué mi mamá elegía ese momento para llorar? A lo mejor, no lo elegía. Venía solo, no lo sé. Nos miraba con sus ojos llenos de lágrimas. Hacía una oración para dar gracias a Dios por los alimentos, no sé en qué idioma lo hacía, hablaba tan despacito que yo no le entendía. Posiblemente, usaba la lengua ancestral, el mapudungún. Se secaba las lágrimas con un pañuelo pequeño y nos servía la leche con pan “amasado” con mermelada de maqui o de manzana. Ya no la tengo, pero no la puedo olvidar. ¡Cómo olvidar un ser tan bello y con la mirada tan dulce. Si hoy viviera, tampoco me animaría a preguntarle el por qué de su llanto. La cultura y crianza de un pueblo y, en este caso de mi pueblo mapuche, me impediría decirle por ejemplo ¿por qué llora usted mami? Los diez pesos Mi casa estaba a un kilómetro y medio de Quitratúe, que fue y será por siempre mi pueblo. Imposible cambiarlo 90


por otro. Por ser el menor de los varones, era el encargado de hacer las pequeñas compras. Las hacíamos en el almacén de don Exequiel Mera Jaramillo —me decía tocayo—. Mi mamá me había dado la lista: Medio kilo de azúcar, medio litro de aceite, un kilo de arroz y una lata de sardina en salsa de tomates, de las grandes. Junto con la cual, recibí un billete de diez pesos. “Mirá que te tiene que sobrar”, me dijo. Salí con mi sombrero y mi manta puestos, silbando, siempre silbando, como un pajarito que acompaña su alegría con un canto. —Buenos días, don Exequiel, saludé. —Hola tocayo —me contestó—. ¿Qué necesitas? —Aquí tiene la lista señor —le dije y se la di. Preparó el pedido muy rápido. —Son ocho pesos con cincuenta centavos, me dijo. Metí la mano en el bolsillo del pantalón, busqué una y muchas veces, pero los diez pesos no aparecieron. Llegué a mi casa con las manos vacías, sin las mercaderías y sin los diez pesos “¿Qué pasó?, ¿dónde están los diez pesos?”, preguntó mi mamá. —No sé, no los tengo, los perdí —contesté. Ella no me creyó. Sacó una Huasca —una varilla de mimbre—, me agarró de un brazo y me pegó tan fuerte que me doblaba del dolor. Fuimos a buscar al billete, anduvimos unos quinientos metros por el mismo camino que yo había caminado. Tenía los ojos llenos de lágrimas, sin embargo a pesar de tener nublada la vista pude ver al billete de diez pesos que parecía decirme: “ven, aquí estoy”. 91


Mi madre lloró, me abrazó y me dijo: “Hijito, nunca me tienes que mentir, yo pensé que me estabas mintiendo. Tu papá antes de morir me pidió que a ti y a todos tus hermanos les enseñara a decir la verdad y jamás apoderarse del dinero ajeno. Perdón, Quelito”, me dijo con ternura, me abrazó y me regaló el beso más dulce que yo recuerde. “Te quiero mucho, Exequiel”, pronunció y se secó las lágrimas. Me acarició la cabeza, me secó las lágrimas, me dio un beso y fuimos a buscar la mercadería al almacén.

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SECRETO

Me contó un secreto, me advirtió: “no le cuentes a nadie, me entiendes”. —Sí, le dije, yo sé guardar los secretos. Mirando a ningún lado prosiguió: —Este oficio que heredé del viejo me trajo placeres y también responsabilidades; ser peluquero y encima el único del pueblo me ha convertido en un buzón de cartas abiertas. —No te entiendo, explícamelo —le dije. —Muy sencillo. En este sillón mis clientes no solo apoyan el culo, también dejan sus aventuras, penas y alegrías. Me entregan sus cabezas y se confiesan como si yo fuera un pastor o un cura. A veces pienso que me ponen en una situación incómoda, y en otras me pregunto: qué ve en mí la gente que me confiesa sus secretos. Estoy harto, lleno de tantas confesiones, entendí que los seres humanos tienen un montón de cosas escondidas, las buenas y las malas. No me piden ser juez, sólo me las cuentan para descargar un poco sus mochilas. El lunes es el mejor día para mí. Tengo la peluquería cerrada y no entra un solo secreto. —Decime, Robert, ¿estás cansado de tu profesión? —No, todo lo contrario. Tengo amigos, gano buen dinero, pero el tema de recibir tantas historias que después no puedo contar me abruma y mi cabeza no da para más. —Tienes alguna historia que me quieras contar, total, yo también soy tu amigo. 93


—Imposible. No puedo traicionar a mis clientes que a través del tiempo se han convertido en amigos. No, no puedo contarte nada. Mi secreto es decirte que soy como el cartero, pero con la diferencia de que yo sé el contenido de las cartas, el cartero no. Y ya no aguanto más. —Supongo, Robert, que estás enterado de lo que le pasó a la señora del comisario. —Sí, Beto, lo sé, pero eso es un chisme. Hasta ahí todavía no descendí ni pienso hacerlo. —Creo que estoy destinado a vivir y llegaré hasta la muerte guardando los secretos que me han confiado. Esta es mi vida, no me queda otra que guardar y guardar. —Pero, Robert, cuéntame uno, uno solamente. —¿Quieres que te cuente uno de tu familia Beto? Tengo muchos de los Miranda, o sea de tu familia. —Chau, Robert. Nos vemos.

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ANSELMO SEGUNDO

Tuvimos un breve trato, tú no lo planificaste de ese modo, yo tampoco. Un día nuestros ojos dejaron de mirarse. Sin embargo, fui yo el que te miró por última vez. Luchaste contra ese mal que te apareció en tu camino, en tu joven vida: La tuberculosis —incurable por aquellos días—, fue minando tu vigor, tu salud. Antes eras como una Luma —madera dura de los mapuches—. Ya habías engendrado a tus ocho hijos, soñabas con el futuro de ellos. Todo se interrumpió una noche de febrero de 1947. Tú tenías tan sólo 43 años. ¡Cómo te extraño, mi viejo! Me habría gustado tenerte todos los días de mi existencia. Pero no pudo ser. Me quedan pocos recuerdos de ti, mis seis años me dejaron retener sólo algunos. Me enseñaste a cabalgar a los tres años, por eso un día te llevé a la estación del tren montando a La Canela cuando emprendías un viaje con la esperanza de que en Santiago lograrías la cura de tu enfermedad. La yegua se sabía el camino de regreso de memoria, hasta abría con su hocico el portón. En casa estaba mi mamá esperando con una sonrisa al pequeño jinete. También me acuerdo de esto: ese día domingo tenía que ser especial, debía salir el sol, la lluvia arruinaría todos los planes. Era el día de la Esquila en la casa de la abuelita Isabel Llanquilef. Amaneció como tú lo deseabas, un día espectacular. El Golo, que fue como tu primer hijo, aunque en verdad era tu sobrino, llegó temprano. Pasó con su carreta arrastrada 95


por el Profeta y el Soy, dos bueyes capaces de arrastrar algunas toneladas. Nos llevaron a la casona donde vivían la abuelita Isabel Llanquilef y la tía Rosa Millanao. Llegamos. Las mansas ovejas descansaban en el corral, cuando nos miraron parecían decir, “y éstos quiénes son”. Los esquiladores habían afilado a los tijerones que serían los encargados de cortar el traje de las ovejas. El tío Pedro que se agregó al grupo y decía: “estos cortan un pelo en el aire”. Mi viejo se encargó de matar un cordero, era costumbre hacerlo. Las mujeres mayores se encargaron de preparar el apol (comida mapuche que se hace con el hígado del animal) eso desayunaríamos. Las mujeres más jóvenes miraban para aprender. El apol estaba exquisito. Para el almuerzo mi mamá y mis tías preparaban un estofado en una olla negra grande de hierro, todo a fuego lento, sin apuro. El mediodía estaba aún lejano. A las diez de la mañana, algunas ovejas lucían un nuevo look, parecían más flaquitas sin los diez centímetros de espesor que tenían sus mantos. Los vellones estaban ordenados en un círculo afuera del corral. La música estaba a cargo de las aves que revoloteaban en el aire y miraban de reojo desde los cerezos mientras almorzaban con el rico fruto. Colgaba de un árbol un hierro que golpearon fuerte, el sonido anunciaba que el almuerzo estaba listo. Las dos mesas esperaban con sus platos humeantes. El aroma ya había preparado a las glándulas para el manduqueo. Los tres varones adultos: el tío Pedro, Gregorio y Anselmo reponían energías gastadas por las horas de trabajo en cuclillas y bajo el 96


sol intenso. Ellos compartían la mesa con la abuelita Isabel, con la tía Rosa, tía Juana y también Isabel, mi mamá; Gilberto y mis dos hermanas mayores, María y Juanita, por ser adolescentes podían compartir la mesa de los mayores. Los más chicos fuimos ubicados en una mesa más pequeña y de menor altura. Recuerdo que estaban Matilde, Silpa, Rosa y yo, sentados alrededor de la mesa enana hecha de gruesos maderos. A diferencia de los mayores, los más pequeños comíamos en platos de madera. Eso a mi no me gustaba, miraba con envidia a los grandes, ellos tenían platos de loza estampados con flores, según mi mamá eran de procedencia europea. Los nuestros me resultaban feos, pero igual comimos y nos hartamos del estofado, del peure, del pan amasado y del postre de cerezas. Después del paréntesis de mas o menos una hora y media, los seis ágiles brazos prosiguen su labor, seguían “cosechando” lana. Gilberto que rondaba los diez años agarró un tijerón y se unió a los mayores. A las ovejitas para que no corcovearan le ataban las patas, así la tarea se hacía más fácil. La tarde caía, el sol despacito se iba despidiendo, la esquila había terminado y había que regresar; mi viejo ordena que todos los más pequeños tenemos que volver en la carreta de Gregorio. Yo no quise hacerlo. Anselmo me clavó la mirada y me ordenó que subiera, “yo no quiero ir con el Golo”, dije llorisqueando. Lo que sigue lo tengo grabado en mi cerebro. Mi viejo sacó su cinturón y me empezó a castigar en mis piernas flacas como el pidén —un ave zancuda— me azotó una y otra vez y me depositó en la carreta. Lloré, lloré mucho, hasta que el 97


mismo llanto me dejó dormido en el vehículo de mi primo Gregorio. Esa fue la única vez que recibí un castigo que para muchos puede parecer brutal, pero a mi me marcó para toda la vida. Gracias, mi viejo, por la disciplina que ejerciste, de ese azote no me olvidaré nunca. Comprendo que era correcto para esos tiempos, ahora serías criticado duramente, pero yo te lo agradezco. Será por eso que todos tus hijos fuimos obedientes y transcurrimos la vida sin manchar tu nombre. Pero una cosa te digo ¡Como me gustaría conversar con vos!, presentarte a mi familia y que mis hijas te digan abuelo. Me gustaría verte porque me quedé con hambre de un papá. Qué lindo sería encontrarte en una sociedad diferente, donde no exista la muerte y la separación, verte en alguna parte del Universo o en la Tierra Renovada o en algún lugar, pero verte. Chau, Anselmo; chau, querido viejo.

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EL NOCHEOSCURA

Vive allá en la punta del cerro. Su casa es un rancho humilde, pero limpio. Disfruta la vida con su mujer y sus cuatro hijos. Es de cuerpo grande y de voz ronca y potente, en su cara lo que más se destaca son los bigotes filosos capaces de que al tirarle una papa ésta quede ensartada. Todos lo conocen como el “Nocheoscura”, el apodo responde al color oscuro de su piel. Cuando baja del cerro lo hace entonando una canción mexicana, puede ser un corrido, un guapango o una ranchera. Él siempre canta esa música, parece mexicano, pero no lo es. En el pueblo, todos lo saludan con afecto, es que es un tipo amistoso, chistoso y respetuoso. Tiene un segundo apodo “Juan charrasqueado”, es por la canción mexicana que tiene ese título y que es su favorita. Después de hacer las compras, que la “patrona” le encarga, se da una vuelta por la cantina de don Armando, el Mandujano. Los comensales, cuando lo ven aparecer, se miran entre sí. Juan saluda con un vozarrón que parece un trueno. “Buenas, ¿cómo les va?”. Todos le contestan: hola, Juan. Sin embargo, uno que está acodado en la mesa del rincón dice: “Parece que llegó Nocheoscura”. Juan alcanzó oír, pero no dijo nada, se hizo el tonto. Nocheoscura se arrima al mostrador, pide un vaso de chicha de manzana, envasada hace seis meses, de esas que “curan”, la sigue con un vaso de vino tinto. Conversa ani99


madamente con don Armando que es su amigo. Decide sentarse y ocupa una mesa frente al mostrador. De a poco se va entonando, el alcohol despacito se le está metiendo en la cabeza. —Tráigame otra caña —ya no pide, sino que parece dar una orden. Le traen ese vaso de tamaño grande, se lo llenan del tinto que a él tanto le gusta. Ya se siente un cantor e intenta entonar una canción mexicana. Desde un rincón le hacen el clásico “sshh” como lechuzas que piden silencio. Eso precisamente dice y pregunta un tanto exaltado: “¿Quiénes son esas lechuzas, la puta que los parió?” Sigue bebiendo. El excesivo alcohol le está cambiando la postura, los que están a su espalda aprovechan para cantar: “noche oscura, nada veo”. Juan charrasqueado empieza con los insultos que son habituales en él cuando está borracho. Los ojos se le han achicado y el sueño lo va derrotando. Su cabeza borracha cae pesadamente sobre la mesa. El sueño llega con el ronquido que aturde. Los comensales se van retirando porque el boliche ya debe cerrarse. Uno de los “amigos” burlones cuando pasa a su lado le tira el resto del vino que quedó en un vaso sobre la cabeza. El nocheoscura está en un sueño tan profundo que ni se da cuenta de la broma pesada. Todos se fueron, solo queda el cantinero que lo deja dormir hasta cuando cierre el local. La noche ya se instaló, es una noche sin estrellas, oscura y ventosa, anunciando que el invierno se acerca. Armando, con mucha dificultad, logra despertarlo, le moja delicadamente la cabeza con agua y lo despide. 100


Juan se va caminando dificultosamente, lleva la bolsa con las mercaderías que compró en el almacén de don Mera. Chela, su mujer lo espera a él y a las mercaderías para preparar la cena. Su compañero más fiel no lo quiere abandonar, es más, seguirá con él hasta llegar a la casa. El alcohol le pide que cante, Juan entona: “ando borracho, ando tomando, porque el destino cambió mi suerte”. Los hijos reconocen que es la voz del papá. El más pequeño dice: “Parece que papá viene acompañado”. El pequeño no se equivocó porque el vino tinto nunca lo abandona hasta depositarlo pesadamente en la cama.

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LA CANELA

La conocí cuando ella tenía unos quince años. Le decían “La Canela” por el color del pelo. Se la podía reconocer desde lejos por su prestancia, era única, por lo menos para mí. Todos mis hermanos la consideraban como la mejor amiga, mis primos y vecinos también. Nunca te dejaba solo, era una compañera ideal. Tanto era su trabajo, que muchas veces dormía parada, entonces se le aflojaban las mandíbulas y su labio inferior caía como señalando el suelo. Mi padre la tenía como la mejor amiga y útil compañera, mi mamá no lo celaba por mantener con Canela ese amor incondicional, total decía Isabel: “si ellos se quieren…” Un día me di cuenta de que la panza le estaba creciendo, iba a tener una hija, pero igual se las arreglaba para atender a sus amistades y servir sin quejarse. Una mañana de primavera nació Esmeralda, su color no era el mismo que el de la Canela, salió con el pelo negro igual que el potro que vino a prestar su servicio en forma voluntaria. Ahora la Canela se paseaba por el potrero en compañía de su potranquita, para mí era como un juguete vivo que saltaba, corría y regalaba ternura animal. Se constituyó en el ser que mas mimábamos y amábamos. ¡Cómo no la íbamos a querer si era la hija de La Canela! Los años habían dejado sus huellas en la Canela, cuando caminaba, siempre con elegancia, solía hacer 102


unos ruidos como si fueran quejidos, su voluntad sin embargo seguía intacta. Recuerdo que, cuando yo tenía tres años, nos acompañó junto con papá hasta la estación del tren. Él viajó en busca de una cura para su mal; mi viejo estaba enfermo, el bacilo de Koch lo vino a visitar durante seis años hasta que se lo llevó. El regreso hasta mi casa fue sin inconvenientes, La Canela se sabía el camino de memoria, hasta abrió con su hocico el pesado portón. Yo recibí de mi madre un ¡muy bien, mi pequeño jinete! La noble yegua me acompañaba a realizar las compras, la cargaba con bolsas llenas de mercaderías, ella con tal de verme feliz accedía con gusto a llevarlas sobre su lomo. Viajar con ella se ahorraba mucho tiempo y su compañía siempre me resultó muy grata, además me sentía seguro cuando el barro abundaba, ella sabía dónde poner sus patas o como cruzar un río en busca de un animal extraviado. Pasaron algunos años, un día la encontré sola, estaba debajo de la sombra de un árbol, la noté triste. Pensé: Canela se dio cuenta que murió mi papá. No me dijo nada, nos miramos y, sin palabras entendí que teníamos el mismo dolor. ¿Dónde estará La Canela? La última vez que la vi estaba en la propiedad de don Gregorio Guzmán, él la compró por su fama de buena y por la amistad que él tenía con mi papá. La vi vieja, el pelaje parecía vencido con el tiempo, sin brillo y con algunas manchas que hablaban 103


de su servicio. Cuando me vio vino a mi encuentro, se dejó acariciar. Me di cuenta de que ya veía poco, pero su cariño estaba intacto, ella también me acariciaba con su hocico. Fue difícil el momento de despedida, le hablé, le dije: “chau, Canela” y me fui por el callejón, cuando me di vuelta ella todavía me estaba mirando. Las lágrimas de adolescente rociaron mi rostro, de ese momento nunca me olvidaré ¡Cómo olvidarla si fue la primera yegua que me llevó en sus lomos cuando yo apenas tenía tres años! ¡Cómo te quise Canela y cómo te recuerdo! Creo que no la volveré a ver nunca más, pero puedo decir con toda certeza que fue el animal más noble que conocí.

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MI CHILE

Eres guardián del planeta sur. Los Andes, cual cortina, vigila tu frontera. Tu cobre vive en las luces del planeta, en los circuitos eléctricos y en las comunicaciones. En tu ombligo está Santiago, cuna de intelectuales y negocios, eres flor junto a la playa de Viña del Mar, los cerros y el mar te acunan Valparaíso, tú miras desde arriba como un centinela atento y orgulloso de ese mar azul que te regala brisas refrescantes. Sur, querido sur, tierra del valiente mapuche y de los lagos, valles, ríos y montañas. Fuiste testigo de batallas y que aún hoy persisten donde el indómito peñi —hermano— mapuche jamás se rinde. Te veo mi Chile mas lindo que nunca, los bosques y volcanes lo atestiguan. ¡Chile paraíso terrenal! Sin ti el mundo sería incompleto. Le faltaría el sabor que tú le pones cual la sal a un guiso. Los moais pascuenses como embajadores de las aguas del Pacífico ponen sus ojos hacia el continente, los cóndores montados en las cumbres heladas contemplan junto a 105


sus pichones tu hermosura. Le enseñan en el jardín infantil que tienen allá arriba, a escribir: Viva Chile mi… alma. El copihue luce orgulloso porque es chileno, yo también querido Chile te llevo envuelto con papeles de oro aquí en mi pecho. Ese es mi destino: amarte, siempre amarte. Y ya no puedo cambiar.

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EL CHANCHO EN LA ESPALDA

Entraron al pueblo de Quitratúe por el puente que se conecta con la faja sexta. El carabinero lo acompañaba portando su arma reglamentaria. —Vamos, camina rápido —le ordena al muchacho que, con el torso desnudo, carga un chancho muerto sobre su espalda. El animal estaba sin las cerdas o sea era un chancho pelado. Todos miraban y se preguntaban ¿de dónde será este joven? Tendría unos veinticinco años, de cuerpo bien formado, alto y bien parecido. Verlo no era un lindo espectáculo, en todo caso era una escena triste donde el espectador se llenaba de preguntas y los porqués se metían en la cabeza de todos y en forma más marcada en la de los niños. El arma del policía apuntaba amenazante frente a cualquier intento de fuga. Sin medir la herida en el alma que le provocaba al muchacho que aún se presumía inocente; el representante del orden lo llevó por el medio de la calle, entonces ambas veredas fueron ocupadas por los curiosos. Parecía un desfile en tiempos de fiesta. El muchacho seguramente estaba lejos de cualquier festejo. Calzaba zapatos como hechos para pies más grandes, arrastraba sus pisadas y las puntas del calzado se levantaban como mirando la cara del pobre desgraciado que miraba el suelo. Nadie aplaudía la escena, decían: pobre, que humillación llevar el chancho en la espalda. ¿A quién se lo habrá robado? 107


El torso desnudo mostraba el sudor y el chancho muerto parecía acariciarle la espalda sin entender nada como todo muerto. Llegaron al cuartel, el chancho colgado entró junto al presunto ladrón. “Ahora tienes que declarar frente a mi jefe ladrón de porquería” le dijo el carabinero. Éste que aún no tenía ninguna jineta, parecía por sus gestos, que con este apresamiento quería ascender a cabo. Los comentarios de los pueblerinos se cruzaban, se superponían, en realidad todo era pregunta sobre pregunta. Los niños nunca habían visto a un hombre con un chancho pelado sobre la espalda. La cabeza del animal parecía hacerse preguntas al igual que todos los habitantes del pequeño pueblo. Los más chistosos decían que el animal parecía reír porque mostraba los dientes. Se vino la noche, la noticia fue la más comentada en la cena de las familias, la gente había elegido al chancho y su portador como la noticia del día. Por la mañana en la escuela los maestros y alumnos usaron la primera hora de clases para hablar del famoso chancho. Los maestros aprovecharon hablar del valor de la honradez a sus alumnos. Como noticia se había erigido en la cúspide de los comentarios y del nacimiento de muchos chistes. Pero nadie supo de dónde era el muchacho y si realmente él era el ladrón y quién había sido el dueño del chancho. A partir de ese día, las madres acostumbran a decir a sus pequeños: “cuidado con robar porque un chancho te voy a colgar”. 108


EL GOLPE EN EL ANDÉN

El andén estaba repleto, el tren demoraba en llegar. La gente protestaba. Las madres con los niños que por ser vacaciones de invierno los llevaban de paseo a la Capital Federal, ya se les tornaba difícil mantenerlos quietos. ¿Qué habrá pasado, por qué demora tanto el tren?, se preguntaban. Mientras tanto las nubes anunciaban lluvia. Ya es mediodía, observo a los dos andenes, yo también quiero llegar a mi casa donde siempre me espera mi esposa con un plato caliente, las tripas en este momento comienzan un concierto de hambre y de vacío. Un policía se pasea desde un extremo a otro, vigilando. El frío parece haber paralizado los cuerpos de los pasajeros que todavía no lo son. Ya han regañado bastante y, al parecer se gastaron el repertorio o se les acabó el libreto. En ese silencio que contiene broncas, se oye un ¿qué pasó? ¡Se cayó! ¡Pobre hombre! Yo lo vi nítido desde el otro andén, el de enfrente. Primero lo miró, lo reconoció y después, como si fuera Cassius Clay, le acertó una potente derecha a la mandíbula y lo mandó a dormir debajo del andén. Cayó como una bolsa de papa, recorrió la distancia de un metro y medio en un abrir y cerrar de ojos. Un policía se acerca rápido, mientras el golpeador mirándolo ferozmente al caído le dice: “Te encontré hijo de puta, te tenía que encontrar”. Acompaña al policía con las ganas intactas de seguir golpeándolo. Entre ambos lo le109


vantan, pero el golpe fue tan tremendo que al pobre infeliz se le hace difícil recuperar la vertical; el policía le tira aire con su gorra para que pueda volver a la lucidez. El agresor solicita que lo lleve preso y vocifera: “Tiene que pagarla esta mierda”, y se dirige nuevamente a esa piltrafa humana que todavía no sabe si está vivo. “Eras mi amigo, viste que el mundo es chico, me la vas a pagar, hijo de mil putas, Traicionero”, le dice fuerte para que todos escuchen. Los tres se dirigen al final del andén. La gente se divide en dos opiniones: unos dicen que el agresor debería ir preso, los otros “que todo se paga en este mundo, porque vaya a saber que le habrá hecho”. Los espectadores nunca sabremos el por qué de semejante trompada. Después vinieron los trenes y todos viajamos cada cual a su destino. El andén vacío parecía preguntar ¿qué pasó? Él como yo no entendemos los vericuetos de la vida, de las traiciones y mentiras, eso sí, creemos que la vida está llena de actores que tienen que interpretar comedias y tragedias y a veces recibir una bofetada en medio de la actuación. Ahora el viento frío quiere agujerear mi cara. Llegué a mi casa sin olvidarme del incidente. Todo quedó atrás, pero de una cosa estoy seguro: de la trompada en el andén, el pobre infeliz nunca se olvidará.

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EL NAZI Y EL MAPUCHE

Exequiel estaba habituado a saltar el cerco de troncos de pellín, del otro lado estaba “su manzano”. Esa tarde las pequeñas manzanas rojas saludaban al sol encaramadas allá en las ramas y tentaban al muchachito como diciéndole: “ven a comernos”. Todos los años, había disfrutado de ese fruto pequeño, estaba acostumbrado. Eran sus manzanas y quién podía decirle lo contrario si toda la familia decía: ese es el manzano de Exequiel. Su tío Víctor le había regalado ese árbol cuando el pequeño aún no caminaba, después el tío vendió sus campos y también la quinta, pero de esto el niño nunca se enteró. Sin avisarle a su hermano Alejo, se encaminó hasta el cerco, saltó como un pequeño felino y, en un santiamén, estaba junto a las pequeñas manzanas rojas. Comía y cuando podía silbaba como si fuera un pajarito. Su hermano, que estaba edificando una casa, se dio cuenta de que el niño había desaparecido, desde la altura donde estaba trabajando, miró para la quinta que había sido del tío Víctor. ¡No lo podía creer!, su hermanito estaba siendo apuntado con un fusil por el nuevo dueño que era un alemán nazi. Alejo tomó su escopeta de dos caños, la que usaba para la caza. Se fue junto al cerco sin ser visto por el nazi. Cuando estuvo cerca le apuntó y le dijo: “Alemán despatriado, tírale si te animas, pero antes te voy a volar los sesos, ahora vas a ver quién es más fuerte: el nazi o el mapuche”, y le insis111


tió, “tírale, dale tírale”. El alemán se dio cuenta de que el mapuche estaba decidido a eliminarlo y solo atinó a mirar. Tira ese fusil, tira ese fusil oíste, dale rápido, fue la orden y le remarcó el territorio donde estaban. No te olvides que estás en tierra mapuche y no en Alemania. El nazi tiró con desgano su arma y obedeció la última orden: camina, camina rápido y vete de aquí. Yo bajé despacito y temblando de miedo, nunca había visto una cara tan amenazante de un hombre grandote y con ganas de dispararme o matarme por unas pocas manzanas. Miré para donde se dirigió sin su arma. Parecía un perro vencido caminando con la cola entre las patas. Ese día, la victoria fue para un mapuche.

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EL ABRAZO DESESPERADO

Lo vi bajar del vehículo, lo dejó con el motor encendido y corriendo llegó hasta la parada del colectivo. Pensé que era un asalto, que lo estaban persiguiendo. Se frenó frente al colectivo que el muchacho iba a tomar, lo agarró del brazo, forcejearon, pero el joven se resistía. En eso, como un ruego desesperado, se oyó: “Hijo, querido hijo, vamos a casa”. El muchacho no quería escucharlo, el supuesto padre logró abrazarlo, el colectivo se fue. Teniéndolo sujetado le seguía repitiendo: “hijo vamos, tus hermanos te esperan”. En un descuido el muchacho logra zafar y cruza la calle y desaparece. El padre, con su abultada cintura, no pudo correr y se le escapó entre los coches. El llanto ahora acompaña a ese padre, se afirma sobre el poste de la parada de colectivo y tapa su rostro con sus manos. Todos los que esperábamos el colectivo hicimos silencio, el cuadro triste y dramático nos inmovilizó, menos a una chica que se acercó al afligido padre, le puso su mano sobre el hombro y le dijo: póngase tranquilo señor, yo lo voy ayudar. Con un pañuelo de papel, le empezó a secar el rostro que lo tenía bañado de lágrimas. El hombre, como descargando todo su dolor, la abrazó pero seguía llorando. La chica lo hizo sentar en los asientos que había en esa parada, el hombre repetía: “se me fue, se me fue, la culpa la tiene la droga, esa maldita droga”. La chica que bien podría ser su hija se desenvuelve como si fuera su madre. Lo sostiene, lo acaricia, le tira aire en la 113


cara. Todo eso hizo hasta que logró que el afligido desconocido lograra recuperar la compostura y recobrara el ánimo. —Mi hijo se fue de mi casa hace dos años, y desde ese tiempo no lo había visto. Por lo menos sé que está vivo las drogas son las culpables, bueno, yo también debo tener algo de culpa, no lo atendí como debiera haberlo hecho. Me separé de mi mujer y eso parece que a él le afectó, por eso buscó refugio en las drogas. El hombre siguió llorando; hablaba, pero no miraba para ningún lado. Al parecer, había encontrado en nosotros, sus desconocidos, un lugar y oídos para que lo escuchen. Vino otro colectivo, todos abandonamos el lugar, menos esa chica que se quedó con él. Mientras avanzábamos por las calles de la reina del Plata, yo no podía olvidar la escena. Se repetía en mi mente continuamente como una película que nunca quisiera volver a ver y pensé: cuántos hogares rotos y cuántas ilusiones pisoteadas por el tiempo y cuántos sueños abortados, cuántos hijos llevados por el viento como si fueran hojas que el otoño tira al frío invierno. La sociedad, la de este tiempo, más que construir está destruyendo el futuro de nuestros hijos. En el futuro ¿seguirán existiendo los hogares o pasarán a ser historia? ¿Dónde iremos a parar?

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LOS BILLETES

Agotado por el trabajo, los estudios, la novia y los bolsillos vacíos, Casimiro necesitaba dos cabezas para solucionar tantos problemas. Pero el cerebro, como el corazón, no tiene suplentes; ambos trabajan sin ayudantes ni compañeros a diferencia de los ojos, los brazos o las piernas. Nadie tiene dos corazones por eso el de Casimiro sufre en solitario y no tiene a quién contarle sus penas. Casimiro intentaba conseguir un mejor trabajo para tener dinero, pero el país en crisis y los malos gobernantes no tenían la solución para este muchacho ni para el resto de la gente. Parecía que el trabajo y el dinero nunca llegarían. Tampoco tenía un peso para comprar un billete de la lotería para “salvarse”, como algunos le aconsejaban, todo estaba mal, el panorama cada día se oscurecía más. El muchacho tenía el ánimo por el suelo. Los planes de casamiento quedaron para otro momento, la novia y el vestido tenían que esperar. Ese día para Casimiro había sido el peor. Después de una cena livianita para el estómago y el bolsillo, se fue a descansar, pero no podía dormir. Las preocupaciones alejaron al sueño que no quería meterse en ese cuerpo nervioso. Se dio mil vueltas en la cama, tanto que las sábanas querían fugarse abandonando el colchón. Por fin se quedó dormido. Esa noche no fue como otras, fue diferente. Sí, en ese camino que todos los días transitaba 115


rumbo al pueblo a buscar soluciones el destino le preparó una sorpresa. Pasó el puente angosto, donde solo pasa un vehículo a la vez. Ahí donde empieza la pendiente ellos lo estaban esperando con una sonrisa llena de números y colores. Como Casimiro tiene “ojos de águila” enseguida los vio, se dio cuenta que eran billetes, muchos billetes ¡no lo podía creer! Con las dos manos como si fueran puruñas los agarraba y se los metía en los bolsillos del pantalón, mientras pensaba e imaginaba a Sandra con el traje de novia. El camino estaba solo. De pronto, oyó una voz que le dijo: “Agarrá todos los billetes que quieras, pero te llevarás solamente los que puedan entrar en tus bolsillos, el resto quedará para otro necesitado como tú”. Se asustó y quiso ver a la persona dueña de la voz, pero no encontró a nadie. Se guardó todos los billetes que más pudo y emprendió el regreso para dejar el dinero en su casa y contarle a su mamá lo sucedido. Volvió a cruzar el puente, abrió el portón, entró a la casa, quiso despertar a su mamá; en ese momento el fuerte ladrido de Tango despertó a todo el vecindario, y a Casimiro también.

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EL COLOR MAPUCHE

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DE ROSITAPENA A ROSITAFELIZ

Cargaba años de soledades, desencantos y escasez de amores. Conocía la espalda de la vida y no la cara. La gente del pueblo le decía la solitaria. Algunos le pusieron el apodo de Rositapena. Sin embargo nadie tenía alguna explicación de porqué esa mujer parecía vendedora de penas. Había nacido en Pumalal, pero vivía en Quintrilpe hacía ya un tiempo largo. Los pobladores de Quintrilpe, al norte de la ciudad de Temuco, nunca pudieron averiguar si era casada, viuda o soltera. Cuando la interrogaban por su estado civil, ella no contestaba. Su casita, que apenas emergía de la tierra, estaba rodeada de malezas y arbustos desordenados al igual que sus cabellos negros que tapan su frente. Cuando saludaba lo hacía con un gesto casi imperceptible, escondiendo su mirada. Por eso, nadie conoce el color y tamaño de sus ojos. A las cinco de la tarde, salen los chicos de la escuela, muchos de ellos, después de cruzar el puente sobre el río que rodea a Quintrilpe, pasan frente a su casa. Los más atrevidos le gritan burlonamente: Rositapena, Rositapena. Pero desde el ranchito nunca viene ninguna voz. En su inocencia, los niños creen que la mujer es una bruja por el cabello desordenado que se le ve desde lejos. Es una mujer sin amigos pero tampoco tiene enemigos. Que su vida es un misterio, todos están de acuerdo. 119


El pueblo no pasa de los quinientos habitantes distribuidos entre los cerros y el valle que besa el rio. Es un pueblo hermoso, pero muy distinto al resto. Tiene algo diferente: raramente las chicas y muchachos salen a buscar novios fuera de su pueblo, por eso en la zona le dicen el “pueblo de los parientes”. Dicen que hay muchos matrimonios entre primos. ¿Será esa la razón por la que Rosita vive sola? Cuando llegaron las fiestas de fin de año, entre tantos festejos, la gente no se dio cuenta de que la solitaria mujer se había ausentado del pueblo. El ranchito parecía regalar soledad en navidad. La gente empezó a tejer un sinfín de comentarios acerca de su paradero. Algunos decían que se había ido para no volver y otros, que debía estar enferma o, incluso, que había muerto. Rositapena no tenía ni gallinas ni perros, como el resto de los habitantes. La mayoría criaban gallinas y los gallos en las madrugadas cantaban como trompetas que despertaban a todos. Al cerezo que está al lado del pozo en el patio delantero, le cuelgan racimos de corazones convertidos en fruto: “son las cerezas corazón de paloma”. Los vecinos se preguntan ¿qué hará esta mujer con tantas cerezas? pero nadie intenta robarlas porque en el pueblo es la fruta que abunda. Fueron dos meses que duró la ausencia, apareció recién un 29 de febrero. Ahora su cabello negro es rubio, y no le tapa los ojos ni la frente, se puede ver su cara que resplandece de alegría y parece mucho más joven. Ya no camina encorvada, su figura es elegante. El cambio es tremendo. ¿Qué le habrá pasado a Rosita? Se pregunta la gente. El 120


misterio se develó rápidamente. ¡Rosita ahora tiene un novio! que le regaló un perro enano blanco que se llama Copito. Los tres llenaron de alegría a la casita que ahora no está muda. Los vecinos dijeron: ya no le podemos decir Rositapena, le tendremos que decir Rositafeliz. Porque regala sonrisas y no tiene más penas. ¡Qué cambio ha tenido, parece otra mujer! Por mucho tiempo, los pueblerinos comentaban el tremendo cambio. Las mujeres —como siempre curiosas—, querían conocer al galán. Tuvieron la oportunidad de verlo cuando junto a Rositafeliz fue a realizar algunas compras al único almacén del pueblo. ¡Bienvenido! Le dijo Manuela, la más chismosa, a la que apodan “la periodista” —ella está informada de todos los chismes y noticias—. Enseguida le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. El apuesto galán recién llegado dijo: “Me llamo Maurice Gerin”. “¿Eres francés?”. “Oui, oui. Sí, sí, madame, soy de Francia”. Maurice se constituyó en el hombre mágico, le había traído alegría a la mujer que más penas tenía, la había convertido en una mujer bella, trasformada, ahora en ese rostro mapuche de piel cobriza propio de la región de la Araucanía, brillan dos ojos que acarician. El francés quería conocer América del Sur, ya había conocido varios países, pero eligió a Chile para quedarse a vivir. Era mediodía, estaba sentado en la plaza de armas de Temuco, vio a esa morena sentada en otro banco, se le acercó y comienzan un diálogo a media lengua. Con su escaso caste121


llano le pregunta si ella era mapuche. Rosita lo mira con cara de desconfianza y un poco de vergüenza, pero el francés ya le había perfumado el corazón, por eso se atreve a contarle su origen, él al escucharla se llenó de asombro y conmovido le confesó: vine de Europa a buscar una mujer que sea de tu raza, de esta tierra. Leí que tu pueblo es uno de los más indómitos del mundo, un pueblo valiente, que nunca se ha rendido y que lleva quinientos años de guerras y luchas reclamando las tierras que les robaron. La historia de tu pueblo me ha cautivado. Leí las vidas heroicas de Caupolicán, Lautaro y otros. Compré en París el poema La Araucana y lo leí dos veces, también conozco el equipo de fútbol del cacique Colo Colo. Con esos datos, Rosita quedó convencida que Maurice no era un mentiroso. Se fueron a un bar del centro de la ciudad y, entre charla y charla, Maurice se apoderó del corazón de Rosita. ¡Había nacido un nuevo romance entre un francés y una mapuche! Maurice estaba feliz, había conseguido lo que andaba buscando, ahora era conquistador y cautivo. Rosita se lo llevó a su pueblo y a su rancho. Las mujeres llenas de envidia, decían: es muy lindo para esa mujer. ¡Yo quisiera tener un hombre así! exclamó una cuarentona que ya iba por el tercer marido. Pero Maurice amaba a Rosita, no la cambiaba por nada y por nadie. Por eso fue que en pocos días también cambió la cara del ranchito, cortó los matorrales que la ahogaban y le dio una mano de pintura, esa casita ahora luce tan linda como su polola. 122


La soledad y las penas se marcharon vaya uno a saber a qué lugar, el amor que todo lo puede había transformado a Rositapena en Rositafeliz. Rosita Llanquilef despidió al desencanto, se abrazó al amor de Maurice y conoció la cara feliz de la vida. Rosita está enamorada por primera vez, vive con el hombre de sus sueños, pero le aclaró que ella seguiría usando su apellido de soltera, siempre sería Rosa Llanquilef, y no señora de Gerin, “porque una mapuche no se compra ni se vende y el apellido tampoco”. El francés la acarició con una mirada de aprobación como diciendo oui, oui preciosa. Ahora Maurice está aprendiendo hablar el mapudungún.

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EN EL BOSQUE DE CANELOS

El ruido del silencio, de las palabras mudas, está en el bosque, el sonido se pasea entre las ramas de los árboles y me habla, siento el diálogo de las aves en sus nidos entre las ramas. Las plantas hacen música con sus copas de colores varios, las hojas en el piso cantan su última canción color ocre antes de irse. Estoy sumido en el silencio escuchando este concierto que suena a ruido vine a este lugar, invado ya lo sé, soy un extraño, no me conocen. Me miran estos seres llenos de pureza y de fragancias, están las frutillas silvestres acostadas sobre el suelo verde esas que saborearon los mapuches desde siglos, los amigos de Lautaro y el gran Caupolicán, el héroe más fornido. Al sol lo veo montado en el pico del coihue, desde ahí observa así como trae la luz se encargó también de traer la sombra. El viento envió a la brisa como un silbo apacible, los perfumes se regalan en esta gran botica natural y hay remedios que curan el alma y traen sosiego a mis zozobras Los latidos de mi corazón se suman al concierto de sonidos. Es que el ruido existe sumido en este silencio sin estridencias ¿Qué es el silencio, existe un mundo sin ruidos? Cada ser tiene su silencio y su ruido, su tormenta y sus tormentos. Hoy estoy aquí en este bosque de canelos, hualles, coihues y raulíes.Vine a buscar la paz que huyó de las ciudades grandes.

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Mis ojos están agradecidos, mi piel capta la sensibilidad de este lugar, todos mis sentidos aplauden mi venida donde encontré la paz, ella me pregunta en un diálogo amistoso ¿Por qué los hombres y las mujeres se amontonan alrededor de los ruidos y gritos atados en manojos de multitudes y de ulular de las sirenas? Quédate aquí, no te vayas, me dice, no eres un extraño en este bosque, tú puedes ser parte de todo esto junto a nosotros. Acepto le dije, viviré mis años largos aquí con mis nuevos amigos. Me levantaré con el rocío junto al puma y el canto de las torcazas y viviré la verdadera vida, la que el Creador planificó simple y sencilla, quiero vivir envuelto en perfumes naturales.

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LA QUINTA DE LOS CEREZOS

El Lonko Pedro Millanao, cuando nacía un hijo plantaba un cerezo. La quinta tenía muchos árboles frutales: manzanos, perales, guindos, duraznos, ciruelos y en la orilla del cerco como guardianes estaban los castaños. El sabio Lonko había dejado una franja desierta como si fuera una calle en el medio de la quinta. En esa franja fue plantando los cerezos por cada hijo/a que le fue dando su esposa Isabel Llanquilef. Fueron ocho cerezos que crecieron al igual que sus hijos. Decoraban el centro de ese escenario con los colores de las cerezas durazneras, las corazón de paloma, las negras grandes, las negras chicas y las moscatel. Con sus colores variados tentaban a ser comidas y con sus besos dejaban en los labios del visitante sus marcas llenas de colores. Los mapuches regalan a cada uno de sus hijos al cumplir los doce años un animal para que los niños aprendan a cuidarlo, amarlo y respetarlo. En este caso, el abuelo Pedro recibió a cada hijo con un cerezo cuando nacían. Los plantaba en el mes de junio, el mes del año nuevo de los mapuches. Les enseñó a todos sus hijos que no debían comer del fruto del árbol de un hermano sin la autorización del dueño. El trueque era la manera para intercambiar las frutas. Esto funcionaba a la perfección, así podían probar las ocho variedades de cerezas si robarle ninguna al peñi —hermano—. 126


El viejo lonko —jefe— quería enseñar responsabilidad y respeto entre sus hijos. No todas las cerezas maduraban en el mismo mes, estaban “las tempraneras y las tardías”. La variedad que yo podía comer libremente de la planta de mi mamá, eran las negras grandes. Un sábado por la tarde le pedí permiso a mi madre para ir a la casa del abuelo. Me contestó con un tajante no. Me dejaba ir si me acompañaba mi primo Gilberto, que era mayor que yo, entonces urdí un plan: le dije que habíamos acordado ir juntos ese sábado. Mi mamá no se dio cuenta de que su querido sobrino y toda su familia ese día estaban en el Templo, por ese motivo nunca podría acompañarme. Pero mi plan había tenido éxito. Me creyó. —Bueno, Exe —me dijo—. Si va Gilberto, te doy permiso. Llegué a la quinta, ningún otro primo había concurrido, tampoco Gilberto, yo estaba solo y podía subir y comer “libremente” de los cerezos de mis tíos, la fruta madura estaba ahí, desafiante, tentadora, esperaba a ser comida. Sin embargo, comí solamente del cerezo de mi mamá. El mandato del lonko había que respetarlo aunque él ya no estaba. Era un mandato mapuche casi sagrado y, subir y comer las cerezas de mis tíos ni mi madre ni el lonko me lo perdonarían. Yo disfrutaba como un pájaro metido entre los frutos y las hojas, ellos volaban de árbol en árbol, eso yo no lo podía hacer, pero a algunos los tenía ahí, cerquita como para acariciarlos. El cerezo de mi mamá era muy alto y de extensa copa. Tenía la misma edad de ella: 42 años. 127


En un pequeño canasto de mimbre, colocaba las cerezas para mi madre, ellas parecían reír y brillaban como si alguien las hubiera lustrado. Yo iba de rama en rama, quise agarrar un racimo muy cargado. Estaba a cinco metros de altura. Hice pié en una rama seca, no sé qué pasó, pero debe haber sido el día que más rápido “bajé” de un árbol y más rápido me fracturé una mano. Nunca más me dieron ganas de mentirle a mi mamá.

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QUITRATÚE, MI PUEBLO

No tiene rascacielos, subterráneos ni aeropuerto, pero a cambio posee la paz, la cordialidad y la amistad. ¿Acaso los ruidos y los rascacielos traen beneficios? No, rotundamente no. Mi pueblo no quiere crecer, se niega hacerlo. Y yo estoy de acuerdo con él. ¡Si es tan lindo así! Pequeño y acogedor. No lo cambio por ninguna ciudad que contamine el aire o cuyos habitantes son rehenes de ruidos de bocinas, donde los oídos sufren y muere la paciencia. Es cierto, no tiene mar, pero tiene el río Puyehue que lo acaricia con aguas limpias, cristalinas, donde las truchas y salmones viven de fiesta en fiesta cuando el sol calienta. Quitratúe, nombre mapuche que te pusieron los Lonkos —jefes—porque en el Puyehue las domo —mujeres— lavaban las ropas. Tiene La Aguada con la vertiente de agua eterna y los árboles prestan sus ramas a los pájaros que cantan y ríen en suave sinfonía. El Nahuel, el zorro y las liebres fabrican sus casas en el bosque tupido. ¡Qué hermosa sincronización de la naturaleza! Desde lejos, te vigilan El Llaima y el Villarrica con sus nieves que nunca desaparecen. Besando la cordillera están los Pehuenes llenos de frío fabricando los sabrosos piñones que se comen al calor de la fogata en las noches de invierno. La escuela es amplia, cómoda, limpia. El patio es grande; los recreos, los largos y los cortos son cómplices de juegos y amistades de niños que algún día también serán 129


grandes. Las casas —la mayoría de madera— pintadas de colores diferentes conforman un paisaje único, donde la tranquilidad domina. Las calles sirven de estacionamiento a las carretas con los bueyes y a los caballos que esperan a sus dueños que se fueron a beber a una cantina un vaso de chicha dulce en el verano y, en el invierno, doblan el codo con un vaso del tinto que viene del norte. Allá arriba en el cerro, como un centinela que mira en silencio y vestido de blanco está el cementerio, que guarda la historia de caciques y huincas, todos enmudecidos y sin discriminarse, por eso también es un lugar de paz. Conozco muchas ciudades de este globo terráqueo, pero como vos, Quitratúe, no encontré ninguna que me guste tanto. Tú eres mi lugar. Por eso te recuerdo.

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LA MARATÓN DE QUITRATÚE

Era un diecinueve de septiembre y las fiestas seguían, habían comenzado el día anterior. El trabajo fue dejado a un costado, olvidado, para retomarlo después de los festejos de las fiestas patrias. Los niños o los “cabros chicos” observaban como los borrachitos/as festejaban sin parar. Los pequeños ahorros del año eran “depositados” en las cajas de las cantinas y enramadas que hermoseadas de guirnaldas ofrecían el tinto y la chicha curadora. Las escuelas ya habían realizado sus fiestas el día anterior, los alumnos habían recitado los poemas patrióticos y entonado el himno nacional con mucho entusiasmo, al igual que las canciones del folclore chileno. Pero el día 19 la fiesta estaba dirigida hacia las personas mayores: se jugaban los partidos de fútbol, las carreras de embolsados, el concurso de cuecas y cantoras, y la maratón que solamente la corrían los varones. Esta prueba solía tener una muy buena participación, la de este año tenía veinte anotados, era una mezcla de jóvenes y otros no tanto, también los flacos y los guatones. Se podía ver a los Alvarez, los Aravena, los Illescas, los Villar, los Robles y varios campesinos que venían del cerro o de la sexta faja, entre los mapuches estaban los Lemunao, Antinao, Millanao y Loncomilla. La partida se hacía desde el estadio de fútbol y ahí también sería la llegada. La gente se amontonó para ver a los corredores, algunos para burlarse de la guata (panza) de algún competidor y las chicas para hacer fuerza por el más “lindo”. 131


Don Eleuterio dio la señal de comienzo. Los atletas tenían que recorrer tres veces el circuito que comprendía pasar frente al cuartel de carabineros, doblar en la esquina del correo de los Villar, pasar frente al templo católico y la escuela que quedaba en la misma calle hasta llegar al molino de Gutiérrez, y nuevamente doblar en la esquina de la casa de don Manuel Aravena y, al llegar a la esquina de los tres almacenes (Alvarez, Rodríguez y Mera) tomar la recta hasta el puente donde la multitud esperaba el paso de los contrincantes, todo el recorrido incluyendo el estadio eran 4000 metros. En la primera pasada los mapuches iban últimos, algunos huincas poco respetuosos del noble pueblo al que pertenecieron los caciques Lautaro, Galvarino y otros, se reían de ellos y comentaban: ¡qué van a ganar estos indios, para qué se habrán anotado! La segunda vuelta mostraba algunos cambios, el puntero de la primera vuelta ahora estaba último, también se burlaban de él. Los mapuches estaban en el pelotón del medio, los huincas ya no se reían ni se burlaban tanto. Entre el público habían varios mapuches que en silencio apoyaban a sus representantes, no molestaban a nadie ni provocaban a ninguno, pero tenían que escuchar las burlas y el desprecio gratis. Faltaba la vuelta definitiva, la gente esperaba ansiosa. Se habían realizado algunos abandonos. Aparecen los punteros. La multitud empieza a gritar a sus favoritos. Frente a los ojos de los concurrentes estaba la sorpresa. ¡Dos corredores mapu132


ches vienen en la delantera! Los burladores cambiaron el discurso y dicen: “estos son de una raza fuerte, no hay nada que hacerle, no se les puede ganar”. Ganó Gilberto Lemunao y su hermano llegó segundo. El estadio primero enmudeció, luego prorrumpió en un justo aplauso, el premio fue a parar a manos del descendiente del gran cacique Caupolicán. Recién ahí pude festejar porque uno de mi raza me había regalado la alegría de ese día.

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MAPUCHE

Cruzaste los mares, montes y valles, llegaste a tierras lejanas. La cordillera fue tu amiga, tu estirpe de jinete de nubes y vientos te llevaron lejos. No conociste los aviones y trenes, no los necesitaste, el mar fue tu sendero, tu camino. Las velas te llevaron lejos. El sur te esperaba; tú venías del oriente viejo, con años de canas y de experiencia. Acá en el sur fundaste tus rucas, creció tu simiente y de color azul tu marca pusiste bajo los riñones. Marca de tu raza, de tu trayectoria y tus luchas. ¡Oh digno mapuche! Conoces tu suelo y tu amada mapu, cuidaste los ríos, el mar y las vegas. Nada ensuciaste ni contaminaste. Respetuoso eres de todo tu ambiente. Por eso te canto pueblo milenario, pueblo engañado, pueblo sufrido, pero nunca te has rendido ¡Siempre libre! jamás de rodilla ante el enemigo. Tus viejos baluartes: Caupolican, 134


Lautaro, Tucapel, el astuto Colo Colo, Llenaron de gloria sus loncos, sus sienes, para con herencia legarte, fortaleza y sueños, para que no aflojes y nunca enmudezcas; tu boca no calle al reclamar lo tuyo: tus tierras, tus valles y cerros nevados. Y al final de todo, en el fogón caliente, lleno de alegría y pleno de entusiasmo, comer del pehuén sagrado el piñón sabroso. Toquemos el Cultrún, la dulce Pifilca y la sonora Trutruca. Canten los niños mapuches con sus voces puras, Y su piel cobriza, entonen a coro con todos los peñis, la canción anhelada de los viejos toquis y de los caciques y las sabias machis, que sucumbieron a la muerte, pero no a la lucha. Esperando triunfos, esperando vida, Esperando justicia.

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FIESTA Y RISAS

Era una típica fiesta de fin de año, el calor también típico en estas latitudes en el mes de diciembre nos acompañaba con su grueso abrigo de calor, aunque de vez en cuando una suave brisa se apiadaba de nosotros y nos tocaba y acariciaba. El abuelo Anselmo, con sus ciento diez años encima, estaba con sus tres esposas, él era cacique mapuche, vivía en Quitratúe a ochenta kilómetros de la ciudad de Temuco. Él no podía entender por qué se festejaba fin de año en el mes de diciembre. “Nuestro año comienza en Junio y no ahora”, decía fastidiado. Los nietos jugábamos con los perros grandotes que parecían leones. Al gato Colo Colo lo atamos a la cola del corpulento perro Caupolicán, cuando soltamos al perro éste empezó a brincar y correr arrastrando al gato que maullaba pidiendo auxilio. La abuela Juana Painén, que era machi —sacerdotisa—, nos trajo un canasto lleno de cerezas negras grandes, estaban deliciosas. La otra esposa del abuelo, o sea la abuela Inalaf nos convidó con maqui bien maduro, razón por la cual los labios y nuestras caras lucían pintadas como cara de payaso. La esposa más joven de solamente treinta años le tiraba aire fresco con una ramita de Canelo en el rostro del viejo. Todo era placer. De pronto, se escuchó un estampido, eran los petardos que el primo Golo hizo explotar, los ha136


bía comprado en la ciudad de Loncoche. ¡Qué susto! Los mapuches no conocían esos juguetes con sonidos violentos. Los huincas —blancos— lo usaban siempre en sus fiestas y especialmente para fin de año. Un petardo fue a caer debajo del vestido muy largo que usaba mi abuela machi que estaba sentada en el gran patio al lado de la ruca —casa— mayor. El alboroto fue total. Todos comentaban el hecho, los perros desaparecieron del miedo tremendo que tenían. Todos se reían de la abuela con el petardo debajo del vestido, a mi no me parecía divertido, pero al final me reí igual.

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EL PASTOR

Está apareciendo el sol, Juvencio otea el horizonte, mira el cielo, el viento le regala una caricia de estímulo para comenzar el día. Él sabe que varias horas le esperan allá lejos de su casa hasta cuando la noche venga con sus sombras junto con su rebaño. Carga su menú en una bolsa: pan que Juana su esposa hizo anoche en el rescoldo de cenizas rojas, un pedazo de queso, dos huevos duros y una bolsita con harina tostada, un vaso y una cuchara para tomar el ulpo con el agua del arroyo que nace en el cerro Negro. El agua limpia y pura es la misma que bebieron sus abuelos que también fueron pastores. Hoy su perro Capitán no podrá acompañarlo, por eso Juvencio no podrá dormir la siesta debajo de la sombra del hualle, donde acostumbra hacerlo. Capitán es el compañero ideal cuando el pastor duerme, él cuida al rebaño y está atento ante cualquier ruido extraño que pudiera traer peligro. Pero hoy no estará hasta que se sane de una pata que no lo deja caminar. Anoche una hembra andaba con ganas de hacer el amor y Capitán se la disputaba con Samsón, un macho robusto que vive aquí a la vuelta en la casa de don Froilán. Parece que la lucha fue terrible, cómo habrá quedado el otro no se sabe, pero Capitán a la hora de pelear nunca se queda atrás, siempre va al frente y por una hembra es capaz de darlo todo. Hoy la Juana le aplicará algún remedio sobre la herida, podrá ser una cataplasma de la corteza del culén. Es un remedio que aplican los mapuches para las heridas o golpes. 138


La jornada la marca el tiempo, el reloj es el sol, ahora en noviembre son catorce horas que alumbrará en el Rauco donde los cerros miran a las llanuras. Los corderos y chivitos ya cumplieron cuatro meses, algunos todavía se prenden a las tetas de sus madres. Esta generación joven pone la alegría en medio de tanta letanía, saltan, juegan como niños. Juvencio vigila a su rebaño, lo cuida de los pumas hambrientos que bajan del cerro. La otra vez tuvo que luchar junto a Capitán para correr a una puma hambrienta que tenía cachorros para alimentar, le costó porque la porfiada fiera estuvo todo el día viniendo y yéndose en retirada para llevarse a algún corderito. La fiera no pudo lograr su objetivo porque Capitán defendió como un fiel soldado a los indefensos animales. Juvencio se acompaña con su flauta que hizo de la rama que le arrancó al sauco que está en la orilla del arroyo. La rama hueca la descortezó y cortó donde termina el nudo. A ese instrumento de veinte centímetros de largo con sus agujeros en fila le saca sonidos nuevos para las canciones que junto a la naturaleza compone. Las horas son más largas en la soledad del campo, por eso la música es buena compañera y más aún cuando el cerro Negro devuelve el sonido convertido en eco. Eso lo divierte al pastor que también piensa en sus dos pequeños hijos que le parió la Juana. Piensa: no quiero que mis hijos sean pastores, me gustaría que se eduquen allá en las ciudades de Valdivia o Temuco. Ahí tienen buenos colegios y universidades, dice en silencio, no pronuncia palabra alguna porque nadie lo escucharía en el medio del campo donde el único ruido lo produce la corrien139


te del arroyo y el viento que juega en la copa de los árboles que están en la orilla. Tiempo para pensar le sobra, eso hace cuando de pronto se oyen balidos de ovejas que corren y bajan asustadas desde el cerro. Juvencio agarra un palo y a los gritos corre en auxilio. Cuando llega al lugar se encuentra con un puma que tiene en sus garras a un corderito. Se acerca, la fiera suelta a la presa y desaparece para el lado de la vertiente en medio de los matorrales. El corderito no puede levantarse, lo lleva a la sombra para que sufra menos y dice: hoy me está haciendo falta la compañía de Capitán, con él la cosa sería diferente, esto no habría sucedido. Una de las canciones que compuso, junto con el viento y su rebaño dice: “el viento me trae el canto encaramado entre las ramas/ qué será de mis chiquillos y de mi amorosa Juana/ esta noche los veré cansado de cuidar ovejas/ muy cómodo cenaré y después me iré a la cama”. El pastor cuida a sus ovejas con un gran cariño, para él un animal es un ser con los mismos privilegios que un ser humano, dice: estos animalitos hablan entre ellos y se entienden y también me entienden, sin ellos no podría vivir. Sí, seré pastor toda mi vida como lo fueron el abuelo Demetrio y mi padre Toribio. En la sombra del hualle que ha quedado como vigilante en medio del potrero, saca su almuerzo y empieza a saciar el hambre, ya son las dos de la tarde. El cordero herido parece estar fuera de peligro y lo tiene a su lado. Después de comer, subió a la punta del cerro, desde ahí se ve el valle donde pasta el rebaño. Nunca le había sacado un sonido a su flauta en la altura, ahora el eco venía desde el llano. El paisaje no podía ser 140


mejor, pero las nubes que venían del sur anunciaban que las lluvias visitarían el lugar. El pastor refuerza su ánimo y su voz, llama a sus ovejas que las va reuniendo al pie del cerro Negro. Tienen que bajar rápido camino a la casa, en la delantera dirige al piño el carnero Kebesh, que es joven y robusto y el más barrero. Los brazos de Juvencio no irán vacíos, tienen que llevar al corderito herido. La tarea es pesada, la lluvia ya está mojando con fuerza a todo lo que está debajo del cielo. Los truenos parecen rugidos de león, los relámpagos alumbran la tarde que se ennegreció de golpe y las dos leguas se van haciendo más largas. El barro se apoderó del sendero, menos mal que todo el piño lo conoce de memoria, pero el viento arrecia y empuja, los pies resbalan y las pezuñas también. Pocas veces en su vida de pastor Juvencio vio una tormenta tan fiera y una tarde tan oscura. Se acerca al último portón, lo abre, las ovejas pasan rápido con su pesado manto empapado con agua. Vamos ovejitas, vamos, le repite como todos los días, ellas conocen su voz y se sienten seguras. Llegaron. El corral está barroso, Juvencio dice en mapudungun, chapal malal, qué chapal —barroso corral, qué barro—. Cierra el corral y se dirige a la casa, ahí están la Juana y sus dos hijos, Lautaro y Fresia. Capitán lo saluda moviendo la cola y muestra su pata envuelta con un paño blanco. El pastor deja al corderito herido al lado del fogón, el noble perro se para, lo olfatea y le lame la cabeza para secarlo. El guiso caliente de Juana se encarga de traerle calor al cuerpo de Juvencio que estaba casi congelado. 141


LINDA PARKER

Soy una lapicera nacida en el hemisferio norte, mi apellido es Parker, pero me gusta que me digan Linda, queda bien Linda Parker ¿no? Bueno no importa tanto el nombre sino el servicio que presto. Sirvo para escribir una carta, firmar cheques, dibujar y hasta para poner la rúbrica en un acta de casamiento. Sí, así soy yo, múltiple y servidora. Domino todos los idiomas, los escribo sin equivocarme, a veces se equivoca mi propietario, eso ya no es mi culpa. Soy amiga de todas las personas, no me importa su raza, religión ni opinión. Lo que puedo contar es que todas las manos no tienen la misma temperatura, están los dueños de las manos calientes y los de las frías. Los niños con sus manos suavecitas me acarician. Me hicieron viajar en un avión durante diecisiete horas, vine acostadita en una maleta, en realidad dormí durante todo el viaje, antes de emprender el vuelo me hice esta pregunta ¿A qué país me llevarán y qué manos me acariciarán o maltratarán? Tenía un poco de miedo como toda dama que nunca había hecho un viaje tan largo. Llegamos al aeropuerto, la gente es de hablar fuerte, mi compañero de estuche de nombre Marcador y que tiene el oído más grande que yo dice que el país se llama Argentina y que hablan casi gritando como los italianos. Él sabrá por qué lo dice. ¡Por fin un poco de aire! Mi dueño abrió el estuche donde estábamos despiertos y ávidos de saber y conocer a quién 142


tendríamos que servir. La sorpresa fue muy grande, casi sin darme cuenta caí rendida en las manos de un mapuche, es un hombre de manos cálidas y cuando me agarra me hace poner tan nerviosa, me da un poco de vergüenza, pero me entrego mansamente. No me puedo quejar, me siento una privilegiada. Lo primero que me hizo escribir fue: Viva Chile y aguante el cacique Colo Colo. La suerte me acompañó, viviré en el hemisferio sur con un mapuche chileno. ¿Qué más puedo pedir? Linda Parker. Basado en un regalo que me hizo mi hija Débora. Buenos Aires, 25 de octubre de 2011.

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¿SIN ORIGEN?

Pasaron centurias y milenios. La tierra fue removida por diferentes catástrofes: terremotos, maremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones, sequías, talas de árboles. En consecuencia, la tierra ha sufrido grandes cambios. Por eso los desiertos con grandes arenales miran hacia el cielo con el calor del sol y duermen con las temperaturas frías de la noche. En esta superficie se movieron y siguen moviéndose las especies y también el hombre. ¿Creadas por un Dios Todopoderoso o por una Evolución? Cual de estas dos teorías será la verdadera, o será una combinación de ambas. Difícil saberlo. Yo no lo sé. Si hurgamos en los escritos atribuidos a Moisés como son el Pentateuco y muy especialmente en el libro de Génesis, el relato que hace el autor da como creador de todo a Dios. Creador de todas las especies que habitan la tierra, en las aguas y el espacio celeste. Algunos creen que en esta “primera” creación, participó la deidad y que después el hombre se asoció como co-creador. El hombre procrea y puebla el globo terráqueo y efectúa modificaciones genéticas en algunas especies. Poco sabemos de todo esto, en una palabra el hombre se conoce muy poco a sí mismo. ¿Qué decir de las diferentes razas del ser humano? La negra, la blanca y otras como las asiáticas y las que po144


blaron el continente americano, la polinesia, la India y los países arábigos y los pueblos originarios de América. No existe una explicación que nos llene de verdad en cómo se originaron todas estas razas y etnias. Se abunda en expresiones cuando se quiere explicar de dónde provienen, como éstas: “se cree”, “algunos dicen”, “se hizo una investigación”, o “se ha llegado a una conclusión”, pero nada está montado sobre algo seguro o científicamente probado y comprobado. Se sabe que pueblos muy antiguos como los Sumerios, Hititas, Caldeos, Cananeos, habitaron en los territorios actuales de países como Irak, Irán, Israel, Egipto por nombrar solo algunos. Está registrado en el libro de Moisés, el Génesis, el diluvio universal con la desaparición de millones de habitantes, quedando solo ocho personas, o sea cuatro matrimonios de donde nacieron todos los pueblos que habitan actualmente la tierra. Si esto fuera así, todos seríamos descendientes de los tres hijos de Noé: Cam, Sem y Jafet. Estos eran hermanos de padre y madre ¿cómo es entonces que dieron origen a razas tan diferentes?, tendríamos que preguntarnos también ¿Noé era de un color distinto al de su esposa? ¿O las esposas de sus hijos pertenecían a una raza diferente entre ellas? ¿De dónde salieron gente blanca, negra y todas las derivaciones que hoy conocemos? No podemos mentir: la tarea no es fácil. La distribución de las diferentes razas por continentes es llamativa. Africa con la raza negra, Europa con la blanca, 145


Asia con la llamada raza “amarilla”, América habitada con seres de piel no tan oscura, casi cobriza al igual que los pueblos que poblaban la India, Australia el Pacífico sur y la polinesia. Ningún ser humano puede explicar a ciencia cierta su origen verdadero. Cuando Cristóbal Colón (un judío) pactó con los reyes católicos el viaje para descubrir “un nuevo mundo” en realidad descubrió lo que ya estaba descubierto, el error consistió en que no eran las indias occidentales como él creyó, pero nadie corrigió o no tuvieron ganas o interés de hacerlo y metieron en una misma bolsa a todos los habitantes que los llamaron indios. Tampoco se les preguntó a los habitantes de estas tierras de dónde creían ellos que provenían, posiblemente si los hubieran interrogado las respuestas obtenidas hubieran dado luz a las incertidumbres de ayer y de hoy. Está probado que los Mayas, Aztecas, Incas, tenían grandes científicos y seguramente estaban preparados para dar respuestas y podrían haber sido aliado de historiadores, en tal caso sería recoger la historia contada en forma oral de generación en generación, pero como se subestimó a todas las mencionadas etnias no tenemos ninguna información de parte de estos pueblos originarios. Este tema de los orígenes del hombre de América, trajo en consecuencia un lenguaje que raya con la falta de respeto al mencionarlos para su identificación. Desde el año 1492 a la fecha pasaron mas de 500 años, sin embargo se los sigue discriminando con vocablos totalmente desubica146


dos como son: salvajes (por los adelantados y conquistadores), indios, sin molestarse en reparar el craso error de los descubridores que pensaron que habían descubierto “Las Indias Occidentales”, queda claro que no tuvieron ni la menor intención en enmendar la mala información de las autoridades europeas en decir que no eran ni son indios. También se escucha y se lee, diciéndolo con mucha facilidad y naturalidad que estos pueblos son aborígenes. Estos tres términos usados por los medios de comunicación, se ha hecho en forma generalizada casi una habitualidad. Ya no se dice salvajes, pero sí están en total uso indios y aborígenes. Como mapuche que soy y además estoy totalmente consustanciado con los pueblos que poblaron esta parte del planeta, expreso mi total desagrado a las personas que se creen con orígenes, pero probablemente sin poder demostrarlo. Porque venir de Europa o de otras latitudes no me dice claramente cuales fueron y de donde vinieron sus antepasados o de qué tribus antiguas fueron sus antecesores. Entonces estamos en igualdad de antecedentes. Sin información cierta. Concluyo diciendo que al no poder explicar fehacientemente los orígenes del hombre y de nuestros antepasados, bueno e inteligente sería que nos dijeran con respeto que los habitantes de América no somos ni indios ni aborígenes, en todo caso somos pueblos originarios, o los primeros habitantes de América, o en el caso de los mapuches que significa: gente de la tierra—mapu=tierra y che=gente. 147


EL MACHITÚN Y EL GRITO

Había nerviosismo en la familia, parecía un día de preparación de algo especial. Decían: pronto llegará la Machi. Llegó al anochecer, la recibieron con mucho respeto. Vino con su mejor vestimenta. El trarilonko en la frente y la trapelakucha en el pecho, ambas joyas de plata, brillantes; además traía dos Cultrunes. Preguntó: “¿quién va ser la pichi domo que me va a acompañar?”. Enseguida buscaron a la adolescente —la hija mayor del enfermo— que sería la encargada de tocar ese instrumento de percusión durante toda la noche. La llamó y le dio algunas breves instrucciones. En las primeras horas de la noche empezaron a llegar los amigos y familiares. Todos de la raza mapuche. Entre los familiares estaba un sobrino del enfermo. Éste aclaró que por su condición de cristiano ya no creía en esas prácticas de curación y rogativas mapuche, pero por el gran cariño y respeto que tenía por su tío iba a colaborar. Era en el mes de noviembre, sin embargo la noche estaba fresca. En la ruca que usaban como cocina la acondicionaron con cojines que pusieron en el suelo formando un círculo. La machi con su “ayudanta” se instalaron en un lugar preferencial. Las lámparas a kerosén fueron las encargadas de iluminar el escenario, la luz era débil, tenue. La Machi, después de hacer un saludo respetuoso a los presentes, pidió que trajeran al enfermo. Lo colocaron en el centro, acostado sobre un colchón. La médica-sacerdotisa 148


mapuche lo saludó en mapudungún, le preguntó por su nombre y, luego, hizo una pausa y comenzó con la ceremonia llena de rogativas. En ese instante, se dieron cuenta de que yo me había escapado del dormitorio donde me dejaron para dormir, de inmediato me sacaron advirtiéndome que no volviera aparecer por el lugar. Toda la noche se oyó la voz de la oficiante y el repique de los cultrunes. El ruego sonaba como una melodía triste que de tanto repetirla se tornaba aburrida. Esa noche no pude dormir, por la curiosidad y por el miedo que me provocaba esa voz en el silencio. De vez en cuando ladraban los perros. El enfermo hacía seis años que tenía tuberculosis. El motivo de esa reunión era la cura del enfermo. La Machi intentaba rogándole a Nguenechén —Dios— por la sanación de mi querido viejo. Nunca me permitieron hablar el idioma de mis ancestros mapuches. Mis padres no querían que por hablar el mapudungún hablase mal el castellano y en la escuela se burlaran y me discriminaran, pero me discriminaron igual, por mi cara y porque sabían de donde procedía. Por no saber el idioma lo que decían y cantaban en el machitún yo no lo pude entender. Casi al amanecer oí un grito semejante a un estampido, era Gregorio, el sobrino del enfermo que subido al techo de la ruca llamó tres veces al enfermo, “Anselmo sube aquí, Anselmo sube aquí, Anselmo ven aquí”. La voz de tenor estremeció el silencio de la noche. Después vino un largo tiempo mudo. La ceremonia terminó en la madrugada. 149


Después de llevar al enfermo a su dormitorio todos se retiraron a sus casas. Entonces recién me pude dormir. Mi padre murió en el mes de febrero, cuatro meses después del machitún. Ruca= casa; mapudungún= lengua de la tierra; machitún= ceremonia de rogativa de la machi; machi=sacerdotisa; cultrún= tambor o caja circular; pichi domo= niña o adolescente; Nguenechen= nombre del Dios mapuche; trarilonko= adorno que cubre la frente; trapelakucha= pectoral

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EL COLOR DE LA POESÍA

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APRENDÍ

En la mañana aprendí: que los pájaros cantan una melodía nueva y dulce. Que también dan el desayuno a los pichones y le enseñan a cantar con alegría, aunque truene o haya negros nubarrones. En el mediodía aprendí: que todo es movimiento, no pidamos silencio porque no existe vuelan planes, proyectos, inquietudes. El constructor trabaja, el edificio crece, Los chicos corren a comer las exquiciteces En la tarde aprendí: que el camino tiene dos tramos que completar lo iniciado ahora debe terminarse. Y no se pueden delegar responsabilidades, la vida es una construcción constante y cada uno debe completar el trabajo ya iniciado. En la noche aprendí: que los decibeles han bajado que otra obra sin embargo me espera. La de mi hijo en la hora de la cena, la hora de los tres cuando comienza el tiempo del amor donde mi amada sirve la cena en el mantel bordado.

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CUANDO TENGO

Cuando tengo amor no conozco el odio Cuando tengo paz huye la violencia Cuando tengo paciencia no tengo nerviosismo Cuando tengo alegría estoy sin pena Cuando tengo esposa tengo compañía Cuando tengo hijos tengo más responsabilidad Cuando tengo nietos tengo ternura Cuando tengo a mis padres veo la experiencia Cuando tengo sol no tengo nubes Cuando tengo nubes me visitará el agua Cuando tengo agua sacio mi sed Cuando tengo terremotos se sacuden mis pies Cuando tengo un perro conozco la fidelidad Cuando tengo un canario tengo música Cuando tengo un caballo tengo transporte Cuando tengo una hormiga veo el trabajo Cuando tengo un amigo tengo a quien contar Cuando tengo un hermano aprendo a compartir Cuando tengo un abuelo aprendo historias Cuando tengo a Dios lo tengo todo.

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FRENTE AL MAR

Mirabas el mar con tu cara de preguntas. El mar te invitó a ver a su buen amigo, ese que con la mirada escudriña el horizonte y todo lo observa y dialoga con las olas. Su pié está en la arena, las gaviotas lo miran, los marinos lo ven, lo saludan, se fijan en él. Él está ahí días y noches, parece aburrido pero no lo está. Tú ese día estabas melancólica, sumisa, entregada a tus sueños. Tus ojos miraban allá en lontananza, buscabas respuestas en el horizonte que en tu mar de edificios fríos nunca encontraste. Ahora estabas cambiando veredas por arena. Mientras el mar bombardeaba sus espumas de aguas blancas Tú llegaste llena de preguntas, eras un manojo envuelta por ellas. El verano te encontró sola, sin caricias, sin motivos, sin un rumbo de llegar a un norte. La vida dijiste: ¿me debe algo o yo le debo a ella? El viejo sabio te seguía mirando, quería acariciarte, susurrarte al oído un consejo amigo ¿sabes escucharlo? ¿tienes oídos en tu ser? 155


ÂĄOh dulce muchacha! VerĂĄs su constancia, su diario servicio, el sentirse Ăştil lo hace feliz. Todo lo hace gratis, trabaja ad honorem, Gustoso y enhiesto. Mi dulce gacela, las aguas te inundan, Se mueve la arena, el mar de la vida te lleva y te trae. Por eso te digo, aprende del Faro que vientos se aguanta, Nadie le da un euro ni un mĂ­sero peso, pero vive recitando: La vida es servicio, siempre servir, vivir para servir.

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LA VISITA DEL SOL

Apareces temprano en el horizonte, con tu cara que brilla resplandeciente. Todos ven tu existencia tus rayos que acarician con risa abierta. Te acompañan el viento y las nieves eternas y en las alturas te saludan los cóndores. ¡Cómo caminas caminador de cielos! Tu viaje es por los circuitos celestes majestuoso rey sol de luz eterna. Por las mañanas me das un saludo de colores y cuando te vas me dices chau, luego te veo. Los pájaros te saludan y van adormir a sus ramas, Sol que cubre mi existencia a pesar de las nubes o de la lluvia Contigo viene la vida El tallo verde o el rosal de rosas rojas. Por eso te saludarán todos mis días. Tú seguirás por siempre, yo no sé hasta cuándo.

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LLEGASTE

Apareciste. Te soñaba. Sin conocerte te conocía, en el espacio que todo lo contiene ahí estás tú, no estabas escondida, no, no puedes esconderte Imposible. Mis ojos miraron hacia arriba y adelante. Y te vi y ya no pude dejar de verte los rayos suaves de tu semblante que acarician permitieron ver esa sonrisa, esos ojos, esa mirada. ¡Había amanecido! El alba trajo tu figura, tan distinta. Venías envuelta en gotas de rocío de ese fin de año, que quedó y no se fue porque apareciste con tu ternura y cambió el día. Esa eres y no te das cuenta, pero yo sí, cuando te veo, cuando contemplo tu frente inteligente, tus labios sugerentes. Gacela que caminas por los llanos, en el norte. Tu porte, tu elegancia se extienden más allá de las distancias hasta alcanzar la cruz del sur en las noches estrelladas, y fundirte con ella en un abrazo. Eso eres, y mucho más, no sé decirlo, pero ¿qué importa? Seguro estoy ¿por qué dudarlo? que en las noches oscuras entre todas las estrellas, eres tú la más brillante y la más bella.

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MIENTRAS ESPERO

Tantos regalos recibo mientras espero Tantas primaveras saludo mientras espero Tantas sonrisas de niños mientras espero Tantos días plenos mientras espero Tantas palmadas de amigos mientras espero Tantos zorzales que cantan mientras espero Tantos nubarrones veo mientras espero Tantos amigos que se van mientras espero Tanta hambre de niño mientras espero Tanto desamparo y penas mientras espero Tanta guerra y muerte mientras espero Tanta desorientación mientras espero Tanto amor de madre mientras espero Tanta despedidas tristes mientras espero Tanta desigualdad mientras espero Tanto dinero tienen algunos mientras espero Tanta alabanza al ego que veo mientras espero Tanto monumento al dinero mientras espero Tanta esperanza debo tener mientras espero Tantas ganas de alcanzar el cielo mientras espero Tanto futuro eterno mientras espero Tantas promesas de Jesús mientras espero Tantas mansiones bellas son las que espero Tanta emoción con mis amados es lo que espero 159


Tantos misterios revelados cuando llegue al cielo Tanta felicidad eterna que yo esperaba Tanta bondad sin duda comprobada Tanto que se cumplió Señor que gozar yo quiero Tanta eternidad, tanta música, tanta armonía Tantos dones y tantas gracias que yo quería.

EL SILENCIO EN ALTAMAR

El silencio está allí, vive entre las olas mansas. Se hamaca en la inmensidad, el viento le sopla la cara, a él le gusta posarse en medio de las aguas allá lejos en altamar, donde el ruido duerme.

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PAZ

Paz ¡Qué escasa y esquiva te has puesto! Tantas veces te busqué sin encontrarte ¿Qué te pasa, dónde te fuiste o a donde te llevaron? Te necesito desde la salida del sol hasta la noche oscura en el trabajo mientras mis músculos se estiran o cuando al mediodía con apuro la comida engullo. Todo es tormenta en la vida, el huracán me visita golpea mi frente. Las noticias de balas y robos, de secuestros y muerte me hacen compañía, aunque yo no quiera. ¿Qué le pasa al mundo, que le pasa? Parece que me quiere llevar a la vorágine del susto. Aquí estoy plantado como un obelisco en medio del desierto donde la arena movediza me hace sentir inseguro. Todos hablan, pero parece que nadie tiene oídos o nadie habla por temor, por represalias, por no te metas ¡Qué lejos quedó mi infancia tan segura allá en Quitratúe! donde el concierto de los pájaros llenaba de música mi vida. El presente lo vivo así, con tormentas y vientos Espero que el futuro no sea una copia de este momento Quiero una sociedad distinta que me haga gozar nueva vida Donde la igualdad y el amor nos envuelvan Y donde el pan sea repartido en pedazos iguales por el autor de la paz, los años y la eternidad: Dios. 161


BESOS DE LA NOCHE

Anoche me desperté con tus besos y caricias venías una y otra vez a tocarme y me desvelé contigo en mi piel, de a ratos me besabas la frente, mis párpados y mejillas. Me dieron unas ganas tremendas de agarrarte, tenerte entre mis manos y apretarte, pero vos esquiva y juguetona, me tocabas y te ibas, dejándome con las ganas, negándome el placer. ¡Qué lejos estaba de mí esta hembra! con la picardía de toda mujer. Ya no pude más y mi paciencia se agotó, me levanté como estaba, casi desnudo y re caliente yo con tal de que te fueras y no verte, agarré la toalla y te volteé, más el placer se tornó en tristeza. Te vi tirada con tus últimos estertores, te dije: chau, déjame dormir que con las moscas yo no tengo amores.

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EL DÍA DE LA MAESTRA

Ahuecan sus alas de colores múltiples surcan los aires, dibujan geométricas figuras hacen los mandados, buscan en los almacenes del campo los alimentos. Los más chiquitos van al jardín de infantes, en la copa de la vieja encina está el aula, la señorita maestra es una torcaza que estudió en el Delta en una escuela normal. ¿Qué pasó? ¿nadie trajo el uniforme? Pregunta fastidiada El canario entonando una canción responde: “Nosotros usamos el traje que nos regaló doña natura no ve que estamos vestidos de hermosura” todos muestran sus colores, sus plumas brillan el zorzalito y el ruidoso canario cantan en dúo una chacarera y un tero un tango. Un cotorro y una cotorrita no paran de hablar la seño dice: Shshshilencio no hagan tanto ruido. Todos están contentos con sus trajes de colores El tordo luce su negrura brillante, una gallina vino con sus pollitos blancos, negros y bataraces se pusieron la camiseta de River y se lee “El más grande” Las palomas lucen de gris: con pintas blancas y negras. Y el más puntual, el que nunca falta está ahí: el cabecita negra. Todos se ponen el lápiz en sus picos y escriben como Sarmiento: “Feliz día, Señorita Maestra”. 163


QUIERO SABER

Quiero saber el lenguaje de tus ojos de tu pelo cuando juega con el viento de tus pasos cuando caminas por las veredas de tus labios sugerentes que guardan poesías y de tu risa que adorna tu semblante de tu cintura que vive orgullosa sobre tus caderas. De tu pecho que amamantó a la inocencia y de tu euforia cuando acunas alegrías. De tu discurso cuando hablas con las aves de tus diálogos mudos cuando miras el mar, quisiera meterme dentro de tus pensamientos para conocer las pasiones de tu corazón. Te das cuenta que te acaricio con mis palabras, también mis manos viajan a tu encuentro. Para acariciar tu silueta, tu figura, tu hermosura que cual mariposa adornada vuelas cantando himnos de colores de paz y de perfumes.

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EL COLOR DE LA FAMILIA

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MARTA Y LA ESQUINA FLOREADA

La sonrisa viajó y el barrió se quedó triste. Los vecinos se preguntan: ¿dónde estará, a qué lugar se habrá ido la sonrisa? Nadie sabe ni imagina que se fue a vivir a la esquina floreada. También la extrañan en el Templo, donde la sonrisa se convertía en dulce carcajada al unirse, en trío, con Amanda y Yolanda. La sonrisa y la simpatía se fueron arriba de un pájaro con motores, y volaron. Viven lejos del lugar de su nacimiento porque un día dijeron: “como la tierra es redonda, vamos a caminarla; conoceremos otras gentes, otros paisajes, ciudades nuevas, pero también, aquellas que tienen larga historia”. Fue así como un verano cargaron sus maletas con destino a Europa, ese mismo continente que tanta gente había enviado a Sudamérica buscando mejor vida. Ellas, por su parte, harían el camino inverso, se irían a dar lo que en esas tierras faltaba: sonrisas. Los padres de la dueña de la sonrisa la extrañan. ¡Qué distinta es la vida sin ella!, exclaman, pero se consuelan. Saben que fue a vivir a ese pueblo chico, pero bello, en la casa de la esquina floreada. ¿Habrá algo más bello que una flor y una sonrisa que vivan juntas? Definitivamente, no. Por esa razón, mi corazón late tranquilo, porque mi querida Marta, vive en la esquina floreada. (Inspirado en la frase de Marta: “vivo en la esquina floreada”).

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EL BOSTEZO DE LA BEBA

Yo nunca había visto bostezar a una beba, no sé si porque soy despistado o porque ningún bebé se puso delante de mis ojos para demostrarme que ellos también bostezaban. Nació un primero de octubre, sus cabellos renegridos denunciaban que el padre era de cabello negro, me miré al espejo y dije: yo tengo los pelos negros como una noche sin estrellas y sin luna, algunos agregan como la boca de un lobo, eso no lo puedo asegurar porque les digo la verdad: nunca vi a un lobo con la boca abierta. ¡Entonces esta beba es mi hija! exclamé. Cuando los tres abandonamos la maternidad fue el comienzo del baile. Levantarse cada tres horas por las noches, preparar la mamadera y dársela, luego esperar hasta que eructe, todo eso era una ceremonia que antes nadie me la había enseñado. Lo hacía con gusto, esos tres kilos de carne y hueso que lloraba para que le dieran de comer me recordaban la letra del tango “el que no llora no mama…” Así transcurrían mis días, mi cuerpo me pedía descanso, mis ojos sueño. Mis oídos se habían afinado tanto que al menor “ruidito” que venía de la cuna, me anunciaban que había que despertarse y yo me levantaba. Sus ojitos parecían decirme: “papi haceme upa” El otro ritual era el baño, todo un canto a la improvisación. Ana quiso hacerlo, pero no pudo. Exe, me dijo 168


llorando “se me va a romper, se va quebrar”. Pero qué clase de mujer sos que no podés bañar una criaturita, le respondí casi con enojo. La tomé en mis manos, le puse su cuerpito sobre mi brazo izquierdo y con el derecho la enjaboné y después la enjuagué, con su cabeza hice lo mismo. La beba quedó limpia, la madre se encargó de ponerle la ropa para salir a pasear. Estando en el cochecito, con su mirada estudiaba todo, las paredes, el techo y a nosotros. La madre quiso tenerla en sus brazos, eso hizo. El cuadro pintado de ternura no podría ser mejor. De pronto veo algo que nunca había visto. ¡La beba bostezó! Me parecía increíble, pero era cierto. Ese fue el momento que me enteré que los bebés también bostezan. Esa beba se llama Dina Raquel, que por ser la primera hija experimentó nuestros desaciertos de padres primerizos, pero cariñosos. Podría escribir tantas cosas de mi querida Dina… hoy le reitero que la quiero un montón, que le agradezco por la música que me ha regalado, por las caricias que le hace al piano y le arranca esos sonidos que penetran suavemente en mis oídos y se alojan para no volver a salir porque yo no los dejo.

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DÉBORA

Libre, como el viento y las aves. Inteligente, visionaria, astuta y rápida, como las águilas; elegante, como las llamas andinas y sabia, como las lechuzas. Mezcla de ternura y fuerza incontenible. Recta como la línea recta. Cariñosa como pocas, sonrisa de niña adolescente, noble hermana, tía de cariño grande, hija leal y de amor sin límites. Transita la vida con la frente limpia, levantada, sin vergüenzas, sin esconder nada. Mirando el futuro con optimismo, se siente segura. Mujer joven, con mente joven y con proyectos nuevos, como puliendo las joyas de oro para que luzcan relucientes todos los días. Poniendo ternura donde haga falta. Tiene carácter fuerte que no sabe de dobleces donde el sí siempre será sí y el no será un rotundo no, porque sabe el porqué de lo positivo y lo negativo. No transige con el engaño ni la falsedad. Luchadora, extendiéndose hacia una meta bien definida, sabedora que, delante de sus ojos, siempre habrá una oportunidad, un desafío, un blanco a alcanzar. Esa es Débora, nacida en Buenos Aires, hija de madre argentina y de padre chileno, con genes que se han mezclado para dar una mujer con rasgos del cacique Lautaro y del patriarca Abrahán.

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DĂŠbora, sigue acariciando la vida y deja que ella te regale mimos para que este peregrinar por la tierra sea un canto a la alegrĂ­a a la esperanza y a la fe. Cuando concluya el dolor del planeta y comience el momento de la dicha eterna, de la era feliz, que tĂş tengas un lugar entre millones para extender tu sonrisa para siempre.

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MILCA

Los gritos comenzaron a estremecer las paredes de la Clínica, pero antes fueron la mente y las manos de Ana que accionaron el goteo, acelerándolo. A veces hay que saber esperar y tener paciencia; eso fue lo que no hizo tu madre, quiso apurar los tiempos o a lo mejor tenía muchas ganas de conocer a su tercera hija. El goteo produjo un parto más que rápido. No quedaba otro remedio: tuve que oficiar por algunos instantes de partero —lo había hecho cuando era niño ayudando a parir a las ovejas y las vacas— pero no es lo mismo. Tu cabeza se asomaba, como dando un saludo de bebota hermosa como diciendo “Ya llegué”. Bajé la escalera como si no hubiera tenido escalones, el médico de guardia junto con dos enfermeras fueron rápidamente al lugar de donde provenían los alaridos y gritos de la “inteligente” parturienta que ahora parecía un cuerpo con gritos. Las dos lloraban y yo el “buen” padre solo atiné a observar como realizaban su trabajo los profesionales. Mis nervios estaban a mil. Nunca había visto un parto humano, no sabía qué hacer y decir. Pedí a las enfermeras que te cubrieran con la ropita que estaba en un bolso y, a modo de ruego dije: por favor que no se resfríe. Así fue tu nacimiento, a las 17:45 horas del día 8 de octubre de 1974. Al día siguiente, te llevamos a casa en un coche de alquiler y el chofer expresó, con un tono de admiración, ¡qué pestañas hermosas que tiene esa beba! Esa es mi bebota, que se llama Milca. 172


MICOL

7 de noviembre de 2010

Quince primaveras tienes. Vividas una por una. Muchos amaneceres de brisas suaves, días de escarchas, de fríos inviernos. Miles de hojas marrones, amarillas, ocres, tapizaron tus otoños. Tus quince veranos te trajeron calor, frutos, playa. Vacaciones. El sol nunca faltó a la cita para alumbrarte, ni se durmió. No marcó ausencia El aire y el oxigeno visitaron tus pulmones, limpiaron tu sangre, llenaron de vida, tu vida. La lluvia no quiso estar ausente, mojó tus cabellos lacios, Azabaches. Regó tus pies como si fueras un árbol perenne, para que fueras creciendo, erguida. Con la frente en alto. Te pregunto: ¿quién te envió todos estos regalos? Sin dudas mi nieta querida, el Dios de los espacios amplios y de los lugares pequeños. Ese Ser que visitó tus días. Sin olvidarse de su hija Micol de su Abigail querida. De la dulce beba que hoy se convierte en una hermosa quinceañera. Que seguirá caminando los senderos y huellas del Maestro. Caminos de servicio. Así como sirve la gota de rocío. 173


Escribiendo sueños en la arena o en el campo abierto, convertida en una planta que lleve buenos frutos. En las ciudades grandes o pueblos pequeños, estará a tu lado el autor de la luna, el rey del universo. Él te dará aliento, te mostrará el horizonte de tu vida. Te deseo mi nieta: que eternas ternuras envuelvan tu dulzura, que el Sol de las mansiones alumbren tu rostro. El Dios eterno desde su magno trono, te proteja siempre. Y sea tu compañero por todas las edades. Tu Dios para siempre. Por la eternidad. Tu abuelo Exequiel.

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SEPTIEMBRE

Te digo, Septiembre, que eres un mes muy especial: en el hemisferio norte te dedicas a pintar los árboles de amarillo y ocre, te asocias además con tu amigo el viento, éste con sus travesuras se trepa a las copas de las plantas para sacudir las hojas y convertirlas en alfombras. ¡Qué sociedad tan singular! El espectáculo ahora se traslada al suelo tachonado de hojas multicolores, los pajarillos saltan, cantan, juguetean, convirtiendo todo en una amalgama de sonidos y colores. Hoy, mí querido mes, te observo desde el hemisferio sur. Aquí produces efectos diferentes, ahora te has asociado con el amigo sol, él riega con rayos generosos toda la naturaleza y pinta de verde esperanza a los árboles, y los decora de tonos rosa y blanco y un sin fin de matices. Dejaste atrás a tu amigo agosto acurrucado con el frío y tú te preparaste como un delantero de fútbol con el 9 en la espalda para pintar el gol más elegante y brillante de la temporada: ¡La Primavera! Juega y trabaja el colibrí y las abejas huelen los aromas más puros, mezclándose entre los capullos que acarician, saludan y besan. Septiembre eres música, encanto, flores y sol. En tu laboratorio fabricas las frutas más sabrosas que comeremos en verano. Te saludo, Septiembre, sé que el mundo supo tener un amargo día 11 allá en las torres del norte y, acá en el paraíso 175


terrenal —que es largo y angosto— también silenciaron la voz de Salvador Allende un día 11 ¿será un día fatídico? No sé qué pensar. A mí también me tocó tener mi día 11 mas amargo de mi existencia: Ese día mi querido Matías se despidió y partió… partió con casi seis primaveras. Querido Septiembre, tú y yo sabemos que la vida continúa, también se que cada año nos harás una visita tierna y nos invitarás a acunar sueños, ilusiones y amores, algunos de corto plazo y otros que nunca terminarán. Septiembre regálame una flor, yo te encargo mi esperanza.

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MARLENE GRETEL

Volaste con las alas desplegadas al viento, la ruta del aire te llevó muy lejos. No entendiste para qué y por qué te fuiste, miraste a tus padres y ellos no te consultaron. Nada sabías, tus padres tampoco, se fueron arreglando de poquito a poco. Llegaron a Bélgica tierra diferente, otro continente Vin y la tía Débora sonrientes te esperaban, te abrieron los brazos llenos de alegría. Y tú les sonreíste, jugabas con ellos. A esos tíos lindos, que parecían niños, les regalaste gestos, cariños y besos, y tu mirada, pícara mezclada con guiños. Fuiste por un tiempo la dulce mascota de los abuelitos aquí en Argentina. La niña diferente, decían allá, al lado del río en ese primer trabajo que tuvo tu mami, fue cuando les sacaste ventaja a tus viejos de hablar el francés sin que te enseñaran sin tener madame, sin tener maestros.

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Hoy ya eres una niña de notas muy altas te gusta el estudio, la música, el inglés el piano. Dulce Marlencita, mi bella nietita perfumada flor con aroma latino. Muchacha del Plata y del bello Delta eres una linda reina del suelo argentino.

AUDREY

Naciste lejos de mi tierra mi mapu no te vió nacer, el sol del norte alumbró tu risa. Eres bella muñeca de Bélgica que hoy cumples tres años que son un anticipo de los años de la eternidad.

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LA DIRECTORA DEL ZOOLÓGICO DE MONS

Las autoridades y un gran número de los habitantes de la ciudad de Mons, en Bélgica, se reunieron en una asamblea: tenían que nombrar a una persona para dirigir el Zoológico que recién habían inaugurado. Mons nunca había tenido un Zoológico. El jefe de la Comuna manifestó que su deseo era que la persona elegida fuera alguien que amara mucho a los animales. El Intendente propuso a un veterinario que era su amigo. También surgió una propuesta a favor de un jubilado don Jean Pierre que en su casa tenía diez perros bien cuidados y con los cuales habitualmente salía a pasear por las calles, todos lo conocían, lo llamaban el abuelo de los perros. Los del campo propusieron a don Claude que era dueño de muchas ovejas y cabritos, decían que sería la persona ideal para cuidar a los animales y que se merecía el cargo de director del zoológico, también se agregó el nombre de una campeona de equitación, madame Michele, ella había ganado muchas medallas representando a su país, sus triunfos —decían— eran los frutos del amor que tenía con los caballos y que prácticamente hablaba con sus equinos. Por último, se escuchó a una maestra que propuso con mucho entusiasmo a su querida alumna Gwendoline. Los cuatro candidatos adultos eran muy conocidos, pero a la niña Gwendoline solo la conocían en la escuela donde asistía y en su pueblo cercano a Mons. 179


Se realizó la votación: eran quinientas personas que tenían que votar. En el salón municipal se dispusieron dos urnas para depositar los votos: la de las damas de color celeste y la de los varones color rojo. Después de consultarse entre los vecinos y de analizar las cualidades de los candidatos, la gente empezó a votar. En menos de dos horas la votación había concluido. Las autoridades autorizaron la apertura de las urnas y dieron comienzo al conteo. Dos candidatos quedaron empatados en 150 votos, el campesino sacó 110, la campeona de equitación 60 y el menos votado era el veterinario que solo obtuvo 30. Tenían que desempatar en la segunda vuelta los más votados: la niña Gwendoline y el jubilado don Jean Pierre. Antes de la segunda vuelta o sea el ballotage se hizo un breve intermedio. El buffet ofrecía gratis café y gaseosas. El ambiente era grato, cordial, sin agresiones, un ambiente ideal. Se repartieron las nuevas boletas para la segunda vuelta. Había que marcar con una X por uno de los dos candidatos. O sea por Jean Pierre o Gwendoline y depositarlas en una sola urna. El público se manifestaba con alegría y entusiasmo, nunca se había visto gente con tanto fervor por votar. La segunda vuelta fue más ágil y todo se hizo más rápido. Llegó el momento de contar los votos que inmediatamente volcaban a una computadora que estaba conectada a una pantalla gigante donde los votantes se informaban 180


en forma inmediata del resultado. Al principio ganaba con comodidad Jean Pierre, pero cuando se habían escrutado 300 votos la lucha se había emparejado. Las barras gritaban los nombres de la niña y del jubilado. Los fiscales controlaban todo, voto a voto. Ya se habían contado 400, hasta ahí se imponía por diez votos don Jean Pierre. Sin embargo la hinchada de la niña que la dirigía su tío Vincent gritaban: “Gwendoline ganadora, Gwendoline ganadora”, se tenían tanta fe que ya la daban por ganadora, cantaban en castellano y en francés, el único que cantaba en flamenco era el tío Koen. Ya estaban en los últimos cómputos. La pantalla gigante mostraba a Jean Pierre con pequeña ventaja de 220 contra 215. Se anunció por los parlantes que dado el ruido ensordecedor que provocaba la barra de Vincent la pantalla se iba a apagar y que se volvería encender al finalizar el conteo. Le pidieron en forma enérgica que dejara de gritar. Él se había puesto la camiseta de Boca que un amigo argentino le había regalado. En la reprimenda, el jefe electoral le dijo: “Monsieur Vincent, recuerde que no está en la Argentina y este lugar no es la cancha de Boca, ¿entendió?”. De pronto, encienden nuevamente la pantalla gigante. Aparecen unas letras rojas muy grandes, que se prenden y apagan. Se lee: GANÓ GWENDOLINE, GANÓ GWENDOLINE, GANÓ GWENDOLINE. Luego los números que indicaban el resultado final. Gwendoline: 260 ; Jean Pierre: 240 . Vincent, Jorge, Milca, Marta, Koen cantan y saltan, es181


tán totalmente sacados. Débora como siempre tan efusiva apareció en el medio de la gente tocando un bombo al mejor estilo piquetero argentino y con la camiseta de Ríver. Gwendoline recién se enteró al día siguiente y ante tamaña responsabilidad pidió ayuda a sus padres y tíos. La ciudad y su zoológico hoy es un orgullo para toda Bélgica, dicen que es el mejor de toda Europa. Nunca se vio a una niña que quiera tanto a los animales. Ella todos los días va a jugar con los monos, le canta a los patos, saluda al león y montada sobre el elefante recorre todo el gran Zoológico y lleva como secretaria a la Jirafa que se llama Viviane. Todos los animales la saludan con una sonrisa de oreja a oreja y se pasan la voz unos a otros, dicen: ahí viene la jefa, la directora. Los pájaros cantan, los peces muestran sus pancitas, los monos arman un circo con sus “monadas”. Sin duda ese es el lugar más feliz de todo el globo terráqueo. A la entrada hay dos palomitas que entregan las entradas y una pareja de canarios cantan una canción de bienvenida. Madeimoselle Gwendoline controla que cada animal esté bien atendido, que tengan agua y el alimento fresco y los nidos y camas con pajas limpias, secas y el piso reluciente. Entre los planes de la directora está comprar un gato montés originario de Chile que se llama Colo Colo y un Yaguareté de la provincia argentina de Corrientes. La gente está contenta con la elección que favoreció a doña Gwendoline Kranevitter. Por su parte ella no ha perdido su sonrisa y amabilidad que la caracterizaron siempre. Colorín, colorado este cuento ha terminado. 182


LA PELITO ROJO

Nació en septiembre, las primeras flores de la primavera la miraron y se quedaron sorprendidas, extasiadas, mudas. Con sus bocas abiertas, sin poder hablar. Los pajarillos de la plaza frente al edificio Municipal de Caseros se daban la noticia de pico en pico. Decían: “Nació una beba que tiene un mechón rojo”. Enseguida “agarraron” el celular y el tordo se comunicó con los pájaros de Escobar. —¡Aló, Hola! —Si ¿quién llama? —Dijo un zorzal. —Quiero decirles que aquí en Caseros nació una nena y parece que se la llevan para Escobar. —¡Ah, qué bueno, la estaremos esperando! —Perdón, ¿quién habla? Pucha se cortó la llamada —refunfuñó el zorzal. Enseguida el Ronquito reunió a todos los pájaros de la calle Botafogo, los que juegan en el arroyo al lado del puente y de las quintas vecinas. Ronquito que es el capo de los pájaros del arroyo les dio la noticia al resto de sus colegas, dijo: vamos a esperar a una beba que viene de Caseros. Pónganse al costado del puente, estoy seguro que van a pasar por aquí, escondámonos entre las ramas que están a un metro de altura, de esa manera la podremos ver a esa guagüita y conocerla. Todos aceptaron y así hicieron. Entre los convocados estaban: pechito rojo, pechito amarillo, el 183


ronquito, los zorzales, las calandrias, el búho, un picaflor, un tordo vestido con su traje negro, pero sin corbata, dos palomas, el tero y su esposa tera, varios gorriones, la garza del pajonal; la lechuza montada sobre un poste, decía: “yo no me junto con esa chusma”. Todos estaban quietos y mudos, Ronquito, que era el jefe, se puso la patita derecha como dibujando una cruz en su piquito pidiendo silencio. En eso ven aparecer un coche. ¡Ahí viene! dijo el tero que es el más vigilante de todos. Las moscas que llegaron a último momento colaboraron quedándose quietas y no volaban. El coche manejado por el uruguayo, paisano de Ronquito, pasó despacito sobre el puente. Todos los “bichos” miraron a la nena y prorrumpieron en un aplauso, tiraban guirnaldas y rollos de las máquinas de calcular que habían traído de sus oficinas, las revolearon por el aire. Llenos de algarabía y con un gozo incontenible acuerdan buscar un nombre a la preciosa bebota. La lechuza que a último momento se unió al grupo y que le decían “La Sabia”, dice: el nombre que elijamos debe ser por algo que la identifique, por alguna cosa que se vea apenas uno la mire. Un gorrión —el más chistoso— propone que “la llamemos Pelito Rojo”. ¡Sí, sí! Gritan, ese nombre es lindo. Por unanimidad acuerdan ponerle Pelito Rojo Sánchez Velásquez. Ronquito tiene ese nombre por su voz muy grave. Él es el encargado de comunicarle al padre de la nena el nombre elegido. Golpeó la puerta de la casa y lo recibió la señora Dina: “Señora, traigo un mensaje de parte de 184


todos los pájaros del barrio, pero tengo que decírselo a mi paisano, yo también soy uruguayo, soy de Tacuarembó, pero de Nacional”. —Buen día, compatriota charrúa, yo soy Ronquito y locutor de la radio “La pajarera”. Tengo un mensaje para usted. —Te escucho —dice Juan, sacando la voz más grave para impresionar a Ronquito. —Aquí tiene este papelito que escribió el amigo Tero con su pata, léalo por favor. Juan abre el papel que era una hoja de un árbol y lee: tenemos el agrado de comunicarles, con todo respeto, que nosotros los pájaros reunidos al lado del arroyo en un mini congreso hemos decidido por unanimidad ponerle un nombre a la nena recién nacida. Se llamará PELITO ROJO. Le dio la hojita escrita y voló cantando “arrorró pelito rojo, arrorró mi… Firmado: Los pájaros.

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LA MADRE DE MIS HIJAS

La conocí una primavera, era una naciente flor, un capullo que le sonreía a la vida. Su cabellera larga que acariciaba su cintura, se asemejaba a la Venus de Milo. La miré. Sus anteojos como dos vigilantes no me permitían ver con nitidez esas dos estrellas que no fueron al cielo porque se quedaron cómodas en sus ojos. La saludé mientras mis “faroles” la recorrían desde la cabeza hasta las plantas de los pies. La invité: le dije que podríamos ir a un pic-nic. Me miró extrañada. Mi invitación no le interesó. Yo me consideraba un ganador, nunca había mordido el polvo de la derrota. Pensé: cuanto más difícil se me presenta más ingenioso debo ser. Insistí, argumenté y la volví a mirar. La convencí. Esto sucedió en el siglo xx, la fecha, septiembre del año 1967. Nadie conoce el futuro. No me imaginaba que esa chica sería la madre de mis cuatro hijas y abuela de mis seis nietos. Pasaron los años: con alegrías varias y algunas penas… Puedo decir que he vivido con ella mis mejores momentos de mi existencia, ella supo contener mi ímpetu mapuche y también en esos momentos cuando uno languidece. Alguien “inventó” el día de las madres, ellas, sin embargo, usan todos los días del año para hacer cosas pintadas con el único color que no destiñe: el del amor. Yo no conozco a Dios, pero conocí a mi madre y a la madre de mis cuatro florcitas. Supongo que una madre debe ser una muestra de ese Dios por conocer. 186


EL COLOR DE LAS REFLEXIONES

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REGALOS

Recibí un regalo: la vida Recibí cuatro regalos: mis hijas Recibí seis regalos: mis nietos Recibí setenta regalos: mis años Recibí un regalo con cuatro patas: mi perro Recibí un regalo con dos manos: un amigo Recibí un regalo con cuatro estaciones: el año Recibí un regalo con muchos miembros: mi cuerpo Recibí un regalo, la ayuda idónea: mi esposa Recibí un regalo de Dios: un Salvador.

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LAS COSAS PEQUEÑAS SON LAS MÁS GRANDES

La sonrisa de un niño ¡qué ternura! ¿Hay algo más grande? Un fósforo encendido en la oscuridad ¡cómo alumbra! Qué útil. Los callos de un obrero, me llenan de respeto, es un catedrático del trabajo. Una brisa imperceptible es más simpática que un huracán porque me acaricia. La bienvenida que me da mi perro me hace olvidar la descortesía de algunos. Una gota de rocío es más importante que todo un río. No me ahoga. Un ¡hola pa! vale más que mil discursos. La inocencia viene en paquete chico: los niños. El canto de los pájaros es más dulce que la voz de muchos tenores. Madre hay una sola, porque si tuviera dos se pelearían. Un grano de arena está en los grandes edificios. Está, aunque no la vemos. La caricia de la mano de mamá vale más que las que aplauden en un estadio. Las pequeñas hormigas trabajan tanto que no les queda tiempo para el chisme. Un “muy bien hijo” del padre, es la mejor inyección del día. La mirada acariciadora de la novia trae la paz que necesita el hombre. En el pequeño nido hay lugar para dos: ella y él. Las zorras tienen guarida, las aves nidos, pero autor de la vida no tenía vivienda. El pequeño canasto de Moisés en el Nilo era más seguro que un gran edificio. La palabras odio y amor tienen la misma cantidad de letras, pero efectos diferentes: el odio destruye, el amor sana.

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FRASES CON SEIS PALABRAS

Con el trueno hablamos cuando llueve. El Maracaná tiembla, Boca también ¿baile? ¿Qué es eso? Nada. ¡Qué bien! El universo es infinito ¿yo entro? Te quiero. Yo no. ¡Qué claro! Soy feliz, soy soltero, tengo mamá. La felicidad es monumental, ¡Viva River! ¿Quién inventó el amor? El Supremo. El niño ríe, llora: chico normal. La mujer “araña”, el hombre acaricia.

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MAMÁ

Nunca vi la cara de Dios, pero debe ser parecida a la cara de mamá. Nunca me acarició un ángel, pero me acarició mi mamá. ¿No es lo mismo? Nunca recibí un millón de dólares, pero el cariño de mamá vale mucho mas. Nunca tuve una orquesta sinfónica en mi casa, pero tuve las dulces canciones de mamá. ¿Hay comidas más exquisitas que las de mamá? Todos los hijos del mundo gritamos, No. Nunca encontraré la comprensión y el amor genuinos como el de mamá. Difícil será ver unos ojos que acarician como los de mamá, y una mano tan suave cuando la pancita duele. Aunque ella no está, siempre estará, por eso no necesito una foto de ella. Su figura, sus cabellos y sus sonrisas han quedado impregnados en mi ser. Y estará conmigo para siempre.

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PAVADAS

Cuando River le gana a Boca, las gallinas cacarean, festejan con un puchero de gallina. Cuando Boca le gana a Ríver la bombonera se estremece y hay un lechón a la parrilla. Cuando alguien tropieza y cae, hay división. Unos ríen y otros dicen: ¡pobre le habrá dolido! Cuando una mujer llora hay dos opiniones. 1- debe estar sufriendo. 2- por algo será, algo habrá hecho. Cuando una bella mujer se casa con un feo unos dicen: “cómo se pudo enamorar de ese feo” los más reflexivos comentan picaronamente “algo hermoso tendrá el feo”. La mujer al esposo: me gustan tus pavadas, él para no ser menos fue y le compró pechugas de pava. Neruda dice: «puedo escribir los versos más tristes esta noche, será por eso que me gusta el día». Las cosas redondas: los ojos verdes de Carmela, la cabeza de Carmela, el cuerpo de Carmela y la pelota de fútbol. El barrio, el barro y mis botas llenas de barro son del mismo barrio Zapatero a tu zapato. ¿Habrá que llevar a reparar los calzados al que fue jefe del estado español, Rodríguez Zapatero? El piano tiene teclas negras y blancas, no es discriminador. Con los dos colores salen canciones multicolores El viento tiene sonidos, la cascada canta y en un palito el zorzal da su concierto. 193


LAS COSAS QUE NO SÉ

Me pregunto y le pregunto. ¿Sabemos todas las cosas? La respuesta sin duda es obvia, nadie puede saber ni entender todas las cosas que pasan aquí debajo del sol. Hagamos una prueba y empecemos por lo más conocido: ¿Sabemos quien hizo la tierra? Yo no lo sé. ¿Sabemos fehacientemente quien hizo al hombre? Yo no lo sé. ¿Sabemos si hay vida después de la muerte? Yo no lo sé. ¿Podemos probar si Jesús es el verdadero Mesías? Yo no lo puedo probar. ¿Podemos probar que el mar rojo se abrió para que pasara el pueblo hebreo? Yo no lo puedo probar. ¿Alguien puede contar las estrellas? Yo no puedo y hasta ahora nadie ha podido. ¿Cuantos litros de agua existen en los océanos? Nadie lo sabe exactamente. ¿Sabemos con exactitud la cantidad de células que tenemos en nuestro cuerpo? Yo no lo sé ¿El diluvio bíblico existió? No tengo pruebas. ¿Podemos asegurar que Matusalem vivió realmente 969 años? No hay elementos para probarlo. ¿Es cierto que la esposa de Lot se convirtió en una estatua de sal? No se puede probar. ¿Caminó Pedro sobre las aguas? Nadie puede probarlo.

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Ninguna de estas preguntas yo las puedo responder. Por lo tanto concluyo diciendo que las acepto porque creo en la existencia de un Dios todopoderoso, autor de nuestras vidas y de todas las maravillas, pero son muy pocas las cosas que puedo explicar. Es la fe la que me muestra las cosas que no puedo demostrar y todas las cosas que no sĂŠ.

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LETRAS QUE HABLAN

A. Amor, amigo-a. El amor no se compra, tampoco a un amigo. B. Bueno, bonito. Ser bueno se puede, cuesta pero es bonito. C. Caricia, castigo. Un buen padre da caricias y castiga con amor. D. Dios, destino. Sin Dios el destino es incierto. E. Él y ella. Él es el rey, ella la reina llena de ternura (así es la pareja). F. Fe, felicidad. Sin fe no hay felicidad. G. Genio, gente. El genio también es gente, en la escalera él está un peldaño arriba. H. Humano, humo. A un buen humano no se le suben los humos. I. Infeliz, infinito. El infeliz no lo es hasta el infinito, puede llegar a ser feliz. J. Justicia, jinete. La justicia para ser justa la tiene que cabalgar un buen jinete. K. Kofke, kilo. Me da un kilo de kofke (pan en mapudungun) lengua mapuche L. Leal, loas. Cantemos loas a los leales. M. Madre, mármol. Una estatua en el corazón para mamá, no en el mármol. N. Nietos, nunca. Los nietos nunca nos aburren, dicen los abuelos. 196


O. Odio, olor. El odio tiene mal olor. P. Padre, pedir. El padre no nació para pedir, vive para dar. Q. Querer, quiere. El querer nace espontáneo, quiere que el otro sea feliz. R. Razón, retiro. La razón acompaña al sabio, el retiro de ella lo vuelve loco. S. Sol, salida. El sol sale para todos, no cobra la salida ni la entrada. T. Tesoro, tejer. Al tesoro muchos lo ansían, pero algunos no lo quieren tejer. U. Unir, única. Gran obra es unir, es la única manera para triunfar en conjunto. V. Vida, vaso. La vida es un vaso lleno, cuando queda vacío se termina la vida. W. Wife, whisky. My wife likes to drink whisky at night (‘a mi esposa le gusta beber whisky por la noche’). X. Xana, xara. Xana la ninfa, no se regía por Xara de los mahometanos. Y. Yacaré, yerba. El yacaré olfatea la yerba, pero no le gusta el mate. Z. Zapato, zar. Los zapatos del zar lo acompañaban en sus caminatas.

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Índice El

color de los cuentos y relatos

Amigo.......................................................................... 13 Porteño........................................................................ 15 El amigo de la calle....................................................... 17 El chifla........................................................................ 19 Semáforo...................................................................... 21 Pretérito....................................................................... 23 Pancho......................................................................... 27 Diálogo con Guardián.................................................. 30 El potro Alazán............................................................ 33 El caminante y el puma................................................ 37 Los piojos y la democracia............................................ 40 Puchero de Gallina....................................................... 43 Rulito y Crestita........................................................... 46 Diálogo de las letras...................................................... 52 Los tres amigos: el Por qué, el Para qué y el Cuando............. 55 El primer sueldo........................................................... 58 Te lo dije, Aguilera....................................................... 60 Nunca la voy a olvidar.................................................. 63 Manuk......................................................................... 66 Rolo, El besuqueiro...................................................... 70 Un grito a las cuatro de la mañana................................ 73 Cuando la Luna lloró................................................... 75 Volcán en erupción....................................................... 77 El día que perdió García............................................... 79 Mi amigo Ricardo, El Flaco.......................................... 82 Mujer........................................................................... 85 199


Hombre....................................................................... 88 El llanto de Mamá........................................................ 90 Secreto......................................................................... 93 Anselmo Segundo......................................................... 95 El Nocheoscura............................................................ 99 La Canela................................................................... 102 Mi Chile.................................................................... 105 El chancho en la espalda............................................. 107 El golpe en el Andén.................................................. 109 El nazi y el mapuche................................................... 111 El abrazo desesperado................................................. 113 Los billetes................................................................. 115

El

color mapuche

De Rositapena a Rositafeliz........................................ En el bosque de canelos.............................................. La quinta de los cerezos.............................................. Quitratúe, mi pueblo................................................. La Maratón de Quitratúe........................................... Mapuche.................................................................... Fiestas y risas.............................................................. El pastor..................................................................... Linda Parker............................................................... ¿Sin origen?................................................................ El machitún y el grito.................................................

El

119 124 126 129 131 134 136 138 142 144 148

color de la poesía

Aprendí...................................................................... 153 Cuando tengo............................................................ 154 Frente al mar.............................................................. 155 200


La visita del Sol.......................................................... Llegaste...................................................................... Mientras espero.......................................................... El silencio de altamar.................................................. Paz............................................................................. Besos de la noche....................................................... El día de la Maestra.................................................... Quiero saber...............................................................

El

color de la familia

Marta y la esquina floreada......................................... El bostezo de la beba.................................................. Débora....................................................................... Milca.......................................................................... Micol......................................................................... Septiembre................................................................. Marlene Gretel........................................................... Audrey....................................................................... La Directora del Zoológico de Mons.......................... La Pelito Rojo............................................................ La madre de mis hijas.................................................

El

157 158 159 160 161 162 163 164 167 168 170 172 173 175 177 178 179 183 186

color de las reflexiones

Regalos....................................................................... Las cosas pequeñas son las más grandes...................... Frases con seis palabras............................................... Mamá......................................................................... Pavadas....................................................................... Las cosas que no sé..................................................... Letras que hablan.......................................................

189 190 191 192 193 194 196 201


Exequiel Velásquez Millanao nació en un pueblo llamado Quitratúe, en la región de la Araucanía, Chile. De ancestros mapuches, su apellido, Millanao, significa: milla, oro y nao, puma. Por ello, no provoca asombro alguno que sea un gran defensor de la cultura de su pueblo y que, junto con su raza, que reside tanto en Chile como en la Argentina, reclame las tierras ancestrales que han sido usurpadas. En este libro, dividido en cinco secciones: “El color de los cuentos y relatos”, “El color mapuche”, “El color de la poesía”, “El color de la Familia” y “El color de las reflexiones”, el autor expresa, principalmente a través de relatos cortos, las vivencias y ocurrencias que, en el día a día, despiertan su imaginación y le dan color a la vida.

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editorial E d e r

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9 7 8 - 9 8 7- 2 8 4 7 8 - 1- 4

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