Le prometí a Santiago de Salafranca dar a luz esta obra póstuma de sus poemarios inéditos, como expiación de sus pecados poéticos. Autorizado, por filial dependencia, a ser su albacea y elegir entre sus copiosos y mal ordenados cuadernos, las composiciones que no gravaran su memoria.
Santiago ha sido un personaje con mucho pudor y no poca timidez, pese a las apariencias externas, hoy máscara develada en razón de su etapa cronológica y prisionero, ¿quién no?, de aquella justa sentencia del Eclesiastés, de ser todo al fin de cuentas, vanidad de vanidades.
Emprendí la tarea de seleccionar y ordenar, a mi lego entender, esta Antología que sufrago, ante la promesa de Santiago de ser ella, su alfa y su omega literarios.
De igual forma, el temido paso ya está dado y la suerte, echada, por lo que ambos quedamos a merced de la misericordia del lector para la gracia de su absolución, ante el firme propósito de enmienda aquí expresado.